Hoy me he levantado con un espíritu machadiano. No está mal. Quizá debido a la procesión de ayer tarde. O tal vez por solidaridad con su ateísmo templado. Como el mío. Pero reconozco que soy un ateo atípico. E incongruente. Me agrada entrar en la iglesia de mi pueblo y sentarme a meditar en un banco de los traseros. Será la querencia de tantos años de lego. Desde luego, me gustan las procesiones, el retumbar de los tambores y el olor a sahumerios en el aire; me gusta ver el ambientecillo cofrade en la calle y a las mocitas, tan requetebién arregladas con sus faldas o pantalones prietos hasta el reventón marcando curvas y burujones, o con vestidos sueltos y vaporosos. Al tonto le gusta to, como el del chiste. No soy un ateo insensible a las creencias o la fe de los creyentes, ni mucho menos. Por mucho que ya no las comparta. Y, desde luego, siempre procuraré respetar sus ritos, costumbres y liturgia, porque han sido los míos, los nuestros, de siempre.
Y, sin embargo, dicho lo cual, os tengo que confesar que ayer tarde me molestó una procesión aquí en Antequera. Porque resulta que se cierra al tráfico todo el centro de la ciudad, y entre eso y las obras en la calle Infante, no me veas la que tuve que liar para salir a la carretera de Campillos para recoger a mi hija, a Pepe y a mis nietos de la estación de santa Ana. Me vi obligado a tirar por direcciones prohibidas porque las alternativas de salida no estaban bien señalizadas; discutí (educadamente, eso sí) con un policía local que recriminaba mi conducta; "mire usted, es que tenéis todo el centro de la ciudad bloqueado"; soporté gritos de la gente... En fin, me pilló el cuerpo de aquella manera por ir con prisa y por ver lo coñazo que es que una procesión ocupe el espacio público cuando más lo necesitas. Y reconozco que debe ser así, porque toda Antequera, salvo cuatro pródigos desarrapados como yo, acompañaba a su Cristo del Rescate. Vale.
Y luego, repasando lo sucedido, creo que mi disgusto ha sido inducido, en parte, por lo reciente de sendas concentraciones reivindicativas habidas en Antequera, una hace cuatro días, y otra, anteayer mismo, con unas representaciones de personal escuálidas, ridículas. La primera, en defensa de la sanidad pública, a las puertas del hospital: unas cincuenta criaturas, mal contadas. La segunda, la de anteayer, una concentración sindical por un empleo digno en la hostelería, en la plaza de San Sebastián, centro neurálgico de la ciudad: veintitantas personas. Entre ellas, y de casualidad, la Peque y yo mismo. Un grupo de jóvenes que pasaba por allí se rio abiertamente de nosotros, y uno de ellos comentó en voz alta que éramos patéticos. Mismo escenario: la plaza de San Sebastián. anteayer: cuatro gatos. Ayer: abarrotá. Y es verdad lo de patéticos. No tanto por los presentes, sino más bien por tantísimo ausente.
¡Qué gran verdad! ¡Qué doloroso contraste! Manifestaciones cívicas y reivindicativas huérfanas, y las procesiones atiborradas. Somos patéticos quienes asistimos a una manifestación en favor de la Sanidad y del Empleo. Ese pensamiento ha sido, quizás, lo que más me ha fastidiado. Nada que objetar a la España que reza. Hace bien en manifestar públicamente sus emociones y sentimientos. Y lo hace vistoso y atractivo. Lo que critico es a la otra España, la que no reza. Que no es que bostece, no, pero tampoco protesta por sus derechos todo lo que debiese. ¿Ésta es la España que queremos para nuestros nietos? Apruebo nuestra forma de vivir y de sentir, me parece que somos más felices que las gentes de los demás países europeos. ¿Pero, sólo eso: procesiones, toros, fútbol y folclore? Recordando al gran Machado, ¿sólo charanga, pandereta y sacristía? Sé que no es del todo así. De acuerdo. El escritor siempre exagera barriendo para lo suyo. Pero estaréis conmigo en que son esas actividades lúdicas y religiosas lo mejor -casi lo único- que sabemos lucir.
¿Quo vadis Hispania mea?