Por expresa y multitudinaria petición popular, transcribo -sé que cuento con el permiso de su autor- el escrito ganador de Antonio Estepa Romero, nuestro querido y entrañable Bronco Ley.
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En aquel tiempo, hace cincuenta años, yo era como Platero, "pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no llevaba huesos". Ahora podéis observar que "todo cambia, nada es", como decía Heráclito de Éfeso.
Mi vida transcurría en un ambiente de sosiego y de levitación interior. Era un ser etéreo, frágil, transparente como las alas de una libélula. Poco a poco esa transparencia se fue sombreando al contacto con estos merluzos. Junto a ellos, fui cambiando inexorablemente hacia una adolescencia convulsa. Dejé atrás la pubertad para entrar de lleno en una amalgama de sentimientos, deseos y actos que me atormentaban de continuo.
Me acuerdo de aquel día. Había estallado la primavera y estos parajes se llenaron de color, aromas e insectos. Yo me encontraba enfermo en la camarilla. La camarilla era un cuarto de 3 x 2 con una cama individual y armarito empotrado. Entró una de las chicas a limpiarla. No me acuerdo de su nombre. Tenía otra hermana. Yo creo que eran gitanas, dada su piel aceitunada y sus carnes prietas como melones de Montalbán. Decidme plebeyos, ¿las recordáis? Todavía se fregaba el suelo cuerpo a tierra. Me hice el dormido, lo que facilitó a la trabajadora su tarea. Busqué un ángulo óptimo con la precisión de un artillero y, ávido y sudoroso, enfoqué la mirada hacia aquella ninfa que se movía como una barca en la bahía de Cádiz con viento de poniente. Yo parecía una leona entre los matorrales esperando paciente la llegada a la charca de una grácil cervatilla. La respiración era de taquicardia sinusal. La joven se alarmó al observar mi extrema sudoración. Creí tener una hiperpirexia. Como un oblato benedictino me puse en oración y luego de una ardua lucha interior conseguí que todo mi cuerpo alcanzara su estado natural de reposo. Una buena confesión hizo el resto.
Me resisto a omitir que a partir de aquel día el concepto que tenía sobre la mujer alcanzó una inmejorable puntuación, porque aquélla me hizo ver que no todo se basaba en ora et labora.
Gracias hermanos por vuestra generosa atención.
Mi querido Fili, por supuesto que tienes el permiso y lo que quieras. Sabes, sabéis, que es un placer para mí colaborar para pasar un buen rato juntos. Le he prometido a los compañeros que la próxima vez que nos veamos compartiré el trabajo inconcluso sobre un tema eminentemente escatológico: El peo. Si tenéis alguna grabación sobre la "enfermedad primaveral", por favor, hacédmela llegar, porque Andrea no pudo grabarla porque le dí unas instrucciones erróneas¿? ¡cacharros...!
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