martes, 21 de mayo de 2019

Lo bonito del fútbol

Contrariamente a lo que van a pensar mis hermanos y mis amigos cuando se enteren de esta nueva temeridad mía, me encuentro completamente relajado. De estas veces en que uno parece estar en paz consigo mismo y con el mundo. Contento de la decisión tomada.

El estadio está... inconmensurable. Desde todo lo alto de la tribuna mi visión panorámica domina el ámbito entero. Resulta imponente la gran mole de bancales, hierros y cemento: el Bernabéu llenándose de gente. Por un precio módico estoy en el gallinero pero nada se me escapa. Falta aún media hora para el comienzo del partido, y me distraigo con el tropel humano que bulle por los pasillos en busca de sus asientos; examinando con mirada perita al personal de seguridad, todos gente guapa, gente nueva, ellos y ellas; mirando con veneración el sagrado rectángulo de juego acariciado apenas por el sol dubitativo de esta mañana incierta, y mimado por los operarios que van aplastando con sus aperos cualquier zona levantisca; admirando los arcos de agua en cortina que refrescan el césped y me recuerdan mis tiempos de maíz y remolacha en La Capilla... Poco a poco las figurillas lejanas de colores variados en los graderíos van rellenando los huecos, el aforo se completa y el estadio se convierte, ahora sí, en un palpitar de humanidad expectante. ¡Qué cosa más extraña y más grande es esto del fútbol!

Y, sin embargo, cada vez me atrae menos el fútbol. El de la tele. Hace años que no veo ningún partido. Los del Madrid, por miedo a mis nervios excesivos y a mi arritmia; los otros, por puro aburrimiento. Con todos los respetos para esos equipos y sus aficiones, ya me diréis qué emoción puede sentir uno viendo en la tele un Getafe-Alavés, pongo por caso. También puede ser que la edad haya apagado el ardor futbolero de antaño, como lo hace con otros ardores y afanes. Pero el fútbol en directo, a pie de césped, o doscientos metros más arriba, es otra cosa.

El caso es que me encuentro en Madrid este día de autos. Volvemos de un viaje a Croacia la Peque, Elena, "el Pintor", Victoria y un servidor. Nuestro AVE no sale para Córdoba hasta las cinco de la tarde. Y me entero, de oídas, que el Madrid, mi Madrid, juega a las doce contra el Betis güeno. Son las diez de la mañana. Las mujeres quieren irse por ahí de museos y tiendas; el Pintor, a lo suyo, a la cuesta de Moyano a olisquear libros. "Peque, pos yo me voy al fútbol" -me arranco con inesperada valentía. "¿A ver al Madrid? -me mira con asombro-. Allá tú, con tu taquicardia". La ocasión es pintiparada. Si no la aprovecho, luego me lo reprocharía. ¡Palante! ¡Con dos cojones!

Hay cola en las taquillas. Y fijaros que se trata de un partido del todo intrascendente, en el que ninguno de los dos equipos se juega nada. Pero el Bernabéu se llena siempre, y, además, es el último partido de esta puñetera y malhadada liga. La calle, aún tomada por los coches de la policía, es todo una fiesta: gente deambulando de aquí para allá, bufandas blancas y azules, gorros y camisetas verdiblancas, voces, cánticos, tenderetes ambulantes de fetiches futboleros, revendedores infiltrados y molestosos en las filas de la cola... ¡Qué cosa más extraña y más grande esto del fútbol!!!

"Suba usted por estas escaleras hasta todo lo alto, hasta que ya no pueda más" -me indica amable una chica ataviada con uniforme amarillo. Y subo, y subo, y subo... Voy dejando atrás a otras personas de mi edad, o aún mayores que yo, que precisan de un descanso para retomar el resuello. Yo no. De un tirón me planto en el techo del estadio y encuentro sin problemas mi localidad. Uno es de pueblo, pero también es estudiado. Saco el móvil y me hago un selfie de esos, más que nada para que mis hermanos y sobrinos se crean de verdad que estoy aquí. Y llamo a Jaime para lo mismo. Enseguida se me acerca una joven chinita ofreciéndose a hacerme ella una foto de frente, como Dios manda. Detrás mía, en la última fila de asientos, un grupo de muchachos se desgañita gritando los nombres de los futbolistas según aparecen sus fotos en la pantalla de enfrente. A mi izquierda, una pareja de novios acaramelados, de esas que van al fútbol a darse el lote como antiguamente iban al cine con el mismo propósito. Pero ahora, sin esconderse, a plena luz del día. A mi derecha, un hombre joven vestido de diario, y su hijo, un chaval de unos diez años. Serios y callados ambos, como concentrándose.

