En esta ocasión viene muy al caso que empiece este relato al estilo de Saramago en "La Caverna": el hombre que se baña hoy a mi vera se llama Atilano Mejías, tiene ochenta y dos años, y es fraile carmelita. Jubilado. Fraile jubilado.
Es la primera vez que nos vemos, pero ya parece que nos conozcamos de toda la vida. Más que bañarnos, lo que hemos hecho ha sido charlotear en remojo en los bordes, echando amplios descansos después de cada largo. Tanto hemos charlado que, a la salida, bromeando, le hemos reclamado a la señorita de la portería la mitad de nuestra entrada a la piscina. "Nada de eso -nos contesta con su aspereza habitual-, aquí dentro, hablar también cuesta dinero". ¡Cieza!
Es un hombre mayor y bien metido en manteca. Aún no sé que sea fraile. Desde arriba, antes de meterse en el agua, me pide permiso para compartir calle conmigo, que estoy solo. "Es que usted se adapta mejor a mi velocidad de nado; los demás van demasiado rápidos" -se excusa. Naturalmente, le invito a que salte. "No, yo despacito; me siento y me dejo arrastrar. No estoy para saltos". Me cae en gracia.
Él nada de espaldas y a brazadas, como nuestro Agustín, hay algo en su fisonomía que me recuerda al "añoro", quizás su habilidad parlanchina, su campechanía y, posiblemente, sus tragaderas. En el primero de nuestros descansos, agarrados a los bordes, me puede mi deformación profesional y le pregunto por unas lesiones rojizas e inflamadas que le afean la zona de su bigote. "Son cánceres de piel -me dice con toda normalidad-. Acabo de llegar del hospital, me los han quemado con frío".
Y ya, nos presentamos. Nunca hubiera esperado yo conocer a un fraile en una piscina municipal. Es lo bueno que tienen estos espacios públicos, conoces a gente de toda calaña. Me cuenta que está jubilado, pero que sigue viviendo con sus compañeros en el convento de los carmelitas, que comparte con ellos los rezos de maitines y vísperas, y el refectorio. El resto del día lo emplea a su libre albedrío. Cuando estaba en activo daba clases de latín y de filosofía. Ahora acude al centro educativo de mayores donde se ha matriculado de francés e inglés, pero, además, se ha inscrito también en una academia de idiomas, donde le imparten chino y alemán. "Pero, bueno... a tu edad, ¿para qué tanto?" -le reprendo. "Me gusta" -me responde con bondad. "¿Y no te vendría mejor algún lío de faldas con alguna monjita? -le achucho yo con mi proverbial imprudencia. Y me lo agradece con una de esas carcajadas tan típicas de Agustín, y que retumba en todo el hueco de la piscina. "Pero hombre de Dios... -consigue sobreponerse a la sorpresa-. Las monjas de al lado son las Descalzas, y son de clausura. ¡Hay que ver qué cosas tienes, José María!..."
Nacido en un pueblo de La Serranía, fue pastor de cabras por aquellos montes hasta los quince años que ingresó en el seminario carmelita de Hinojosa del Duque. Se ordenó sacerdote en 1964, "Coño, qué coincidencia -le digo-, el mismo año en que yo ingresé en Hornachuelos". Su singladura vital ha sido más propia de un diplomático de carrera que de un fraile. Debutó en Sudamérica: Colombia, Bolivia, Perú, Argentina y Brasil. Durante los primeros diez años de monje conoció de primera mano los entresijos políticos y sociales de todos esos países en un tiempo tan convulso de mafias, dictaduras y corruptelas a todos los niveles. Al cabo de ese tiempo, lo reclaman para España, y lo hacen prior de sucesivos colegios carmelitas en Antequera, en Córdoba y en Madrid. Seis años más tarde, lo trasladan a Canarias. Luego, de vuelta a Sudamérica. Más tarde, a Suiza, a Polonia y, finalmente, como broche a toda una vida de nómada, a Japón. "De los japoneses tenemos muchísimo que aprender, en cuanto a civismo" -me dice. Sus últimos años en activo ya han sido aquí en Antequera. "Ya está bien de tanto mundo" -le bromeo. Y ahora, a sus ochenta y dos años, continúa con una vida mucho más movida y retadora que la mía.
