domingo, 12 de marzo de 2017

Como las alúas

Como ocurre en el campo con las alúas, al primer sol de marzo las mocitas sevillanas se echan a la calle despendoladas. Y despelotás del tó. Para regocijo de los hormigos machos, vaya por delante. "Pero chiquilla, si pa mañana mismo dan agua en la tele"... Da igual, jóvenes y maduritas que hasta ayer mismo se embutían en leotardos hasta los sobacos lucen hoy modelitos de faldas menguantes, patorras emancipadas, dorsos de nadadoras y ombligos aireados. Y a uno, la verdad, lo pillan desprevenido.

Cuatro días de primavera llevamos y Sevilla parece Sodoma. No sé qué más arcanos secretos nos van a enseñar estas mujeres cuando llegue el tórrido julio. De todas formas, la calle es un espectáculo de sol luminoso, barquitas en el río, "garbanzada" en la Plazuela, "La Estrella" por san Jacinto y animado mujerío. "Manuel, qué calientes semos"...

Ni siquiera puede uno, como antaño, "refugiarse" en los sagrados sitios. Casi peor que la calle, se diría. Las mujeres van a misa de domingo como si fueran a una boda, joer. Esta misma mañana, en Santa Ana -adonde acudo raudo al señuelo de la música de banda municipal-, el exorno del gineceo es tan barroco como el retablo principal de la iglesia, si no más. No me atrevo a entrar con mi perrita -pintas menos que un perro en misa, dice el refrán-. Me quedo en la puerta aguardando el final apoteósico de revuelo de campanas, marchas de música militar y semanasantera, y, sobre todo, la salida a borbotones de gentío guapo y bien vestido. La salida de misa de doce de toda la vida en los pueblos, vaya. Una cosa parecida, pero a lo grande, a lo sevillano.

Entiendo a los guiris. Cada vez más. Después de treinta años acortijado en el Aljarafe yo mismo me siento un poco extranjero en Triana, y voy paseando por ella explorándola, haciendo, como hacen ellos -pero yo sin cámara de fotos-, paradas en cualquier rincón o recoveco de la calle Castilla, en el mercado, en el callejón de la Inquisición o sentándome con mi perrita en los bordes greñudos del río. La primavera sevillana -y andaluza- es una delicia para los sentidos. "Tomás, hombre, vente de la Granjuela, que Sevilla está que chisporretea"... "Y pa qué -me responde al móvil-, si uno ya no puede hacer ná". "Aunque solo sea pa bichear, vente Tomás". Y luego, cuando por fin se encierra la procesión, este ritual dominical admonitorio de lo que nos queda por llegar, las calles se convierten en terrazas de bar sin solución de continuidad. Y atestadas.

En fin, muchachos, lo que os digo: con buena salud ¡qué bien se vive de jubileta!!

2 comentarios:

  1. Amigo José María, nuestra época de mantilla y peineta se quedó retratada en las estampas de antaño, hoy la alegría de la vida nos inunda en todas partes con más desenfado que antes.
    Parece una competición coqueta pensada para los ojos ajenos, que cual jueces se disparan durante unos segundos como flashes.
    Ganando quien consigue mas minutos de lisonja, de sonrisas imperceptibles y miradas de refilón.
    Una alegría generosa que nos regalan ellas cada año en la primavera, y en Sevilla un poco antes.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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  2. En fin... es verdad, son nuestras mujeres la alegría para nuestros ojos. Y más a nuestra edad, que el sexto mandamiento ya no es pecado.
    Un abrazo

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