El primer wassapt de esta madrugada me ha informado de la onomástica de mi sobrino nieto Ángel. Tiene diez años, y más que un ángel es un demonio. A fin de cuentas, también Lucifer era un ángel.
Regina Angelorum, Regina Apostolorum, Regina Profetarum, Regina Vírginum... No me preguntéis por qué, no lo sé, pero se me vino al pensamiento mi abuela Josefa y sus lecciones de letanías y jaculatorias. Yo las recitaba de carrerilla. Cincuenta y cuatro letanías. De memoria. De monaguillo, antes de irme al seminario y sin idea de latín, sabía el significado de todas ellas. Pero había dos que se me atragantaban: Rosa mística, que no pintaba allí nada, y Virgo Potens, que me parecía una picardía.
Creo haberos dicho alguna vez que mi abuela Josefa fue el actor más determinante para mi entrada en el seminario. Me metió a monaguillo, y luego, cansina como gota en roca, persuadió a don Juan González para que me incluyera en la terna de ese año para ingresar en "Santa María de los Ángeles", el seminario menor de Hornachuelos. Una visionaria. No como su consuegro, mi abuelo Manolo, que nunca creyó en mi vocación alegando que yo tenía el ojo demasiado vivo. Mi abuelo Manolo fue la persona que tal vez más haya influido en mi forma de ser de chavea. Sentía admiración por su templanza -jamás lo vi enfurecido-, su equilibrio mental, su sabiduría campesina, su afabilidad y su bondad de hombre justo. Y no soy capaz de recordarlo ni una sola vez oyendo misa. Ni siquiera el día de mi primera comunión. Yo creo que era un ateo en el armario.
Siempre me he considerado el favorito de mi abuela Josefa entre todos sus nietos. Mi madre, incómoda por vivir en la casa de la suegra, tenía celos de mi primo Santi, el mayor de "Los Porreras", creyéndolo el preferido. Yo la escuchaba discutir con mi padre: "tu madre sólo tiene ojos para su Santi", y cosas así. No era verdad. Yo fui el primer nieto varón, el más celebrado en la casa familiar de mi abuela, me crie rodeado del afecto tierno de mi chacha Bibi, la chacha Chiquita y la entrometida de la chacha Gregoria, una tía abuela, hermana de mi abuelo Manolo, que era vecina nuestra. A ver qué nieto de mi abuela puede presumir, como yo, de haber dormido con ella, en su cama, hasta los trece años. Y no seguí más tiempo por sentir vergüenza propia de mis erecciones y poluciones nocturnas.
Me dormía a fuerza de jaculatorias "Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza"... Y me despertaba con letanías "Kirie Eleison, Chryste Eleison, miserere nobis"... Todo su empeño consistía en prepararme en historia sagrada mejor que los otros aspirantes. Era consciente de que mis notas escolares, excelentes, y mi soltura en las lecciones de catecismo tenían que suplir mis flaquezas en urbanidad y civismo. Yo era entonces un niño demasiado rústico, casi un clon de mi amigo Agundo, el amo de nuestra calle.
Y al final, se salió con la suya. Me vio de seminarista por muchos años y disfrutó orgullosa de mis notas, las mejores del curso. Pero también se salió con la suya mi abuelo Manolo cuando abandoné el seminario, como él había pronosticado, y me hice médico. Ambos contentos.
Stella matutina, Salus infirmorum, Refugium Pecatorum, Consolátrix afflictorum...
et ne obliviscaris refugium peccatorum.
ResponderEliminarRefugiun pecatorum.
ResponderEliminarEs increíble la cantidad de detalles que recuerdas de tu gente durante tu infancia.
ResponderEliminarPor otra parte no serías el amo de la calle, (ya estaba Agundo para eso), pero eras el puto amo de la clase de latín.
Mi tío Emiliano sabía hablar en latín con soltura y escribía poesías más que aceptables en castellano. Yo me quedé con lo segundo, pero siempre envidié tu arte mágico para traducir cualquier texto latino.
Amigo Pedro, debes saber que añoro con cierta nostalgia aquellos años de latines, sobre todo el curso de Preu, cuando don Rogelio nos hizo traducir La Eneida a palo seco. Gracias.
EliminarPuede ser que quienes venimos del campo o del pueblo, miremos más despacio este presente. Reconozco en tus palabras amigo José María, esa sapiencia de nuestros mayores que sin ser leídos, nos atinaban con un solo golpe de vista. El campo era y es, otra cosa diferente.
ResponderEliminarEs ahora cuando cansa la cuesta, que algunos miramos para atrás y nos vemos reflejados en aquella serenidad rústica, que
no necesitaba perdones porque ellos eran la verdad.
Un abrazo amigo Filiberto
Juan Martín
Estoy de acuerdo contigo, amigo Juan Martín. Por ejemplo, mi abuelo Manolo no iba a misa sencillamente porque no la necesitaba.
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