"Oye, Atilano, y de tantas experiencias por el mundo entero ¿cuáles te han resultado más impactantes?" -le pregunto, curioso. "Las vividas en Colombia, sin duda. No te puedes imaginar lo que es dar filosofía a muchachos guerrilleros que van a clase con su pistola en el bolsillo". Y sigue: "Recuerdo partidos de fútbol en los patios del colegio en los que alguien reclama un penalty no pitado disparando su arma al aire. Acojonante". Y para cambiar un poco de tercio, y siendo siempre fiel a mi mente viciada, va y le pregunto socarrón: "Oye, y en tanto tiempo por Sudamérica, ¿ningún escarceo amoroso con nativas, ningún caliqueño suelto por ahí? ". Y el pobre Atilano, vuelve a reírse de buena gana. "Pero, chico, tú estás obsesionado con el sexo, ¿no?" "No lo sabes tú bien" -le contesto. "Bueno, la verdad es que en América latina el sexo se vive de una manera muy diferente a como lo vivimos por aquí; se ve como más natural, sin tanto tabú. Y desde luego no está tan mal visto que sacerdotes y hombres y mujeres de Dios puedan tener algún tipo de relación íntima. Hasta ahí te puedo contar, jajaja".
Y uno piensa para sí lo interesante de la vida de algunas personas realmente excepcionales. Tendemos a creer que los frailes se pegan un pedazo de vida contemplativa aislados en monasterios de ensueño, en lugares idílicos, y fíjate tú éste. Siempre me he creído un hombre privilegiado y orgulloso de todo lo que he ofrecido y de lo que he obtenido. Pero cuando me comparo con personas como Atilano, con tanta energía, tanto compromiso, tanta capacidad, tanta iniciativa, tanta valentía... me siento como bañado en aguas de humildad y de prudencia. Sin el menor menoscabo de mi propia autoestima, admiro, sin embargo, a este tipo de personas. A su lado, la mayoría de nosotros nos hemos conformado con una existencia previsible, congruente con lo esperado, cómoda, plana.
¡Qué bonito y qué interesante conocer a gente nueva, verdad?
"Oye, Atilano, y de tantas experiencias por el mundo entero ¿cuáles te han resultado más impactantes?" -le pregunto, curioso. "Las vividas en Colombia, sin duda. No te puedes imaginar lo que es dar filosofía a muchachos guerrilleros que van a clase con su pistola en el bolsillo". Y sigue: "Recuerdo partidos de fútbol en los patios del colegio en los que alguien reclama un penalty no pitado disparando su arma al aire. Acojonante". Y para cambiar un poco de tercio, y siendo siempre fiel a mi mente viciada, va y le pregunto socarrón: "Oye, y en tanto tiempo por Sudamérica, ¿ningún escarceo amoroso con nativas, ningún caliqueño suelto por ahí? ". Y el pobre Atilano, vuelve a reírse de buena gana. "Pero, chico, tú estás obsesionado con el sexo, ¿no?" "No lo sabes tú bien" -le contesto. "Bueno, la verdad es que en América latina el sexo se vive de una manera muy diferente a como lo vivimos por aquí; se ve como más natural, sin tanto tabú. Y desde luego no está tan mal visto que sacerdotes y hombres y mujeres de Dios puedan tener algún tipo de relación íntima. Hasta ahí te puedo contar, jajaja".
Y uno piensa para sí lo interesante de la vida de algunas personas realmente excepcionales. Tendemos a creer que los frailes se pegan un pedazo de vida contemplativa aislados en monasterios de ensueño, en lugares idílicos, y fíjate tú éste. Siempre me he creído un hombre privilegiado y orgulloso de todo lo que he ofrecido y de lo que he obtenido. Pero cuando me comparo con personas como Atilano, con tanta energía, tanto compromiso, tanta capacidad, tanta iniciativa, tanta valentía... me siento como bañado en aguas de humildad y de prudencia. Sin el menor menoscabo de mi propia autoestima, admiro, sin embargo, a este tipo de personas. A su lado, la mayoría de nosotros nos hemos conformado con una existencia previsible, congruente con lo esperado, cómoda, plana.
