-¿Pero usted ha tenido gota alguna vez?
-Sí, por lo menos un par de veces o tres -me contesta el hombre.
Su mujer, al lado, lo mira displicente, menea negativamente la cabeza y con mucho desdén suelta:
-Pues yo no me he dado cuenta nunca de tal cosa. Me estoy enterando ahora.
-Verá, señora, gota es cuando a uno le duele mucho el dedo gordo del pie y se le hincha -me pongo a explicarle.
-Yo no he visto que a mi marido se le hinche nada -insiste ella.
La cosa es que los oncólogos me mandan a este hombre porque le han descubierto "ácido úrico", para que yo lo trate. Es un error muy común en la gente -incluso entre algunos médicos- considerar que este dichoso ácido es una enfermedad por sí mismo. Tener niveles elevados de ácido úrico no es ninguna enfermedad, hasta el 5% de la población los tiene. La enfermedad es la gota. Y no todo el mundo con "ácido úrico" desarrolla gota, sólo una mínima proporción. A los gotosos sí hay que tratarlos.
Este hombre es un superviviente nato. Se toma a guasa cualquier cosa que le digo. Debe pensar que después de todo lo que ha pasado no se va a amedrentar por una "chominá". Ha sobrevivido -lleva ya doce años- a un tumor de testículo con metástasis pulmonares y hepáticas. Ha sufrido una orquiectomía -le han soplado un "guevo"-, ha soportado los rigores de catorce sesiones de quimioterapia y otras tantas de radioterapia. Y ahora que se encuentra tan requetebién no está dispuesto a más peregrinaciones médicas. Y yo lo aplaudo. Es una especie de héroe, ha engañado a la muerte, la ha esquivado, es como ese melón hermoso que aguanta en la mata hasta el final de la campaña porque el melonero nunca se determina a cortar por encontrarlo todavía entero (durito), una y otra vez, y lo tapa tan bien que ya se le olvida. Yo creo que hay personas -sobre todo las muy mayores- a quienes la muerte las tiene ya por recogidas, se olvida de ellas dándolas por muertas y siguen tan ricamente en sus casas.
-Entonces decía usted -me encaro ahora con la mujer (no se me olvida lo de la falta de hinchazón en el hombre)- que a su marido no se le hincha nada, ¿no es eso?
-Eso es, yo no recuerdo haberle visto nada hinchado.
-¿Ni en los dedos, ni en los pies?
-Ni en los dedos, ni en los pies, ni en ninguna otra parte -afirma rotunda.
Y ahora, disimuladamente, hago un guiño al marido.
-Vamos a ver, señora, ¿entonces a su marido no se le hincha nunca nada, nada?
-No -responde inocente, extrañada de tanta insistencia y sin apreciar mi doble intención.
-¿Ni siquiera por aquí, por encima de las rodillas, parriba, parriba? -me señalo yo mismo hasta casi la altura de la portañuela. Y que no se da cuenta, oye.
-Que no, que ya le he dicho que no.
-Mujer, hay cosas en los hombres que se hinchan y luego se deshinchan ¿no?
El hombre y mis tres estudiantes ya se ponen a reírse y entonces la buena mujer cae en la cuenta.
-¡Hay que ver qué hombre! ¡qué cosas tiene! ¿Yo cómo iba a pensar?...
-Pero esa hinchazón no es enfermedad, eh. Eso es salud.
-Pues de esa salud... -se suelta ahora la mujer- andamos bastante bien... más de la cuenta, vaya, con un compañón de menos y todo.
-Pues entonces... ¡Viva la gota, coño ya!
-Pero esa hinchazón no es enfermedad, eh. Eso es salud.
-Pues de esa salud... -se suelta ahora la mujer- andamos bastante bien... más de la cuenta, vaya, con un compañón de menos y todo.
-Pues entonces... ¡Viva la gota, coño ya!
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