Siendo como soy tan goloso de los dulses, cuento y no paro multitud de anécdotas vividas en las confiterías. Por toda España.
En Pontevedra, una anciana gallega, toda de negro, encorvada y con toquilla, me puso a parir por no comprarle nada después de llevar la pobre un ratito esperando mi comanda. "¿Qué va a ser?" -me preguntó al fin-. "Ah, perdón -me excusé-. No quiero nada; sólo he entrado para ver y oler". "Carallo... Pues si todo el mundo hace como usted..." Y se metió en la trastienda mascullando maldades. Es que para mí contemplar los pasteles en el mostrador, bien presentados, uniformados y ordenados en distintas compañías formando un batallón, es... el sumun. Ni siquiera necesito catarlos. Algo muy parecido a cuando Antonio Pintor entra en una librería.
En plenas Ramblas de Barcelona hay (o al menos había hace ya muchos años) una pastelería exclusiva de chocolates. La Peque y yo nos detuvimos un buen rato ante el escaparate espectacular de figuras de todo tipo. En especial, delante de un apartado donde los muñequitos de chocolate exhibían todas las posturas del Kamasutra. No sé el tiempo que yo estaría allí plantado. Flipando. Al parecer, sin darme cuenta de nada, la Peque se hartó y siguió camino adelante. En su lugar, una mujer joven se puso a mi lado con parecida delectación chocolatera a la mía. En esto que la cojo por su brazo, me acerco mucho a ella y, señalando con el dedo una de las posturas más acrobáticas, le susurro: "Peque, ésa tiene que ser la leche, y nunca la hemos hecho. Esta noche, en el hotel, probamos". "Me parece muy bien" -responde la mujer con toda la guasa del mundo. Ante las risas mutuas, me disculpé cien veces. Y luego pensé: ¿tú ves? Muchas veces se liga así, de casualidad.
En la famosa pastelería "La Mallorquina", de Madrid, en plena Puerta del Sol, saqué mi cartera para pagar la cuenta de un paquetito de pasteles. Eran dieciocho euros. Inadvertidamente, por sacar un billete de veinte, le di al tendero un décimo de lotería de Navidad que acababa de comprar en uno de los puestos de los alrededores. El hombre, guasón, creyó que yo lo hacía de broma. Pero lo bueno es que luego, conocedor de mi despiste, no le pareció mal el trueque. Al final, le pagué en dinero y él me devolvió el décimo.
En Fernán Núñez, la pastelería A.G.O me tiene como su cliente favorito. No he probado pastelón tan completo y rico como el suyo.
En San Sebastián, donde estuve viviendo durante dos meses hace ya algunos años, los pasteleros del centro histórico se lamentaron grandemente ante mi amigo Ramiro al enterarse de mi regreso a Sevilla. "Se nos va el cliente más agradecido y goloso", le dijeron.
Pero bueno, hoy quiero relataros otras anécdotas pasteleras más cercanas y prosaicas, con un denominador común: los pasteles caducados.
En la avenida Alameda (vulgo, calle Estepa) había no ha mucho en Antequera un negocio pastelero de cierto renombre. La chica que lo atendía era muy joven y menuda, y no destacaba precisamente por sus habilidades sociales. Creo.
-¡Muy buenas! -entro yo un día de buena mañana-. Quiero llevarme media docena de pasteles y una bolsa de magdalenas de éstas. Se llaman cortijeras ¿verdad? -le amplío la información con una sonrisa de las mías.
-Sí -responde la chica muy secamente-, pero esas magdalenas no se las puedo vender.
-¿Y eso?
-Eso es que están caducadas.
-¿Y por qué entonces están a la vista? -pregunto yo por seguir el rollo.
-Porque no me ha dado tiempo a retirarlas.
-¿Pero están malas? -Insisto, ya por dar por saco.
-No, no creo, pero no se pueden vender.