¡Qué bonito y qué interesante conocer a gente nueva, verdad?
Qué bien se te da la pluma. Coincido totalmente contigo en lo interesante que resulta conocer a gente y sobre todo que nos hagan partícipes de su vida y experiencias. Es algo muy enriquecedor para valorar y cuestionar la tuya propia
ResponderEliminarGracias nuevamente por traernos estos cachitos de otras vidas que tanto nos enriquecen y nos entretienen.
ResponderEliminarDecía el otro día Baltasar Garzón, en una conferencia celebrada en Priego sobre el Memorialismo: que la memoria individual, la forma de percibir y recordar el mundo que nos rodea y los acontecimientos que se produjeron en un momento dado de nuestra vida, no se completa, y deja de ser fantasía, hasta no conocer la memoria de los otros sobre aquellos mismos acontecimientos.
Tu, querido amigo, no solo tienes la facultad de poner en marcha nuestra memoria personal trayendo a nuestra mente personas y personajes que la activan, bien por ser personas conocidas o por coincidir con personas y situaciones análogas. También haces que podamos conocer el punto de vista de los otros y con esto enriqueces nuestra propia memoria, que es como decir nuestra propia vida. Gracias nuevamente.
En la historia personal de este hombre concreto lo que más me impacta es su capacidad y su talento latentes, que nunca se hubiesen podido expresar si no es por la fe visionaria de un simple cura de pueblo que lo elige, lo saca del monte y lo lleva al seminario. ¿Cuántos talentos montaraces se habrán quedado sin su oportunidad? Muchos, sin duda.
ResponderEliminarBueno, muchas gracias, y muchos besos.
Cuán cierto es que el viajar cura de muchos defectos adquiridos, el padre Atilano da una buena lección de cordura y buen liberalismo. Muchas gracias por tu crónica, siempre acertada, siempre bien escrita. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Paco. La verdad es que el fraile no se llama Atilano. Le he buscado un nombre exotico para presevar su anonimato en una ciudad pequeña como es Antequera.
ResponderEliminarBesos
Fili, toda una vida, que buena entrevista, en ese lugar donde los cuerpos están relajados. Enhorabuena al fraile y a ti por ofrecernos esas vivencias.
ResponderEliminarJosé María, saludable ejercicio el de la natacion, aquí la piscina municipal climatizada es gratis para los jubilados, tenéis que reivindicar esa opción. Nadie es,ni puede serlo aunque lo pretenda absolutamente transparente.Decir no es mostrar, no obstante, las interacciones humanas cuando se dan con confianza, a pesar de la incertidumbre o entropía, por ambos interlocutores y existen un verdadero aporte cognitivo y emocional son enriquecedoras, porque se descubren unos valores, en este caso, a mi parecer, una voluntad, a pesar de los años, para aprender, el quedarse con lo humano ante la violencia, la humildad por tu parte después de haber dado vida y ayudado a muchas personas, pienso. Y por otra parte, la incoherencia de votos en sacerdotes y religiosos,con respecto a sus actuaciones, en algunos casos. Enhorabuena por tu descripción.Un abrazo.
ResponderEliminarCada artículo o crónica tuyos suben tu cotización como escritor.
ResponderEliminarEste, del fraile jubilado, me parece de la mejor factura periodística.
Impresiona la energía mental y física de ese hombre. De mayor me pido ser como él.
Un abrazo.
Amigos, me emocionais. Me encuentro en Cádiz, al cargo de mi nieto Lucas, y sin mi ordenador. No me hallo escribiendo en el móvil. Lo hago con un solo dedo y es un desastre.
ResponderEliminarRamón, en Antequera solo cuesta 8 euros al mes. No vale la pena reclamar nada, cuando allí nos duchamos y ahorramos agua y luz para nuestras casas.
Pedro, viniendo de ti, la alabanza es mucho más meritoria. Creo que la escritura tiene mucho de hábito. Cuanto más practicas, mejor y más fluido sale. A veces pienso que sería capaz de escribir un articulo diario. Pero me contengo para daros tiempo. Jajaja. Un abrazo.