sábado, 5 de enero de 2013

El hombre que quiso ser como el Rey.

No es infrecuente encontrarse en el hospital con personas de este pelaje. Gente exigente y sobrada que no tiene reparo en entrar en una dialéctica fútil esgrimiendo como nadie la espada de sus derechos constitucionales. Yo las manejo bien. Se me dan bien. Es más, las prefiero a otras demasiado conformistas que lo aguantan todo, "mire usted, yo, por no molestar..." Aprecio la crítica como un mecanismo de feedback para mejorar nuestra actuación asistencial. No me cansaré de decirlo: tenemos mucho margen de mejora. Y creo que es un ejercicio muy apropiado para los médicos considerar al paciente como si fuese alguien de su familia. Vale. Pero lo de este hombre de hoy ya me parece excesivo.
 
-Doctor, yo no estoy conforme con el trato que se le está dando a mi padre.
-¿Y eso?
-Verá, hace un mes estuvo ingresado a cargo del doctor Salgado. Bien. Se hizo todo lo que se debía de hacer y salimos muy satisfechos.
-Estupendo, eso es lo que queremos siempre.
-Pero es que ahora, en este ingreso, lo han visto dos médicos en Urgencias; luego, en la planta, el doctor Lozano, creo, y ahora usted. Así no hay forma de enterarse de nada. Cada uno me cuenta una película diferente.

Enseguida se les ve venir a estas criaturas. Hay ocasiones en las que uno se da cuenta del verdadero problema que no es otro que el malestar y el incordio de tener que  estar acompañando al familiar enfermo en días tan señalados como éstos de la Navidad. Pero me da que no es el caso de este hombre. Éste es un hijo amantísimo, de ésos que veneran al padre, que lo sobreprotegen. Al igual que hay padres sobreprotectores, también los hijos pueden serlo con sus progenitores. A mí me ha cogido un día tonto. Pero creo que he sabido recomponerme. Es treintaiuno de diciembre, último día del año; me he levantado a las seis de la mañana en Palenciana, he recorrido ciento cincuenta kilómetros para llegar al hospital a las ocho; y cuando salga a las tres, vuelta al pueblo para pasar la Nochevieja con la familia. Es mi primer día de trabajo después de estas minivacaciones. Y no está uno, en estas circunstancias, para muchas tonterías.

-Hombre, compréndalo, estos días son así; la mitad del personal está de vacaciones -me pongo en plan conciliador.
-Pues yo no estoy de acuerdo; para mí todos los días del calendario son iguales. Y todas las personas somos iguales. -Y a mí empieza a subirseme el genio paterno (el de mi padre) desde la boca del estómago hasta el gaznate.
-Mire usted: ni todos los días son iguales, ni todas las personas tampoco. Por mucho que nos pese, ea.
-Pues para mí, sí.
-Pues para mí, no. -Hay un momento de tensión palpable en el ambiente que un hermano pretende distender disculpando la actitud de este hombre, "no le eche usted cuenta, doctor, es que se pone muy nervioso en estos sitios".
-Vamos a ver, -he respirado hondo y consigo equilibrar los niveles de adrenalina- ¿usted trabaja todos los días?
-Sí, todos.
-¿Siete días en la semana?
-Sí.
-trescientos sesenta y cinco días al año?
-Sí -me reponde el tío impertérrito. -Y entonces se me ocurre una de estas paridas mías que me salen del alma y que un día me costarán un disgusto.
-Usted, entonces, lo que es es un desgraciado, hombre, que no descansa ni un día al año. ¿Qué culpa tenemos los demás? -Me la jugué, como tantas veces, pero me salió bien. El hombre y su hermano se echaron a reir sin esperarse una respuesta tan contundente y definitiva.
-Pues es verdad, ¡qué le voy a decir? -me responde sorprendido. Luego me enteré que no, que fue un farol del tío; trabaja de empleado en el ayuntamiento de su pueblo y descansa sábados y domingos como todo funcionario.

Pero no se da por vencido, el muy pesado. Terminada la visita al padre, le explico el plan a seguir; es necesario colocar al paciente en un monitor que registra el electrocardiograma de una manera continuada hasta comprobar, si se produce, algún tipo de arritmia grave que explique los síncopes que ha sufrido. En ocasiones, dicha alteración se detecta muy pronto, en horas; otras veces puedes estar tres días conectado al aparato y no sucede nada. Y nos quedamos sin diagnóstico por el momento. Esto es algo bastante rutinario para nosotros. Sabemos que muchas de las personas mayores que tienen síncopes acabarán con un marcapasos puesto, pero no podemos indicarlo hasta que no detectemos la arritmia responsable. Y ésta suele ser  caprichosa. A ver cómo se le explica esto a un hombre tan intenso y desconfiado como éste.

