La asistencia sanitaria gratuita y universal ha sido uno de los grandes logros sociales de nuestra historia más reciente. Y bien orgullosos que estamos los españoles de ello. No me gusta, sin embargo, que se pretenda sacar provecho del tal logro por parte de los diferentes partidos políticos actuales. Siendo yo estudiante de medicina, antes incluso de la muerte de Franco, ya existía la gratuidad y universalidad en la asistencia sanitaria. Que no me vengan ahora con las excelencias de la autonomía. Por lo menos en Sanidad.
Y es posible que podamos perder la joya de la Corona. Cada vez somos más entre nacionales e inmigrantes -lo cual no es necesariamente malo, puede que sea hasta bueno-, cada vez la Medicina es más cara, o la hacemos más cara -y esto sí que es realmente nefasto- y cada vez hay menos dinero o el que hay no alcanza para tanto.
Estaréis conmigo en que se trata de problemas serios y difíciles. Sinceramente, no me veo capacitado para vislumbrar una solución válida para la inmigración. Sin embargo, tengo bastante diáfano cómo abaratar el gasto médico y cómo conseguir más dinero para las arcas públicas, incrementando los ingresos mediante una más acertada política fiscal y evitando despilfarro, fraude, hurto y mangoneo. Pero lo mío es lo sanitario y ahí es donde debo centrarme.
Es de actualidad el tema del copago. Lo noto en la consulta. Mis pacientes son como esos niños que, inocentes, sueltan a las visitas secretillos indiscretos que han oído de tapadillo a sus padres. Todo lo que escuchan en la tele tiene para ellos una enorme trascendencia. Y me lo zampan. Y al revés, lo que no sale en la tele, simplemente no existe. Y uno piensa entonces en el gran desperdicio de la tele, en cómo en lugar de programas de dimes, diretes, amoríos y otras basuras no ponen más programas de índole cultural y educacional.
-Han dicho en la tele que los que vengamos a Urgencias sin motivos vamos a tener que pagar...
Me lo cuentan dos abuelos de Morón prudentes como ellos solos.
-Os tengo dicho que no le echéis cuenta a la tele, que, salvo los sucesos y los partidos de fútbol, todo lo demás es mentira.
-Menos mal, porque con lo que ya nos cuesta el autobús o la gasolina pal coche de nuestro hijo, si encima tenemos que pagar porque nos atiendan íbamos a estar apañaos.
Viene a cuento el tema por unas declaraciones, a mi entender poco afortunadas, del presidente nacional de Colegios de Médicos en las que rechazaba el copago sanitario pero entendería un pago verdadero en aquellos casos en los que se hiciera un mal uso de los servicios de urgencias hospitalarias. ¡Menuda cuestión!
Procedamos por partes, dijo el forense.
Lo primero que conviene dejar muy clarito es que es cierto que, por regla general, abusamos de aquello que no cuesta dinero. Dos céntimos, dos, es lo que cuesta un bolsa del Mercadona. Y, sin embargo, por no comprarla llevamos el maletero lleno de bolsas para cuando tengamos que ir. Por dos céntimos, o por cuatro. Cuando las cosas cuestan lo pensamos.
Con todos mis respetos a ese médico presidente del Colegio Nacional de Médicos y con riesgo de meter yo mucho la pata, diré que me gustaría que quien opinara desde la cátedra acerca de los problemas de los servicios de Urgencias conociera in situ tales problemas, que no hablara de memoria, que no repitiera ese tópico tan manido del mal uso que hacen los ciudadanos de las urgencias, que fuese alguien que haya sido cocinero antes que fraile. A lo mejor es el caso, en siendo así, punto en boca.
¿Quién usa mal los servicios de urgencias hospitalarios? Damos por hecho que los ciudadanos, los usuarios, los pacientes. Pues sí y pues no. ¿Qué parámetros tenemos para medir el uso inadecuado de las urgencias? Ninguno que sea válido.
