miércoles, 30 de octubre de 2013

La gitana conversa

No tengo catalanofobia ni mucho menos. Me gusta Cataluña, conozco Barcelona, Tarragona y Lérida, he disfrutado los encantos naturales de la Costa Brava, no te digo nada del Pirineo  y me he sentido muy bien tratado por el personal siempre que he viajado allí. Lo de ahora, lo de la independencia, es un cuento de los políticos, pero también  un sentimiento emotivo y sincero de muchos catalanes, quizás engañados o desinformados. Ahora bien, una cosa no quita la otra: al Barsa lo tengo "atragantao", nene. Hago esta aclaración por lo que viene.

Esta mujer de la consulta es de pura raza calé. Es de mi edad, más o menos, esbelta, gitana y bien plantá.

-Usted no puede negar la pinta, eh.
-Vaya que no, a muncha honra.

Viene sola, no necesita a nadie, se basta y se sobra. Tal es su genio y desparpajo que no le cabe en su cuerpo tanto poderío y se le sale en forma de hipertensión arterial. La tiene por las nubes, "Mire doctor, ayer mismo la tenía en 26 y 12 (260/120), y tan pancha".

La exploro, le pido la analítica y las pruebas pertinentes y le modifico el tratamiento. Estaré muy pendiente de ella a través del teléfono por ver cómo va respondiendo. "Sí, doctor, haga usted el favor que cualquier día de éstos me da un jamacuco que me quedo en el sitio".

-Pues a lo que usted me decía antes... mi madre se queja de que estamos perdiendo nuestra raza.
-¿Y eso?
-Pues que mis hijos ya no parecen gitanos, se han casado con gente de vosotros, con payos... y tengo dos nietecitos que da gloria verlos, morenitos sí, pero no son gitanos.
-No pasa nada, mujer, todos mezclados es mejor, en la variedad está el gusto. Mire, desde el punto de vista de la naturaleza, cuanto más mezcla de sangres, más riqueza.
-Yaaaa... yo no tengo ningún problema. En mi familia, y no es porque yo lo diga, eh, somos hermosos y altos, gente guapa, vaya.
-Es que los gitanos españoles no son como los gitanos rumanos -me pongo yo a dar coba.
-Ni mucho menos, no hay color. Y lo de la mezcla es verdad, pa que usted vea, yo misma me casé con un payo y además catalán.

Oye, me salió del alma, de pronto, se me escapó:

-Joer, un catalán... eso es peor que ser gitano.

No sabía cómo salir de la imprudencia. Nos echamos todos a reír y ya está.

viernes, 18 de octubre de 2013

Eso, por pecador

Mis estudiantes, una chica y dos muchachos -hoy sí han venido a las prácticas-, alucinan.

Este hombre joven, un ingeniero de telecomunicaciones, me consulta porque está padeciendo lo que parece una hepatitis aguda. Tiene toda la pinta de que así sea aunque ya está en una fase de remisión, curándose, vaya. El caso es que atando cabos sospecho que el contagio se debió de producir hará cosa de dos meses cuando el sinvergüenza estuvo dos semanas en Marruecos por cuestiones de trabajo. "Muy bonito -piensa uno-, tu empresa te paga el hotel, las dietas, el avión... y tú, ea, a echar... canitas al aire".

-Bueno... sí, es verdad, tuve una relación allí con una morita -acaba por confesar.
-Pues muy bien empleado que te está, por pecador -me pongo en plan carca.
-Hombre, no me diga usted eso, que bastante he aguantado ya a mi mujer.
-Normal.

Claro, y a mí, que no he conocido más hembra que la Peque, me pica la curiosidad morbosa, el chismorreillo picarón. Como a los curas del seminario cuando nos confesábamos de nuestras primeras pajillas, que les gustaba  que entráramos en detalles. Pues eso.
-Oye -me acerco a su oído mientras lo exploro-, por lo menos estaría "güena" la morita ¡no?
-"Güenísima", eso sí.
-Y a lo mejor era hasta guarrilla ¿verdad?
-¡Qué va! Una cosa de limpia, la de fregoteos y perfumes que se daba. Por eso me ha extrañado lo de la hepatitis.
-No se puede uno fiar. A la vista está.
Y se relame uno por dentro. Y hasta llega uno  a pensar -fíjate qué tontería- en poner alguna vez una pica en Flandes. Pero ya es tarde, tío. Primero porque Flandes queda lejos y te da miedo el avión. Y segundo porque tu pica ya no pincha como antes, se ha vuelto roma. Y plúmbea.
Desvarío. ¿Tú te crees que esto es una consulta seria, hombre? De vuelta a la realidad tranquilizo al joven. Las transaminasas ya son normales, el antígeno de superficie del virus es negativo y los marcadores de sífilis y del Sida también negativos.

