En agosto mi pueblo adquiere otra vidilla. Me gusta. Parte de su estival atractivo consiste en el regreso, para la Feria, de tantos paisanos que en su día se catalanizaron por perentoria necesidad. Me alegra ver gente distinta por la calle; adivinar, por sus trazas y andares, si fulanito es de "Los Miguelillos", o si perenganito es de "Los Romualdos o de "Los Mediauvas". A mi primo Paco "Porrera" la gente de Palenciana lo confunde con el mismísimo Puigdemont, de tanto como se le parece. También disfruto de hacer la compra de melones, sandías y tomates a pie de obra, en el campo abierto, en el melonar de Frasquito Ponferrá. Me recuerda, mutatis mutandis, mis años jóvenes de melonero en La Capilla. Pero, sobre todo, es para mí un auténtico gustazo, disponer a mis anchas del lujo de piscina municipal que tenemos: hora y media de deleite acuático cada día. Desde Antequera, la Peque me manda a revisar la obra de nuestra casa, y yo aprovecho para lo mío antes de volver para la hora de comer. Y todos contentos.
En la piscina, por la mañana, aparte de cuatro chaveas, siempre los mismos: la Bárbara, Manolo el de Carmencita, Antonio Arjona (Gallino, por mal nombre), El Yondy, la tita Ani, el mellizo de Gloria, La Conchi, una hija catalana de La Guilina y un servidor. Como las chicas van a lucirse y no se bañan -salvo la Ani-, toda la piscina para nosotros. ¡Qué gozada!
Una de estas últimas mañanas -se va notando ya la llegada escalonada de catalinos- habían concurrido unas cuantas mujeres más. Y, cosa común entre el gineceo, se han sentado todas enfiladas, una al lado de otra, a lo largo de uno de los bordes de la piscina, por donde más cubre: posaderas aplastadas contra el borde rasposo, y los pies pataleando en el agua. Todas en fila, con el sol del medio día afligiendo inclemente sus molleras. Como una bandada de golondrinas que se posa sobre los cables de la luz. Y, naturalmente, charloteando de sus cosas. En esto que llego yo buceando desde la profundidad y, a falta de mejor agarradera, me sujeto a conciencia de las piernas de la tita Ani. Ella, acostumbrada a mis bromas, ni se inmuta. Y me encaro con todas:
-Oye, ¿vosotras a qué venís aquí, a bañarse o a pillar un tabardillo?
-A ponernos morenas pa la feria -salta una.
-A lucir figura y modelito -se pone otra.
-Estas solo vienen aquí a darle a la sin hueso -se suma Manolo al convite.
-¡Vaya que sí! -responden casi al unísono.
-¿Y cuántas sin hueso tenéis? -se me ocurre preguntar con toda la intención.
-Pues una, ¿cuántas quieres que tengamos? -me contesta Carmen Navarro.
Y entonces, se entabla una lucha entretenida entre mi ángel de la guarda y el pequeño demonio que todos llevamos dentro. Mi ángel, que no conteste, que no diga nada, que lo deje estar; mi demonio, que qué tontería, que conteste, que estamos aquí para pasárnoslo bien, para reírnos, que no haga caso al quisquilloso y aburrido de mi ángel... Total, que gana el demonio, claro.
-Pues yo, desde hace unos años para acá... -hago una pausa intencionada para atraerlas a mi discurso-. Yo tengo dos sin hueso.
Las más atrevidas dan un gritito ahogado de sorpresa y se ríen tapándose la boca con sus manos, y algunas, más lentas, se quedan dubitativas, hasta que las otras les cuchichean el secreto inconfesable de algunos hombres añosos que, de tanto uso, sustituimos el hueso por ternilla esponjosa en la parte más innoble y gustosa que tenemos, en esa cabecita calvorota de un solo ojo donde concentramos -los hombres mu calientes, me refiero- la mayor parte de nuestras neuronas pensantes.
Y así, unos días con otros, vamos echando el verano.
Los nombres como tú los dices me suenan algunos pero cuando rara vez voy por Palenciana sólo conozco a viejos como yo. A los jóvenes, como tú, por la pinta, por los andares y, cuchatú, por el habla. Pero esto último allí no tiene mérito. Cuando voy a Cerro Muriano a comprar fruta al mercaíllo, allí sí. Usted de dónde es, señora, si no es mucho preguntar? Yo, de Benamejí. Lo ves? Lo sabía.
ResponderEliminarYo, de Palenciana.
Hace cosa de un año, en Mallorca con unos amigos ex seminaristas, entramos en un Mercadona. Al pasar por la caja notamos que la joven cajera no era de allí. Su desparpajo y su prosodia nos sonaban demasiado a Andalucía. Y yo, ni corto ni perezoso, me lanzo: señorita, me he apostado con mis amigos a que usted no es de por aquí. Vaya que no -responde con gracejo. Y sigo: me voy incluso a atrever a decirle que es usted andaluza, y además, sevillana. ¡Acierto total! -se ríe la muchacha. Y ya, completamente ciego, voy a por el remate final: y le puedo decir hasta de qué pueblo es usted. ¡Venga! -dice la joven. Y va y le digo: ¡de Pedrera! ¡Jesús bendito! -se pone nerviosita perdida. ¿Cómo puede usted haber averiguado eso? Por el deje, niña, por el deje...
ResponderEliminarEstá claro que a algunos nos hace falta una piscina como la de tu pueblo: tu buen humor es una auténtica provocación (en tiempos tan calurosos) para mortales como yo. Imagino que aguantas tan contento porque disfrutas del agua más que los peces.
ResponderEliminarAunque no me quejo de lo mío, pues yo también disfruto con tus crónicas.
El chiste de la sin hueso muy justito, oiga, pero sin atrevimiento la crónica pierde, claro está...
Así es, Pedro. Disfruto en la piscina, charlo con todo quisque, porque ese ámbito del agua compartida te proporciona cercanía, solidaridad y familiaridad. Lo de la sin hueso es una excusa para escribir y distraeros de tanto sofoco de calor y políticos. Jajaja.
ResponderEliminar