-¿Y eso es todo lo que va a hacer usted con mi padre?
-Eso es. Es la única prueba que le falta; lo demás es todo normal.
-¿Y vamos a estar aquí no sé cuántos días sin hacerle nada más?
-Nada más que observar el monitor hasta que pillemos la arritmia. Es la mejor forma de tenerlo vigilado.
-¡Pues si que estamos aviados! ¿Y si no aparece la dichosa arritmia?
-Entonces le colocamos un monitor minúsculo, como una especie de pila, insertado debajo de la piel, con una pequeña intervención. Este aparato registra el electrocardiograma de contínuo todo el tiempo que dure la pila, alrededor de dos años. En la gran mayoría de los pacientes, antes o después, salta la liebre y averiguamos la causa de los desmayos.

No se conforma. Y yo armándome de paciencia. Hasta que suelta una parida mucho más esperpéntica que ninguna de las mías. Dice el tío:
-No..., si ya me lo imagino...Esto es lo malo que tiene lo público. Ahora dos o tres días seguidos de fiesta, sin venir los médicos..., aquí, perdiendo el tiempo.
-Ya le digo que no es perder el tiempo, es vigilar su corazón con el monitor.
-Doctor, -se me pone solemne antes de soltar el órdago- vamos a dejarnos de buenas formas y seamos auténticos: si esto mismo de mi padre le ocurriera al Rey estaría resuelto ya, pero ya. -Mi cerebro entonces no sabe a quién hacerle más caso, si a la adrenalina del cabreo o a la endorfina de la risa. Me sale una mezcla rara que no es ni cabreo ni cachondeo. Creo que estoy vomitando la verdad o, al menos, mi verdad.
-Mire usted, so cansino: ha tenido la enorme suerte de haberle tocado un médico como yo. Cualquier otro hace tiempo que lo hubiera mandado a freir espárragos. Coñazo, que es usted un coñazo. -Si es que me tiene negro, oye-. Vamos a ver, si en esa cama de su padre, la 115-1, estuviese el Rey, todo el pasillo y el hall donde nos encontramos estaría repleto de chupatintas y de lameculos. Esa sería la única diferencia. El procedimiento médico es el mismo, para el Rey, para su padre y para el sunsum corda. Hasta que no detectemos la arritmia responsable no hay nada que hacer. Es que ya no sé cómo se lo voy a explicar, hombre de Dios.
-Bueno, hombre, no  se ponga así...
-Claro que me pongo, joer ya; no está usted conforme con nada. No hace más que atizar la pelea. -Seguramente mi timbre subiría algunos decibelios más de lo calculado, que el hombre ya, por fin, reculó.

Quiso mi buena estrella que en la guardia del día siguiente, día de Año nuevo, el monitor detectara un bloqueo cardíaco, lo que nosotros llamamos una pausa, que duró tres segundos. Ya está. Diagnóstico confirmado. En la mañana del día dos de enero, yendo a visitar a mi paciente, me llevé la grata sorpresa de que estaba en la sala de hemodinámica con su marcapasos recién colocado. Me faltó tiempo para buscar al hijo. Lo encontré en el antequirófano, en una salita de espera.
-Doctor...¡muchas gracias! -se me echa a mis brazos.
-Ni el mismísimo Rey hubiese tenido el trato ni la suerte de su padre, eh -le echo en cara con pícara ironía.
-Es verdad, es verdad...No tengo palabras...Ha sido usted...,¿yo qué sé..? Muy severo conmigo, pero muy bueno con mi padre.
-Ea, pa que veas, so pesao. Eso para que no critiques más a lo público con tanta ligereza.

Y más amigos que ruchos, tú. 

1 comentario:

  1. Que mas quisiera el Rey tener un médico como tú y te lo dice un Republicano, que este año, como todos, le pide a los Reyes que abdiquen y se vayan a disfrutar de la vida en vez de vivir tan "sacrificados" por los españoles, pues con Rajoy y sus ministr@s tenemos bastante. Un abrazo

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