-Muchachos -advierto en plan paternalista a mis estudiantes-, mirad lo que pasa con las "guarreridas españolas". Mucho cuidadito en el viaje fin de carrera, no os pringuéis con extraños.

¡Coño!, me estoy pareciendo a Antonia "la de la huerta", la abuela materna de mi sobrina Inma, que cada fin de semana la llama a capítulo antes de salir a la calle advirtiéndole que en la discoteca no pierda de vista nunca su vaso de coca cola, que hay gente perversa que le echa polvitos para volverla loca y hacerle cosas malas.

En fin, que vamos pa viejos. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Por la boca muere (y vive) el pez

De estas personas que nada más verlas entrar te sobrecogen, casi te asustan, de tan demacradas. Esta mujer parece enteramente una muerta viviente, una "walking dead" de éstas que salen en la tele haciéndose las graciosas. Sin espumarajos de sangre por la boca, sin moretones en los ojos, pero mucho más real.
 
-Bueno... -intento que no se me note mucho la sorpresa-, parece que no está usted de muy buen año ¿verdad?
-Y que lo diga usted.
-¿Y qué es lo que le pasa, mujer, para haber llegado a tanto?
-No lo sé...
 
Miro ahora a quien supongo su hija, sentada al lado, seria y preocupada.
 
-Es la primera vez que veo a su madre -le digo directamente-, no la conozco de nada, ni siquiera me ha dado tiempo a mirar sus análisis, pero tengo muy claro que padece una depresión muy seria. No hay más que verla.
-El psiquiatra nos ha dicho que tiene solamente una esquizofrenia residual y que de eso la encuentra bien controlada con su medicación. Él mismo nos ha recomendado que la vea un internista para descartar que tenga algo malo.
-Muy bien, para eso están ustedes aquí, pero ya les digo yo que no.
-Mire, es que se ha negado a comer, ha cerrado el pico. Habrá perdido más de veinte kilos en los últimos meses.
-¿Y eso por qué? -me dirijo ahora a la paciente.
-Es que no me entra nada y además me cuesta tanto hacer caca que me tiro cuatro o cinco días o más sin obrar, y entonces no quiero meterle más comida al cuerpo.
-Al revés, señora. Si no le mete comida, no sale caca.
-Eso es lo que yo le digo -salta la hija-, pero a mí, ni puñetero caso.
-Verá doctor -me replica la pobre-, yo, de verdad, lo que quiero es morirme de una vez. ¿Qué hace una aquí ya?

Veo los informes de psiquiatría. En mayo pasado estuvo ingresada durante una semana y ya constan en ellos la desnutrición, la apatía, la desgana por la comida y la ambivalencia de la mujer ante la muerte, deseándola con la boca chica por una parte y temerosa de tener un tumor por otra.
 
Y ahora, metiéndole los dedos, la mujer me va contando cosas, claro. Que está harta de tanta enfermedad mental, de tanta dependencia de la familia, de sentirse un estorbo, de no servir para nada... Posiblemente este trastorno reciente en su conducta alimentaria sea su forma de protestar, de llamar la atención sobre su hastío. Y lo que consigue es justo lo contrario, hacerse más dependiente aún. Estoy seguro de que su psiquiatra lo ve así, igual que yo, pero la medicina defensiva nos puede. Me lo imagino: "Que la vea un internista, no vaya a ser que se nos pase por alto algo gordo".
 
-Bueno, vamos a la camilla que la voy a explorar.
 
La pobre mujer intenta levantarse de la silla con esfuerzo. En esto que me da uno de esos prontos míos y, ni corto ni perezoso, la agarro por las piernas y por medio de la espalda y me la llevo hasta la camilla en brazos, como si fuese una novia recién casada a quien el marido entra en casa todo alborozado. La hija no da crédito, pero mi paciente, la muerta viviente, me regala una sonrisa casi, casi cautivadora. Lo he conseguido, arrancarle una sonrisa. Por ahí se empieza a ganar la batalla.
 
