jueves, 26 de mayo de 2022

El regreso de antiguas emociones

Ayer, de manera inesperada (que es como mejor sientan las vivencias agradables), recibí dos subidones de oxitocina. A mi edad provecta, esta hormona y otras parecidas -transmisoras del sosiego- son mucho más convenientes que la adrenalina, tan del gusto de los jóvenes. Incluso más que la testosterona, tan caliente y arrolladora. Fueron dos experiencias sencillas, nada del otro jueves, pero ya se sabe que en ocasiones las cosas sencillas son las más importantes.

Por la mañana, invitado por mi hija, di una clase informal a sus alumnos de Biología que, en principio, tenía como objetivo alentar a los bachilleres hacia las bondades de la Medicina. Se trata de un ejercicio por el que siento un interés muy particular, el de ponderar muy al alza la excelencia del oficio médico, el más sublime del mundo. Sigo siendo un apasionado de mi profesión, y mucho más ahora, visto lo visto de abnegación y entrega por parte de todo el personal sanitario en la pandemia, sacrificio de vidas incluido. Conocedores de mi escasa destreza en lo relativo a la informática, no os extrañaréis de que me llevase a la clase el pendrive que no era, con lo que propició la ocasión para una charla improvisada, mucho más divertida y participativa. Como es lo habitual hoy, muchas chicas y menos chicos en la clase. Casi todas las preguntas provenían de ellas, bien fuera por  más decididas, bien por verse ya estudiantes de medicina in péctore. Hubo preguntas muy directas e íntimas. Y  respuestas muy claras y emotivas por mi parte. Se habló allí de valores, de talentos, de buscar cada uno en su interior la mejor decisión atendiendo a factores internos y no tanto a los externos; del sentimiento de misión por cumplir, de realización personal, cada cual en aquello para lo que se sienta realmente atraído. Incluso alguien sacó a debate la vocación, término tan anacrónico, al parecer. Salieron a la palestra temas tan espinosos como el de la eutanasia, el aborto, la objeción de conciencia... Afloraron anécdotas, historias, sentimientos y vivencias pasadas que se hicieron tan presentes en mi conciencia que despertaron sin remedio emociones muy reconfortantes. No eché en falta mis diapositivas del pen. Las preguntas y dudas de los alumnos fueron mucho más edificantes para mi propósito que mis esquemas y fotografías tan repetidamente repasadas. Todo mucho más fresco, en consonancia con la frescura vital que aquel ámbito tan juvenil respiraba. Y mi hija, alucinando. "Papi, cuéntales lo de la muerta que se movía en el ataúd..."

Por la tarde, una llamada al móvil me saca del tedio de mis páginas lentas de un libro de ética. Casi lo agradecí, porque leer filosofía recién levantado de la siesta es un peñazo. Hasta mi perrita se da cuenta del aburrimiento y me rasca en mi brazo para que salgamos de paseo. "Doctor Rivera -oigo al otro lado del hilo, bueno... ya no hay hilo, al otro lado de las ondas-, soy Carmen, de Montellano...". Desde que me jubilé no había tenido noticias de ella. Algunos de mis pacientes más allegados me escriben wassapts, me consultan dudas o me felicitan por Navidad. Y es raro que Carmen no lo hubiese hecho hasta ahora. "Es por no molestar, doctor Rivera, no crea que es por falta de ganas". Total, que una vez que se ha decidido, ya puestos, me relata toda la retahíla de enfermedades nuevas que le han acometido "desde que usted se fue". "La verdad, tengo muy buenos médicos, el doctor Sergio, la doctora Medina, Lola se llama ¿verdad? Pero a mí siempre me ha gustado que usted me de el visto bueno a todo, porque es una cosa como de confianza ¿a que sí, doctor". Y, naturalmente, llovía sobre mojado. La larga charla con Carmen de Montellano, la  mujer que me regalaba dulces y carne de membrillo caseros, me devuelve, otra vez en el mismo día, a mis tiempos de Valme. Otro subidón. Esta mujer me hizo sonrojar en el pasillo de la consulta abarrotado de gente el día que se enteró de que me iba a jubilar. "Usted, doctor Rivera, no se jubila por enfermedad ni por edad, se jubila porque se toma nuestras cosas demasiado a pecho". Quizás el mejor piropo que nunca nadie me haya tirado.

Oxitocina, dopamina, serotonina a chorros.



6 comentarios:

  1. Neurotransmisores y buenos recuerdos en la mochila, una buena receta doc. Gracias.

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  2. Jajaja, cada día lo haces mejor, ahora nos deja esperando que cuetes lo de la muerta que se movía en el ataúd. Gracias José María. Un abrazo.

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    1. Jajaja. Ese episodio de una gitana muerta que se movía en su ataúd ya fue objeto de un artículo en este mismo blog hace ya unos años.

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  3. Me alegro por tí, Sr. Doctor.

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  4. Perdón, doy Pacomo. No sé que pasa shora que no me coge el nombre al publicar. Bueno parece que patrás, palante ahora puedo ponerlo yo directamente

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  5. Y sentir que fuimos útiles, apreciados... no tiene precio.
    Pero es más dulce descubrir que aún servimos de algo pese a todo.

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