domingo, 30 de junio de 2013

De charla con la Pegui.

Aunque la Peque y yo  estamos aquí de fin de semana, Benalmádena huele ya a vacaciones. No hay más que ver el tropel de gentío en el paseo marítimo con sus tiendas y bares atestados. Y lo que cuesta encontrar mesa en "Los Mellizos".

Ni siquiera una imaginación tan fértil y disparatada como la de mi mujer sería capaz de encontrar parecido entre el carril bici de Valencina y el paseo marítimo de Benalmádena. Yo sí, fíjate. No es tan complicado. Yo digo que si el mar llegara hasta la huerta de enfrente, que a Dios querer todo es posible, y el personal que transita por los campos del Aljarafe fuese cosmopolita, mayoritariamente inglés, entonces el carril bici de Valencina sería igualito que el paseo marítimo de Benalmádena. Ea, tan pancho.

Quizás me guste más este paseo que el carril. Es mucho más variado. En Valencina ya me conozco a todo el mundo. En ocasiones, el carril bici se convierte en una calle más donde te paras y todo a saludar a conocidos o a que nuestros respectivos chuchos se olisqueen los culos. El paseo marítimo da mucho juego. Me divierte adivinar quiénes sean guiris y quiénes nativos. Y de entre los nuestros, de qué parte vienen, según su particular prosodia.Ya sé que es tarea fácil y simple, pero yo soy también así. A los guiris se les reconoce a legua, son altos y pálidos, de cuerpos mal averiguados, algunos ya se han achicharrado y muestran sus lomos de salmonete, pasean en familia y son amantes de los perros, y los españoles somos el resto, por exclusión. De todas formas, existen algunos rasgos muy distintivos nuestros. No hablo de lo moreno, de la talla corta, del pelo rizado, del vocerío que liamos casi siempre en manada. En Benalmádena se ven, como en cualquier otro sitio, especímenes variopintos de nativos pero el que a mí más me llama la atención es el hombretón sobrado que domina el paseo solo, sin perrito ni nada, eso es de maricones, con su pantalón corto, sus piernas arqueadas, su camisa desabrochada para exhibir al mundo una panza cervecera muy trabajada, con una ciruela madura por ombligo herniado  que parece protestar por tanta tripa.

He salido de paseo con la Pegui. Tempranito. Es la mar de flamenca mi perrita, al principio sale desenfrenada, inquieta y con ganas de pelearse con cualquier otro congénere que se le cruce pero al cabo de cuatro broncas se viene abajo y no hace otra cosa que buscar sombras. Ya me he sentado con ella unas cuantas de veces porque se arrana y no consiente seguir andando. Y aprovecho el descanso para hablarle de nuestras cosas. Yo creo que me entiende porque cuando le digo una burrada vuelve la cabeza para atrás y me mira fijamente. La gente sonríe al verla caldear desparramada sobre las lozas, fresquitas aún del relente y del agua escurrida del fregoteo de los bares.

Se nos acerca un guiri para acariciarla. Me pregunta en inglés por su nombre. "Pegui", le digo. Y se agacha allí un ratito haciéndole carantoñas. Y me acuerdo sin remedio de mi amigo Jaime. Valiente par de mariposones, diría si nos pudiera ver, una patá en el culo y palante, hombre ya. Es un nórdico de unos cincuenta y tantos, calculo, de pelo blanco y electrificado, como si se le hubiera olvidado peinarse, con pantalón de lino y camisa floreada. Debajo del sobaco izquierdo aguanta dos libros pequeños. Se conoce que ha bajado al paseo para sentarse a leer un rato en este pequeño oasis de aquí al lado colmado de palmeras. Total, que ya se va el hombre y nosotros, la Pegui y yo, reanudamos el paso.

Vino de perlas que el danés se fuera. Nada más empezar a caminar de nuevo nos adelanta una pareja de jovencitos, él y ella. De él poco esperaréis que os cuente. Un tío normal. Ella, en cambio...A veces pienso que no encuentro explicación a cómo es posible que algunas tías estén tan bien hechas. La naturaleza, por principio, es imperfecta, asimétrica, azarosa, descuadrada. Me parece normal y natural que una teta esté más caída que la otra, que un guevo cuelgue más que el otro, que esta ceja esté más levantada, que éste parece que camina a saltitos, que el otro es un calvorota, que si el culo es plano o respingón...En fin, todos tenemos algún defectillo, es lo natural. Algunas tías, no. Algunas tías son perfectas. Esta tía que pasea delante mía, delante nuestra, ¿no verdad Pegui?, es perfecta. Procuramos mantenernos a rueda, que no se nos vaya mucho. Viste elegante con sólo dos piezas. Arriba, una especie de corpiño apretado que hace de sostén. Abajo, un pantalón largo, holguerito, de éstos que empiezan en la rabadilla dejando al aire los hoyuelos sacros, tan graciosos ellos, y que amenazan todo el tiempo con caerse. No parece gran cosa. Hay prendas femeninas apretadas que son mucho más sugerentes. La gracia es que la carne que se ve tiene una textura, un cuerpo y unas proporciones escultóricas, no parece carne humana. Pero el caso es que sí lo es.

