Hace ya tantos años que casi ni me acuerdo, vivía en un pueblito humilde de los nuestros una niña inquieta, algo díscola e independiente, pero también muy dichosa. La mayor de sus otras dos hermanitas, desatendía más de la cuenta los cuidados encomendados por su madre para con ellas, y se abandonaba a los juegos de la calle con sus amiguitas. Era una niña pobre, pero a ella eso le daba lo mismo, ni siquiera lo notaba porque en el pueblo, salvo dos o tres familias adineradas, todo el mundo era igual. Una niña pobre y feliz como era lo normal en aquellos remotos años. Le cabía la satisfacción de ser la primera, como mayor, en estrenar la ropita y los juguetes que, luego, heredarían de segunda puesta sus hermanas pequeñas. Cuando el tiempo igualó sus respectivas tallas, sin embargo, la cosa se torció para ella, y ya las hermanas escarmentadas le disputaban hasta la largura en la onza del chocolate.
En los primeros años que ella recuerda, los Reyes Magos se habían abonado a los mismos regalos: zambombitas y guitarritas de caramelo, algunos mantecados despachurrados y una cuerda para saltar la comba. Pero una cuerda muy costeada y resistente, con sus mangos de plástico duro y graciosamente coloreada, de aquéllas que al rozarse con el suelo desprendían un zumbido fuerte y varonil, zás, zás, zás... Y se convirtió en una verdadera artista de la comba, la más saltarina de sus amigas, ahora para adelante, luego para atrás, a pie cojito, sola o en tandem... Hasta el punto de salir a la calle a hacer los mandados saltando la cuerda. Aunque le cueste reconocerlo -porque es muy suya-, miraba con cierta envidia la muñeca de pelo natural de su prima Inma o el juego de palillé de su primo Juanma, un niño al que ella admiraba por su manera tan ordenada de mantener sus juguetes: el trompo, la tolda, los paquetes de "santos", el aro y su gancho... No como ella, que todo lo perdía. O lo regalaba. "Mardesía -le reprochaba su abuela Cándida-, te cortaba las manos, nada te dura, lo das todo, so puñetera". Tuvo que esperar a que su madre pusiese una tienda de comida para recibir como regalo de Reyes sus primeras muñecas que venían como premio oculto en una de las tabletas de chocolate, y que la buena de Antonia, su madre, se las arreglaba para averiguar la premiada y apartarla para las niñas.
Ya de medio mozuela nació el niño, el único hermano, y los tiempos eran otros: las pistolitas de mixtos, los tambores y las bicicletas fueron para el niño, claro está. Para las niñas, ropa. Pasión por los trapos, oye.
La cosa es que esa niña se hace mujer, y aun habiendo gozado de una vida desahogada ha sabido mantener un prudente equilibrio entre necesidades y gustos, con sentido del gasto, sin llegar, desde luego, a la racanería de su marido, ni a extravagancias fuera de lugar, salvo en lo tocante a trapitos y zapatos, que la superan. Y ha seguido también con su política de manos desprendidas que todo lo dan o todo lo pierden.
Y ahora, en su otoño dorado y esperanzado, con todo el cariño y ternura acrisolados durante sus luengos años, debe de tolerar con mucha resignación los reproches más que "razonables" de su única hija que no alcanza a comprender -porque aun no le ha llegado la hora- el corazón abierto de esta abuela para con sus nietos, para quienes todo le parece poco, para los que a todas horas está dispuesta a comprarles algo antes, incluso, de que ellos lo pidan. Y entiende en su fuero interno que eso no puede ser; que debe aguantar las ganas y contenerse como lo hizo cuando le tocó ser madre y Reina Maga; que los niños de hoy no disfrutan de sus juguetes como lo hacía ella con su cuerda saltarina porque están sobresaturados; que en las casas ya no cabe un alfiler más; que es necesario huir del gasto superfluo; que hay que educar en moderación y responsabilidad... Pero, a pesar de todo eso, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y más que ningún otro, el corazón de la abuela. De cualquier abuela.
Feliz año 2020 para todos.
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EliminarLo de los trapitos y los zapatos imagino que son tan valorados, en general, por las mujeres, por ser símbolos del mágico estatus de las princesas de los cuentos, (las más deseadas).
ResponderEliminarLos varones preferimos, en general, presumir de conquistas y riqueza (puros habanos, cochazos...)
En cuanto a racanería o generosidad, supongo, la cosa tiene que ver con las espectativas de lograr felicidad en el amor a sí mismo o en el amor a los demás.
Abundo en tu opinión, que se desprende de tu bonito "cuento", de que el aprecio nace de la escasez y el desprecio de la abundancia.
Última reflexión: la generosidad gratuita puede crear dependencias psicológicas en quienes la pracican.
Decía Vinoba, discípulo de Gandi,: "Generosidad es dar a quien nos pide (por necesidad), y no dar a quien no nos pide"
Lo de "por necesidad" lo he añadido yo, ya que hay quien pide por capricho.
¡Que el año nuevo sea generoso con todos nuestros mejores deseos!
Un abrazo.
Lo que pasa, Pedro, es que mi señora adivina el pensamiento de los demás, y se adelanta antes de que verbalicen su deseo. Ea, me ha salido así, qué le vamos a hacer...
ResponderEliminarUn abrazo.
Las razones del corazón son irrebatibles. La generosidad nace del amor y cuando fluye de modo natural y espontáneo le da más sentido a la existencia que todos los tratados de los eruditos.
ResponderEliminarBienaventuados tus nietos, hijos y tu mismo por tener a vuestro lado una persona de corazón magnánimo.
Así fue mi madre, y en todos sus familiares y amigos ha dejado una huella imborrable. En una poesía cuento que su generosidad me hizo sentirme egoista, del mismo modo que tú te confiesas rácano a su lado.
Así mismo es, Pedro.
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