viernes, 26 de junio de 2020

Asignaturas pendientes

Tan largo confinamiento en Antequera había logrado borrar de mi conciencia las obligaciones domésticas de un hombre corriente en la Nueva Normalidad. Allí, constreñidos en el piso -por espacioso que fuera-, la Peque entretenía su encierro haciéndose cargo de manera desenvuelta de toda la logística doméstica, ejerciendo graciosamente de colaboradora necesaria para que un servidor pudiera dar justo cumplimiento a su débito literario con vosotros, mis queridos lectores. Pero todo de buen rollo, pareciera como si a ella le sobrara día, y se encontrara complacida viéndose ocupada. Porque ella, al contrario que yo, lo que no puede de ninguna manera es permanecer de brazos cruzados, "sin hacer nada".
-¿Qué haces, Sema?
-Nada. Aquí me ando, pensando en mis cosas...
-¿¿¿Cómo puedes estar sin hacer nada???? -. Y pilla un cabreo...

La cosa ha cambiado, radical, aquí en el pueblo. Ahora le falta día. La casa grande en estado de revista permanente para las visitas, las escaleras, las habitaciones de invitados, la de los niños, las macetas del patio..., las compras, la plancha, la cocina, los paseos crepusculares por el campo -amanecida y anochecida- con su hermana Conchi y su prima Ani... requieren de un colaborador activo y dispuesto. Y ahí estoy yo en justa reciprocidad a su total entrega en Antequera.
-Manda lo que quieras, a tu entera disposición -me ofrezco gallardo.
-Mira, casi me conformo con que no estorbes, fíjate lo que te digo...
Pero luego, ya en frío, se me queja con razón de mi pobre disposición para la casa. Y me escuece un poco que me compare con Fraski o con Jaime, gente tan mañosa para la cocina o el jardín, o tan manitas para la casa. O tan rumbosa a la hora de salir de compras, por ejemplo. Pero es que yo tengo otras cualidades, me indulto a mí mismo. ¿Cúales son?, me pregunto a continuación. Y cada vez me cuesta más encontrarlas.

Me temo que nunca terminaré por hacerme con todos los cabos de  la gestión de una casa corriente. Ha habido momentos puntuales en que me he creído poseedor de esa alquimia inalcanzable para el hispano común, la de dar satisfacción completa a cualquier cuita al gusto de las señoras, nuestras santas. He llegado, incluso, al sumun, esto es,  hacer cosas por mi cuenta sin que ella me lo mandase. Recuerdo un día memorable en que vino a nuestra casa Cristóbal el fontanero a arreglar una cisterna del water, dejando al final del trabajo un pequeño charquito de agua en un rincón. Y yo, por mi cuenta, agarré la fregona y  dejé el aseo como el jaspe. Son detalles puntuales, me falta continuidad. Soy un hombre bien mandado, es verdad, pero reconozco que carezco de iniciativa. Cree uno haber acabado con notable todos los créditos del grado doméstico, pero siempre te queda algún máster suelto por ahí.

Y es que a uno se le escapan cosas que para ellas saltan a la vista. He llegado a pensar que se trate de una cuestión genética, cerebral, antropológica. En serio: abrimos el frigo buscando la sandía y no la encontramos... y llega mi mujer, "Ahí enfrente la tienes, que te va a comer"... Los hombres estamos genéticamente preparados para la vista larga, de cuando teníamos que vérnoslas con lobos, jabalíes y bisontes en la caza de supervivencia, mientras las mujeres se ocupaban de la casa y la recolección de verduras y bayas, cosas a la mano. Por eso son tan ordenadas y meticulosas con lo cercano. Por ejemplo, el último suceso acaecido en mi casa y de tan oscuro origen: "Sema, llevo unos días viendo unos refregonazos y  salpicaduras en el espejo del cuarto de baño. Las limpio y al día siguiente vuelven a aparecer. ¿Tú de qué crees que serán?" Ella ya lo sabe de antemano, pero le gusta hacerme recapacitar, "coño, que pienses en las cosas, que no vives solo, que lo que tú no hagas alguien tiene que hacerlo"... Y a mí, la verdad, no se me ocurre nada. Antes, en situaciones parecidas, le echaba la culpa a la perrita, pero ya no me atrevo, que se cabrea más mi mujer por tomármelo todo a cachondeo.
-Piensa... A ver de qué puede ser. Aquí no entramos más que tú y yo...
-No sé, Peque. Como no sea al lavarme la cara...
Pues no era la respuesta correcta. Me hace ver que mi postura al cepillarme los dientes mirando al espejo produce esas salpicaduras de agua y pasta dentrífica, cual gotitas cargadas de Covid. Ea, una cosa tan elemental, para que veáis... Otra asignatura aprobada: agacho la cabeza contra el lavabo y ni se me ocurre mirarme al espejo mientras me cepillo.

Ansioso estoy esperando las notas finales.

1 comentario:

  1. José María compañero, podría ser que igual tiene razón la mujer, cuando señala tu poca disposición para resolver en la casa la problemática doméstica.
    No servimos para todo ni aun poniendo empeño. Pero la vida tiene una variedad enorme de ofertas complementarias: Y ahí es donde puedes sorprender. Deducir sabes un montón, se trata de intercambiar con un simple trueque de favores.
    Un abrazo amigo.
    Juan Martín

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