-Pero, señorita -protesto suavemente-, si mi intervención va a ser a última hora ¿por qué me citáis tan temprano?
-A mí no me lo pregunte, caballero -me responde la secretaria del servicio de admisión-. Es cosa del protocolo.
A las 9,30 horas de la mañana estaba en el hospital. Me van a realizar una biopsia de próstata. Es un procedimiento sencillo que se hace normalmente en la misma consulta de Urología, con anestesia local. Algunos de mis amigos ya han pasado por ahí y me han dado ánimos estos últimos días. Pero, claro, ellos no son yo. La carne de médico es mucho más delicada. Cuando hace un mes le comenté a mi urólogo mi propensión a los desmayos, rápidamente me derivó al anestesista para hacerme la biopsia en el quirófano bajo sedación. No fuera a ser que le montara un cirio en su consulta. Y hoy ha sido el día.
No tengo más que palabras de agradecimiento, pero también de orgullo, por el magnífico desempeño que he podido comprobar en el hospital por parte de todo el mundo, desde las limpiadoras hasta mi propio urólogo, hombre humilde, atento y meticuloso en todo detalle tanto en lo profesional como en lo personal. Me ha resultado admirable la tierna atención y mimo con que las auxiliares y las enfermeras del hospital de día quirúrgico se han volcado con los enfermos más viejitos y vulnerables. Este anciano, de Cuevas de san Marcos, operado de cataratas; éste otro, de Fuentepiedra, operado de una hernia umbilical; esta mujer, de Archidona, con un glaucoma... De risa, las fatigas de mi enfermera, linda y cercana, para explicarle a un anciano inglés de Mollina, en inglés macarrónico, la manera de dosificar unas gotas oculares... ¡Qué encomiable paciencia!! Celadores jóvenes que me han transportado en camilla de un lado para otro, transpirando optimismo y cuidando al detalle la preservación de mi intimidad por los pasillos...Y un personal de quirófano que te trata como si fueras tú el único paciente de la mañana, estando al dar las dos de la tarde...Puedo decir que he experimentado en el ambiente laboral del hospital el aire desenfadado y proactivo que he vivido y predicado en mis años de Valme. Una enorme alegría poder transmitir al mundo que nuestro personal sanitario ha resistido y superado todos los estragos de la maldita pandemia, sin recordar -o eso parece- las muchas penalidades y sacrificios sufridos por mor de ella. Mi primera experiencia hospitalaria post pandemia no ha podido ser más esperanzadora.
Si me obligáis a poner algún pero, sólo mencionaré que me cuesta aceptar la rigidez de los protocolos. Cuando uno se encuentra enfermo de verdad acepta de buen grado cualquier orden médica o administrativa con tal de sanar lo antes posible, pero cuando uno está bien -y éste era mi caso- lo que quiere es salir cuanto antes del hospital. Y entonces es cuando topo con los dichosos protocolos. Una vez fuera del quirófano, con todo en orden, lúcido y asintomático, debo permanecer encamado en el hospital de día cuatro larguísimas horas porque "es el protocolo". Al cabo de dos horas le pido a mi noble y atenta enfermera que, por favor, me retire los sueros -que no preciso- y que me deje el catéter heparinizado por si acaso surgiese alguna incidencia que nos hiciera precisar el suero. Sin la pejiguera del suero, podré salirme de la cama, vestirme con mi ropa de calle, permanecer sentado en el sillón y abandonar así el ridículo papel de "enfermo" con mi bata vergonzante que me deja tol culo al aire. "No me pida esas cosas, no puedo hacerlo".
-Señorita, por favor, soy médico, mi mujer es enfermera, sabemos vigilar y actuar ante una muy improbable incidencia que pudiese ocurrir...
-¡Ya decía yo -sonríe la enfermera-, que sabía usted demasiado.
Y, por fin, esta linda enfermera, aunque abducida por el protocolo, se bajó del burro y me adelantó la salida. Eso, sí, no sin antes cerciorarse de que mi orina era clara y de que me hubiese zampado la merienda en dos bocados.
De siempre, he sido un pelín contestatario al protocolo en el ámbito de la salud. Miento, me refiero al protocolo duro, rígido, inamovible. Protocolo nos suena ligado al formalismo obligatorio que rige en los actos y ceremonias diplomáticos y oficiales. En la actualidad, el término se ha generalizado para definir el conjunto de normas y acuerdos que se deben cumplir en cualquier procedimiento diseñado y controlado para un fin determinado. En los cuidados de salud, los protocolos son una herramienta útil y muy necesaria, en cuanto que están basados en las guías clínicas y propician el normal funcionamiento de las muchas actividades en un ámbito tan complejo como es el sanitario. Lo que critico piadosamente, en instituciones tan queridas para mí como son los hospitales, es la rigidez de su aplicación, la falta de flexibilidad en función de las necesidades y también de los deseos legítimos y razonados de los pacientes. El protocolo médico ofrece ayuda al personal sanitario, incluso le cubre las espaldas, pero no debe esclavizarlo ni someterlo. El protocolo bien aplicado debe dejar un razonable y juicioso margen de decisión en el propio paciente. Siempre he defendido esa postura, y por ello me siento legitimado para exigirla para mí mismo. Un protocolo personalizado, en mi caso concreto de hoy, hubiese permitido reducir significativamente mi tiempo de permanencia en el hospital de día, atendiendo a mi estado clínico y a mis deseos por encima del "protocolo" rígido y frío.
Todo lo cual no puede ni debe empañar mi satisfacción por la salud psicológica y social del personal sanitario del que disfrutamos los andaluces. Dicen que sufrimos una escasez alarmante de personal. Es un mal endémico de nuestra sanidad. Ya en mis tiempos existía. "Semos pocos, pero bien avenidos" podríamos decir de esta gente extraordinaria, rayana en la excelencia. Sanidad pública, universal y de calidad sostenida por el cuello vigoroso de unos atlantes prodigiosos. No podemos ni debemos perder tanto logro conseguido. Y no lo vamos a hacer.
Mi más sincera enhorabuena.