-¿Quién será a estas horas? -Me pregunto extrañado.
Ha sonado dos veces seguidas. El timbre de la puerta del zaguán. Es domingo, las diez de la mañana. No esperamos a nadie, la muchacha que echa dos horas en la casa de mi suegra, pagada por la ley de la dependencia -independencia, dice ella-, entra a esta hora, pero hoy no; hoy es domingo. Hará cosa de diez minutos he abierto los portones que dan a la calle y no he visto a nadie. De todas formas, no sé de qué me extraño, por un momento me he creído en Triana, donde no suele uno recibir visitas inesperadas. ¡Qué tonto! Estoy en el pueblo; aquí cualquier hora es buena para que alguien, mi padre mismo, la chacha Carmen, la vecina Emilia, llame para preguntar por mi suegra y echar una rato de palique con ella.
-Sema, abre tú -oigo que me dice la Peque desde el cuarto de su madre-. Que es que estoy terminando de arreglarla.
Diligente, abro y me asomo. Y no comprendo al principio qué es lo que estoy viendo. No doy crédito a mis ojos. Desde mis tiempos de monaguillo no había visto cosa igual. La calle estaba ocupada por una procesión de fieles, calculo que unas quince o veinte personas, todas paisanas, claro está. En el centro, cuatro hombres sostienen un palio. Los demás, en sendas filas paralelas, portan velas encendidas.
-¿Qué hacéis? -Les pregunto en un tono entre intrigado y guasón.
-Venimos dando la comunión a personas impedidas -me responde solemne una mujer madura. Pariente mía y todo.
-¿Y el cura? -le inquiero, al no verlo debajo del palio ni por ninguna otra parte.
-Está en la casa de abajo, dándole la comunión a Carmencita. Ahora se llegará a por tu suegra.
Dicho y hecho. En unos minutos, el cura, alba, cíngulo y estola reglamentarios, sale de la casa de Carmencita y se viene hacia mí. Muy serio. Normalmente bromeo con él, pero no me pareció momento para tonterías. Sin mirarme, muy concentrado en la sagrada custodia que lleva como estandarte, entra en nuestra casa. Dos acólitos le acompañan. La Peque, advertida por lo que había podido ver por la ventana, ya tenía a mi suegra preparada en el medio del cuerpo de casa. Y la pobre de mi suegra, encima, protestando: "Niña, venga, que estamos haciendo esperar al Señor". De verdad... De Almodóvar, por lo menos. Para haber tenido uno los reflejos suficientes para grabarlo todo en el móvil. Pero nosotros, los de mi edad, ya no estamos en eso, nos acordamos luego, pero no estamos preparados para el momento. La gente nueva, sí. Mi suegra recibe gustosa la sagrada forma y luego le espeta al cura: "Muchas gracias por traerme al Señor, so gracioso y rebonito". Al salir, todo ufano, el sacerdote se dirige a mí, ahora sí, con cara de amigo: "¿Cómo va tu pierna?" "Bien, bien"-le respondo yo con una sonrisa.
Y luego vi seguir la comitiva calle abajo al son monótono de jaculatorias y letanías en busca de otro impedido, quizás otra pobre oveja descarriada. Una foto que evitara los coches aparcados nos daría una estampa de una escena trasnochada, propia del siglo pasado.
Ante esto, que a mí en particular me parece un atropello, ¿qué podemos hacer? Se le quitan a uno las ganas de pelear por el laicismo. Estamos perdidos. El poder de coacción de la Iglesia en los pueblos es aún tremendo. Mis suegros, ambos dos, muy al contrario que mi padre, no han sido nunca personas de iglesia. No diré que ateos, que eso no son. Para ellos la Virgen del Carmen es punto y aparte, como para todo el mundo en mi pueblo. Pero llevaban años sin pisar la iglesia. Y no solo eso, sino protestando sin cortapisas de la jerarquía eclesiástica en general y del cura del pueblo en particular... En fin, todas esas cosas que la gente decimos de puertas adentro con la boca chica.
Es verdad que, una vez fallecido mi suegro, ella, mi suegra, se ha ablandado un poco, y ya le dice misas a su marido "por si acaso fuera verdad que luego hay algo, por si le sirve". Y ha consentido la visita del cura y el recibir la comunión.
Y el cura se aprovecha, claro está. Quiero, de corazón, al cura de mi pueblo. Ha sido compañero en el seminario; en algún momento de mi vida de seminarista ha sido hasta tutor mío; me procuró mi primer trabajo en Villaharta; y yo he sido médico de su madre hasta que murió. En fin, que nos tenemos aprecio, lo quiero de verdad. Pero no me gusta que se aproveche así de la debilidad y del miedo de nuestros mayores. En un pueblo como el mío qué anciano será capaz de rechazar la comunión si el propio cura se la lleva a casa delante de testigos. Ninguno. Y estoy convencido de que lo hace de buena fe, lo vive como un deber pastoral en la creencia de que llevarles el "Señor" a sus casas y a sus propios cuerpos mortales es el mayor don que estos ancianos puedan recibir, nada que ver con el respeto a la libertad individual, al lado de Cristo hecho carne eso son paparruchas. Más alegría hay en el cielo por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que hacen penitencia. Pues eso. Vale, pero luego podría ser más discreto. Podría, si quisiera, visitar en privado a los enfermos e impedidos, sin parafernalia ni boato anacrónicos, y darles la comunión a aquéllos que expresamente lo pidan.
