Setenta años, sí señor. Setenta años cumplidos he necesitado para entender algo que para las mujeres es sagrado y para los hombres, pamplina. Setenta años, para ponerme en el lugar de mi hermana Josefa, capaz de matar si alguien le pisaba lo fregao.
Ocurrió hace unos días. Mi mujer me dejó al cargo de los albañiles en mi casa mientras ella iba a Antequera para unos asuntos con mis nietos.
-Tranquila, Peque. Yo me ocupo de todo.
Me ocupé, en efecto, de recoger la cocina y poner el lavavajillas, algo para lo que ya no necesito notas en la pizarra; me ocupé de meter el tendedero en el salón por si se ponía a llover; me ocupé de hacerme presente ante los albañiles por aquello de que "el ojo del amo engorda al caballo"; me ocupé de...,¿qué sé yo? Hasta de pasar una mopa húmeda por el aparador para hacer como que quito el polvo. Y me olvidé del suelo. Un hombre no puede estar en todo. La Peque, a punto de llegar, y yo, repanchingado en el sofá, viendo el canal Real Madrid y el "Vinicius somos todos".
Y entonces, me acordé del suelo. Un ángel del Señor, seguramente. Mi ángel de la Guarda. Los albañiles se habían marchado y dejado una estela de pisadas blancas de yeso y de tierra a todo lo largo del salón hasta la puerta. Y a toda mecha, me puse manos a la obra. Quiso mi buena fortuna que mi cuñada Conchi se presentase a tomarse su cafelito de por las tardes. Y al verme con la fregona en ristre, me corrige con femenino oficio:
-¡Amos a ver, hombre! ¿Cómo te vas a poner a fregar sin antes haber barrido? ¡Qué cosas tienes...!
Ella se puso a barrer y yo a fregar por donde ya estaba barrido.
-¡¡Qué bien nos conjuntamos, eh! -me dice.
-¡Déjate de lisonjas y date prisa, que ya mismo está aquí tu hermana!
La verdad, estaba yo admirado de cómo se estaba quedando el suelo. Escamondao, se dice en mi pueblo. Parecía un espejo, de limpio y brillante.
-Creo que te has pasado con el friegasuelos -regaña mi cuñada. -Y entonces recuerdo que, efectivamente, las mujeres se ven en la obligación moral de poner siempre algún pero.
En éstas estábamos, cuando aparece por la puerta mi cuñado Antonio dispuesto a entrar sin más miramientos. Como haría yo. Como haría la mayoría de los hombres. Y entonces, me acordé de mi hermana Josefa, de los cabreos tan imponentes que pillaba cuando nosotros, sus hermanos, le pisábamos lo fregao.
-¡¡Ni se te ocurra dar un paso más!!! -le grito a mi cuñado ante su desconcierto de no saber el porqué-. ¡Te corto los güevos!!! ¿No ves que tengo el suelo fregao?
-Vale, hombre, no te pongas así. Doy una vuelta hasta que se seque.
-¡Eso!
¡Hay que ver!! Setenta años, para comprender a mi hermana.
-Hasta que los hombres de las nuevas generaciones no comprendan cosas como ésta persistirá el machismo -sentenció, solemne, mi cuñada.
Amén.
Mucho haz tardado, si de chico te hubieran dado en la espalda con el palo de la fregona no lo habrías olvidado.
ResponderEliminarComo sabes, mi infancia transcurriome con mis abuelos y mis tíos, eran como mis hermanos mayores. Todavía, con 70 años, recuerdo el mal genio de mi tía Antonia si se te ocurría pisar cuando estaba fregando. Imprime carácter, aunque se nos olvida con frecuencia.
ResponderEliminarAmigo José Maria, estamos tomando un aperitivo en Almocafre y en la tertulia uno de los socios comenta que es de Palenciana. Le cuento tu escrito y me dice que en su casa el que se ocupa de fregar es él y que ya ha desistido de que su mujer no pise. Así que nada que ver con el sexo, sino que nadie escarmienta en cabeza ajena. Que chico es el mundo.
ResponderEliminarNunca te acostarás sin aprender algo nuevo, más si es jueves.
ResponderEliminarSetenta llevo yo y soy tan torpe que piso lo fregado por mí. Que vamos a hacer.
ResponderEliminarPor lo que veo, tú no has hecho la "Mili".
ResponderEliminarClaro que he hecho la mili, pero de soldado médico. No fregué suelos. Jajaja
EliminarYo, una vez que fregué sin haber barrido antes, causé porquería tal que estuvo la cocina enfangada durante semanas, y aún hoy seguimos descubriendo innominados precipitados químicos en algunos rincones inaccesibles.
ResponderEliminarDebes de ser Pedro Calle ¿verdad?
EliminarNo. ¿Por qué habría de serlo?
EliminarBueno, con un buen "zapatillazo" se aprendió mucho antes. Así se aprende la infracción y el castigo en la misma jugada
ResponderEliminarMas vale tarde q nunca amigo😜
ResponderEliminarPues no sé quién eres.
EliminarPor alusiones.
ResponderEliminarFili, mis comentarios llevan la B de bloguero y la identificación de "la opinión de Pedro Calle".
Buenas broncas me llevo cuando, inadvertidamente, piso lo fregado por Mónica.
Además, nunca fregaría sin barrer previamente, que ya barría y fregaba (cuando era seminarista) la sacristía de la iglesia de Montoro, a petición de mi tío Constantino, sin oponer resistencia ni recibir recompensa,
Muy ágil y visual tu relato..