domingo, 13 de diciembre de 2015

Mi primera Navidad

Debió ser la de 1956 la primera Navidad de la que yo guarde algunos recuerdos sueltos. Con 4 añitos recién cumplidos.
 
Nunca me ha dado por estudiar por qué no recordamos nada de los primeros años de nuestra vida. Lo más fácil es achacarlo a la inmadurez de nuestro cerebro infantil. Pero le preguntaré al Pintor, que sabe mucho de esas cosas.

Almaceno en mi cabeza ramalazos de vivencias, quizás más sentimientos que verdades contrastadas.

La eterna congoja de mi madre por la muerte de mi primer hermanito Manolo, a los ocho meses de vida, me ha perseguido muchos años. Aquél era un querubín grande y orondo, más hermoso, si cabe, que mi Manolo el de ahora. Aquella tristeza, creo, la marcó para siempre. Nunca he visto a mi madre reírse a carcajadas. Yo tenía tres años, y me entristecía mucho viéndola triste a ella. Su mirada lánguida y su sonrisa tristona han sido testimonio vitalicio de aquella pérdida.

Por ese tiempo, más o menos, mi padre me llevó al Convento, una especie de centro de preescolar adelantado a su tiempo. Además de cuidar de nosotros, las monjas nos enseñaron las primeras letras, a leer y a escribir. Yo sabía leer y escribir antes de ir a la escuela. Imborrable en mi memoria la imagen del primer día cuando mi padre, vestido de limpio para la ocasión, me presentó a sor Josefa y me dejó a su cuidado. La misma cancela, la misma campanilla que mi padre tocó aquel día permanecen inalterables en el zaguán del Convento. 
 
Recuerdo también un viaje a Córdoba, a visitar a mi chacha Josefa, que vivía en una casita baja, en todo lo hondo de lo que hoy es la Avenida de Vallellano. Por donde el antiguo cementerio de la Salud. Fijaros qué nombre para un Camposanto. Creo. Mucho antes de que se trasladaran a la Comandancia de la Guardia Civil. Es tontería preguntarle a mi padre, se inventa lo que no recuerda. Me veo yo sólo con mis padres, sin mi hermana, yendo a pie a todos lados -mi chacha era una andadora maratoniana, "Niño, eso está ahí mismo"-, cansado y con muchas ganas de volver al pueblo. Para que veáis que no es coña, que mi desapego a los viajes viene desde chico. El único consuelo era a la hora del almuerzo, nunca ha catado mi exquisito paladar el sabor y la textura, únicos, que le daba mi chacha a las papas fritas de entonces. Pasado el tiempo, ya en el seminario, esta misma chacha Josefa era quien me surtía de chucherías en la talega de la ropa limpia. Cosa de más que eterno agradecimiento; pero por muy goloso que uno fuera -y sigue siendo-, si me preguntan por ella siempre la asociaré con aquellos rebosantes platos de papas fritas con huevos. ¡La necesidad que uno ha pasado!...

Recuerdo -esto con más nitidez- una noche en La Capilla durmiendo en las cuadras de las mulas con mi abuelo Manolo. Lo más parecido a un portal de Belén. Mi abuelo vivía todo el tiempo en el cortijo, era "El Pensaor", nunca he sabido si por su memoria prodigiosa y su ingenio o si por ser el encargado de echar el pienso a los animales. Da igual. Era un figura. Un hombre alto, algo cargado de chepa -como servidor-, nariz de Cívico y mirada amistosa; un hombre bondadoso e inteligente que, sin agenda ni papeles, llevaba en su cabeza la genealogía de todos los cuadrúpedos del cortijo: acémilas, borricos y hasta cochinos. Sin televisión ni isobaras ni Mariano Medina, era el predictor oficial del clima, el referente del tiempo. Interpretaba las señales del firmamento según una antigua ciencia -las cabañuelas- heredada de su padre, Manolo "Piriles". Y debía de acertar porque la gente se fiaba de sus veredictos. "Manolo -le preguntaban en las noches inciertas- ¿saldremos mañana al campo?" Y según dijera, así hacían. Mi padre me llevó un fin de semana al cortijo a ver a mi abuelo. Y sin duda, la experiencia de dormir entre la paja rodeado de mulas debió ser más intensa que la de vagar por Córdoba porque mis recuerdos son más cercanos. No tuve miedo. Los animales respetaban tanto a mi abuelo que jamás se me hubiesen acercado lo suficiente como para asustarme. Cada uno en su pesebre, diez a cada lado de un pasillo central apenas tristemente iluminado por un par de bombillas mortecinas por la pátina de polvo y telarañas de tiempo inmemorial. Tuvimos la suerte de que no se fuera la luz, cosa frecuente, y no necesitamos usar los carburos. Fue una experiencia muy placentera, y si tardé en dormirme no fue por aprehensión o incomodidad sino por la cháchara interminable de mi abuelo, que no era de jaculatorias ni de rosario sino de historias del cortijo y los amos.
 
