martes, 15 de enero de 2013

Aceitunas con jamón.

En mi pueblo los recién casados siguen recibiendo regalos y dinero corriente hasta varios meses después de la boda. Gente que no pudo acudir al fasto en el día señalado cumple con los novios con el detalle de un sobrecito discreto más o menos abrigado. No hace tanto era costumbre que la pareja hiciera su viaje de novios por tierras catalanas (no era entonces preciso el pasaporte) para así recoger las dádivas de amigos y familiares asentados en la comarca del Vallés y en Tarragona.

Algo parecido ocurre en mi consulta con los regalos de Navidad. Que hay pacientes que, al no coincidir las fechas, se presentan un mes más tarde con la cajita de perrunas o con un belencito de mazapán hecho a mano. Lo que me gusta me lo llevo a casa y lo que no se lo dejo a las enfermeras para sus desayunos.

Esta vez he sabido contenerme. Me refiero a ese impulso mío tan espontáneo (en ocasiones temerario) de soltar lo primero que se me viene a la boca. Un paciente me trajo ayer mismo un bote de plástico rebosando de aceitunas negras rebujadas con no sé cuántas especies de yerbas y tomillos. Y apestando a demonios encendidos.

-A usted le gustan mucho las aceitunas, eso me han dicho. -Y uno tiene que hacer de tripas corazón, a ver.
-Bueno..., no; a quien le chiflan las aceitunas es a mi mujer. Yo me las como sin más. -Mentira podrida, yo las aborrezco desde niño. Herencia de mi abuela Josefa.
-Pues éstas las he aliñao yo mismo. Buenísimas. A lo mejor las nota usted un poco fuertes; no las deje mucho tiempo. Pero buenas buenas. -Y yo ahí contemporizando y poniendo cara de interés.
-Vale, muy bien, muchas gracias.
-Ah!, una cosa, -me dice ya para irse- estas aceitunas pega comérselas con jamón.

Y estuve en un tris de responder: pues para la próxima ocasión usted traiga el jamón que yo pondré las aceitunas.  Pero me contuve.

Voy aprendiendo, eh

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