Según la OMS urgencia es cualquier síntoma que el paciente o su entorno familiar entienda que requiere una asistencia inmediata, da lo mismo que se trate al final de una banalidad que de una embolia pulmonar. Por tanto, no somos los médicos quienes definimos ni fijamos los límites de lo urgente con respecto a lo banal sino los propios pacientes. En este contexto, el usuario tiene todo su derecho -y bien que se lo aplica- a acudir a Urgencias cuando lo crea necesario. ¿Entonces son ciudadanos ejemplares todos los usuarios? No. Somos todos más bien egoístas. Y hay gente, quizás bastante, que, a sabiendas de que lo suyo no es urgente -entre otras cosas porque lleva ya un mes con tal o cual dolencia-, acude al hospital con la sola intención -legítima por otra parte- de saltarse la lista de espera. Estas personas, sí, de acuerdo, hacen un uso inapropiado de las urgencias. Vale. Pero ¿qué podemos esperar, si no es eso, de un sistema tan sobrepasado que hasta para el médico de cabecera existe una demora de una semana? Si corrigiésemos esa tardanza en la asistencia y acortáramos un poco la demora para el especialista quizás entonces se aliviara en algo la olla a presión de las urgencias. Naturalmente que no podemos sustraernos -al menos por ahora- de nuestra condición de latinos y más concretamente de españoles, pícaros, astutos y taimados, según convenga -un español es aquél que hace siempre lo que le da la real gana-, para conseguir irte a casa con todas las pruebas hechas en sólo unas horas, pongamos que un día de excursión en el hospital. Sin bocata ni Coca Cola, pero siempre pilla uno algo, aunque sea un yogourt caducado. Ésta, sólo ésta, es una conducta reprobable. Para mi modo de ver.
Una vez más cargo las tintas contra nosotros los médicos. Usa mal las urgencias hospitalarias el médico de cabecera que deriva lo que no debe. Éste sí que tiene la obligación de saber lo que es y lo que no es. Pero ante la duda, enseguida funciona el mecanismo de defensa, el miedo a equivocarse... mejor que se equivoque otro. Es humano y yo lo comprendo. También yo lo haría así, creo. Estás solo en un pueblo, sin medios, sin ayuda... no te vas a arriesgar más de la cuenta, lo primero es la seguridad del paciente aunque me tomen en la capital por miedica. Vale. En otras ocasiones ni siquiera hay dudas, simplemente no me complico la vida. O lo que es peor, se hace rutina de una conducta inapropiada y ya, en lo sucesivo, ni te planteas si está bien o no, si pudieran existir otras alternativas, haces siempre lo mismo, mandar al hospital al abuelo demente y encamado porque ha tosido un poco más, porque tiene fiebre o porque lleva tres días sin obrar.
Usa mal las urgencias hospitalarias el propio médico de urgencias, el de a pié que se desloma día y noche en ellas, que le hace a un paciente más pruebas de las que realmente precisa por su patología. Para asegurarse mejor. O por no entrar en pelea, que bastante viene ya cargada la guardia. Por una parte, malgasta los recursos, por otra, echa carnaza al apetito desaforado de algunos usuarios y, en fin, potencia sin darse cuenta el efecto llamada. Conozco de primera mano el caso de un chaval de Lebrija que, no contento con el tratamiento prescrito por su médico para una simple amigdalitis, se alargó por su cuenta a las Urgencias del hospital. Le hicieron análisis, una Rx de tórax y hasta una tanda de hemocultivos, cosas todas ellas improcedentes. ¿Qué mensaje recibe el usuario? Que su médico de cabecera es un incompetente y que hay que venir al hospital hasta para tratarse unas simples anginas. Lo suyo sería, en estos casos no urgentes, atender con sumo tacto al paciente, tranquilizarlo en cuanto a la ausencia de gravedad y hacerle comprender que su problema de salud debe de ser atendido en otro nivel asistencial, no en el hospitalario porque, afortunadamente para él, no lo precisa. Y nos volvemos a topar con lo de siempre. Un residente de primer año no tiene capacidad -no puede tenerla- para ejercer función tan delicada.
En teoría, todo perfecto ¿verdad? Pero, en la práctica no es tan fácil, más bien complicado aunque éste que os escribe le ha tenido que poner muchas veces el cascabel al gato. Y se deja, ya lo creo que se deja. También en eso ha de notarse el arte médico. Y los años.
De manera que, al final, todos somos pecadores. Demasiada gente para pagar. Dejémoslo tal cual. Invirtamos mejor en educación sanitaria y en mejorar las condiciones laborales de los servicios de urgencias. No comparto que la sanidad sea un pozo sin fondo, lo que falta es un mejor control y supervisión del gasto sanitario por parte de jefes y gestores, una total afección del personal laboral al sistema y un poquito de conciencia cívica en la población. Mirad que cosa más fácil, eh.
-Han dicho en la tele que los que vengamos a Urgencias sin motivos vamos a tener que pagar...
