"Todo aquello que el hombre ignora no existe para él. Por eso el universo de cada uno se reduce al tamaño de su saber". (Albert Einstein)
Como supongo que os sucede a todos, entre mis amigos y conocidos cercanos hay algún negacionista. Pocos, es cierto, pero alguno da mucha matraca. En algunas de estas personas predomina sobre todo el aspecto de anti vacuna, uno de los brazos colaterales más marcados en el negacionismo. Con todo, yo no veo asimilables ambos términos. Creo que hay personas antivacunas que no son negacionistas. No sé... Simplemente, no se fían de estas nuevas vacunas. Dicen que en cuanto salga al mercado la vacuna española, una vacuna de formato antiguo, de las de toda la vida, se la ponen. Bueno. Creo que son personas que ya de antemano se han posicionado, por lo general, en un situación de pensamiento que defiende la medicina natural y homeopática por encima de la medicina instrumental y agresiva. Consideran que es mejor protegerse con las defensas propias que inocularse sustancias extrañas, y se acogen a la desobediencia civil, al encontrar zonas de conflicto entre la legalidad vigente y la ética personal. Como veremos, la eficacia demostrada de las vacunas los deja con el culo al aire.
Los negacionistas "pata negra" que conozco son personas bien formadas y educadas que se encuentran firmes y seguras en sus convicciones. No sufren por sí, sino por los demás. Su gran problema existencial es comprobar que la mayoría de las criaturas nos comportamos como borregos asumiendo el relato oficial de los políticos y de los científicos, comprados por la industria farmacéutica. Creo que no es ofensa para ellos que yo los considere gente rara. Se posicionan de una manera inamovible en lo que vamos a llamar "La teoría general del negacionismo". Es como sigue: la pandemia (plandemia) tiene su origen en la creación de un virus artificial y maligno por parte de los poderes económicos y de la alta geopolítica, magnificado por la abusiva contaminación atmosférica de ondas electromagnéticas, con la intención clara de controlar y manipular la población mundial. Dichos poderes introducen de manera espuria sus tentáculos en los gobiernos de los distintos países y en los medios de "desinformación" de masas, principalmente las televisiones, para crear una alarma desproporcionada y así conseguir sus objetivos, esto es, nublar el conocimiento, adormecer conciencias y conducirnos al redil del sometimiento. No existe justificación real para ninguna de las restricciones impuestas a las libertades y derechos individuales. Todo es una farsa exagerada. El ala más extremista demuestra una ignorancia supina poniendo en cuestión incluso la existencia misma del virus, puesto que no se ha encontrado en el tejido pulmonar necrótico. Desconocen, pues, qué es entonces la PCR, sino una demostración del genoma viral, y que diagnosticamos, por ejemplo, una tuberculosis pulmonar solamente por la presencia del bacilo de Koch en el esputo sin necesidad de abrir los pulmones para encontrarlo. Las vacunas, claro está, no se libran de su feroz diatriba. Lejos de ser la solución, para los negacionistas son parte muy importante del problema. Las vacunas han producido incontable número de muertes y millones de casos de efectos secundarios muy graves. De estas cosas no nos enteramos porque es algo que no interesa a los poderes malignos que nos controlan. Y no sólo eso: las vacunas son responsables de la supervivencia del virus entre nosotros. Sin ellas, la plandemia ya se habría diluido por sí misma.
Desde la viruela hasta la actualidad, la mayoría de las vacunas conocidas han sido muy eficaces, han salvado millones de vidas y mejorado de manera evidente nuestra calidad de vida. Hasta ahora, yo creo que las vacunas tal vez hayan sido la herramienta más trascendental en la historia de la medicina. Y sin embargo, todas y cada una de ellas han tenido sus detractores, sus negacionistas de época. No creamos que es cosa nueva esto del negacionismo. A mediados del siglo XIX, cuando aún la viruela diezmaba la población mundial, surgió el primer movimiento antivacunas. Sus acólitos pintaban grandes carteles donde se ridiculizaba a los vacunados poniéndoles unos grandes cuernos en sus cabezas, como si la vacuna los fuese a convertir en vacas lecheras. Nihil novum sub sole. Ahora, algunos negacionistas creen que las vacunas de ARN mensajero portan unos microchips de control. Algo parecido a los chips subcutáneos de los canes. Otros van más allá y afirman sin pudor que en el ARNm han colocado material genético de extraterrestres para crear una especie híbrida entre humanos y seres celestes. Habemos gente pa to.