En fin, vamos detrás de ellos y tan cerca que puedo escuchar algo de lo que charlotean. En un momento de su conversación oigo que ella le dice algo así como que las amigas son unas abusonas, que determinada persona no se ha portado bien con ella..., por ahí iba la cosa. Y ya remata "pues que se enteren todas que yo soy buena, pero no tan buena", como queriendo decir que hasta la bondad tiene un límite. Y yo le digo a mi Pegui: mira Pegui, ser, no sé cómo será, si buena, regular o mala pero estar, lo que se dice estar, está buenísima. Y la perrita, inocente del todo, agita su rabo tieso en clara señal de aprobación. ¡Qué envidia, hija, poder menear el rabo con tanta soltura!

Y así de simples suelen ser mis mañanas costeras.

jueves, 27 de junio de 2013

Fidelidad.

Quizás no sea conveniente tanta fidelidad, no lo sé. No hablo ahora de pareja. Tengo conocimiento, incluso, de matrimonios que se permiten, de mutuo acuerdo, ciertas infidelidades. Pero, ya digo, no me refiero a esto. Os hablo hoy de fidelidad médica.

Tengo que confesaros, en primer lugar, que yo no soy particularmente celoso en este aspecto. No me afecta que un paciente mío solicite otra opinión. Pocos, muy pocos, lo hacen. Quizás confíen demasiado en mí. Es halagüeño para uno pero no siempre lo más adecuado, sobre todo en enfermedades que no van bien. Desde luego que soy partidario de una relación médico-paciente de confianza plena, eso es clave, pero, precisamente, tal confianza debe permitir, como algo normal, la consulta a otro colega si una de las dos partes lo considera conveniente. Mis pacientes saben que jamás me ha molestado que busquen otra opinión, incluso sin mi conocimiento previo de tal consulta. Es más, ha habido ocasiones en que les he recomendado yo mismo consultas no ya a otros especialistas incluidos homeópatas sino hasta  curanderos, sabios y santones. Cualquier cosa (que no sea nociva, claro) con tal de curar o mejorar. Lo primero es lo primero. Y lo primero es el paciente.

Lo de esta mujer, sin embargo, me parece excesivo. Es verdad que tiene 88 años y puede que no resista muchos más telediarios de éstos "recortapensiones" que tanto asustan a los viejos. Pero eso es algo que nadie sabe con certeza. Tiene una insuficiencia renal crónica tan avanzada ya, que necesita diálisis sí o sí. Dado que en mi hospital no hay Nefrología la he derivado en tres ocasiones al Virgen del Rocío. Ni caso. Allí le dan su cita correspondiente pero ella, como si tal cosa. "Yo no me meto en una máquina de ésas, un día sí, otro no, para limpiarme la sangre, que no". "Pues, Manuela, es que no hay otra salida". "Claro que la hay, morirme, y qué? Yo, con usted, hasta la muerte". Lo malo ( o lo bueno) es que llevamos en esta tesitura un año largo. Y ni se va a la diálisis ni se va con san Pedro. Y la creatinina subiendo. Parece increíble la vitalidad de algunos viejos, oye.
El caso es que muy probablemente la mujer tenga razón. No solamente su razón, que por supuesto, sino la razón universal, la razón cósmica, la razón más juiciosa. Porque nuestro mundo moderno nos ha imbuido a todos ( y a los médicos también)  la idea de que hoy todo es alcanzable al precio que haga falta, mucho más si estamos hablando de la vida, de engañar a la muerte con trucos de máquinas, remedios fastidiosos y hasta ultra congelaciones como si fuésemos pescados, lo que sea. Esta mujer, no. Tiene claro que ha vivido lo suyo y que es tontería alargar su estancia in hac lacrimarum vallae de manera artificial. Y encima teniendo que soportar ambulancias compartidas, la dependencia de una máquina  y "que yo no estoy tan mala, vaya, que es que me pongo mala de verdad si me veo rodeada de enfermos;  mire usted, que no". 

Y me agobia tanta fidelidad. Si aceptara al menos visitar al nefrólogo, aún sin renunciar a su convicción contraria a la diálisis, me serviría de alivio al compartir con algún otro  médico mi congoja. Las dudas compartidas son menos, o las mismas pero más llevaderas. Pero no hay caso. Conmigo hasta la muerte.

-Nada, Manuela, esto va que escarba. Te voy a dar una cita un poquito antes de lo previsto.
-No se fía usted de que no vaya a llegar, eh.
-Vaya, así es. Y otra cosa te digo: si falla alguien que seas tú.
-Así será, doctor, es lo natural.
-Un beso grande, por si es el último.
-Venga.

Siempre nos despedimos igual. Y siempre acude a la siguiente cita. ¡A ver si un día el que va a faltar voy a ser yo, coño ya con la vieja!


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Muchachas y muchachos: vamos a darnos un respirito de cara al verano. No os prometo la abstinencia absoluta, es posible que algún paciente concreto me provoque con alguna salida y no pueda reprimirme pero mi intención ahora es ultimar el libro y avisaros para la presentación.
Besos para todas, un saludo cordial para todos y buenas vacaciones.

Hasta que nos veamos en mi pueblo o hasta septiembre. 

domingo, 23 de junio de 2013

Médico de pueblo.


