No es que en tiempos de nuestros padres y abuelos no hubiese habido jubilados cultos e inquietos, que los hubo, claro está, pero me atrevería a apostar el pase del Madrid a la final de Champions esta noche, que nunca, como hoy, haya habido en España un censo tan crecido de personas jubiladas con tan alto grado de activismo en la cultura, la política o el simple ocio. Recuerdo a mi padre, a mi suegro, a mis tíos... jubilados cuando ya eran viejos de verdad, no sólo de edad, sino de espíritu, achicharrados, cuerpo y mente, por una vida de trabajo inclemente, exprimidos sus jugos energéticos y secas, como el esparto en verano, sus antiguas ilusiones, que ya se limitaban al disfrute de los nietos, al sosiego del hogar y a sus partiditas de dominó o de cartas en el hogar del pensionista. Y así, hasta que Dios tuviera a bien el recogerlos. Más pronto que tarde, porque ya les impelía el sentimiento de carga, de estorbo. Y lo mismo nuestras madres. O peor, porque ellas no se han jubilado nunca, siempre al frente de la cosa doméstica, perennes y eficaces administradoras de lo poco. Mujeres diligentes, mujeres para pobres. Y aquellas personas tocadas por la fortuna, o estudiadas, que también las había, solían emplear su tiempo jubilar leyendo el periódico, jugando al mus o arreglando el país con los colegas del casino. Era la costumbre.
Hoy, el panorama es bien distinto, afortunadamente. No solamente en las ciudades, sino también en el mundo rural. En los últimos cincuenta años, mi pueblo, Palenciana, ha producido más universitarios que en toda su historia previa, la mayor parte de ellos proveniente de familias humildes, funcionarios, pequeños autónomos, artesanos, empleados en la hostelería... El campo tecnificado casi se basta con el trabajo de sus propietarios -salvo en los casos de fincas extensas- para buena parte de sus necesidades y tareas agrícolas. Los escasos jornaleros quedan principalmente para labores estacionales ligadas a la recolección. Todo ello ha generado, corriendo el siglo, una legión de jubilados de nuevo cuño, personas añosas, pero no aplastadas por la esclavitud del trabajo, con ganas de seguir viviendo en una sociedad en la que se sienten no solamente útiles, sino necesarias. Y esto, en toda España. Lo cual es algo extraordinariamente bueno. Para nosotros, jubilados, y para la sociedad en general. La sociedad nos necesita. No tanto por lo que gastamos -el jubilado de hoy valora mucho más el disfrutar que el ahorrar-, sino también por lo que aportamos de experiencia y sentido de la mesura. Los jubilados de hoy disponemos de una abundancia de la que adolecían nuestros ancestros más recientes: tiempo libre, salud (imprescindible para las ganas) y conocimiento. Y lo sabemos aprovechar también en nuestro propio beneficio, por cuanto que una vida activa, participativa y productiva es siempre más saludable.
La inmensa mayoría de mis amigos y conocidos jubilados están involucrados en alguna forma de activismo: unos, con nostalgia de juventud, se han matriculado en cursos universitarios; otros se han hecho artistas o artesanos; los tengo también activistas sociales que siguen saliendo a las calles (como los jubilados de Bilbao) a reclamar mejoras o a denunciar abusos; no me faltan integrantes de ONGs variadas ni fundadores de asociaciones culturales; gente que se apunta a todo, gimnasio, aquagym, viajes, talleres de lo más variopinto, cursos y charlas... En este punto, debo de confesar ante vosotros mi desidia, mi pereza, si queréis. Recién jubilado, un amigo del pueblo me ofreció apuntarme como médico voluntario en una determinada asociación que se dedica a la atención y cuidados de personas con minusvalías. Le di largas con excusas. Estaba saliendo de una dolencia cardiaca que me fastidió mucho durante dos años y no tenía ilusión por ninguna cosa que no fuera mi propia recuperación. Luego, acaeció todo el tema de la pandemia... Aquello se enfrió. Ahora, como sabéis, escribo en mi blog para contento de vosotros, mis lectores, y eso es algo que me reconforta y congratula. Bueno, y me he enviciado con el golf. Entiendo que es algo bueno que un izquierdoso prudente y discreto como servidor se infiltre en terreno "pijo" para conocer nuevas experiencias y para comprobar in situ cómo de bien vive la gente "de orden". Bueno, ya en serio, me he hecho socio de una asociación cultural de mi pueblo, a las órdenes de dos mandos muy principales: la comandante en jefa, la Peque, y su sargenta ayudante, mi cuñada Conchi. Creo que este gesto de gallardía me redime de cualquiera otra displicencia del pasado.
Os dejo, que necesito concentrarme para el partido y aislarme del mundo.
Que bien lo expresas Fili, mil gracias por decir lo que está en el pensamiento de tantos y que no se hace verdad hasta que esta en los escritos.
ResponderEliminarEste artículo te ha salido redondo. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias, muchachos
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