Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella. (Montesquieu)
Algunas personas cercanas, contrincantes mías en Facebook, me tachan de comunista. A mí no me importa, pero sinceramente yo no me veo comunista. Y vosotros, quienes me conocéis más a fondo, tampoco. Cierto es que voto a Podemos, de alguna manera por costumbre, porque de siempre he votado a Izquierda Unida y porque me siento más cómodo e identificado con el mensaje que transmite. Pero nunca he sido devoto de Pablo Iglesias ni de sus bravuconadas y afán de protagonismo. Cierto también que he cultivado no diré tanto como amistad, pero sí un aprecio cariñoso con Anguita, y que admiro a Yolanda Díaz, eso está fuera de toda discusión. Y aún así, no me considero comunista. En una ocasión, mi amigo Pedro Calle me bautizó como un materialista humanitario. Oye, y eso me gustó. Quizás ese calificativo se ajuste mejor a mi pensamiento en asuntos políticos y sociales. Sí, me gusta.
Y desde esa condición de materialista humanitario, yo estaría dispuesto a considerar como aceptable la doctrina del capitalismo siempre y cuando dicho sistema económico y político se dotase a sí mismo de un imperativo ético, una especie de código de buena conducta, que evitase las desviaciones desorbitadas. ¿Y qué serían para mí tales desviaciones? Aquellas prácticas que se alejan de lo razonable, de lo justo y de lo decente hasta límites escandalosos, inaceptables. ¿Por ejemplo?, diréis...
Pues, por ejemplo, que un mortal pueda disponer en dinero líquido de cantidades tan disparatadas como cuarenta y tres mil millones de dólares. En estos días ha sido noticia la compra de la empresa twiter por parte de un magnate,
hasta ahora totalmente desconocido para mí y supongo que para la mayoría de la
gente corriente. La cosa no tendría más repercusión si no fuera por la ganga del
precio que ha debido de pagar: cuarenta y tres mil millones de dólares, una
cifra que a estas alturas de mi edad no me arriesgaría a escribir en números.
Alucino. Desde la posición de cualquier criatura de vida sencilla, como creo que
somos la mayoría de la gente, debería sorprendernos mucho el hecho de que alguna
cosa material pudiera alcanzar un precio tan enormemente desorbitado, una cifra
mareante, rayana en lo indescifrable. Pero, todavía más nos debiera de
sorprender el hecho de que existan en el mundo personas que puedan pagar
semejante precio. Y a toca teja, billete sobre billete. Increíble.
Traigo aquí y ahora este debate que, en mi opinión, no debería estar ligado a ninguna ideología política, sino simplemente a la ética, a la filosofía y a la antropología. Todos los excesos son deletéreos no sólo para la salud física, también para para la salud mental y espiritual. La abuela de mi amigo Franquelo decía que, en exceso, hasta la gracia de Dios puede ser dañina. Fijaos: la gracia de Dios. Y conste que siento admiración por las personas talentosas; admiro a los empresarios que se han hecho a sí
mismos; admiro a tanta gente que gracias a su iniciativa, empuje y trabajo
alcanzan las más altas cotas de popularidad, ejemplaridad y riqueza. Creo
necesarias a todas estas personas porque, entre otras cosas, son, en muchos
casos, fuente de riqueza no sólo para ellas, sino también para el conjunto de la
sociedad. Soy de la opinión de que personas que arriesgan y se comprometen en un negocio con el que crean empleo y riqueza deben tener el incentivo del dinero. Deben ganar mucho dinero. Ningún problema. Allá ellas si luego se pierden el don de entrar en el reino de los cielos. Vaya, por tanto, por delante mi sincero afecto y agradecimiento. Y, sin embargo, no concibo lo de los 43.000.000.000 de dólares de
una tacada (espero haberlo escrito correctamente). Y no lo concibo porque me resulta inaceptable desde mi visión de la ética.