Ni me he enterado. Me tumbo boca abajo en la camilla de la consulta mientras Antonio saluda al personal del ambulatorio y le explica lo que pasa, la Peque y Victoria me bajan los calzones hasta una bajura prudente, de reojo veo a mi amigo entrar con pintas de cirujano, me espurrea el culo con un líquido gélido que anestesia de frío, a ver, coge esta plaquita con la mano, esto para qué es Antonio, para que no te dé la corriente,  ¡pero me puede dar la corriente? No, pero cógela. ¿Duele?, me pregunta al primer chispazo. No. ¿Has notado algo? Un pellizquito. Ea, pues ya está. ¿Ya, coño, tan pronto? Ya.

Ayer tarde, sábado, estuvimos en Adamuz. Acierto pleno. No sé si la cosa surgió de manera espontánea o si ya  la tenía planeada el zumbón de mi amigo el Pintor. Da igual. Yo creo que mitad y mitad. Antonio tenía decidido que era el día para quitarme de una vez un garbanzo pendulón que me cuelga de mi nalga izquierda, una marca de familia. Debió imaginar que después de un copioso y "colesterólico" almuerzo en El Carpio, en la casa de Sebastián y de Pepi, y tras una agradable sobremesa con otros amigos cordobeses, seguida, naturalmente, de una siesta reparadora, sería el momento adecuado para engatusarme. A la hora de la despedida me sorprende con un "nosotros cuatro tiramos para Adamuz"; "Antonio, que estamos mu cansaos", protesta Victoria, "si vamos al pueblo no tendremos ganas de salir esta noche"; "no seáis tan tiquismiquis, está a un paso, y quiero que José María vea mi consultorio, joer".

Un camelo, como os digo, lo que quería era meterme mano. Más de un año lleva el pobre con el afán de extirparme la dichosa verruga con su bisturí eléctrico, también por presumir un poco, vaya, que veamos que él también sabe de cosas que yo ni me atrevería a intentar. Y yo, siempre reticente, siempre con excusas. Hoy no te escapas, supongo que pensaría. Distraído como voy al volante admirando el trueque tan rápido de un paisaje ribereño a otro de sierra y dehesa, tardo en apercibirme de lo que sale de su boca.
-Fíjate José María qué oportunidad.
-Dime, dime.
-Na, que se me está ocurriendo que ya puestos..., que te quito la verruga, ea.
-Ah, eso, vale... -le respondo de manera automática, como quien no está prestando atención alguna. Hasta que caigo-, ¿cómo has dicho, tío? Mariconaso, lo tenías preparado, eh?, mira tú el suavito...-. Y los tres se mean de risa a costa de mi sorpresa.
- Hoy o nunca. No me digas que la ocasión no lo merece. Venga hombre, asúmelo de una vez, ahí con dos cojones.
-Pero, oye, ten cuidado, ya sabes, mi taquicardia, que estoy tomando aspirina, a ver si voy a sangrar mucho...
-Cagao, más que cagao, si no fuera por eso, por lo cagao que eres hasta me molestaría que no te fíes de mí.
-Sea lo que Dios quiera.

Hasta ahí, lo previsto por mi amigo. Verruga achicharrada en un parpadeo y a otra cosa. A partir de ahora lo improvisado. "Vamos a subir por esta calle, a la sombrita, que os voy a llevar a un Mercado Medieval". "Ofú Antonio, con toa la calor..." El mercado tuvo la curiosidad de que todos los puestos estaban dominados por mujeres. Dice Antonio que Adamuz parece, en ese sentido, un pueblo gallego en donde las mujeres llevan el manejo de casi todo. Naturalmente, la Peque compró algo de artesanía popular y yo pasteles caseros para el desayuno de hoy domingo. Visitamos la casa de la cultura, una iglesia a mitad de calle y paseamos largo rato para rebajar la pesadez del condumio. Muy agradable.
El recorrido de esa calle principal del pueblo fue para mí especialmente entrañable. Siendo Antonio el protagonista, yo me he sentido igual o más emocionado que él. He revivido escenas ya olvidadas de nuestros viejos tiempos en Villaharta y en Peñarroya cuando ambos éramos médicos bisoños y valientes. Médicos de pueblo. Cada dos pasos tenemos que parar para que Antonio salude a esta abuelita en silla de ruedas carcomidas por la artrosis ambas, la abuela y la silla, o a este hombre rústico con su vasito de vino de un puesto de más arriba, pruébelo usted don Antonio, buenísimo, y tu tensión qué, no abuses hombre, por un día no pasa na, don Antonio, o a este grupito de jovencitas ataviadas de doncellas que le espetan con picardía, don Antonio esta noche no estará usted de guardia ¿no?, por si llegamos algo bebidas, o a su propia enfermera, convertida hoy en aldeana que regenta un puesto de pestiños en forma de tejeringos, o a gente que, sin pararnos, cuchichea por lo bajo, mira, es don Antonio ...¡Qué bonito! De verdad. He sentido mucha envidia sana de mi amigo.