-Así, al peso, calculo que unos cuarenta kilos.
-Menos kilos caballero -me sigue la corriente.
-Más o menos.
 
La deposito en la camilla con cuidado. Ya me las tengo ganadas, claro está. De ahora en adelante lo que yo diga irá a misa. Echo de menos a mis estudiantes, hoy no se han presentado, quiero que aprendan lo fácil que es conquistar el corazón de una anciana. ¿Una anciana he dicho? Tiene sólo sesenta y dos años, un año mayor que yo, y parece mi abuela.

La depresión es la peor de las enfermedades, la que más te hunde y te anula. No la quiero para nadie. La gente con cáncer incurable se anima, lucha, cree, tiene una última esperanza, se agarra a cualquier excusa para seguir. Los depresivos pierden la ilusión del todo, les da todo igual... apatía, anhedonia, gris oscuro sobre fondo negro, ¡qué tristeza Dios mío! "Lo uniquito que me mantiene con vida es mi nieta, tan preciosa" -suspira otra vez sentada frente a mí-. Algo es algo.

-¿Qué es lo que más le preocupa de todo esto?, ¿qué espera usted de mí? -la miro fijamente como si pudiera penetrar su mente.
-Que me parece que tengo un cáncer en el colon. Quiero que me examine usted el colon, que me haga pruebas y los marcadores y cosas de ésas.
-¿Y eso le preocupa de verdad?
-Sí. De verdad.
-¿Pero no hemos quedado en que lo que quiere es morirse de una vez? ¿Qué más le da tener un cáncer en el colon o en cualquier otro sitio? Mejor si lo tiene ¿no? Así se asegura una muerte prontita.

Y consigo una segunda sonrisa, ahora más amplia, más larga, más bonita incluso.

-Bueno doctor... eso son cosas que se dicen. Me moriré cuando Dios quiera pero ¿un cáncer?, no, no, ni hablar. A mí lo que me gustaría es ponerme buena y ya está.

Pues claro que sí. Incongruencias, sí, por supuesto, todos las tenemos. Todos los días. Por la boca muere, pero también vive, el pez. Pero en estas afirmaciones y deseos de la mujer hay un resquicio para empezar a trabajar. Y a ello vamos.

-Dentro de un mes, un kilito más ¿vale? Si usted quiere que yo sea su médico me tiene que hacer un kilo por mes. Si no, la mando con otro.
-¿Y no me va a hacer pruebas del colon?
-Ya veremos, según cómo se porte.

Y sale de la consulta tan enclenque y descalichada como entró pero con un aire mucho más animado, con algún kilito de esperanza. Vamos bien. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Las mangas, largas

Nunca hubiera podido imaginar algo así.
 
A esta mujer que entra en la consulta por primera vez se le nota madurita, cuarentona no más, pero resultona.  No sabría explicarlo mejor, estilosa, con sencilla elegancia. La primera impresión es de agrado. Y viene sola.
 
-¿Viene usted sola? -abro la conversación después de invitarla a sentarse.
-Ya ve que sí -contesta con extraño desabrimiento.
-¿Y eso? -insisto.
-¿Es que hay que venir acompañada? -ni una mueca en su expresión, más seria que un juez, áspera, oye. Ten cuidado, tío, me digo a mí mismo, quizás con ésta no puedas bromear. Pero me resisto, ya sabéis de mis cosas.
-Con un médico como yo, es conveniente. Soy un hombre peligroso para una mujer interesante -cualquiera otra se hubiese reído o, al menos, hubiera mostrado rubor o asombro. Nada, hierática como una estatua. Hasta que ya, por fin, se descubre el misterio.
-Por favor, doctor...
-Perdone, ¿la he molestado con mis bromas?
-No es eso... Es que... no me siento cómoda.
-Vaya por Dios, he sido muy torpe, perdone usted otra vez, no he sido muy considerado con usted.
-Que no, que no, que no es eso... -y durante esos segundos la incertidumbre me inquieta; nunca me había pasado algo parecido-, es que... me da cosa decírselo pero no puedo conversar con alguien que lleve mangas cortas.
-¿Cómo dice usted? -me quedo patidifuso.
-Eso, que no puedo. Le pediría, por favor, que se pusiese usted la bata.
 
