Es ésta una de esas historias que mi hermano Juan cree inventos míos. Por increíble. No concibe que puedan pasar cosas así. Sin embargo, quienes vivimos el hospital sabemos que sí, que ocurren, que hay gente para todo, que la realidad es más rica aún que la ficción.
Hago constar, en primer lugar, que en mi hospital no hay médicos chinos, ninguno, que yo sepa. Tenemos un médico italiano, nuestro residente Francesco Deodati, uno sirio, Eissa Jaloud y ya está. Lo más parecido que tenemos a un oriental es un enfermero sevillano -chino auténtico en sus rasgos-, hijo de padres chinos pero nacido y criado en Triana, que te suelta un "mi arma" saleroso a las primeras de cambio y te baila unas sevillanas con más arte incluso que la Peque. El resto, todos nacionales.
-¡Concepción Molinos Blanco! -salgo a la sala de espera a reclamar a mi primer paciente del día. Nadie contesta.
-Buenos días -repito a la escasa concurrencia-, Concepción Molinos Blanco -y vuelvo a dirigir en derredor la mirada a las tres o cuatro criaturas que, sentadas y comedidas, esperan su turno para mi consulta o para la de enfrente, de Hematología.
-A ésa se le han pegado las sábanas hoy -sonríe una de las mujeres presentes.
-No creo -le contesto-. Lo más probable es que ande por ahí buscando el número de la consulta.
Es uno de los problemas irresolubles, un misterio, la difícil localización de las consultas por parte de los usuarios, se tiran media mañana preguntando a cualquier bata blanca o en los distintos mostradores de enfermería por dónde (coño) cae su consulta. Hay que reconocer que el recinto de las consultas externas es un verdadero laberinto donde nosotros mismos nos despistamos con frecuencia. Entre eso y la saturación de los aparcamientos, no pocos pacientes llegan con mucho retraso. Ya estamos acostumbrados. Ya llegará Concepción.
Y voy pasando a otros pacientes. Y cada vez que salgo a la puerta a llamar al siguiente me aseguro de llamar a Concepción. Nada, no aparece. Como es la primera visita, no la conozco, tengo que llamarla a voz pelada: Concepción Molinos Blanco. Ni rastro. Son ya las doce del mediodía. Su cita era a las nueve. Empiezo a darla por perdida. Tampoco es tan raro. Hay gente que no viene a la consulta, bien por olvido -las demoras de más de un mes propician que se te pase-, bien porque ya te has puesto bueno a fuerza de esperar, o porque te has venido a Urgencias... o, quizás -no lo permita Dios-, porque la has espichado.
A la siguiente vez que salgo a la sala veo una cara nueva que, de pie y con claras muestras de impaciencia, parece querer abordarme. Me adelanto.
-¡No será usted Concepción Molinos!
-¡Vaya! Sí señor. ¿Cómo lo ha adivinado?
-Muy fácil. Es la única que me falta en mi lista de hoy. Y llevo toda la santa mañana llamándola.
Todo esto ahí, en la misma puerta de la consulta, ni dentro ni fuera, a vista de todo el mundo allí presente.
-Si usted supiera... -se pone la buena mujer a disculparse-. He perdido la cuenta del tiempo que llevo buscándolo. Desde las diez, me parece.
-¿Y qué ha pasado, tan difícil es encontrar la consulta número 12?
-Es que... verá usted, yo no la he buscado por su número.
-¿Entonces...?
La mujer ahora baja un poco el tono de su voz como si, avergonzada, quisiera esquivar oídos chismosos.
-He estado preguntando por la consulta de un doctor chino que debe de haber aquí, y nadie me ha sabido dar norte.
-¡Como que no hay ningún médico chino en todo el hospital!
-Ya, ya me lo ha aclarado, por fin, la enfermera de aquí.
-¿Pero por qué eso de un médico chino, a cuento de qué? -le pregunto por mera curiosidad.
-No, verá usted... -y ahora se sonroja un poquito y todo mostrándome el informe de otro médico- es que, ¿lo ve usted?, en esta carta pone mi reumatólogo que me envía al doctor Min. Y, claro, yo he supuesto que ese doctor sería chino ¿no? Con ese nombre...
De estas veces que no sabes si se están quedando contigo o no. La cosa es tan disparatada que es imposible que sea una broma. La mujer creía venir a un médico chino, de verdad. Porque ella no sabía -ni nadie se lo había aclarado- que Min o MIN o M. Interna, significan Medicina Interna. El reumatólogo la deriva a medicina interna, no al doctor Min. Me dio tal tentación de risa que no pude reprimirme. Ante la sorpresa de los curiosos presentes me eché a reír sobre sus hombros para no caerme de la risa. Y así, de esta manera tan jovial, entramos ambos, por fin, en la consulta.
Me gusta lo del doctor Min, oye.
-Es que... verá usted, yo no la he buscado por su número.
-¿Entonces...?
La mujer ahora baja un poco el tono de su voz como si, avergonzada, quisiera esquivar oídos chismosos.
-He estado preguntando por la consulta de un doctor chino que debe de haber aquí, y nadie me ha sabido dar norte.
-¡Como que no hay ningún médico chino en todo el hospital!
-Ya, ya me lo ha aclarado, por fin, la enfermera de aquí.
-¿Pero por qué eso de un médico chino, a cuento de qué? -le pregunto por mera curiosidad.
-No, verá usted... -y ahora se sonroja un poquito y todo mostrándome el informe de otro médico- es que, ¿lo ve usted?, en esta carta pone mi reumatólogo que me envía al doctor Min. Y, claro, yo he supuesto que ese doctor sería chino ¿no? Con ese nombre...
De estas veces que no sabes si se están quedando contigo o no. La cosa es tan disparatada que es imposible que sea una broma. La mujer creía venir a un médico chino, de verdad. Porque ella no sabía -ni nadie se lo había aclarado- que Min o MIN o M. Interna, significan Medicina Interna. El reumatólogo la deriva a medicina interna, no al doctor Min. Me dio tal tentación de risa que no pude reprimirme. Ante la sorpresa de los curiosos presentes me eché a reír sobre sus hombros para no caerme de la risa. Y así, de esta manera tan jovial, entramos ambos, por fin, en la consulta.
Me gusta lo del doctor Min, oye.