También en estos días hemos
tenido conocimiento de las cuentas de nuestro rey. Por lo visto, acumula en su
libreta de ahorros la bonita y redonda cifra de de dos millones y medio de
euros. Podrá parecer normal, poco o mucho. Para gustos, colores. En cualquier
caso, creo que es una cantidad razonable, entendible, leíble y escribible. Pero
lo otro, lo del magnate en cuestión... Porque, creo, que tiene que haber límites. Todo en nuestra vida está sujeto a límites. El
universo quizá sea infinito, pero en el planeta Tierra los recursos son
limitados. Los límites no son sólo un constructo cultural, una convención social
para canalizar la convivencia, que también, sino un imperativo natural inherente
a nuestra condición animal y humana: nadie puede comer, dormir, estudiar,
trabajar, amar, caminar, ganar o perder... sin límite. Creo en los límites como
condición necesaria para una vida social amigable y sostenible. ¿Pero porqué razones habría que poner límites a las ganancias y a la riqueza? Pues yo diría que por justicia distributiva. Con todos sus millones, Elon Musk, que así se llama el buen hombre, podría morir un buen día de algo tan simple como una apendicitis aguda. Y resultará que el cirujano que ese día le opere y le salve la vida cobrará a fin de mes una cifra que oscilará entre tres mil y diez mil euros, dependiendo de si trabaja en la pública o en la privada. Ni en mil vidas que viviera ese médico podría acumular el dinero que este magnate ha ganado en una sola. Pero hay más: si todas las criaturas del mundo viviésemos con los recursos suficientes que permitan una vida digna poco me importarían las desigualdades por extremas que fuesen. Pero no es el caso. Conocido es el
dato "vergonzante" acerca de que el 1% de la población posea más del 50% de la
riqueza del mundo. Dicho de otro modo: la inmensa mayoría de la población
mundial se tiene que repartir la mitad de la riqueza del planeta, porque la otra mitad se la adjudican solamente unos pocos. No parece
muy equitativo, la verdad.
"¡No seamos fariseos! -me contesta alguien-. Si cualquiera de nosotros se compara con un bosquimano encontrará la misma desigualdad que la que el señor Musk tiene con respecto a nosotros". Pero no comparto esa reflexión. Primero, porque los bosquimanos viven en otra civilización, con un estilo de vida y unas maneras de satisfacer sus necesidades que tienen muy poco que ver con las nuestras. Y segundo, porque incluso comparándonos con ellos sale ganado la tremenda desigualdad de Musk con respecto a nosotros. He echado mis cuentas, y resulta que yo, si me comparo con un bosquimano que tenga 1 euro en su cuenta corriente, soy 50.000 veces más rico que él, en términos monetarios. Sin embargo, el señor Musk es al menos 860.000 veces más rico que yo. Y os digo una grandísima verdad: por excelente y grandiosa que haya sido la vida de este señor, os aseguro que no ha sido 860.000 veces mejor ni más servicial y productiva que la mía.
Posiblemente, esto no tenga arreglo. No parece viable que los
grandes magnates, ésos a quienes admiro por su potencial de crecimiento, se
vayan a avenir a repartir sus ganancias o a poner topes a las mismas. Es muy probable que el señor Musk, a quien hoy pongo en la picota, sea una bellísima persona, un hombre decente y justo que se ha hecho de oro gracias a su talento y a su trabajo, y que desea invertir sus ganancias en la compra de una empresa de red social para hacerla más libre e independiente. ¡Olé ahí sus güevos! Pero lo de la burrada de millones... Por eso, expreso mi deseo de que el propio mercado, el sistema capitalista -y no sólo las personas particulares-, encontrase la manera de prevenir tales excesos.
Quizás el mundo deba tomarse una pausa, un cafecito en una terraza soleada, y meditar sobre el camino que llevamos. No parece, sin embargo, que nada nos detenga, ni calamidades como la del Covid ni guerras ni infortunios alteran nuestro objetivo pertinaz de ganar, ganar y ganar. Y quien venga detrás que arree. Necesitamos regresar al pensamiento de los antiguos. Echo mucho de menos los viejos textos de Epicuro, Xenón o Diógenes alentándonos a vivir en una sociedad solidaria donde todo el mundo es necesario, cada cual con su misión dentro de la "polis". Y también las recomendaciones de Sócrates acerca de la vida virtuosa como condición para alcanzar la felicidad. Y ¿cómo no?, quizá hoy más que nunca recordar y revivir las enseñanzas de Aristóteles sobre la ética y la felicidad en torno a las virtudes principales que deben adornar al hombre feliz: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Pues eso.
De acuerdo en todo, incluida tu admiración hacia Yolanda Díaz. Tampoco yo entro en los rifirrafe de la pelea política al margen de los verdaderos problemas. Sólo me interesan los problemas y como se resuelven. Y hago preguntas, como Sócrates..
ResponderEliminarGracias, amigo anónimo.
EliminarLA REAL FUENTE DEL DAÑO
ResponderEliminar"Tenga en cuenta que no es quien le da una ofensa quien lo perjudica, sino que el daño proviene de su propia creencia sobre el abuso. Entonces, cuando alguien despierte su enojo, sepa que realmente es su propia opinión lo que lo alimenta. En su lugar, conviértalo en su primera respuesta para no dejarse llevar por tales impresiones, ya que con el tiempo y la distancia se logra más fácilmente el dominio de uno mismo ".