El partido, la verdad, fue lo de menos. El Madrid se ha transformado en un equipo irreconocible. Todo apatía y abulia. Todo juego horizontal o para atrás, sin chispa ninguna, sin ningún detalle de la calidad que se le supone a esta gente; ni un pase en profundidad. El primer disparo a puerta del Madrid se produjo a los 22 minutos de juego. Y fue fuera. Poco después, un balón suelto que se le queda en los pies a Benzemá, solo ante el portero, va y la tira al palo. Pero el público aplaudía todo, una afición entregada a su equipo, a un equipo que no se la merece ni de lejos. Esta afición, por lo que pude ver, está muy por encima de sus futbolistas. La gente solo empezó a silbar y a protestar después del segundo gol del Betis, cuando la cosa era ya bochornosa.

Y el hombre joven y su hijo me dan lástima. En otro tiempo, yo hubiera cogido un cabreo de narices ante un partido así. Ahora, casi me da lo mismo. Sigo siendo madridista, eso es algo indeleble, una especie de marca incrustada en el paleoencéfalo, pero ya sin pasión ante esta panda de mercenarios desvergonzados. Pero este hombre y su hijo se han pasado todo el tiempo serios, sin hablarse ni siquiera entre ellos, mordiéndose las uñas, encogidos sus estómagos que no han probado ni el bocadillo del descanso, sufriendo lo indecible. Y me los imagino de vuelta a casa en el metro igual de tristes, lo mismo de callados. 

Mientras, los futbolistas del banquillo fueron captados por las cámaras riéndose tras el segundo gol del Betis, y todos ellos muy probablemente se fueron luego a almorzar tan ricamente al asador donostiarra, que aquí no ha pasado nada. Que esto es solo fútbol y nosotros nos lo llevamos calentito.

Lo bonito del fútbol hoy sigue siendo la afición entregada. Lo demás, negocio y mercantileo. Un asco.





7 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho este relato tuyo, casi intimista, Fili.
    Contiene mucha serenidad, reflexión y sinceridad.
    Haces un pequeño canto al sufrido aficionado con tan sólo un par de detalles.
    Y además, ya no te arredras ante nada. Felicidades.

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  2. Gracias, Pedro. Como habrás comprobado por toda mi producción escritora en estos blogs, creo manejarme bastante bien en los temas tocantes a los sentimientos y las emociones, a lo íntimo. Es cierto. ¡Soy un sentimental! Sin menoscabo de lo cachondo, claro está. Un abrazo.

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  3. Fli, Fili, vales lo mismo pa un roto que pa un descosió, que finura, que talante y que emoción le pones al articulo, has cuajao una buena faena mataor, lastima que el cartel no lo merezca. Un abrazo.

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  4. Amigo José María leyendo tu relato enseguida he compartido tus mismos sentimientos pues soy tan madridista como tú. Este equipo de supermillonarios futbolistas, NO se merecen una AFICIÓN como la que los domingos acude, rascándose el bolsillo, a verlos deambular por el césped.
    Hace bastantes años que decidí no contribuir con mi dinero al mantenimiento del "circo". No señor, ni un céntimo para ver fútbol en canal de pago...
    Quiero que ganen los partidos y me alegro de sus victorias, pero ya no me disgustan cuando pierden, allá ellos...
    Recibe un fuerte abrazo.

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  5. Gracias, amigos. ¡Hay que ver cómo me queréis!
    Seguiré con vosotros.

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  6. Querido José Maria. Manolo Lama es un becario a tu lado. Tu comentario deportivo en la «catedral», para mí esta es la catedral no la de San Mamés, merece encuadrarla. Llevo mcho tiempo, desde aquel magistral «De vuelta al cole», que disfruto de tu pluma y me bebo tus comentarios. Pocas palabras puede uno añadir después de esto. Un abrazo, maestro.

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  7. Antonio, tu problema es que me quieres mucho, y no valoras en su medida la valía de la tuya, de tu pluma. La de escribir, me refiero. Jajaja. Todos los que nos asomamos a este blog hemos aprendido de tu singular maestría. Un fuerte abrazo.

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