-Vale. Pues no me las venda. Démelas gratis y aquí no ha pasado nada. Nadie se ha enterado.
En ese punto la chica se quedó pillada, sin saber, la pobre, si yo era un bromista sin gracia, un metomentodo o un gilipollas. Al fin, encontró una salida creíble.
-No, mire usted. Es que el dueño lo tiene todo contabilizado, y sabe cuánto género se ha quedado sin vender y tiene que devolverse. Si no le cuadran las cuentas es capaz de despedirme. Así que lo siento.
-Vale, vale. Mujer, perdona. No he querido molestarte. pero si no fuera por eso que me cuentas, yo me las llevaría sin problemas.
Hace unas dos semanas hube de ir un día al ayuntamiento de un pueblo de por aquí cerca por un encargo. Justo al lado hay una pastelería. Al salir, no pude contenerme y entré.
-Buenos días. Mire, quería llevarme media docena de pasteles. Ahora se los voy señalando.
-Vale -me dice la chica, una muchacha seria y algo distante-. Pero que sepa usted que los pasteles no son de hoy.
-Pero se pueden comprar ¿no?
-Sí, sí, claro. Pero que no son de hoy.
-Mujer, los pasteles no son como el pescado; aguantan bien varios días ¿o no?
-Sí, lo digo por si usted los nota algo duros, que lo sepa.
Enseguida me recordó a la muchacha de Antequera. Otra igual, pensé.
-Bueno -me conformé-. ¿Hay alguna cosa fresca, de hoy?
-Solamente los donuts.
-¡Enga!, póngame entonces cuatro donuts.
Esta misma mañana ha ocurrido la tercera. A la tercera, la vencida. Por fin...
Entro en una pastelería céntrica. Me conocen de ir a por tejeringos todos los sábados al alba. Dos ruedas para la Peque, una para Lucas y otra para Daniel. A mí no hay quien me saque de mi mollete con aceite y jamón.
-Buenos días. ¡Qué buena pinta, este bizcocho! Ponme, por favor un trozo para llevar.
-Lo siento, caballero -me responde la señorita-. Está ya un poco pasado y duro. Lo voy a retirar del mostrador.
-Y dime -hago como que intimo con ella- ¿Qué es lo que hacen con estas cosas que retiran?
-Pues yo creo que las tiran -me dice por lo bajini-. Mire usted qué lástima...
-Entonces, hazte la longuis y me partes un trozo y me lo llevo gratis. Verás, si fuese un pastel con crema o con nata no se me ocurriría tal cosa, pero un bizcocho lo único es que pueda estar algo más duro, pero como yo lo mojo en el café...
Oye, le cayó bien mi insinuación.
-Pues venga.
Y me cortó casi medio bizcocho. Buenísimo que estaba.
Con los dulses es que no tengo apaño.
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No hay derecho, no hay derecho, que no le dejen al Fili comer dulces en barbecho. Gracias Dc.
ResponderEliminarJajaja. Sí que me dejan. Me tratan muy bien. Lo que escribo son las anécdotas curiosas.
EliminarPor goloso muere el pez.
ResponderEliminarLa repostería dulce es muy rica y variada, basta saborear algún que otro postre en los restaurantes, aunque a mí el dulce azucarado me empalaga.
Esporádicamente compro algún dulce en la dietética o bombones en el super, pero me duran meses.
Los helados de horchata, nata y café no faltan casi nunca en mi frigo. Ese anzuelo lo muerdo una y otra vez.
Efectivamente, habemos gente pa to. Los dulses son mi perdición. Podrían haber sido las mujeres. Pues no. Los dulses.
EliminarLos dulces no amargan a nadie, el problema está en pasarse con aquello que nos gusta más. Mejor dicho el problema es simplemente pasarse. Hasta aquí.
ResponderEliminarJejeje, qué manera de darle utilidad y valor a todo aquello que en realidad lo puede tener
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