En fin, lo dicho, la Iglesia, nuestra santa madre Iglesia, sigue moviendo sus poderosos tentáculos. Nosotros creemos que camina para atrás, para la Edad Media. Pero ya no está uno seguro de nada.
¡La procesión del Viático! Desde monaguillo no la había vuelto a ver. Hasta ahora. ¡Tiene cojones la cosa! ¿Qué será lo siguiente, la misa en latín y de espaldas al público? Me pregunto si el papa Francisco estará al corriente de estas pequeñas tropelías en nuestros pueblos andaluces.
¡Que el Señor nos coja confesados!
¡Que el Señor nos coja confesados!
Amigo José María, el tema que hoy nos presentas en el foro es bastante complejo, y a la vez de una enorme trascendencia personal y de actualidad.
ResponderEliminarTodo el mundo buscamos lo auténtico, lo justo, la dignidad que nos corresponde por nuestra condición de personas;nos lo merecemos.
Se juntan en el mismo plano que describes un conjunto de personas dotadas de libre albedrío, de creencias legítimas, actos religiosos reconocidos, y un detalle importante de esperanza interior para quienes solo cuentan ya con ese asidero espiritual, después de recorrida la vida: La Fe, algo muy importante que nos trasciende a quienes caminamos a ras de suelo.
Los detalles, las formas y las escenografías a mi modo de ver, son secundarios.
Pues como criaturas humanas nos reconocemos bastante limitados en infinidad de temas.
La realidad que vemos hoy al igual que en otras épocas en nuestra actualidad, no es un jardín de flores.
Por eso particularmente creo, que a veces hay que prescindir de los detalles secundarios y quedarnos con lo que aun nos queda como digno, lo que nos identifica como lo que somos; caminantes desde que nacemos.
Te recuerdo tus mismas palabras dichas con una sana intención como consejo a un amigo: tómatelo con calma, para que se te resientan las arterias.
Un abrazo.
Juan Martín.
Querido Juan Martín: agradezco tus palabras llenas de comprensión conciliadora.
ResponderEliminarEn el artículo he pretendido varias cosas: primero, poner en evidencia que ciertas formas litúrgicas que vuelven hoy a un primer plano de la Iglesia me parecen obsoletas, anacrónicas, desfasadas y trasnochadas. ¿Sacar a la calle al cura y a la sagrada forma bajo palio? Las formas tan bien cuentan. Y para muchas personas creyentes todo eso parece una teatralización excesiva e innecesaria. Segundo, no se debe vulnerar el derecho a la libertad individual bajo la excusa de proporcionar un bien muy superior. Mi suegra, motu proprio, no hubiese ido a pedir la comunión. Lo ha hecho coaccionada. Tercero, tanto el cura como los demás fieles y creyentes de mi pueblo me merecen el máximo respeto. He criticado, sobre todo, las formas tan arcaicas de sacar al Señor a la calle, la sobreactuación.
Bueno, queriod Juan Martín, un abrazo y gracias por tu fiel seguimiento.
Querido Fili, la pompa eclesiástica que describes es un excelente alarde teatral que ya no nos deparan ni siquiera los Hare Krisna. ¿Deberíamos considerar el boato de la iglesia católica como populismo?
ResponderEliminarTu amigo el cura se lo cree y tira para delante.
Peor atropello le hicieron a mi padre en el hospital, (sin darnos la más mínima explicación y apartándonos del medio despóticamente a mi mujer y a mi cuando la pedimos).
Con un cáncer que convertía a mi padre en residente hospitalario de larga duración, la "doctora" resolvió cargárselo con una autopsia innecesaria en la médula espinal bajo la excusa de averiguar si había metástasis del cáncer (lento) que le rodeaba la aorta.
Huelga decir que acabó con la vida de mi padre en dos días escasos.
Yo me quedé como tú, jodido ante la prepotencia de quien se arroga un poder que no le corresponde y se aprovecha de la incultura o la debilidad ajenas.
Lo malo es que nos callamos y lo dejamos correr.
Mi madre no era así y le afeó a su parroco que impusiera a sus feligreses votar al PP.
En fin, que te comprendo. Si te animas dale un toque al cura para que ofrezca previamente sus servicios, y, en caso positivo, sin parafernalia ni propaganda descarada. Me estoy imaginando al sacristan con un megáfono delante de la pequeña procesión:
-El Señor visita a sus hijos enfermos. Alabad todos el nombre del Señor.
Me alegro de que te recuperes bien, y gracias por el detalle de felicitarme el santo.