Después de haber metido la pata hasta el corvejón, error grave que bien hubiese podido acarrear consecuencias fatales para el paciente, la médica residente de segundo año, su tutor hospitalario y el jefe de las Urgencias tuvieron el detalle de acordar una reunión con la esposa del paciente y con otro amigo de ambos para reconocer ante ellos el error cometido y exponerles sus disculpas más sinceras. ¡Caray, esto no se ve todos los días!!! Pero no quedó la cosa ahí: a continuación, subieron todos a la habitación del paciente, ya felizmente reestablecido, y la residente de segundo año y el jefe de las Urgencias se volvieron a disculpar: "Lo sentimos mucho, José Antonio". ¡Jóder, algo está cambiando en el sistema! ¡Para que luego nos metamos con JuanMa...!
Equivocarnos, nos equivocamos todos, incluso los médicos, o acaso, éstos más todavía, por cuanto que, pese a los adelantos tecnológicos, la medicina clínica sigue siendo un ejercicio diario de incertidumbre. Os lo dice un médico. Lo mismo que también os digo lo difícil que resulta a cualquier médico reconocer públicamente un error cometido. No entiendo muy bien por qué, pero es así. Por eso, este acontecimiento descrito más arriba adquiere unas connotaciones de verdadero cambio para bien, para la excelencia clínica. Ante actitudes como ésta no cabe otra que comprender y perdonar.
-La verdad, nunca podíamos esperar una respuesta como ésta -le dice la esposa al jefe de las Urgencias-. Lo hemos pasado muy mal, imagínese usted, una operación tan delicada... Pero ahora, ya con mi marido fuera de peligro y con este detallazo vuestro... Bueno, una vuelve a creer en la sanidad pública.
-De eso se trata, señora, de demostrar que, como personas que somos, nos podemos equivocar -responde el jefe, muy serio, en su papel-. Se asustaría usted si supiera la cantidad de decisiones precipitadas que debe tomar un residente o un adjunto en una guardia hospitalaria de 24 horas. Algo apabullante. ¡Demasiado poco nos pasa!
-Claro, intento comprenderlo... Pero es que cuando le ocurre a una... Pues que ya no es lo mismo.
-Es natural. Ahora bien, al igual que somos personas que nos equivocamos, también debemos serlo para asumir nuestros errores y disculparnos. Y, como habrá visto, no me duelen prendas.
Y sigue el jefe de las Urgencias relatándole a la mujer un programa muy novedoso que ha puesto en marcha en su Unidad y cuyo objetivo es, precisamente, formar a los residentes en ámbitos aparcados del oficio médico, tales como la empatía, la humildad y la capacidad de disculparse.
-Precisamente, esto que acabamos de hacer, el presentar nuestras disculpas a un paciente y a sus allegados, forma parte de este programa que le digo. En mi modesta opinión, la formación de los residentes adolece de este tipo de competencias. Tanto residentes como tutores se han lanzado de cabeza hacia los aspectos más llamativos y atractivos de nuestra profesión, como pueden ser la investigación, la digitalización, estar al día, las publicaciones..., elementos dirigidos principalmente a engordar el currículum. Y, tal vez, estemos contribuyendo entre todos al abandono de nuestra esencia como médicos clínicos. Y esto no puede ser. Nosotros, los veteranos, aprendimos de nuestros ilustres maestros el buen camino y tenemos el sagrado deber de transmitirlo a estas nuevas generaciones. Antes que un lumbreras, un médico tiene que ser una buena persona, un portador de unos valores que presumimos de eternos, pero con la boca chica.
Así habló el jefe de las Urgencias. Y luego se alejó, pasillo adelante, con las manos cruzadas por detrás y gacha su cabeza, en actitud de meditación.
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-¿De verdad, José María, que ocurrió así, tal como lo cuentas? -me preguntaréis, incrédulos, algunos de vosotros?
-No, no fue así -os contestaré yo-. Desde luego que no. Hubiese sido el relato deseado. ¡Pero no me digáis que no queda bonito...!