Me lo cuentan dos abuelos de Morón prudentes como ellos solos.
-Os tengo dicho que no le echéis cuenta a la tele, que, salvo los sucesos y los partidos de fútbol, todo lo demás es mentira.
-Menos mal, porque con lo que ya nos cuesta el autobús o la gasolina pal coche de nuestro hijo, si encima tenemos que pagar porque nos atiendan íbamos a estar apañaos.
Viene a cuento el tema por unas declaraciones, a mi entender poco afortunadas, del presidente nacional de Colegios de Médicos en las que rechazaba el copago sanitario pero entendería un pago verdadero en aquellos casos en los que se hiciera un mal uso de los servicios de urgencias hospitalarias. ¡Menuda cuestión!
Procedamos por partes, dijo el forense.
Lo primero que conviene dejar muy clarito es que es cierto que, por regla general, abusamos de aquello que no cuesta dinero. Dos céntimos, dos, es lo que cuesta un bolsa del Mercadona. Y, sin embargo, por no comprarla llevamos el maletero lleno de bolsas para cuando tengamos que ir. Por dos céntimos, o por cuatro. Cuando las cosas cuestan lo pensamos.
Con todos mis respetos a ese médico presidente del Colegio Nacional de Médicos y con riesgo de meter yo mucho la pata, diré que me gustaría que quien opinara desde la cátedra acerca de los problemas de los servicios de Urgencias conociera in situ tales problemas, que no hablara de memoria, que no repitiera ese tópico tan manido del mal uso que hacen los ciudadanos de las urgencias, que fuese alguien que haya sido cocinero antes que fraile. A lo mejor es el caso, en siendo así, punto en boca.
¿Quién usa mal los servicios de urgencias hospitalarios? Damos por hecho que los ciudadanos, los usuarios, los pacientes. Pues sí y pues no. ¿Qué parámetros tenemos para medir el uso inadecuado de las urgencias? Ninguno que sea válido.
Según la OMS urgencia es cualquier síntoma que el paciente o su entorno familiar entienda que requiere una asistencia inmediata, da lo mismo que se trate al final de una banalidad que de una embolia pulmonar. Por tanto, no somos los médicos quienes definimos ni fijamos los límites de lo urgente con respecto a lo banal sino los propios pacientes. En este contexto, el usuario tiene todo su derecho -y bien que se lo aplica- a acudir a Urgencias cuando lo crea necesario. ¿Entonces son ciudadanos ejemplares todos los usuarios? No. Somos todos más bien egoístas. Y hay gente, quizás bastante, que, a sabiendas de que lo suyo no es urgente -entre otras cosas porque lleva ya un mes con tal o cual dolencia-, acude al hospital con la sola intención -legítima por otra parte- de saltarse la lista de espera. Estas personas, sí, de acuerdo, hacen un uso inapropiado de las urgencias. Vale. Pero ¿qué podemos esperar, si no es eso, de un sistema tan sobrepasado que hasta para el médico de cabecera existe una demora de una semana? Si corrigiésemos esa tardanza en la asistencia y acortáramos un poco la demora para el especialista quizás entonces se aliviara en algo la olla a presión de las urgencias. Naturalmente que no podemos sustraernos -al menos por ahora- de nuestra condición de latinos y más concretamente de españoles, pícaros, astutos y taimados, según convenga -un español es aquél que hace siempre lo que le da la real gana-, para conseguir irte a casa con todas las pruebas hechas en sólo unas horas, pongamos que un día de excursión en el hospital. Sin bocata ni Coca Cola, pero siempre pilla uno algo, aunque sea un yogourt caducado. Ésta, sólo ésta, es una conducta reprobable. Para mi modo de ver.
Una vez más cargo las tintas contra nosotros los médicos. Usa mal las urgencias hospitalarias el médico de cabecera que deriva lo que no debe. Éste sí que tiene la obligación de saber lo que es y lo que no es. Pero ante la duda, enseguida funciona el mecanismo de defensa, el miedo a equivocarse... mejor que se equivoque otro. Es humano y yo lo comprendo. También yo lo haría así, creo. Estás solo en un pueblo, sin medios, sin ayuda... no te vas a arriesgar más de la cuenta, lo primero es la seguridad del paciente aunque me tomen en la capital por miedica. Vale. En otras ocasiones ni siquiera hay dudas, simplemente no me complico la vida. O lo que es peor, se hace rutina de una conducta inapropiada y ya, en lo sucesivo, ni te planteas si está bien o no, si pudieran existir otras alternativas, haces siempre lo mismo, mandar al hospital al abuelo demente y encamado porque ha tosido un poco más, porque tiene fiebre o porque lleva tres días sin obrar.