A la salida del pueblo me hace dar una vuelta, métete por aquí, que no tío que es dirección prohibida, ah sí, por la siguiente entonces, hay que ver que no sabes ni circular por tu pueblo, oye; que no es mi pueblo, que sólo llevo aquí cuatro años; ¿y te parece poco? Anda, aparca aquí ya. Y nos lleva el buen hombre a una casa particular. ¿Qué trampa es ésta Antonio? Calla coño. Nos abren dos viejas y un viejo. "¿Cómo está hoy Ana María", pregunta el médico, "¿está visitable?" "Sí, sí, claro que sí, pase usted don Antonio, por favor pasen ustedes". La primera habitación a la derecha es el dormitorio de Ana María. Bueno, lo que queda de Ana María. Es una pasita de ciento un años que ocupa menos cama que mi perrita Pegui. Arropada hasta el cuello, sólo le vemos media cara. La otra está invadida y comida por un tumor cutáneo que parece haberle crecido a borbotones. Siendo todos sanitarios, aún así resultó una cosa impresionante. Tenía que habernos puesto sobre aviso el "guevón" de mi amigo. 

-Ana María -la saluda el médico- que me he enterado que el otro día estuvo aquí el obispo visitándote.
-Sí -se despabila pronto al detectar visita-, y me dio la comunión y todo.
-Ea, pues hoy te traigo yo al mejor médico de Sevilla, pa que veas.
-Mucho gusto -dice la pobre-, mu agradecida.
-¿Cómo se encuentra usted hoy? -me acerco a ella y le paso mi mano por la frente.
-Mal, como todos los días, hijo.
-¿Por lo de la cara?
-Por todo, hijo, por todo. Lo de la cara es un cáncer, yo lo sé, no hacen falta tapujos. Y además que ya me he acostumbrado. Como no me miro al espejo...,pues, ya está. Lo único que no veo casi ná por este ojo.
-Por la catarata ¿no?
-¡Qué va hombre! Porque el tumor me tapa casi el ojo, ¿no lo ve?

El desparpajo y lucidez que muestra nos hace reírnos a todos. Es una anciana entera que según se entona con la conversación deja salir una voz, un pensamiento y una energía insospechados. No permite que la saquen de su casa, casi ni de su dormitorio. Tiene sus ideas clarísimas, salir sólo con los pies por delante. Antonio lo ha intentado todo para que la operen o le den radioterapia. Los especialistas del Reina Sofía se ha quedado con dos palmos de narices esperándola. Nada. No sale de su cuarto.

-Pero Antonio ¿por qué no la obligas más? -le insisto una vez en la calle-. Yo apuraría un poco.
-Imposible. Ella se niega en redondo y yo la respeto. Es más, hago cosas con ella con las que no estoy conforme, sólo porque ella me lo pide. Encima de cómo está la pobre, para negarle algo. Me pide inyecciones, inyecciones, que una untura, untura, que tal calmante, ahí que lo tiene. Por lo menos que no se sienta desasistida.
-Lo que tú digas, tío. El que la lleva la entiende.

Hoy, os lo repito, le tengo un montón de envidia a mi amigo. Envidia sana. Porque tenéis que saber que yo no me hice médico para ser un figura en Colagenosis ni para ser jefe de servicio ni para obtener el reconocimiento en mi hospital. Cosa distinta es que luego las corrientes marinas de la vida, la fortuna, determinadas decisiones, las oposiciones..., hayan empujado mi barco hasta este puerto sevillano. Me hice médico para ser lo que hoy es Antonio, un hombre bueno, un hombre cercano y cariñoso que cuida de la salud de la gente humilde. Un médico de pueblo. 

viernes, 14 de junio de 2013

Mi penúltima imprudencia.

Bien podría achacárselo al reciente exceso de euforia producida en mi cuerpo por los corticoides o por el mismo tiroides. Pudiera ser. Pero no. Esto es un continuo en mí, una línea de conducta. Soy un médico imprudente. Me lo dice Cipri, me lo repite la Paqui, lo pensáis los demás. Y yo lo admito. Hoy, una nueva imprudencia. No será, me temo, la última.
Primero, reconocer que la muchacha está de muy buen año y que su madre, que la acompaña, también, y ambas con ganas de cachondeíto. Y ya está, yo no necesito más que un resquicio de confianza para lanzarme. Lo mismo que soy un cagado para asuntos de más enjundia, en las relaciones personales me salgo.
Tiene la chica una enfermedad rara. No es grave, si lo fuese no podría estar tan "güena". Tengo en mi consulta tres casos más como el suyo. Todos van bien. Resulta que desearía quedarse embarazada pero, ya sabéis, la gente, más imprudente aún que yo, le mete miedo, que si vayamos a que sea algo hereditario, que si vayamos a tener malformaciones fetales, que si el riñón va a acusar mucho un embarazo...Tenemos la manía de ayudar fastidiando, oye.
-¿Con esta enfermedad puedo quedarme embarazada? -me pregunta. Y en su mirada hay una chispa que me encandila.
-Con la enfermedad misma, no, pero con un buen maromo, sí. -La madre da un chillido que llega a Bellavista.
-¡Ay Dios mío, qué hombre más gracioso!
-Bueno, vale -se repone la muchacha- quiero decir si usted me lo aconseja, si hay alguna contraindicación, hombre.
-Ningún inconveniente. Esta enfermedad no es hereditaria ni afecta para nada al normal desarrollo de un embarazo. Por mi parte, adelante. Estás en la edad.
-Ea, mira qué bien -salta la madre-, el problema es ése justo que usted ha dicho..., que le falta el maromo, que ninguno de los novios que ha tenido le viene bien, que se conoce que es mu delicá pa los hombres...Y así cómo se va a quedar...?
Entonces es cuando me entra esa especie de inspiración ingeniosa, ese natural imprudente heredado o aprendido de mi padre, ese momento delirante que un día me costará un disgusto. Y con toda la guasa del mundo le suelto:
-Oye, que aquí uno...,en fin, que está disponible para lo que haga falta.
Y, de repente, un coro espontáneo de madre, hija, mis dos estudiantes, Pilar la enfermera y Magdalena la auxiliar entona una sarta de  carcajadas estentóreas y desafinadas que llegan a alarmar al pasillo entero de las consultas.
Tonterías. ¿Qué iba a hacer yo con un bombón de 22 años? El ridículo. Derretirme vivo.