Epicteto.
No es que tu seas comunista, que bendito Dios si así fuera, sino que los que así te tildan no tienen más luces que las del día.No es que tu seas comunista, que bendito Dios si así fuera, sino que los que así te tildan no tienen más luces que las del día.
ResponderEliminarMe gusta como eres, me gusta como piensas, me gustan tus ideas, me gusta quien te gusta y me encanta como escribes. Gracias José María
ResponderEliminarDiscúlpame si no opino aquí sobre tu más que reconocida personalidad amigable, abierta y convenientemente acomodaticia.
ResponderEliminarNo entiendo las desigualdades como fruto del esfuerzo, el talento y la iniciativa, aunque también aprecio esos valores.
Conozco casos de sobra en que dichas virtudes no proporcionan tanta riqueza, incluso alguna riqueza.
Son los linajes (monarquías, familias de banqueros, familias políticas...), las alianzas (trusts financieros, multinacionales, mafias...) y sobre todo los grandes magnates, los Rothschild. con sus subordinados los Rockefeller... quienes dirigen el flujo de la riqueza hacia sí mismos a través de conspiraciones, control de la deuda de casi todos los países, especulación basada en grandes estafas y posesión de todo tipo de grandes empresas.
Para la riqueza no sirven la Justicia, las leyes, la Verdad, ni la ética o moral que tú citas... y los líderes políticos de cualquier partido no son más que títeres en sus manos.
Por si tú o alguna de tus lectoras o lectores desea profundizar en la realidad estremecedoramente amenazante de la desigualdad, cito dos libros impagables por su información y contenido:
"La tercera guerra mundial ya está aquí" de Cristina Martín Jiménez y "El despertar del León" de David Icke.
Los ricos comprarán un día el Reino de los Cielos y cambiarán la puerta de acceso para poder entrar con todos sus camellos.
Gracias por tocar temas candentes.
Querido Pedro: muchas gracias por tus palabras y, sobre todo, por ilustrarnos con tus conocimientos. Yo escribo lo que me sale del alma, sin ánimo de enseñar ni convencer a nadie, solo expreso mis deseos y sentimientos. Pero reconozco y acepto y agradezco tu sabiduría en estas cuestiones (que no en otras, jajaja). Un abrazo.
EliminarQuerido amigo José Maria. Me han gustado mucho tu reflexión sobre la riqueza. Al parecer, lo único que no tiene límites es la estupidez humana. Comparto los piropos que te hace tu amigo anónimo. Un abrazo
ResponderEliminarEl buen gobierno de los hombres sabios no es lo que se lleva ahora, sino el de los plutócratas sin alma cuyo afán es expandir su poder y riquezas al máximo con las maniobras inhumanas que encuentran sobre la marcha.
ResponderEliminarSuelen financiar a los dos bandos en guerra para lograr la bancarrota de ambos países y recoger el botín.
La crisis económica del 2008, concediendo créditos fáciles previamente, les sirvió para adueñarse de inmuebles y propiedades en aval, de forma gratuita o casi.
La Botella, esposa de Aznar, colaboró con los fondos buitres vendiendo ilegalmente propiedad pública a precio de saldo, sin ninguna consecuencia jurídica para ella, pero sí para los ciudadanos. ¿Qué nos dice eso?
A pensar, hermanos.
(Mis opiniones pueden adolecer de cualquier cosa menos de ingenuidad. Ahí lo dejo).
Un abrazo.
En este sentido, comparto todo lo que dices. Gracias, amigo.
EliminarEn qué se parece el capitalismo al comunismo: en el primero el hombre es explotado por el hombre, en el otro ocurre al revés
ResponderEliminarA los grandes explotadores, (la familia sionista Rothschild), no les interesa ninguna otra cosa. Controlan los partidos de izquierda y de derecha "democráticos", financian, en las guerras que promueven, a ambos bandos, ya son dueños de casi todas las grandes empresas (a través de colaboradores subordinados afines), se han propuesto la expulsión total de los palestinos de los territorios de Israel y pretenden instaurar el fascismo-comunismo más dictatorial posible, a imagen del gobierno terrorista chino, en plan global. Perro Sánchez es un pequeño sicario de su organización. Esto es lo que me llega a mí, que no soy más que un ignorante pensionista.
ResponderEliminarPerdonadme que el proyecto del Nuevo Orden Mundial no me haba gracia.