La mar de productiva, esta mañana de feria.
Nunca he sido un buen feriante. Nunca. Ni de joven. "Tú nunca has sido joven", protesta la Peque. Treinta años en Sevilla, y no me ha cautivado su Feria. Iba por imperativo conyugal. Después de las sopaipas (allí las llaman buñuelos), a la casa. En el pueblo, casi lo mismo. De día, me cuesta Dios y ayuda bajar un rato a la cantina para sudar la gota gorda (por cada pelo, un caño, dice mi cuñada Dolores). De noche, sobre la una de la madrugada, los tejeringos con chocolate y a la piltra.
Sin golf y sin piscina municipal, esta mañana he pensado irme al río, a rememorar viejos tiempos. En coche, claro. Ya en las afueras, me paro en las puertas del cementerio y charlo un ratito con mis padres. Les digo que descansen tranquilos, que han sido unos padres del 10, y que los quiero mucho. Luego, con mi padrino, y le digo que ha sido un segundo padre para nosotros, y le doy las gracias por tantas pesetas como le he sacado en aquellos tiempos de penurias. Muy cerca, mi hermana Josefa y mi cuñado, los dos juntos, y les regaño por haberse ido tan pronto, los muy simplonatos. Sigo con mi madrina, La Chorro, la mujer más animosa y generosa del pueblo. Y termino con mis suegros, bromeando con ellos y sus "peronias", como cuando estaban con nosotros.
Estoy de suerte. El río viene flojo. Se conoce que este año, por mor de la sequía, el pantano no va de sobrado. Austeridad. Saco del maletero un hierro del 7 y dos o tres bolas de las más desgastadas y mato el gusanillo lanzándolas, como proyectiles, río abajo. Cincuenta metros más atrás hay una playita arenosa donde el río se remansa un poco. Son las once y media de la mañana, pero ya aprieta Lorenzo. Desde el huerto Pajarito a La Pontona, nuestro río traza una especie de hoya muy vistosa cuando se observa desde arriba. A pie del cauce, todo se vuelve rumor agradable del agua saltando sobre las rocas y el esplendor del bosque de ribera, donde en este punto dominan los extensos cañaverales, los sauces frondosos que invitan con sus generosas sombras, los tarajes y los álamos sublimes y silenciosos. Ni una gota de aire.
Sólo en la playita, cual Robinson Crusoe de mentirijilla, decido darme un baño. Aunque siempre valiente con el agua, ahora, de mayor, soy un cagao; bueno, dejémoslo en prudente. Arrojo al río varios trozos de ramas arrastradas y orilladas para asegurarme de que flotan y no se las traga un eventual remolino (recor, decíamos de chicos) de ésos que malogran al más pintado de los nadadores. Todo en orden. Me quedo en calzoncillos y me doy un bañito la mar de agradable y refrescante. Emulando mis aventuras fluviales infantiles, alcanzo la otra orilla y me vuelvo. Tampoco es cosa de entretenerse demasiado, no sea que suelten el pantano para lo del rafting y me pille desprevenido.
Secándome al sol, un coche baja la cuesta. Me apresuro en vestirme a medio secar. Bajan del coche un hombre mayor, tres jóvenes y un niño. No los conozco, ahora en agosto llegan al pueblo cantidad de gente que emigró a Cataluña y sus retoños, nacidos allí.
-¿Te has bañado? -me pregunta el anciano con mucha curiosidad.
-Sí, por aquí se puede. El agua viene mansa y no está muy fría. Y las rocas están a la vista.
-Ah -se pone el hombre nostálgico-, los muchachos de mi edad aprendimos a nadar en este río. ¡Qué recuerdos!
Los jóvenes se ha separado de nosotros y ya están jugueteando con el agua.
-Pues claro -le contesto-. Yo también venía todas las siestas a bañarme.
Y ya nos dimos a conocer. El hombre es un hijo del "Boquino", casado con una hija del "Chavito".
-Yo soy hijo de Juanillo el de Poto -le digo.
-¡¡Hombre!!! -se muestra eufórico-. ¡Mi manijero cuando hicimos los hoyos de olivos en la viña del Ralengo!!! ¡Qué hombre más exigente! Tenía una vara para medir la profundidad de los hoyos y no podías saltarte ni un dedo. Todos exactos, todos iguales.
Y me cuenta sus avatares por tierras catalanas. Que gracias a Dios que tuvo la ocasión de emigrar, que ha prosperado mucho, se ha hecho autónomo allí y ha ganado mucho dinero, cosa que jamás hubiese conseguido aquí. Yo asiento en todo lo que me va contando, mientras miro a los jóvenes que siguen chapoteando en el agua y haciéndose selfís de ésos. Y ya me puede mi vena imprudente.
-Y esta gente tuya, nacida allí, ¿son independentistas?
Se me queda mirando, como intentando adivinar mis intenciones. Siendo hijo de Juanillo, este hombre será de fiar, digo yo que pensaría en esos momentos.
-Son catalanes, han nacido allí, pero de independentistas, ni mijita. Yo los he educado muy bien. Tenemos nuestros más y nuestros menos, claro, pero son españoles hasta la médula. Yo he estado siempre muy pendiente de eso.
Y ya me despedí y me vine para el pueblo, tan contento de una mañana muy bien aprovechada. Veremos a ver cómo se nos da la noche. ¡Qué ganas de verme en el día 19!!!