miércoles, 12 de junio de 2013

El queso, los ratones y los médicos.

Después de veintisiete años en Valme, mi hospital, veo, por primera vez, un terrible desencanto en gran parte del personal. Y donde más lo aprecio, lógicamente, es en mi propio servicio. Por ser al que mejor conozco. Siempre ha habido algo de esto, es natural, todo el mundo no puede estar contento con todo lo que sucede en un lugar de trabajo tan complicado y exigente como es un centro sanitario. En nuestro pequeño universo son habituales las rencillas, los celos, las comparaciones maliciosas, las zancadillas, las maledicencias...,en fin, qué os voy a decir, la bata blanca, al igual que la sotana, no imprime carácter ni es garantía de magnanimidad. Debería serlo, pero no lo es. De acuerdo, siempre ha habido cosillas, pero nunca como ahora.
 
En lo que respecta a los médicos, las medidas de recorte que están causando más daño no son, como podría en principio parecer, que nos hayan metido mano en el bolsillo, que también, sino la contratación de eventuales al setenta y cinco por ciento. Os explico: cada médico ha dejado de percibir entre quinientos y mil euros al mes por distintos conceptos retributivos. Pero si los médicos ganáis  un dineral, diréis. Un dineral, digo yo también. Sobre todo si lo comparo con lo de tantísimos mileuristas o con los seis millones de parados. Una miseria, si lo comparamos con lo que se embolsan algunos politiquillos y politicazos. Pero, en fin, no nos vamos a comparar con gentuza (al hablar así de los políticos hago excepción expresa de nuestro amigo Manolo, eh). Ahora, mil euros menos escuecen, en eso estaremos todos de acuerdo. Y es comprensible y humano sentirse cabreado y menospreciado. Más aún cuando nuestros excelentes gestores y honestos políticos nos ponen a los pies de los caballos pretendiendo mensajes engañosos a la población negando ni la más mínima merma en la calidad de la  asistencia. Ellos tan panchos en su moqueta. Con todo, apechugamos.

Los contratos eventuales al 75% son un auténtico descalabro en la organización del trabajo diario. Eso, y no otra cosa, es lo que nos tiene desquiciados. Por lo menos a mí. En nuestro servicio tenemos a siete médicos contratados de esta manera. Cada uno libra dos días en semana, un día por la reducción del contrato, otro por saliente de guardia. Si de cinco días laborables trabajan sólo tres ¿qué continuidad pueden ofrecerle a sus enfermos? Precisamente la continuidad, la asignación de cada paciente con su médico es una de nuestras principales e irrenunciables banderas. Los pacientes y los familiares andan como locos sin saber quién sea el médico responsable ya que cada día, o casi, pasa uno distinto. Hemos intentado, en estos meses últimos, otras distintas formas de distribución del trabajo, hacer librar a los eventuales una semana entera al mes, no librar y acumular días...pero no ha resultado, cualquier propuesta parece tener más inconvenientes que ventajas. Es muy duro admitirlo, pero desde un punto de vista organizativo hubiese sido más eficiente despedir a tres compañeros y dejar al resto al 100%. No desde luego desde un punto de vista laboral ni humano, claro que no.

Muchos meses ya de crispación. Se nota en todo. La gente salta por nada, las sesiones clínicas han diezmado la concurrencia, los desayunos  han empobrecido su contenido coloquial, parece que no nos dejáramos ver como antes..., se mastica el descontento. Y así no se trabaja bien.

