Juzguen ustedes mismos: dos situaciones idénticas, dos respuestas distintas.
Esta mujer debe de ser gallega, los apellidos la delatan, más todavía sus gestos, su pose, sus respuestas secas, sobrias, cortantes y ásperas.
-Usted es gallega, eh señora -me adelanto nada más sentarse delante mía.
-Sí, de Porriño, en Pontevedra; pero llevo más de veinte años aquí, en Alcalá.
-Pero no ha perdido usted ni acento ni carácter, por lo que veo.
-Así será.
Viene acompañada por una mujer joven, su hija. A ninguna de las dos la imagino con traje de farándula ni con castañuelas. Frías y serias. Y aún así, me atrevo a meter la pata.
El problema que la trae a mi consulta es que ella cree ser alérgica -o al menos intolerante- a algunos medicamentos, en concreto a uno que le tienen mandado como necesario e imprescindible. "Lo será, pero yo llevo ya dos meses sin tomarlo" -sentencia con cierta insolencia.
-Pues muy bien, bueno... muy mal, pero vamos a ver cuál es ese dichoso medicamento -y me quedo expectante esperando su respuesta. Ella se ruboriza un poco, mira a su hija, rebusca en el bolso, se vuelve hacia mí...
-El caso es que... me parece que no me lo he traído, yo juraría que lo había echado al bolso... -está claramente azorada-, bueno pero a lo mejor puede usted verlo en el ordenador.
-Si estuviera prescrito en el ordenador no tendría necesidad de preguntárselo, pero no lo está.
-Pues... entonces, es que no lo sé.
-¿Ni se acuerda usted del nombre?
-No, la verdad.
No me altero ni me irrito, podéis creerme. Antes, sí. Abroncaba a los pacientes olvidadizos afeándoles su conducta indolente. Las canas me han vuelto más comprensivo e indulgente. Y más todavía, la próxima abuelidad. Pero le hago ver el sinsentido de esta consulta si no sabemos contra qué fármaco nos enfrentamos.
-Vamos a ver: esta cita conmigo la conoce usted desde hace un mes. No ha sido de un día para otro ¡verdad que no? Tiempo sobrado para que usted se hubiese acordado de meter la pastillita en el bolso.
-Es verdad, no sé cómo he estado, le pido disculpas doctor.
Al final, juntando cabos, uno lo averigua todo. Me imagino cuando yo voy a un taller de coches y le cuento al dueño la de tironazos o chirridos que le noto al coche de la Peque, una birria de coche, y él enseguida se va derecho a las bujías, a la correa de distribución o al radiador sin necesitar de mis torpes explicaciones. Pues lo mismo. Pero no puedo dejar de caer alguna de mis perlas, a modo de desahogo.
-Usted señora, lo que tiene es un coño que se lo pisa, vaya.
No estuvo bien, ya lo sé. Primero porque no y segundo porque tampoco. La mujer es un extraña para mí, no hay confianza ni feeling para una estolidez como ésa, pudo pensar, con razón, en que vaya médico con menos educación, esas no son formas de comportarse.
Se produce un silencio eterno en la pequeña salita.
-Ésas no son palabras propias de un doctor. Está muy feo -responde lacónica la señora.
-Es verdad, he pretendido hacer una broma rápida y alegrar un poco el ambiente, pero lleva usted razón, me he pasado; le pido disculpas.
La mujer, menos mal, reaccionó bien.
-Vale, olvidado, empecemos de nuevo...
Una muchacha de 30 años, de Morón, viene con su pareja porque su médico le ha dicho que presenta una calcificación en el tiroides, que la ha visto en una radiografía. A ver qué opino yo.
-Muy bien, ¿dónde está la radiografía? No la encuentro en el ordenador.
-¡Ay qué tonta...! Me la he dejado en casa.
Advertido por la experiencia anterior, me lo pienso antes de lanzarme. Pero esta chica es andaluza, entiende mucho mejor nuestras formas y nuestras bromas.
-Perdóname, pero tú lo que tienes no es una calcificación en el tiroides, sino un coño que te lo pisas.
Y ambos dos se partían de la risa.
De todas formas, lo admito: me paso en muchas ocasiones.
Total, para un año que me queda... ¡para jubilarme!