Tan en serio veo la actitud de la señora que me levanto, cojo mi bata del perchero y me la encasqueto de mala manera. Me han cambiado la consulta provisionalmente por mor de unas obras y no tengo aire acondicionado. Por eso paso gran parte de la mañana en mangas de camisa. La noche y el día, oye; la mujer es otra totalmente distinta; ahora se ríe de mis bromas y se mete conmigo por ser tan atrevido con una mujer desconocida. "No, si ya me lo advierten mis amigos, pero es que me sale natural".
 
-Bueno, pero ya que nos conocemos ¿a qué viene eso de las mangas cortas?
-Es una cosa de mi religión.
-Anda ya, mujer.
-En serio, no debemos entablar siquiera conversación con alguien que lleve mangas cortas o pantalón corto, salvo que sea estrictamente necesario. Nunca por gusto. Nuestra religión nos manda mantener las antiguas formas y costumbres, mirar por la decencia.
-¿Es indecente ir en pantalón corto por la calle o en mangas de camisa?
-Sí; para nosotros, sí. Lo mismo que vemos indecente que las mujeres lleven pantalones, ni cortos ni largos; la mujer debe ir con su vestido o con su falda por debajo de las rodillas.
-Vaya si son ustedes antiguas... -protesto incrédulo-, pero ¿hasta el punto de negar la conversación? Joooodeeer, es que no puedo creérmelo, de verdad.
-Pues es así.
-¿Y qué religión es ésa?
-La religión Palmariana, ¿la conoce?
-Ni idea, la primera vez que la escucho.
-A lo mejor sí conoce la religión del papa Clemente, la del Palmar de Troya.
-Sí, claro, ésa sí.
-Pues ésa.
-Anda!, aquí tan cerquita y ¡fíjate!, ni idea. Pero oye, en serio, en los tiempos que estamos... no pueden seguir tan fundamentalistas, hay que abrirse un poco a la evolución, al progreso ¿usted se  cree que esas cosas son normales, mujer?
-Para nosotros lo que no es normal es la vida moderna que lleva la sociedad actual  en la que se han perdido los valores auténticos del cristianismo primitivo y  la más elemental decencia.
-¿Pero no cree usted que esas cosas de las mangas o de los pantalones son sólo formas, modas si quiere, y que lo importante no son las formas sino el fondo?
-Suelen ir parejos. Fíjese usted: ¿tiene buen fondo la sociedad actual?
 
 
Y me contó que tiene ocho hijos, que no puede usar anticonceptivos ni siquiera para tratarse una dismenorrea que la trae con anemia severa, que está separada porque su marido no aguantaba tanto celo religioso, que la comunidad le ayuda para sacar su casa adelante... Y ya lo dejamos porque la mañana se nos iba. La próxima vez que venga tengo que sonsacarle más cosas.

Pero fijaros, eh. Y nos creíamos nosotros que los fundamentalistas eran sólo las moras con los burkas. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

¿Recortes sanitarios o eficiencia médica?