En este contexto desacostumbrado, hace unos días uno de nuestros médicos nos envió a todos un e mail corporativo incitándonos a una reflexión seria y moderada sobre la situación tan extraña que estamos viviendo. Precisamente un médico de los más damnificados. Pretende una sesión conjunta y bien organizada para conseguir un posicionamiento común en todas estas cuestiones que os estoy refiriendo. Hasta ahora, en muchas de nuestras sesiones ha habido, sí, opiniones para todos los gustos, lo que se dice tormentas de ideas, y finalmente, la decisión última del jefe. Y este médico, muy acertadamente, propone otra cosa. Que cada uno, desde la reflexión razonada en casa, vaya cargado de razones que aporten, no que dividan. Y para ir abriendo cuerpo nos envía un librito on line que, según él, puede ayudarnos a adaptarnos al cambio que se nos ha impuesto. "Quién se ha llevado mi queso", se llama el librito. No sé si lo conocéis. Es un fábula de éstas con finalidad de autoayuda que trata, de una forma algo infantil, el tema de conseguir objetivos y finalmente la felicidad mediante la búsqueda incansable de soluciones y mediante la adaptación a las imposiciones de una realidad casi siempre hostil y cambiante. Dos ratoncitos y dos liliputienses se las ingenian de distintas maneras para conseguir sus depósitos perennes de queso, el sumum de la felicidad en su mundo minúsculo e inocente.

A mí, la verdad, me ha parecido bien. En realidad, yo apruebo cualquier iniciativa que ofrezca un mensaje positivo. No me va lo de la catarsis colectiva, me parece destructiva. Bueno..., pero a algunos compañeros les ha sentado muy mal. No sé cómo va a salir todo esto. La reunión es para mañana, jueves. Han escrito en sus e mail de contestación que les parece una broma de mal gusto, que si un cuento chino, que si una forma de resignarse y claudicar, que lo que tenemos que hacer es seguir reivindicando...Uno de ellos tiene toda la gracia, va y le contesta: oye, muchacho, cuando leí el librito pensé por un momento que mi mujer le habría echado alguna seta alucinógena al arroz. He delirado.

Pero este muchacho no se amilana. Ha contestado también. Y yo me alineo con él, quizás no en todo, pero sí en lo sustancial. Mirad lo que, más o menos, contesta. Algo así: ¿Hasta cuándo va a durar esto?, ¿vamos a estar siempre cabreados? Yo he pasado ya la fase de indignación, ahora estoy en la de aceptación, que no es lo mismo que resignación. He sido, todos lo sabéis, quien más me he señalado en esta brega, he salido cada mañana a cortar la carretera de Bellavista, mientras vosotros permanecíais cómodamente instalados en vuestros despachos de trabajo, me he arriesgado ante la dirección, pese a la precariedad de mi contrato, dimitiendo de tutor de residentes y de la comisión de seguridad del paciente, he interpuesto una querella contra el SAS por el atropello laboral a que nos somete, yo por mi cuenta, y la he perdido...Soy, honradamente, quien más motivos tengo para quejarme. Y he luchado. Pero ya está, hasta aquí hemos llegado. Y ahora, después de estos meses de lucha y de reflexión, os digo que soy un hombre afortunado, que todos nosotros somos unos privilegiados. ¿Acaso no os dais cuenta de lo que está pasando fuera? Tengo amigos y familiares tan licenciados, tan responsables y tan capaces como cualquiera de nosotros, que han tenido que emigrar a Alemania, al Reino Unido, a los Estados Unidos; tengo familiares a quienes doy dinero, una especie de mini sueldo todos los meses a cambio de chapuzas en casa...Soy un privilegiado porque puedo ver a mi mujer y a mis hijos cada día, porque trabajo en lo que me gusta y en mi propia ciudad, porque si mis padres enferman me tienen, los tengo, al lado...¿quién puede hoy presumir de eso? Todos nosotros. Pues eso. 

Y yo me digo: me cachis ya, me has quitado las palabras de mi boca, tío.   
 
 
 
 

sábado, 8 de junio de 2013

Orgullo de hijo.

Este hombre no da crédito a lo que está viendo. Se detiene en el mismo umbral de entrada a la ermita, mira a su alrededor como si se creyera soñando, se ríe con esa risa tan suya, tan jejejejeje burlona, ¿quién ha inventado todo esto?, me pregunta cogido a mi brazo, todos nosotros, papa, le respondo también yo emocionado. "Esto es lo más grande que me podía pasar, ya puedo morirme cuando sea". Noventa años. Hoy los cumple.

Mi padre es un tío especial. A mí, concretamente, me tiene cogido por los cataplines, me rindo a su persona, a su capacidad, a su genio. Y a mis hermanos, igual. Ya os he hablado otras veces de sus cosas, no me pondré empalagoso. Sólo quiero recalcar la emoción y el agradecimiento que debo a la vida por haber sido graciosamente regalado con un padre como éste mío, un padre total, un padre bueno, un padre eterno. El día lejano que nos deje pienso reclamar al destino por llevárselo. No deberían irse personas como mi padre. Son necesarias. Un hombre positivo, alegre, capaz, con la curiosidad de un crío, a quien todo le viene bien, que se adapta a todo, cariñoso, ejemplo perenne para sus nietos y bisnietos y que, pese a su edad, sigue marcándose retos imposibles. Ya que no podremos evitar su marcha, me conformaría con que al menos uno de nosotros, un escogido de entre sus veintitrés vástagos, tuviera el don de conservar su molde.