En mi primera Navidad recordada sí que está presente mi hermana, claro. Siendo un bicho, como era, y dos años largos mayor que yo,  no conocía todavía, sin embargo, lo de los Reyes Magos, lo del engaño piadoso e inocente. Ella creía en los Reyes a pies juntillas y me transmitía esa fe con una vehemencia de catequista. Pero también con la ilusión y el misterio que sólo puede desprenderse del alma de un niño. Por entonces la Navidad de los pobres consistía en pedir el "aguilando" canturreando villancicos en las casas de los parientes la tarde- noche del 24 de diciembre, la Nochebuena, y la mañana, la más deseada de todo el año, del 6 de Enero, el día de Los Reyes Magos. Mi hermana era un demonio y yo un tontorrón asustadizo. Se iba con sus amigas, en pandilla, a pedir el aguilando con panderetas y zambombas casa por casa, sin ningún reparo. Era la jefa, la mandona, la avalaban su descaro, su frescura, su voz y su alegría natural. Así la recuerdo de niña. Yo, sin embargo, me juntaba, creo, con Juan el de Chaparrito y con "El Botón", a cual más corto de ánimo, y pedíamos solamente en las casas de nuestros chachos y padrinos portando por todo instrumental un almirez con su maja y una carraca de platillos. Ella se recogía a las nueve de la noche con un montón de pesetas y de reales, y yo estaba en  mi casa al anochecer con cuatro perras gordas. Mi día bueno de Navidad, de verdad, era el de Reyes: ese esmero en preparar bien limpitas las botas y alinearlas detrás de la puerta; esa botella, ya empezada, de aguardiente de Rute, seco, "pa la garraspera", con sus tres copitas... Ese no querer dormirte para escuchar los cascos y el rebuzno de los camellos al paso por tu calle, por tu puerta... y finalmente ese caer rendido en la cámara de mi abuela atendiendo los consejos de mi hermana, que no se me fuera a ocurrir despertarme antes que ella y bajar solo a la puerta... ese salir corriendo escaleras abajo nada más despuntar el día con mi hermana por detrás gritando "primero yo, primero yo"... Y llegar, con la respiración entrecortada... para comprobar que habían estado allí los Reyes, que era verdad, que las copitas tenían aún un culillo de aguardiente, que la botella estaba menos que media, que en las botas habían dejado cucuruchos de merengue, zambombitas de dulce, chupa chups y roscos de vino de la Antequerana, y que al lado de las botas de mi hermana había una muñeca rubia con pecas -como ella misma-, y que en mi lado había un tambor de verdad con sus palillos de verdad y con su cinturón, nada que ver con mi tambor casero de lata de atún... El éxtasis. Mucho más, muchísimo más de lo que uno esperaba. Ese año fue el tambor; los siguientes serían la pistolita de mixtos, el arco y las flechas de indios, una cartera nueva para la escuela... Lo que fuera. Siempre la misma ilusión...

No tendríamos que haber crecido. ¡Se vivía tan bien de niño!...
 

