Mi prima Josefina -lo digo ya de entrada- era la mocita más bonita de toda Córdoba. Capital y provincia. Y mirad que mi hermana Josefa era guapa, un espécimen extraño de pecas y de caoba, pero una hermana no es lo mismo, la tienes siempre al lado, te peleas con ella, la ves en paños menores como si nada... en fin, uno no se enamora de su hermana. Pero mi prima...
En los tiempos de los que os hablo, ella era la prima mayor, la prima por excelencia; otras primas mías aún no habían nacido o eran muy chicas por entonces.
Mi prima Josefina vivía en Córdoba. Cinco o seis años mayor que yo, cuando venía al pueblo con motivo de la Navidad, la Semana Santa o la feria era toda una mocita a mi vera, que tendría yo unos nueve o diez años. Y siendo tan bonita y presumida, en mi casa, sin embargo, se comportaba de una manera sencilla y familiar. Y en las demás casas de sus otros primos. Así la recuerdo. Era mi prima una de las pocas cosas que uno tenía entonces para enorgullecerse delante de los amigos incrédulos. "Vaya nene con tu prima, no está güena, ni ná" -me envidiaba Agundo. Todos los demás primos en edad nos creíamos sus favoritos, lo he sabido después, muchos años más tarde, cuando Frasqui, Blas, Manuel Velasco o Manuel Rivera me lo han confirmado, que ellos se sentían también los más privilegiados, los escogidos por aquella muchacha angelical y linda. Yo mismo me creía especial para ella porque siempre que venía al pueblo, sabiéndome ella tan goloso, me traía a hurtadillas y con nocturnidad, una bolsa repleta de caramelos y golosinas. "Todo para ti. Para ti sólo". Ese para ti solo me hacía sentir único. Lo que pasaba es que esa misma maniobra la repetía con los demás primos. Y así, nos tenía a todos encandilados. ¡Argucias de mujer!
Para lo que mi edad y mis luces daban de sí, yo estaba enamorado de mi prima. Sin haber salido nunca del pueblo, no había visto jamás a una mocita tan espectacular. Parecía una muñeca, pero no una barbi escuálida de las actuales, no; una muñeca muy bien conformada, con sus carnes en sus sitios, sus rizos morunos, sus piernas altas y contorneadas, su falda festoneada, su talle apretado, su pechera justa, su culo respingón... y sus ojos chispeantes. Lo que más llamaba mi atención eran, desde luego, sus ojos y su mirada. Mi hermana Josefa o su prima Luisa le sostenían el espejo de mano para que ella se acicalara y se izara las cejas hasta el infinito. Era lo más expresivo de su cara bonita, sus cejas empinadas. Encima, gozaba de una voz muy femenina, que no ñoña, cantarina y rotunda. De ciudad, se expresaba ante nosotros con una prosodia inusual para nuestro uso rústico, y nos quedábamos embobados. Cuando se volvía a ir para Córdoba yo sentía un cierto vacío en el estómago, una especie de síndrome de abstinencia que combatía contemplando largos ratos una fotografía de primera comunión que mis padres tenían de ella en el aparador. Más de una vez he besado esa foto de manera furtiva. Ya, cuando me fui al seminario, la cosa se enfrió, lógicamente. Estando en san Pelagio iba muchos domingos a comer con ellos, mis tíos y mis primos, a su casa del cuartel, pero ella ya tenía veintitantos años, seguía preciosa, tenía su novio, un tío guapo y formal, y a mí, naturalmente, se me habían pasado aquellas ínfulas de niñez.
Pero aún así, jamás he perdido esa admiración juvenil, inocente y primitiva por mi prima Josefina.
Desde aquí, un beso muy grande para ella. Que sepa que hace ya muchos años cumplió con sobresaliente una misión muy importante, quizás la más importante de nuestras vidas: hacer felices a los demás. Y un deseo, que se tome un respiro de tanto Inserso, que nunca está en su casa cuando mi padre -otro silente admirador- la llama.
Eres un poeta José María, has cantado desde aquella ilusión juvenil, los encantos que adornan a todas nuestras mujeres y compañeras, personificando en la figura de tu prima.
ResponderEliminarLa belleza física de la mujer andaluza, y el encanto interior escondido en la mirada.
Los dulces, amigo José María, los reparten las mujeres desde esa sapiencia infinita que las ha hecho reinas de sus casas. Y a veces verdaderas heroínas, sacando adelante a sus hijos a toda costa por encima del aprecio de sus vidas.
Ellas son esa parte muy importante del ser humano, al que pertenecemos los hombres.
El nuestro es un gen pequeñito con forma de (y), que nos diferencia de ellas tan completas, bien dotadas con dos (XX).
Saltan a la vista las preferencias del Creador, como tú muy bien describes, nos sacan muchas de ellas, dos o tres cabezas en cualquier competición.
Solo con la sonrisa dibujada en su cara y con la calma de la mirada que proyectan sus ojos.
Un abrazo amigo.
Juan Martín.
¡Qué ocurrente, Juan Martín! Jajaja. En efecto, pienso que cuanto tenemos los hombres de chispa, ingenio, intuición o dulzura lo llevamos en el único cromosoma X que tenemos. Por contra, el cromosoma Y nos aporta bronca, fuerza bruta, sexo insaciable y pelo en la espalda.
ResponderEliminarUn abrazo
Buenos días Jose Maria. Me he llevado una gran sorpresa al verte de nuevo en tu blog personal. Pensaba que lo tenias un poco abandonado para terminar el libro que tenias como proyecto.
ResponderEliminarMe he encontrado con un puñado de artículos publicados . Es igual pues como me encanta leerte, me los acabo de de leer todos y de ponerme al día.
Es una suerte que quieras compartir con nosotros esos recuerdos tan personales y que con tanta maestría y facilidad nos relatas. Por mi parte sólo puedo darte las gracias y disfrutar con su lectura.
Todos hemos tenido alguna prima que nos hacia enamorarnos y que despertaba esos deseos idealizados e imposibles de compartir la vida con ella. Desde luego tu prima Josefina debió ser una chica expectacular y no me extraña que os camelase a todos los primos.
Bueno Jose Maria, aprovecho para enviar te un fuerte abrazo.
Hola Manolo, como ves, no doy asbato. Llevo los dos blogs y mi libro. Pero me gusta. Mientras dure la inspiración...
ResponderEliminarUn abrazo