El cortijo luce hoy un algo singularmente atractivo, parece como más nuevo, será, tal vez, por recién encalado, el patio central se me antoja más ancho, la parra fresquita y centenaria que hunde sus raíces en las entrañas del aljibe me devuelve cincuenta años atrás y me veo de charla animosa con mi abuelo Manolo y con don Bernardo, es tontería lo del seminario, se quejaba mi abuelo, este crío tiene el ojo muy vivo, nuestra antigua casa, abierta esta mañana para la ocasión, parece un museo privado que hubiese sido despojado, quedan las paredes, la cocina, la despensa, tan angosta  que me parece ahora milagroso que mi madre dispusiera en ella de una media cama de reserva, los dormitorios... como testigos inertes de nuestro primer hogar familiar, persisten, sí, al menos para mí, los fantasmas de los que por allí  vivimos tantos años tan felices. Puedo ver a mi padre echando su siesta de bruces sobre el hule aún con migajas, a mi hermana Josefa, feminista precoz, mascullando protestas por la vagancia doméstica de los varones de la casa, a mi madre, siempre apaciguadora, chiquilla déjalos que descansen un rato, que ya mismo los está reclamando su amo...La Capilla, el cortijo de mi padre, el cortijo del chacho Juan, decía mi primo Santi de chavea, nuestro cortijo.

"Papa, antes del restaurante vamos a pasarnos por la Capilla". "¿Y eso?". "Es que los señoritos quieren felicitarte". "Estupendo". A mi padre todo le parece estupendo. Toda nuestra familia y gran parte de la familia Carreira que él conoció y conoce como propia le esperan ya desde hace rato en el patio de la entrada. "¿Nos vamos por el Realengo, papa?" "Ni se te ocurra, esa carretera está infernal, te tiras por la general". Faltando un kilómetro me meto por un carril de servicio, un camino rural para tractores, más que nada para verlo disfrutar surcando las estacadas de Sierra Morena y la de los Pechos de la Seña. Mi padre se embelesa con el campo, si pudierais verlo en este momento os parecería que, desde el coche, va saludando, uno por uno, a todos los olivos que se le acercan. La querencia. Hay química entre mi padre y los olivos. Hay que ver lo poco que nos parecemos en eso!

Lo tenemos engañado. Trabajo ha costado porque el Chemita y el Carmelo han estado en un tris de meter la pata, el uno, el más chico, por travieso y sinvergüenza, el otro, el Carmelo, por despistado y basturrón. Lleva mi padre un mes anunciándonos un convite de postín para su cumpleaños, "Que ya he sacado el dinero del banco y todo, nene". Comeremos, ya esta apalabrado, en un restaurante de Alameda. Nuestro regalo de cumpleaños va a consistir en algo inmaterial, algo que le va causar una emoción inigualable para él, una impresión que, esperamos todos, no sea de muerte. Pero casi. Vamos a ofrecerle una misa privada, solamente para los Carreira y para nosotros, en la capilla de su cortijo. No podéis imaginar lo que eso supone para él. Ya había sucumbido, se había hecho a la idea de que jamás verían sus ojos a toda su familia reunida ante el altar, quién le iba a decir que casi todos sus hijos, sobre todo el mayor, antiguo seminarista, el otro más chico, el de Almería, y todos sus nietos le iban a salir tan descreídos. Todo va a resultar bien, ya veréis; don Lorenzo, el cura, se ha prestado generosamente, "Por tu padre, lo que haga falta", pese a tener un día tan atareado por ser el Corpus; mi Carmen, mi sobrina Mari y la Ana María han ido dos tardes al cortijo a adecentar y preparar la capilla; mi hermano Juan ha dado aviso a los  señoritos... Él, mi padre, nada sabe, nada se huele. Cree que vamos al cortijo a saludar a don José y luego seguir para Alameda. "¿Dónde llevas el dinero, papa?" "Aquí, en el bolsillo de atrás". "¿Cuánto?" "Mil quinientos euros, tres bin laden, habrá bastante, niño?". "Habrá, papa".

La entrada triunfal en el cortijo me recuerda por un momento  la primera vez que el obispo de Córdoba vino a Palenciana a confirmar. El mismo gentío que abarrotaba la plaza entonces me parece ver ahora en el patio de la Capilla esperándonos. Sólo faltan las banderitas. Muy emocionado, mi padre recibe las felicitaciones y los abrazos de todos. Especialmente emotivos los saludos, los besos y los achuchones de hombres y mujeres, ya casados y con hijos, que fueron en su día hijos chicuelos de señoritos que se entretenían con mi padre como si fuese su abuelo. "Juan, venga usted y se sienta en los bancos de la parra, que vamos a jugar como cuando éramos chicos", le dicen la María y su hermana Mariguí, mujeres ya cincuentonas. Mi familia ha considerado este gesto de los Carreiras de acudir en piña a vivir estas horas tan especiales con mi padre como una acción buena, la más noble y agradecida de todas las posibles.

Pero quedaba aún la gran sorpresa. A la media hora de cháchara, de venga Juan por aquí, venga usted Juan por allá, mi padre empieza a cansarse. "Oye, vámonos ya pa comer, ¿no?" "Aguarda, papa, que estamos esperando al cura". "¿Al cura?" 

