domingo, 8 de mayo de 2022

Homo Imsersus

Ni me acuerdo ya de la última vez que viajamos, la Peque y yo, con el Imserso. Creo que fue hace 4 años en La Manga del Mar Menor. Estuvo bien, aunque el entorno de ese territorio desconocido hasta entonces no me resultó tan atractivo como yo esperaba. El Mar Menor es una enorme charca de aguas someras, no diré que pestilente, pero sí calentona y algo viciada. Dos años más tarde, se nos escapó un viaje a Menorca, y luego sobrevino el Covid... Y todavía no me fío de apiarar con mucha gente.

Sin embargo, mi amigo Franqui y M.J. , su mujer, son unos friquis de esta actividad de turismo tan accesible. Desde que se ha reiniciado el programa, raro es el mes en que no salen por ahí. Él es un hombre de ideas bastante fijas en casi cualquier cosa, y desde luego en todo lo relacionado con los viajes. Es un devoto del Poniente almeriense y de la costa alicantina. Va siempre a los mismos hoteles, se conoce -y camela- a los distintos recepcionistas, les regala presentes humildes de su propia cosecha (mermelada de naranja amarga o carne de membrillo, que él mismo cocina, de rechupete) y consigue de ellos las habitaciones que desea, que son siempre las mismas. Piensa -con toda la razón- que esto del Imserso es un verdadero logro social para disfrute de cualquier jubilado, pero sobre todo de aquéllos que por lugar de residencia o cuantía de sus pensiones tienen más complicado el viajar por otros medios. Argumenta para ello que antes del Imserso  se alojaba con su mujer en albergues de monjas, y ahora, en hoteles de cuatro estrellas.

Es un cachondo mental. A sus 75 años, mantiene una actividad física envidiable, tiene un reloj de ésos modernos que cuenta los pasos, los kilómetros, el ritmo y la frecuencia cardiaca, y es un obseso con los retos que se impone. Se levanta a las cinco y media de la madrugada para hacer, en solitario, el sendero de "las Arquillas", saluda amistosamente al mismo gorrión que le espera, cada mañana, en la misma rama de la misma higuera, y se lleva un buen susto cuando algún jabalí bisoño e inexperto se le cruza en el camino de paso para beber en el arroyo de abajo. Si a la vuelta, ya en la alborada, no está conforme con el número de pasos dados sube corriendo por entre pinares hasta la "Torre del Hacho". Y ya, satisfecho del deber cumplido, desayuna en casa con la sufrida de M.J., salvo los domingos, que lo hacen en un bar con terraza y churros. Casi tan intensa como la física, si no más, es su dedicación intelectual: su promedio de lectura es acojonante, una biblioteca andante. Háblale de cualquier libro, da igual que de algún autor del siglo de oro que del más moderno, que él lo habrá leído. Completa sus jornadas con la visita y su correspondiente dádiva a cualquiera de los muchos conventos de monjas de nuestra ciudad. "Con nuestras dos pensiones y lo poco que necesitamos nos sobra el dinero". Se trata, a mi entender, de un ejemplo fehaciente de hombre bueno y de hombre que resiste al envejecimiento de una manera tan natural como divertida para él. "Mens sana in córpore sano", es uno de sus muchos lemas que él procura llevar ad pedem líterae.

En otro tiempo, bastantes años atrás, fue el rastreador más contumaz y experimentado de todas y cada una de las rutas del Torcal, las oficiales, las oficiosas y las imposibles. No creo que haya nadie en Antequera que conozca mejor que él los infinitos caminos de ese roquedal tan fantástico y maravilloso. Y si no sigue subiendo a diario es, en parte, por haberse echado un amigo médico muy cansino, que no para de aconsejarle dejar los peñascos para las cabras y los rebecos. Desde hace un año no sube a los riscos, y no tanto por mis reprimendas, sino por la dura experiencia que tuvo con un amigo de su edad que se rompió la cadera cuando ambos se encontraban aislados en un lugar del Torcal casi inaccesible. Ocho horas tardaron los servicios sanitarios en trasladarlo al hospital en helicóptero. Ahí se acojonó.

