Las once de la noche, san Lucas en la calle y yo agazapado y acobardado en la casa de mis suegros, a punto de irme a la piltra. Todo, por aislarme al máximo, por no tener noticia alguna del partido, como tantas otras veces del Madrid-Barsa. Al final, me acuesto sin saber si hemos ganado o hemos perdido, que pase la mala (o la buena) hora, mañana será otro día, o dentro de un rato, cuando la Peque, piadosa o malvada, según se dé el caso, cambie de canal sólo para enterarse del resultado y se meta en el tálamo. Me haré el dormido. Si me susurra cosas bonitas al oído y la veo con ganas de guerra es buena señal. Si, por el contrario, no pía y me echa el culo, mala cosa.
En esta ocasión, sin embargo, he sido yo quien he sorprendido a mi mujer esperándola bien despierto y debidamente preparado para un eventual ataque.
En esta ocasión, sin embargo, he sido yo quien he sorprendido a mi mujer esperándola bien despierto y debidamente preparado para un eventual ataque.
-¡Qué haces despierto?
-Ea... esperándote -le contesto sonriente-. Por si hay batalla.
-Tú te has enterao ya de algo, eh.
-Será que he escuchado cohetes.
-Pero podían ser del Capi o de Lorenzo o de cualquiera del Barsa.
-Sí, pero ha habido también una musiquilla...
Entre la zozobra por el partido y los tambores y trompetas de la procesión no había conseguido aún adormilarme. De pronto, algo me alarma. Entremezclados con los sonidos propios de la banda de música de san Lucas oigo, además, un estribillo trompetero inequívoco de himno madridista: "ta, ta, tatatá, tatatata, tatá," Hemos ganado, no puede ser otra cosa, todo coincide: la hora, los cohetes, las trompetas merengues... Los del Barsa, cuando ganan, dan pitorrazos con sus coches pero sin ritmo ni gracia algunos.
Y muchos de vosotros, leales lectores, os preguntaréis algo descolocados cómo es posible que un afamado doctor, un hombre a quien se le supone todo inteligencia y virtud, pueda tener un comportamiento tan extraño e irracional. Es la pasión, nada que ver con la razón, lo opuesto, quizás. La pasión anida en el árbol oscuro de las emociones y los instintos, en el paleoencéfalo o cerebro primitivo, la hemos heredado de nuestros ancestros antiquísimos neandertales y se alimenta de vivencias y sentimientos. Y es más poderosa que la propia razón. Si tuviéramos la curiosidad de analizar con un poquito de profundidad nuestros actos cotidianos nos daríamos cuenta de lo mucho que influye la emoción en ellos, más que la razón. En la película -estupenda- "El secreto de sus ojos" le dice un amigo a Ricardo Darín: "Un hombre puede cambiar de todo, puede cambiar de trabajo, de mujer, de casa y de ciudad, de amigos y de política... hasta de religión. Pero hay algo de lo que no cambiará jamás: de pasión." Y se estaba refiriendo al fútbol, a su equipo. Pues eso.
Y muchos de vosotros, leales lectores, os preguntaréis algo descolocados cómo es posible que un afamado doctor, un hombre a quien se le supone todo inteligencia y virtud, pueda tener un comportamiento tan extraño e irracional. Es la pasión, nada que ver con la razón, lo opuesto, quizás. La pasión anida en el árbol oscuro de las emociones y los instintos, en el paleoencéfalo o cerebro primitivo, la hemos heredado de nuestros ancestros antiquísimos neandertales y se alimenta de vivencias y sentimientos. Y es más poderosa que la propia razón. Si tuviéramos la curiosidad de analizar con un poquito de profundidad nuestros actos cotidianos nos daríamos cuenta de lo mucho que influye la emoción en ellos, más que la razón. En la película -estupenda- "El secreto de sus ojos" le dice un amigo a Ricardo Darín: "Un hombre puede cambiar de todo, puede cambiar de trabajo, de mujer, de casa y de ciudad, de amigos y de política... hasta de religión. Pero hay algo de lo que no cambiará jamás: de pasión." Y se estaba refiriendo al fútbol, a su equipo. Pues eso.
Es ésta de san Lucas una procesión muy singular en mi pueblo. No es reconocida oficialmente por la Iglesia de Córdoba. Ermita, Santo, ropajes, banda de música y demás pertrechos procesionales corren al cargo de su dueño, José "El Bolo", y de sus socios a fuerza de sacrificios personales, rifas, cuotas y algunos donativos. Y así, sobrevive por más de diez años ya. Y va a más y a mejor. A lo primero la tomábamos con un poquito de cachondeo, la verdad. Pero todos, eh, su dueño incluido. Quizás porque se corrió la voz de que san Lucas era el patrón de los borrachos, falacia seguramente malintencionada y extraída de una información de Wikipedia barata. Que yo sepa, san Lucas es el patrón de los médicos, mi patrón. El de los borrachos es un tal san Urbano I, papa de la Edad Antigua. Recuerdo tambores hechos de latas grandes de tomates en conserva o de atún en aceite, o un trono de parihuelas de palés de las obras, algo de irreverencia, es verdad, una cierta indisciplina en las filas al estilo semanasantero de Puente Genil... Pero con los años, la cosa se ha formalizado hasta el punto de convertirse en una procesión más, seria y ordenada, y cada año más acompañada. Es cierto, creo yo, que la mayoría de sus acólitos son, o somos, gente descreída, que no frecuenta mucho la iglesia, lo justo, y que desea de verdad que se la equipare a las otras procesiones "oficiales".
A la mañana siguiente, Jueves Santo, me he enterado del milagro de san Lucas, artífice, sin duda, más que el propio Bale, de la sufrida victoria madridista. Resultó que yendo la procesión por la esquina que tuerce desde la calle Estepa hacia la calle Donantes de sangre y llegando a oídos de los costaleros y los músicos los "huy" y los "ay" procedentes del bar cercano del "Gorri", prolongaron un poquito el descansillo habitual de descarga para dejar plantado al santo y salir en estampida hacia el bar para ver los postreros y agónicos momentos del partido. Fue en ese instante cuando san Lucas, agradecido por el descanso inesperado y poder echar un cigarrillo, hizo que el balón envenenado de Neymar tropezara con el poste y volviera, manso, a las manos de Casillas. Un milagro, no me digáis que no.
Se conoce que san Lucas es del Madrid.
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