El pasado año la Dirección Médica de mi hospital denegó un fármaco -de ésos que hoy llamamos caros- solicitado por mí para un paciente afectado por una determinada enfermedad reumática. Era la primera vez que me ocurría. Y me sentó fatal. ¿Quién se cree la directora que es -una médica de Digestivo que no tiene ni idea de esto- para negarse a una petición proveniente nada menos que del doctor Rivera, médico de los más conspicuos y considerados en el hospital? A esta gente de los despachos sólo les importa el ajuste de las cuentas, cerrar bien los balances. Como ellos no se encaran con los pacientes, ojos que no ven, corazón que no siente... Ésas y parecidas reflexiones ensartaba entonces con ánimo verdaderamente indignado. Sin embargo -justo es reconocerlo-, se me dieron por escrito las razones del rechazo y se me explicaron otras alternativas terapéuticas posibles. Por cierto que el uso de una de estas terapias más "normalita" (más barata, bastante más) resultó totalmente eficaz para mi paciente. Lección de humildad.
La mujer de quien os hablo ahora, otra paciente mía, no ha tenido tanta suerte. La conocí a primeros de Julio y ha muerto hace unos días, a últimos de Septiembre. Tenía un cáncer de páncreas ya bastante avanzado, con metástasis en el hígado y en el peritoneo. En semejante estadio de su enfermedad y con setenta años, el pronóstico es tan malísimo -tres meses de supervivencia como mucho- que no vale la pena intentar ningún tratamiento que no sea paliativo, es decir, sólo para mitigar el sufrimiento. Así se lo expliqué a sus hijas. Pero ya sabéis: "Doctor, mire usted que nos han dicho que por qué no la ve el oncólogo, a ver si se puede hacer algo más..." No te vas a poner ahora a regatearle algo tan sencillo a unos familiares tan sensibles en este contexto. Vale, consultamos con oncología. "Pero que sepáis que yo no lo tengo nada claro. Yo creo que esta mujer no se va a beneficiar de ninguna quimioterapia". "Bueno, doctor, pero nosotras nos quedamos más tranquilas". La pobre mujer se ha ido al cielo, pero ha tenido que soportar dos sesiones de quimio... innecesarias, caras y fastidiosas.

Un anciano de ochenta años, allegado mío, con una enfermedad arterioesclerótica generalizada ha sido rechazado por el equipo de cirugía vascular de su hospital a la hora de una eventual intervención quirúrgica sobre un aneurisma grande en la aorta abdominal. Las razones esgrimidas por sus cirujanos -compartidas plenamente por mí- hacen referencia a la avanzada edad y a la coexistencia de otros trastornos severos en otros órganos, principalmente un enfisema pulmonar con insuficiencia respiratoria. Sin embargo, me consta que algún miembro de la familia va diciendo por ahí que no operan al paciente por culpa de los recortes.


Ya lo sabéis: no soy experto en finanzas. Ni me gustan los números. Lo mío son las letras, no las del Tesoro, sino éstas, las que se escriben. Por eso, las reflexiones que vienen a continuación son sólo eso: reflexiones personales que no pretenden convencer a nadie de nada, sino exponer de una manera parcial y subjetiva cómo se pueden entender  los recortes por alguien que vive en la cocina del sistema. Soy consciente de que estoy pisando charcos cenagosos. Pero con vosotros hay confianza.

Me preocupa, claro está, como a cualquiera de vosotros si no más, todo lo relacionado con los recortes en sanidad. No puedo aceptar -no creo que jamás ocurra- lo del copago farmacéutico del 10% para los medicamentos carísimos, eso es imposible hombre. Nunca negaré asistencia a un enfermo sin papeles e inventaré argucias, si necesario fuera, para proporcionarle documentos, medicinas de "estraperlo" o citas médicas a escondidas, oficiosamente. No comparto del todo -y admito que puedo estar equivocado- el excesivo alarmismo actual de algunos medios alertando sobre la supuesta prohibición o limitación de determinados fármacos caros a pacientes cancerosos o con hepatitis C. Yo no he visto nada de eso. En los hospitales disponemos de unos Comités de Investigación y de Ética que vigilan cuidadosamente todos esos asuntos. Hasta el presente, lo que yo percibo de recortes en mi hospital afecta más al personal laboral que a los propios pacientes. Por ejemplo, la disminución significativa en los sueldos, la no sustitución de las bajas laborales, los contratos al 75%, la falta no infrecuente de cosas tan elementales como papel higiénico, folios, tinta-tonner... cosas de andar por casa.

Y hoy, cosa rara, no quiero meterme con los políticos ni con la política sanitaria. Para consuelo de mi amigo Daniel. Deseo hacer una crítica constructiva acerca de comportamientos habituales en los médicos y en la población sobre el mal uso de los recursos sanitarios. Y para ello voy a intentar desmenuzar tres grandes bloques de convicciones en la población que se dan como verdades absolutas.

El gasto médico.