La realidad tozuda, sin embargo, nos muestra la falacia de estos alegatos. La Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, en su último informe del 5 de enero de 2022 nos dice que en España llevamos inoculadas 91.000.000 dosis de vacunas. Se han registrado 55.455 casos de efectos secundarios, de los cuales, 11.048 han correspondido a reacciones vacunales severas, lo que supone el 0,013%. Y 375 casos de muertes (el 0,0004%). Nunca en nuestra corta historia un fármaco o una vacuna han sido sometidos a la estricta farmacovigilancia que tienen las vacunas Covid. Cualquier otra vacuna, incluso fármacos "inocentes", como el Paracetamol o la Amoxicilina podrían presentar similares guarismos que las vacunas Covid, si se contabilizaran con tanto esmero sus reacciones adversas. A día de hoy, la letalidad del virus es menor al 0,14%. Las referencias oficiales del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias informan que la mayoría de las estancias en las UCI y de las muertes por Covid se dan en personas no vacunadas. Las referencias próximas que poseo de los hospitales andaluces son similares. Es cierto que las vacunas sólo protegen de la infección en un 70%, pero no lo es menos que protegen de la enfermedad grave y de morir por ella en más del 90%.
Honestamente, no me veo capacitado para analizar el fenómeno del negacionismo desde la psicología o la ética. Simplemente lo considero desde la fenomenología. Negacionismo, en términos técnicos, es una creencia que niega determinadas realidades, hechos históricos o naturales relevantes, cambiando la realidad por una falsedad más cómoda o conveniente. Y digo creencia, a conciencia, en vez de conocimiento, puesto que, al contrario que el relato oficial, el negacionismo no aporta datos científicos en sus proclamas, sino opiniones, puntos de vista, juicios de valor o interpretaciones "a su medida" de los datos científicos. Negacionistas clásicos son los terraplanistas (unos ignorantes), o los que niegan el holocausto o el cambio climático. En estos últimos casos, con evidentes motivos ideológicos o económicos, respectivamente. Sin embargo, el negacionismo covidiano me intriga sobremanera, porque se sale un poco del guion habitual. Sus argumentos, tan rebuscados y obtusos, no parecen cómodos ni accesibles, se acercan mucho al fenómeno de la conspiración paranoica. Y, sobre todo, me pregunto cómo se puede negar una realidad tan aplastante como la pandemia.
Por otra parte, y aún siendo un hombre conciliador, no puedo -ni quiero- despojarme de mi pasado médico al analizar estas cuestiones. Y me asombro de que existan personas con esta mentalidad. Les debo un respeto como personas que son, les reconozco sus esfuerzos por documentarse para respaldar sus creencias, y me maravilla su tesón. Naturalmente, no puedo compartir nada de estas cosas con ellas. He sido un hombre de ciencia, he vivido para mi profesión, he creído en la bondad de la ciencia porque he podido experimentar sus logros en mis pacientes. Cualquier negacionista de esta nueva hornada ha agradecido a la Medicina algún gran servicio, casi milagroso, en sus propias carnes o en las de sus allegados en los últimos cuarenta años. No me cabe la menor duda. Todos ponderamos muy al alza los logros de la tecnología y los servicios médicos modernos. Y, sin embargo, ahora ya no vale. La Ciencia se ha corrompido en manos de la Industria. Pues va a ser que no. Los investigadores de todas las disciplinas biológicas jamás han trabajado con tanta intensidad y dedicación como lo hacen ahora. ¿Y qué decir de los médicos? Lo han dado todo, algunos, hasta la propia vida, los demás, exhaustos hasta el achicharramiento. No puede ser que los negacionistas obvien algo tan evidente. Y aún pudiendo ser cierto que la Industria Farmacéutica haya buscado su propio lucro por encima de la ayuda a la humanidad, hemos gozado de la feliz coincidencia de ambas cosas, lucro y eficacia. A día de hoy, con el conocimiento que tenemos del terrible impacto de la pandemia en el terreno sanitario, económico y social, con más de cinco millones de muertos en el mundo (alrededor de 100.000 en España), entiendo que haya gente que crea que persistir -mantenella y no enmendalla- en la teoría negacionista es, cuando menos, un ejercicio de frivolidad chocante. Muy chocante.