Y, lo más importante de todo: es un hombre feliz en su austeridad ecológica (tiene un cubo en la ducha para recoger el agua fría mientras llega la caliente); en su humildad de hombre tolerante, amistoso y generoso; en su ingenioso sentido del humor que nos hace dar risotadas cada vez que nos juntamos con él; en la pícara complicidad de su vida en pareja, "Yo soy un hombre polígamo de espíritu, pero monocoño de alcoba" -nos repite a los amigos. "Chiquilla -le dice a su contrita mujer-, si yo algún día me fuera con otra, tú no te preocupes, te vienes con nosotros".

Pues muy bien. Este hombre tan recatado, rutinario y precario en su cotidianidad se nos transforma cuando viaja con el Imserso. Y él se da perfecta cuenta de ese cambio y se ríe de sí mismo y de su estampa. "Cuando viajo me convierto en un espécimen diferente: soy un homo Imsersus".  Y me explica las características básicas que adornan a este reciente ejemplar. El homo Imsersus es una persona vieja con trazas y actitudes de joven. Come, bebe, viste y se divierte como si fuese un joven. Y Franki se mete completamente en ese papel impostado, pero muy divertido. Se sorprende graciosamente de ver cómo engulle homo Imsersus las ricas y variadas viandas en los buffets libres de los hoteles: arrasa con todo. Se divierte con los cócteles edulcorados y gratuitos en los salones de baile sacando a la pista a su amada compañera. Lejos de su costumbre, se acuesta a las tantas de la noche achispado y realiza repetidas intentonas de apareamiento infructuoso. Reprime la vergüenza de salir en calzones cortos y en camisa estampada, mostrando al mundo sus canillas flacuchas y peludas. Y lo mismo ella su compañera, en culotes cortos que dejan al aire venillas y otras abundancias... "Cuando salimos del hotel en busca del autobús parece que fuésemos un grupo de caricatos que vamos a un circo para niños". Y él, hombre de magras carnes, fidalgo de quijotesca figura, se maravilla luego en la contemplación incrédula de otros especímenes de Imsersus que, cual réplicas de sanchopanzas modernos, pasean por la playa felizmente despreocupados por detrás de sus barrigas toneleras y sebosas. Ufanas de sí mismas.

Homo Imsersus, una variante graciosa y pasajera  del Homo Hispánicus.

6 comentarios:

  1. Me ha gustado especialmente el detalle de recoger el agua fría de la ducha en un cubo. También soy un poco maniático en el tema de no malgastar el agua.
    Muy buenas las descripciones del homo imsersus.
    Lal última visita que Mónica y yo hicimos a Córdoba no estaba organizada por el Imserso pero como si lo estuviese. Me resultó algo pelculiar y gregario pero con buen rollo.
    Un abrazo.
    Pedro Calle

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  2. Sí, este hombre es una mezcla de asceta y de monje benedictino. Los calefactores de su casa son adornos. Es un convencido de las bondades del frío para la salud. Y combate la calor doméstica del estío aliviándose de ropas y manejando con pericia la ventilación de la casa. Un caso.

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  3. Un ejemplo de adaptación natural, diría yo. Seguro que ha pasado de covivacunarse.
    Un saludo afectuoso también para ese coloso de la existencia a pelo.

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    1. No, amigo Pedro. Este hombre se ha vacunado todas las veces que lo han requerido. Primero, porque tiene fe en una medicina que le ha sacado de serios apuros en más de cuatro ocasiones; y segundo, porque tiene un amigo nuevo, médico él, que es un coñazo de cansino. Ya sabes. Es muy posible que tú mismo, de vivir en Antequera, te hubieses librado de su influencia "nefasta".

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  4. He querido decir que hubieses disfrutado de su influencia. Jajajaj.

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