No sabría yo cuantificarlo -doctores ha de tener la Iglesia-, pero en boca de los expertos una grandísima proporción de todo lo que se gasta en Sanidad es inducido por los médicos. Lógico que así sea. Y de esa ingente cantidad de dinero, la mayor parte se va en medicinas, recetas y pruebas diagnósticas. Eso tiene que ser así. No hay otra. De acuerdo. El problema surge cuando resulta que los médicos -metámonos todos y sálvese quien pueda- no somos conscientes de esta circunstancia, de que de nuestro bolígrafo, cual bisturí enloquecido, se origina una verdadera sangría de billetes; y si lo somos, nos da igual, no reparamos. Ejemplos, a patadas: por no enfrentarnos con un paciente determinado o por pura desidia recetamos fármacos innecesarios o incluso inútiles del todo; por novedad o por contagio de otros compañeros nos lanzamos por fármacos nuevos, mucho más publicitados y, desde luego, más caros. Miradme a mí mismo en el caso de mi paciente reumático. Por no "perder" un tiempo precioso en la consulta solicitamos ecocardiogramas o resonancias o cualquier otra prueba diagnóstica sin apercibirnos de que ya en su historia consta esa prueba realizada solamente dos meses antes. Y la repetimos sin más. Y ni se nos ocurre pensar en el gasto superfluo que estamos generando con esa actitud... Y hoy no toca el tema del gasto en recetas inducido por prebendas de los laboratorios. La receta que renta. 

Hasta donde yo se y conozco, los médicos del sistema público nos estamos convirtiendo en trabajadores por cuenta ajena, asalariados asépticos que acuden a echar su jornada lo más tranquilamente que sea posible, cuanto menos compromiso, cuanto más desafección con el sistema, mucho mejor. "Oye, que me han dicho que ya no trabajas de tarde, ¿es verdad?" "No, cuando no trabajo es por la mañana; por la tarde es que ni voy". No tanto, pero podemos llegar a eso. Creo que en este punto nos hemos equivocado todos, la Administración y nosotros. Una Empresa no puede dejar en manos de asalariados sin más la mayor parte de su presupuesto. Tiene la obligación de saber implicarlos, de hacerlos partícipes de los logros, de que sientan el proyecto como algo propio. Un médico implicado y comprometido mide y calcula, ahorra sin necesidad de racanería. Es eficiente. Ya sé que no es fácil, que los médicos somos muy nuestros, con intereses muy dispares, hijos cada uno de nuestros padres... Pero hay que intentarlo. Y nosotros, los médicos... En fin, yo estoy muy defraudado también de nosotros mismos, nos creemos el centro de todo, todo el mundo lo hace mal menos nosotros, desconfiamos sistemáticamente de nuestros gestores, a quienes consideramos médicos mediocres que se sirven de la politiquilla del hospital para medrar. No sé... llevo treinta y tres años de médico de hospital y esto no cambia.


Libertad de prescripción.


El médico no puede sentirse coartado por nada ni por nadie a la hora de prescribir. Tonterías. Una frase hecha rimbombante. Freedom for Catalonia. Lo mismo. Chorradas. ¿Quién es libre para nada? Todos estamos condicionados. A la hora de prescribir, el médico se encuentra tremendamente influenciado por su rutina, su experiencia, la de sus compañeros, su relación con la dirección del centro y con los laboratorios. Actuamos de manera que parece importarnos bien poco el precio de los medicamentos. Mirad, para que os hagáis una idea: la Clortalidona -fármaco antiguo para tratar la hipertensión- cuesta 2,5 euros una caja con 30 comprimidos; o sea, dos euros y medio al mes. El Valsartán -uno de los antihipertensivos modernos- cuesta entre 30 y 34 euros al mes. Y ambos sirven para  lo mismo. Pero hombre, me diréis, alguna o mucha diferencia habrá entre ellos, seguramente el más caro será también más potente, más eficaz. Sí, es cierto. El problema es que repartimos Valsartán a todo quisque con hipertensión aún sabiendo que una nada desdeñable proporción de pacientes hipertensos se controlaría perfectamente con Clortalidona u otro fármaco más barato. Pues no, Valsartán que te crió. Es muy fácil disparar con pólvora ajena, solemos decir, ¡verdad? Imaginaros que estos fármacos estuvieran expuestos en los mostradores del Mercadona con sus precios respectivos rotulados al pié. Siendo yo hipertenso y rácano probaría primero con el más barato, no lo dudéis ni por un momento. Si de verdad miráramos un poquito por nuestra Empresa otro gallo nos cantaría.

Yo quiero para el médico libertad de prescripción, claro que sí. Pero antes que eso debemos estar capacitados, ser honestos y eficientes. Y, sobre todo, libres de compromisos espurios con las firmas farmacéuticas.