Y la mayoría de la gente se pregunta cómo es que haya personas tan obtusas y aferradas a ideas así de peregrinas. Incluso científicos y médicos se cuentan entre el movimiento negacionista, al que alimentan con sus aportaciones "científicas". ¿Cómo es ello posible? Aquí entra, creo, la complejidad del problema. Las personas poseemos cada una nuestra historia particular, nuestra trayectoria, vivencias, creencias, ideologías, percepción de la realidad y del mundo... Y estos elementos juegan un papel muy importante en la hora crítica de posicionarse ante situaciones límite o de emergencia. Por ejemplo, ninguna persona, incluso los científicos, está exenta por completo de ser abducida por una determinada ideología o creencia, sea de índole política o religiosa o de cualquier otro tipo. Y las creencias, todos lo sabemos, ejercen una influencia sobre la voluntad y el pensamiento mucho más poderosa que la razón. Sin ir muy lejos, los testigos de Jehová no admiten transfusiones de sangre, aún a riesgo de perder la vida. Quedan aún conciudadanos que no comen carne los viernes de Cuaresma y creen en la resurrección de los muertos. Incluso médicos y científicos. Respetable, no digo que no, pero cosa muy alejada de la razón. Quiero decir con esto que la creencia no es amiga de la razón. Al final, con las creencias hemos topado. Ciencia y creencia como realidades contrapuestas. Ambas tienen el noble objetivo de buscar la verdad, aunque por caminos bien distintos: la ciencia, por el método científico. Y siempre acompañada por la duda, la pregunta, la incertidumbre. Su medio de difusión, las revistas de prestigio reconocido. La creencia lo basa todo en la fe. Y sus acompañantes perennes, la certeza, el dogma. Y su medio de propaganda en el caso que nos ocupa, Discovery Salud, su libro del Apocalipsis.
Tampoco yo me libro de la fe. Creo en la Ciencia. Pero no a ciegas, sino cuando aporta pruebas y evidencias. Creo en la honestidad de los investigadores científicos (aunque haya habido a lo largo de los años algunas sombras muy dañinas y nada ejemplarizantes). Y, a pesar de los pingues beneficios económicos que se embolsa la industria farmacéutica, me reafirmo en la eficacia y la seguridad de las vacunas. Sería impensable el nivel de "normalidad" que disfrutamos hoy de no haber sido por ellas. Mucho contagio, sí, pero mucha menos mordida que hace un año. La pandemia no ha expirado, pero ya da sus últimas bocanadas. Y deberíamos estar satisfechos de algunos éxitos parciales conseguidos hasta la fecha, entre los más importantes, la ejemplar respuesta de un sistema sanitario público, la mejora de la gobernanza nacional, con luces y sombras, claro está, y la gran confianza de la población española en la vacuna como elemento clave en la protección frente al virus. Ninguna creencia, sino sólo la Ciencia nos sacará de este atolladero. Estoy en la esperanza de que las vacunas serán el fin de la pandemia o convertirán al Covid en un virus familiar y estacional parecido al de la gripe.
¡Que así sea!