martes, 5 de noviembre de 2013

Ir de tiendas es para las mujeres

Después de todo ha estado bien que mi único vástago, por el momento, sea una chica. Hasta ahora me ha dado un poco igual, aún reconociendo que en ocasiones hubiese disfrutado de lo lindo enseñando a mi chavalote a regatear y a centrar desde la banda, a dar el golpe de revés a una mano en el tenis o a ser del Madrid a muerte. Mi hija y el deporte han estado reñidos por muchos años. Lo haré con mi nieto, cuando mi Meli disponga.
 
Pero, como os decía, ahora me alegro de que mi Carmen sea mi Meli y no un Carmelo fumata y melenudo (o rapado, que no sé que sea peor). 

Imaginaos que tuviera por hijo a un hombretón ya de veintinueve años, profesor de Biología en un instituto de Mijas, que vive en Benalmádena con su novia y su perrita y que vienen los tres un fin de semana al mes a vernos aquí a Sevilla. ¿Qué hago yo para entretener a un tiarrón así? Jaime, por ejemplo, se va con su hijo al Sánchez-Pizjuán y luego, de cervezas por ahí, Juan Francisco acompaña al suyo a reuniones de arquitectos y geógrafos y hacen después su ronda de tabernas por Triana, el Palanco hace de patriarca con sus dos grandes en las manifestaciones anti Wert, pongo por caso... Pero yo no soy socio del Betis ni del Sevilla, no me gustan las bullas ni soy hombre de vicios. Soy un tío aburrido que tiene a su casa por el mejor de los sitios, que intenta llevar a rajatabla aquello de que como en su casa de uno, en ninguna parte. Sí, podría llevarlo al cine de aquí de Bormujos, cerquita, o a dar un largo paseo por el campo, eso contando con que al chaval le gustara. O, a lo mejor, a comprar magdalenas borrachas al Viso. Pero nada de eso da para una mañana o una tarde enteras. La única cosa buena que le veo a este suponer sería que podría cotillear con mis amigos sobre mi nuera, como hacemos con la Tere del Jaimillo.

Con mi Meli, en cambio, lo tengo la mar de fácil. Madre e hija se tiran todo el sábado de tiendas por Sevilla y nos dejan al Pepe, a un servidor y a las dos perritas a nuestras anchas, "Por nosotras no os preocupéis de la comida, que tapeamos por aquí -nos mandan un wassapt de ésos-, haceros vosotros cualquier cosa, papi haz tú un arroz de los tuyos, mismo". Y es de mucho agradecer que Pepe tenga unos gustos tan parecidos a los míos, un ratito por el carril bici y a la casa. Yo barro los patios o escribo y él, a estudiar inglés o estadística. Antes de almorzar, un combine de pelota en el césped para distraer a las perritas... y, a la paella. En la gloria, tío. En la gloría, sí, si no fuera por esta modernidad que hace que en mi móvil suene un mensaje cada vez que la tarjeta de la Peque hace algún estropicio, cada compra un pitidito, hiuiuiuu. hiuiuiuuuu. ¡Qué desazón, oye!, ¿cuánto tardará en piar el siguiente? Me asomo al mensaje: 53,19 euros. Al ratito, otro, no me atrevo a mirarlo, mejor lo dejo para el final, pero me puede la racanería: 17,36 euros, bueno, vamos mejorando. Sin tiempo para reponerme, otro hiuiuiuuu, mira, me voy al patio y oídos que no oyen, taquicardia que te evitas.

Con todo, prefiero este sufrimiento on line antes que ir de tiendas con ellas. Insufrible para mí. No aguanto ese ir y venir, ese a ver pruébatelo otra vez, esas horas eternas en pie derecho sin una sillita baja para sentarse, ese dolor de cintura, ese no saber ya qué postura coger. Y ellas, inagotables. La cosa es que -aunque me duela reconocerlo- saben gastar, sobre todo la Meli, pero tardan mucho. Muncho, muncho. Siendo yo mocito iba mi madre a la Tienda Nueva. "Niña -le decía a su prima Natividad-, unos pantalones pa mi Osémaría". "¿De diario o de vestir?" -replicaba la dueña. "De diario" -contestaba mi madre. "Ahí tienes". Y cogía mi madre cuatro o cinco pares, se los llevaba a mi casa y allí me los probaba. Ea, compra hecha. Así, sí.

Hay, sin embargo, hombres a quienes les gusta ir de compras con sus mujeres. Sospechosos, según el sentir perito de mi amigo Paco Gálvez. A Jaime, por ejemplo, es frecuente verle en el Ikea con su Paqui, dicen las malas lenguas. Pero de él ya sabíamos su tendencia más que sospechosa para conmigo. Nada nuevo. Un caso insólito es el de mi hermano Juan, un tío incólume de cualquier sospecha. Este hermano mío no sólo va gustoso con su mujer de tiendas, no; es que la anima a comprar cuando la nota dubitativa, "Ante la duda, lo más bueno, que al final lo barato sale caro". Es así de rumboso. Y tiene aguante. Éste sí que se parece a mi padre, y no yo.

En fin, sigo pensando que ir de ropitas es cosa de mujeres. Los hombres, de manitas en las casas, una cosa así como yo, o como Frasqui, que se queda haciendo la plancha. Y a ser posible sin sustos en el móvil.

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