Para el paciente, lo que haga falta.

En efecto. Pero ¿quién decide eso tan confuso de "lo que haga falta"? Deberían de consensuarlo el propio paciente y su médico. Yo tengo la impresión de que hoy en día les hacemos a los pacientes más cosas de las que son estrictamente necesarias. Y esto es seguramente inducido por la medicina defensiva y por la presión social. Todo es posible en medicina, pensamos. Y no es verdad. Hay muchas cosas imposibles. Y, por contra, las expectativas de la gente son insaciables. Y todo cuesta dinero, todo, maldita sea.

En clase, les insisto a los alumnos de medicina que ante cualquier decisión clínica que hayan de tomar en el futuro con sus pacientes han de plantearse siempre los binomios del beneficio/riesgo y del beneficio/coste. Para el paciente, lo que sea menester, sí, pero teniendo en cuenta siempre que el beneficio esperado de cualquier actuación nuestra sea superior al riesgo al que lo sometemos, no vaya a ser que fuera peor el remedio que la propia enfermedad. Y luego está el tema del coste. Esto es algo que la gente no acepta bien del todo, no nos vamos a poner a mirar el dinero cuando está por medio la vida de una persona. Pues aún así es necesario mirarlo. En primer lugar porque lo primero es el paciente, precisamente por eso. Si el beneficio esperado de un acto médico es muy pobre, casi despreciable, posiblemente faltemos a la ética llevándolo a cabo, máxime si entraña algún riesgo serio o si es muy caro. Arriesgar y gastar sin esperar beneficio es tontería ¿no? Y en segundo lugar porque parece que no hay dinero para todo. ¿O acaso sí que lo hay y lo estamos malversando?

Los cirujanos vasculares están deseosos de poner prótesis. Me consta. Es una de las tareas más fascinantes y agradecidas para ellos. Se trata de salvar vidas de verdad. Si un cirujano se echa atrás a la hora de una de estas intervenciones es por algo gordo. Ha medido la razón beneficio/riesgo y la ha encontrado desfavorable para el paciente. Ni siquiera se ha fijado en el coste, ha considerado que este hombre, allegado mío, tiene 80 años y un enfisema pulmonar y una arterioesclerosis generalizada y mucho riesgo de quedarse frito durante la anestesia o en el postoperatorio inmediato. Y ha pensado con buen criterio que "viva la gallinita con su pepita" hasta que Dios quiera. Para una vez que un médico actúa con sentido, encima le ponemos pegas.

Mi paciente del cáncer de páncreas, sin embargo, no debería de haber sido tratada con quimioterapia, desde mi punto de vista. Si aplicamos la razón beneficio/riesgo sabíamos de antemano que el beneficio sería nulo. Lo sabíamos. Tanto con quimio como sin ella la supervivencia iba a ser de tres meses mal contados. A lo mejor con quimio se alarga a cuatro. No vale la pena. Quizás sea ya la hora de proclamar que lo primero, el valor más absoluto, no es la vida, sino la vida digna. Y yo no quiero un mes más de vida indigna. Y encima con un tratamiento que me machaca el estómago y cuesta un pastón.
Algunos de estos supuestos podrían evitarse si pudiéramos ser absolutamente francos con nuestros pacientes. Pero entonces nos comportaríamos con crueldad. Y tampoco podemos. Yo no puedo decirle a la mujer del cáncer de páncreas "Mire usted, Aurora, lo suyo es cosa de tres meses hagamos lo que hagamos. Arregle usted sus asuntos particulares y domésticos, póngase en paz con Dios y con las criaturas y prepárese". Entonces, la mujer hubiese rechazado la quimio, ¿no creéis? A mí me gustaría que, llegado el caso, me lo dijeran así. Pero reconozco que nuestra sociedad no está preparada para esta crudeza.


Hoy, por tanto, no me meto con los políticos. Critico a los médicos. Tenemos mucho que mejorar. Nosotros que tanto rajamos de  una Administración castrante no queremos darnos cuenta de que con nuestra actitud y nuestra desafección estamos mordisqueando continuamente la hasta ahora generosa mano que, pese a todo, nos sigue dando de comer. Y no aprendemos, oye.