Usa mal las urgencias hospitalarias el propio médico de urgencias, el de a pié que se desloma día y noche en ellas, que le hace a un paciente más pruebas de las que realmente precisa por su patología. Para asegurarse mejor. O por no entrar en pelea, que bastante viene ya cargada la guardia. Por una parte, malgasta los recursos, por otra, echa carnaza al apetito desaforado de algunos usuarios y, en fin, potencia sin darse cuenta el efecto llamada. Conozco de primera mano el caso de un chaval de Lebrija que, no contento con el tratamiento prescrito por su médico para una simple amigdalitis, se alargó por su cuenta a las Urgencias del hospital. Le hicieron análisis, una Rx de tórax y hasta una tanda de hemocultivos, cosas todas ellas improcedentes. ¿Qué mensaje recibe el usuario? Que su médico de cabecera es un incompetente y que hay que venir al hospital hasta para tratarse unas simples anginas. Lo suyo sería, en estos casos no urgentes, atender con sumo tacto al paciente, tranquilizarlo en cuanto a la ausencia de gravedad y hacerle comprender que su problema de salud debe de ser atendido en otro nivel asistencial, no en el hospitalario porque, afortunadamente para él, no lo precisa. Y nos volvemos a topar con lo de siempre. Un residente de primer año no tiene capacidad -no puede tenerla- para ejercer función tan delicada.
En teoría, todo perfecto ¿verdad? Pero, en la práctica no es tan fácil, más bien complicado aunque éste que os escribe le ha tenido que poner muchas veces el cascabel al gato. Y se deja, ya lo creo que se deja. También en eso ha de notarse el arte médico. Y los años.
De manera que, al final, todos somos pecadores. Demasiada gente para pagar. Dejémoslo tal cual. Invirtamos mejor en educación sanitaria y en mejorar las condiciones laborales de los servicios de urgencias. No comparto que la sanidad sea un pozo sin fondo, lo que falta es un mejor control y supervisión del gasto sanitario por parte de jefes y gestores, una total afección del personal laboral al sistema y un poquito de conciencia cívica en la población. Mirad que cosa más fácil, eh.
Enhorabuena, no me veo yo tan “chocho” cuando me llegue la hora de ser abuelo, o quizás si…. o más. Bueno cuando sea ya lo hablamos, felicidades de nuevo, un abrazo y hasta pronto.
ResponderEliminarSe nos echa encima el 10 de mayo. Ya hablaremos.
ResponderEliminarMi querido amigo José Mª, vayamos por partes,como decía Jack el Destripador.
ResponderEliminarAl igual que a tu padre le falla la memoria y no recuerda haberos dado un pescozón de vez en cuando, tu empiezas a tener tus lagunas mnésticas.
Aún compartiendo la esencia de tus reflexiones no puedo dejar pasar un error en el que además haces énfasis: "asistencia sanitaria universal en nuestro pais incluso con Franco". Pues fallo de memoria. Para no entrar en demasiados detalles te diré que mis padres y hermanos no tenian derecho a asistencia sanitaria. Mi padre murió sin haberla tenido en su vida. Mi mujer (Conchi) mi hija Sonia y yo, el primer médico al que tuvimos derecho desde el sistema público fué a mi. El parto en compañia privada y el pediatra de la beneficiencia en el dispensario de sanidad...Y ese sistema que excluia a muchos grupos de población es el que se ha puesto en marcha por el partido popular con su famosa ley de sostenibilidad. La universalidad la tuvimos y la hemos perdido. Un abrazo
Acepto, querido Antonio, tus sabias correcciones. Tengo, como sabes, la buena costumbre de recordar sólo lo bueno. Por ejemplo, a tu padre conseguimos enchufarlo con Bonilla y con Benigno Calero, de lo mejorcito de Digestivo para la época. Conchi no necesitaba más médicos que nosotros dos y a la Sonia la llevábamos ya al Reina Sofía cuando se dislocaba el codo, por ejemplo. Pero sería faltar a la verdad no reconocer la sustancial mejora en el servicio sanitario público. Y nos resistiremos a perder la universalidad. Un abrazo.
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