El domingo pasado, algunos afortunados nos dimos un baño en el paraíso...
Malogrado por la pérfida curiosidad femenina nuestro bucólico Paraíso Terrenal, un mix de huerto, jardín y zoo, mi catequista, Socorro Ramírez, nos presentaba a los niños el nuevo modelo de paraíso de una manera muy chunga. Y mucho más luego para las expectativas de un adolescente calentón como era servidor. Al parecer, todo iba a consistir en la contemplación eterna de las figuras vivientes de la Santísima Trinidad. Uno se imaginaba, en el tropel de criaturas celestes, vestido con una túnica blanca e inmaculada y sentado en las gradas de un grandioso anfiteatro, en cuyo centro Padre, Hijo y Espíritu Santo posarían y pasearían de aquí para allá cual modelos divinos. Y así, toda la Eternidad. ¡Menudo aburrimiento! No era de extrañar, pues, que ya desde entonces cundieran chistes entre los chaveas prefiriendo los excesos y pecados en un infierno ardiente, pero compartido con gente divertida y de mal vivir, antes que el tedio insufrible de un cielo puro, casto y tan contemplativo.
Por eso, los muchachos -y supongo que también las personas mayores- nos pusimos a imaginar otros paraísos alternativos que ofrecieran opciones más llevaderas, más humanizadas, más de nuestro gusto. Sobre todo teniendo en cuenta que la cosa no era para un finde o un mes de vacaciones, que la cosa era para ¡¡¡SIEMPRE!!!
Pero el pasado domingo, unos pocos agraciados nos fuimos de perol cordobés a un paraíso muy particular...
El primer paraíso imaginario del que tengo memoria es el cuerpo de casa de la casa de Blas, en la calle Sol, donde, sentada muy modosita en un sillón de estilo clásico, posa para la posteridad mi prima Josefina vestida de primera comunión. Yo rondaría los tres años y pico. Pero me acuerdo. En ese tiempo mágico, mi familia -mis padres, mi hermana Josefa y yo- vivíamos de prestado cuatro casas más abajo, por encima de la de mi amigo Agundo. La casa de Salvadora, recuerdo que le decían. Entrar en aquel salón de la casa del primo Blas y de la prima Marigrasia, tan arreglado para la ocasión, adornado con la figura celestial de mi prima Josefina, misal de pastas de nácar y rosario de perlas blancas enredado entre los guantes, fue lo más parecido al cielo de mi catequesis. "Yo aquí me quedaría pa siempre", supongo que pensaría.
Ha habido, luego, otros paraísos imaginarios, claro. Vivencias tan intensas y emotivas de las que uno nunca hubiese querido desprenderse. Pronto, perdida la inocencia, mi ideal de cielo estuvo ligado al tipo de vida sencilla de mi adolescencia y juventud: las noches al raso con mi padre y mi abuelo en la era de La Capilla o más tarde con mis hermanos en la choza de los melones; las tardes en el río con mis amigos; los meses de mayo en los Ángeles, tan bonitos, tan familiares y alegres; los partidos de fútbol, eternos, en las tardes lluviosas y embarradas del campo de san Eulogio; el curso entero de Preu en el Séneca, tan formativo en lo personal y lo académico, "yo estudiaría Preu toda la vida", recuerdo haber dicho alguna vez... Luego, ya en la madurez, asimilaba el Paraíso con los parajes y paisajes naturales y salvajes que admiraba en Los Pirineos, Los Alpes, Los Picos de Europa o La Sierra de Cazorla en los viajes con mis hermanos o con mis amigos. Y ahora, en el sosegado y apacible jubileo, me conformaría con un Cielo donde pudiera corretear con mis nietos en un campo de verde infinito, higueras de brevas blancas y chorreras de agua parecido al campo de golf de Antequera.
Y el caso es que hace sólo cinco días, un elenco de gentes de Palenciana nos pusimos pujos de arroz y de pasteles en un bellísimo paraíso serrano...
Nuestros años de Sevilla, muy felices en el chalet del Aljarafe, pero en un ambiente periurbano, incluso nuestra acomodada vida actual en Antequera, no han conseguido, sin embargo, apartar de nuestro ánimo un ideal de casa en plena sierra, que con toda seguridad hubiésemos disfrutado la Peque y yo de haber seguido trabajando en Córdoba. Otros, con menos edad, han obtenido ese premio. Y siento sana envidia de tal éxito.
El pasado domingo, un nutrido grupo de senderistas del pueblo fuimos graciosamente agasajados por Josefina y Carmelo en su casa de campo de Córdoba, como anfitriones, y por Fraski, como maestro arrocero. Y, ahora, a una edad imposible, va y descubro mi paraíso perdido tantas veces deseado. No, aquello no es una casa lujosa ni impresionante como tantas otras en el Brillante. Aquello es un refugio paradisíaco en el corazón de una Sierra Morena exuberante, fresca y olorosa. Aquello es lo que anhelaría para sí cualquier criatura amante de lo natural, lo auténtico, lo genuinamente humano. Aquel paraje onírico, envolvente, acogedor y salvajemente domesticado, rodeado de encinas, madroños y pinos, me ha devuelto a mis siete años, la primera vez que visité La Capilla con mi padre; a mis once años, cuando quedé impresionado por los montes y ríos de Hornachuelos; a mis veinte años, tonteando con la Peque en la orilla de un Genil juguetón y alcahuete; a mis cuarenta años, cuando mi amigo Jaime y yo soñábamos despiertos con una primitiva que nos permitiera comprar a medias una dehesa extremeña..; a todas aquellas edades y situaciones de mi vida en las que yo he creído tocar el Paraíso con mis manos.
Sólo eché en falta ese día de domingo la presencia de mi Peque, comprometida en otros menesteres; claro que lo entendí como algo natural, ya que ella no cree en el Paraíso.
Leyendo tu magnífica descripción, no puedo nada más que darle más valor a mi casa de Trassierra situada en pleno monte, donde compartes con todo tipo de bichos excepto humanos, cuando estámos solos mi "niña" y yo.
ResponderEliminarTás invitado cuando quieras.
Soy Pacom.
ResponderEliminarYa sé que eres Pacomo. Muchas gracias por tu invitación y por leerme con tanta devoción. Un abrazo.
ResponderEliminarSiempre a la busca del pasarais perdido Fili, esa es la actitud del hombre.
ResponderEliminarMuy místico te veo, !hay la edad¡
ResponderEliminarJajaja. No, intento hablar de paraísos terrenales, no celestiales
EliminarMîstico terrenal sî.
EliminarTu periplo, sin ser tan paradisiaco como desearías, es envidiable o al menos interesante.
ResponderEliminarLos paraísos fallan porque no son para siempre y además necesitan que los idealicemos un poco.
Todas las semanas Mónica y yo vamos a regar la finca de mi hermano Eduardo, que plantó unos cuatrocientos árboles y cuidó con gran cariño. El sitio es agradable, campestremente tranquilo y con horizontes lejanos que por el norte se vuelven montañosos. Incluso posee unos cuantos frutales generosos.
Todo muy guay pero en cada incursión por las altas hierbas tenemos que revisarnos y apear a varias garrapatas de nuestras piernas o ropa.
Los paraísos, seguramente, ni son eternos ni gratuitos. Ni siquiera paraísos, pero sin sueños ¿qué nos queda?
Pues eso mismo, Pedro. Me gusta soñar aún sabiendo que todo lo nuestro es efímero. Un abrazo.
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