Es fuerte mi padre como el chaparro del "Perezón". De cuerpo y de ánimo. A cualquiera otro le hubiera tumbado la emoción al pisar esta capillita después de tantos años y encontrarse a don Lorenzo de frente, en el altar, ya emperifollado con los aperos y abalorios litúrgicos; al mirar para atrás y ver a toda su historia personal representada en toda la gente que quiere, allí con él, a oír misa con él, lo más grande del mundo; al recordar que ahora, en este preciso momento, echa mucho en falta a dos personas tan queridas para él, personas que, aunque sin duda presentes y a su vera, no le son visibles y no puede abrazarlas como a él le gustaría. Pero él no, él no se derrumba tan fácilmente. Con ojos gastados y vidriosos mira a todas partes, nos mira a todos, se ríe nerviosamente, "niño, ¿quién ha inventado todo esto?". "Todos nosotros, papa, tu familia". "Esto es lo más grande del mundo. Ningún regalo como éste".


Así es mi padre. Por muchos años más.

lunes, 3 de junio de 2013

La bulla me come.

En los últimos días he recibido quejas amistosas y bienintencionadas de alguno de mis más fervientes lectores por el desacostumbrado retraso en la salida de nuevos relatos. ¡Oye!, como dicen los cordobeses castizos, ¡que las criaturas no "semos" escopetas!

Han coincidido varias circunstancias: mi dolencia cardíaca y de tiroides, de las que gracias a Dios y a mi médico ya me estoy alejando; la elaboración minuciosa de la declaración de la renta de la Peque y mía (que resulta que al superar equis miles de euros anuales no nos proporcionan cita previa, ¡pero si este año hemos ganado menos..!), y, por último, pero lo más importante, por haber estado atareado en la preparación de dos eventos de singular emotividad para mí, el nonagésimo aniversario de mi padre y el sexagésimo cumpleaños de Jaime. La bulla me ha comido.

Os pido paciencia. Ahora tengo que centrarme en ultimar el borrador del libro del que os hablé. Es una selección corregida de los artículos más leídos de este blog. Se va a titular: historias de mi consulta y otras imprudencias. He considerado otros títulos, por ejemplo, medicina emocional, el médico imprudente, la cara humana de la consulta, consulta y confesionario, secretos anónimos de mi consulta...

Como hay tiempo, acepto sugerencias. Venga valientes, que es por una buena causa. 

Satisfacción.

Hoy he visto en la consulta a una ciudadana alemana que lleva diez años viviendo en España. Como, total, no vais a saber quién es os diré su nombre en bárbaro: Belau Baerbel Liesel. Tiene guasa la cosa. Le da un aire a la Merckel, oye, pero de gesto más suave. Viene acompañada por su marido, un español germanizado de cuando la emigración. Y viven ambos, sin hijos, tan ricamente en uno de nuestros pueblos de por aquí cerca. ¡Suerte de jubilados!

Lo que ambos me han dicho al término de la visita no ha sido nada novedoso ni original, nada que no haya oído ya muchas veces antes y que espero seguir oyéndolo de boca de mis pacientes, esto es, palabras de agradecimiento por el trato y por las explicaciones dadas en lenguaje coloquial y comprensible para ellos. Pero ha habido más. Y este plus de comunicación es algo que te llena de satisfacción. Tardan cinco minutos en despedirse de mí porque no quieren irse sin agasajarme con unos argumentos contundentes.

-Doctor, que sepa usted que mi marido y yo nos vamos muy satisfechos.
-Gracias, eso es lo que siempre pretendo.
-Pero además, que la consulta ha sido instructiva para nosotros. Hemos aprendido hoy de esta enfermedad más que en todo un año que llevamos arrastrándola.
-Pero bueno hasta ahora ¿dónde la han visto a usted?
-En Stuggart, médicos de allí.
-¿Y no le han explicado estas cosas que yo les he dicho?
-Para nada. Es la primera vez que en mi consulta médica ha habido un diálogo. En Alemania son monólogos, sólo hablan ellos y con mucha prepotencia. -Y ahora salta el marido:
-Tenemos en España la mejor medicina del mundo. Nosotros, por suerte o por desgracia, conocemos el sistema sanitario de Alemania, de Bélgica, de Holanda...Nada que ver con el nuestro. Allí priman los números, las estadísticas, el gasto, cosas muy ajenas al interés del paciente. Aquí es otra cosa, la medicina aquí es mucho más humanizada -y remata ya en la misma puerta- . Y no comprendo cómo la gente no sale a la calle ante tanto recorte. Y no sólo eso, sino que no vea con buenos ojos las huelgas en sanidad. Los usuarios somos los que deberíamos de protestar y aunar voluntades. Falta mucho civismo en España.

Aunque lo comparta, no me atribuyáis a mí este pensamiento. Es de ellos. Y pienso, ¡hay que ver!, todavía los "sioputas" éstos alemanes nos aventajan  unos pocos de años. En civismo, me refiero.

Pero en fin, no todo el monte es orégano, aquí también tenemos prepotencia y falta de comunicación por parte de algunos médicos, de todo hay, y uso inadecuado de los servicios sanitarios por parte de la población. A mi entender, la fortaleza principal de nuestro sistema radica en la universalidad y en la accesibilidad. Si entre todos, usuarios, personal sanitario y administración lográramos un uso "racional" del mismo estoy convencido de su sostenibilidad.

Que así sea.