12 comentarios:

  1. Bonita y entrañable historia de tus recuerdos infantiles que se puede catalogar como un "bonito cuento de navidad"que algún día leerá y disfrutará tu nietecito Lucas.
    En cuanto al tema de los recuerdos infantiles que planteas se debe a que para poder "formar" recuerdos nuestro cerebro necesita que la zona llamada hipocampo funcione bien y ésto ocurre a partir de los dos años que es cuando empieza a madurar. Como tú sabes en la enfermedad de Alzheimer es esta parte del cerebro la primera que se afecta por lo que al no funcionar bien los enfermos tiene problemas para formar nuevos recuerdos y por eso no se acuerdan de lo que hicieron por la mañana y sin embargo pueden contarnos historias de su juventud al estar almacenados en lugares diferentes del cerebro que aún pueden no haber sido afectados por la enfermedad. Cuando la situación tiene una carga emocional fuerte (tu visita al cortijo) interviene la amígdala cerebral y hace que esos recuerdos sean más intensos. Bueno ya está bien de neurociencia por hoy. Un abrazo

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  2. ¿Veis lo que os decía?

    Gracias amigo.

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  3. José María, tienes la suerte de recordar con el calor del cariño familiar aquellos años de chico junto a tus familiares cercanos.
    Y estoy seguro que si piensas un poco en aquellos días y momentos sientes el olor fresco del campo por la mañana, y el sonido plano y monótono de los mulos en la cuadra pisando el suelo con fuerza.
    Y su calor vital.
    Recuerdos ricos en colores y en olores de nuestra tierra andaluza, para muchos críos de aquella época que tuvimos la suerte de ver de cerca la naturalidad humana y rica de nuestro entorno.
    Que como una savia viva nos ha seguido metiendo en las venas aquel calor de naturaleza y seguridad.
    De lo nuestro, de los nuestros, en nosotros.
    Si compañero, una inmensa suerte el poder revivirlo por haberlo visto y sentido.
    Aquello se podrá contar como lo haces en este magnífico relato que nos ofreces, pero los sabores que atesoraste en tus recuerdos, esos solo son tuyos.
    Para toda la vida.
    Incluidas las enseñanzas y las inclinaciones personales derivadas de la observación de aquellos momentos que se quedaron quietos en tu memoria.
    Un saludo José María.
    Juan Martín.

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  4. Eres un poeta, Juan Martín. Transformas mi sentimientos y mis palabras en poesía lírica, tío.
    Un abrazo y Feliz Navidad.

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  5. Feliz Navidad compañero para ti y tu familia.
    Y un recuerdo sentido en estas fechas para todo el grupo de antiguos alumnos que fuimos de aquel centro fantástico y sus profesores, en el que nos juntamos durante un tiempo.
    Cuando éramos jóvenes de años.
    Y de ilusiones.
    Un abrazo.
    Juan Martín.

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  6. Gracias amigo "Fili", por traernos a la memoria esa intensa niñez vivida. Un abrazo.

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  7. Gracias amigo "Fili", por traernos a la memoria esa intensa niñez vivida. Un abrazo.

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  8. Un cuento de Navidad, verdadero y revivido por ti, por tu buena pluma y con la sencillez que no por menos, tan realista que te hace recordar años tan bonitos. Un abrazo José María.

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  9. Tu precioso "cuento" de navidad es muy parecido a los nuestros. Recuerdos imborrables. Yo de lo que mejor recuerdo, ya apuntaba maneras, era de la canasta de magdalenas, pestiños y mantecados de Estepa, que mi padre hacía bajar de lo alto del armario de su cuarto para compartirlos todos metidos en la misma cama. Después, cada mochuelo a su olivo. ¡qué recuerdos más bonitos! Por eso revivo contigo, querido Fili, tu magnífica exposición de sentimientos. Un abrazo.

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  10. Querido Fili, que bien sabes traer a la memoria de cada uno de nosotros esos recuerdos imborrables, pero que nadie como tú para exponerlos. Me ha parecido estar reviviendo mis navidades. Un fuerte abrazo.

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  11. Gracias a todos, muchachos. Manuel, el otro día he visto una foto del grupo de Madrid donde aparece Jurado Caballero, "el Cochafo". Tú debes de acordarte de él, era de nuestra junta y además del Viso, vecino tuyo. Me dio mucha alegría verlo.
    Bueno, un abrazo.

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  12. Yo no estaba allí, pero por alguna extraña magia mientras te recreabas ese momento, mucho lo vivíamos; tu no lo creerás pero al lado de tu abuelo estaba, conjurada por ti, una multitud embelesada. Un abrazo y feliz Navidad, esperamos un próximo regalo.

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