lunes, 7 de enero de 2013

No pedir croquetas de entrante.

Nunca habíamos tenido a mi padre por gracioso. Ni mis hermanos ni yo. Al menos en nuestra casa. Sí que lo era con sus amigos, a tenor de lo que he escuchado muchas veces de boca de Blas, de Miguel Sevilla o de Antonio Pringue, incondicionales suyos. Me han contado que mi padre lloraba de risa en los velatorios con los chistes de Antonio Pringue y que era de los más ligones de su pandilla por mor de sus bromas y picardías. Sin embargo, en casa de mi abuela y en el campo era severísimo; su afán en el trabajo ha sido siempre una constante en su vida.  En este aspecto, yo me parezco más a mi abuelo Manolo, menos devoto por el campo y gracioso y ocurrente tanto dentro como fuera de la casa. Las señas de identidad de mi padre para con nosotros han sido siempre el cariño tierno, el ser muy niñero, la honestidad y el desprendimiento.
Pero ahora, de viejo, estamos descubriendo su faceta graciosa; hace ya años, no es algo reciente. Será por desinhibición, por desvergüenza de la edad o, simplemente, por chocheo. Gusta de contarnos a hijos, nietos y bisnietos, historietas suyas  de cuando zagal en los cortijos de Carreira, de adolescente como monaguillo de don Juan Jurado, de los primeros amoríos con nuestra madre, anécdotas picantes con ella, inevitables cuentos de la mili, vete tú a saber si medio inventados, sucesos pintorescos de cuando la guerra, siendo él un chavea de trece años...Y él solito se mea de risa. Le encantan mis chistes verdes, cada vez que nos vemos me pregunta por alguno nuevo. Se ríe como Agustín, con la misma intensidad: a carcajadas, enseñando hasta las amígdalas si las tuviera y arrugando los párpados hasta dejarlos sin ojos.
No olvidaremos su hijos tantas meteduras de pata por culpa de su inocente despiste. En esto sí que me parezco a él. La más sonada fue hace ya unos años, creo que aún vivía mi madre, sí. Mi Manolo invitó a la feria del pueblo, por segundo año consecutivo, a un amigo suyo de la mili que residía en Madrid. El primer año el amigo vino con sus padres. Naturalmente, toda nuestra familia conoció a estas personas a quienes agasajamos como huéspedes durante dos o tres días. Y resultó que en el segundo año el padre del amigo llegó acompañado, no por su mujer, sino por una segunda que se había echado. Todos nos percatamos, claro está. Todos, menos mi padre. Al llegar a saludarla se la queda mirando un ratito y al fin suelta: "señora, viene usted mucho más nueva y guapa que el año pasado". No sabíamos para dónde mirar. ¡Qué hombre! "¡Basto, que eres un basto!", era el piropo más frecuente en boca de mi madre, "te querrás parecer a tu primo Blas, so bastísimo".
Este año se ha tirado dos detallazos de hombre bueno, solidario y familiar: el "aguilando" destinado a sus hijos lo ha dado íntegro a un programa de ésos de la tele para familias sin recursos. Y se ha ganado, por contra, la guasona reprimenda de mi Juan, necesitado de perras para los masters de su hijo, el dentista de la familia. Y luego, en nuestra comida familiar de Navidad en un restaurante de Antequera, ha pagado la parte de los nietos presentes. Y eso que está ahorrando para comprarse el "Tesorillo".
En esta ocasión no hemos pedido croquetas como entrante. Siendo uno de mis platos preferidos, ya no las pido. Sin querer se me hace presente la anécdota del año pasado en este mismo restaurante. Habíamos terminado de comer, yo entretenido con el dueño ajustando cuenta y propina mientras una jovencita camarera retiraba platos, copas y manteles. El resto de la familia charlando con la locuacidad que dan las copitas  de más y los chupitos de invitación de la casa. En esto que se presenta mi padre que venía del servicio. La próstata, supuse. Y ni corto ni perezoso, allí, delante misma de la camarera jovencita, nos suelta:

-¡Nene..., si hubiérais visto..! He jiñao catorce o quince cocretitas así de bonitas, nene; parece mentira lo bien hechas que salen, tú. Tan redonditas...Y luego, que no se iban, oye, allí todas flotando en el water.

Nosotros es que nos partíamos, vaya. La muchachita esbozó una tímida sonrisa, ocultó como pudo el carmín de su cara y se marchó escaleras abajo.

-Pero, papa, ¡hay que ver!, aquí, delante de la muchacha...No tienes luces, vaya.
-Mira quién fue a hablar -salta enseguida la Peque. Las mujeres están siempre a la mínima para ponernos en mal lugar; quiero decir en nuestro sitio. 

La verdad es que en esto de las imprudencias en público, en la porfía entre mi padre y yo, al refrán hay que darle la vuelta del revés: de tal astilla, tal palo.

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