En las contadas ocasiones en que lo he visto en alguna entrevista televisiva, me ha recordado siempre al jugador que yo idolatré siendo un chavea: su mirada franca con aquel rictus de seriedad gallega, ahora endulzada por los años, su lunar en la mejilla derecha, su media sonrisa, incapaz de ser completa, su prosodia ajustada, discreta, casi lacónica... ¡Amancio! ¡Casi ná!
Hace unos meses, sin embargo, me alarmó verlo en el saque de honor de uno de los partidos del Madrid, su Madrid. Lo comenté con alguien: "no me gusta lo que he visto de Amancio". "Pero si solo ha sido un momento, no has tenido tiempo de ver nada", me contestó mi amigo. Pues sí que lo tuve. Algo vi. Llevaba una gorra campera en la noche fría madrileña. Puede que solo fuese para protegerse. Vale. Pero no me dio buena espina. Me costó reconocerlo, a mí, que lo identifico incluso sin mis gafas de miope. Fueron tres segundos, pero lo noté distinto, de estas veces que no sabes explicar lo que es, pero lo sientes. Le había abandonado la chispa, su fugaz mirada a la cámara le delató ante mis ojos tan sensibles para con su persona. Y, mirad qué cosa más tonta, o más sublime (quién sabe), me vine abajo. Amancio tiene un cáncer. Lo vi clarísimo.
Esta mañana, en el desayuno, han dado la noticia. Amancio ha muerto. Para mí, no ha sido sorpresa, pero me he emocionado. Creo que en el camino hacia el parking he debido retener alguna lagrimita. En fin... Hay personas que no deberían morir nunca. O al menos, que no deberían morir antes que uno. No seas exagerado, me diréis. ¿Qué tienes tú que ver con Amancio?
¿Qué tengo que ver con el Capitán Trueno? ¿Y con los Brincos? ¿Y con Karina?... Son mis ídolos de juventud. Nada tengo en común con ellos, pero simbolizan en mi espíritu las vicisitudes de un tiempo formidable, de un tiempo feliz. Han muerto ya jugadores madridistas de leyenda: Distéfano, Gento, Puskas, Velázquez, Zoco, Sanchís padre... Pues no ha sido lo mismo. Cualquier otro jugador del Madrid que pudiera morirse antes que yo no me produciría el pesar que hoy siento. A lo mejor tenemos que dejar a Pirri en un aparte. En el seminario, yo era Amancio, con permiso de Joaquinillo Baena, mucho más fiero y auténtico que yo. El día que muera Pirri (quiera Dios no tenerlo anotado en décadas), mi amigo José Pablo sentirá lo mismo que yo siento hoy: tristeza incomprendida por sus cercanos.
Alfredo Relaño, el magnífico cronista futbolero, publica hoy en el "As" un extenso artículo con la semblanza futbolística de Amancio. Y me doy cuenta de que yo sabía de Amancio mucho más que este excelente periodista deportivo. Porque conocía no sólo su singladura como futbolista, sino, además, detalles y particularidades de su vida personal y familiar: el nombre de su mujer y de sus hijos, sus gustos en el comer y en el vestir (recuerdo con emoción cómo le pedía a mi madre que me comprara jerseys de cuello alto y cerrado como los que usaba Amancio, y que no los encontrábamos en la Tienda Nueva), sus sitios preferidos de vacaciones... Lo vi jugar en vivo en el estadio del Arcángel en dos ocasiones, allá por los años 68 y 69 del siglo pasado. Sólo los quince últimos minutos de sendos partidos, que era cuando el cancerbero del estadio abría los portones del Gol Norte para la chiquillería y otros menesterosos.
Soy un nostálgico, lo reconozco. Y es así, supongo, porque he tenido una vida envidiable, de niño y de joven, una vida muy dichosa, que luego ha tenido su continuidad en la madurez y en la vejez. Soy un hombre afortunado. Y me apena experimentar la pérdida de todo aquello que ha sido parte de mi felicidad. Y Amancio lo ha sido.
Descanse en paz el más "brujo" de todos los futbolistas.