Dos hombres solos en la consulta me sigue resultando lioso. Mucho más acostumbrado, dos mujeres: madre e hija, hermanas, incluso vecinas. Es... bueno, más normal. O bien un hombre y una mujer, el matrimonio de toda la vida. Me resulta más fácil adivinar la relación entre dos mujeres que entre dos hombres, ya está. ¡Qué cotilla!, diréis, a ti qué más te da. Pues sí da.
La manera de comportarse estos dos me huele a pareja de hecho. Pero como son tantas las veces de metedura de pata me callo. Por ahora. El que hace de paciente rondará los sesenta, de mi edad, más o menos. Es chiquitete, recortao y de contenta barriga cervecera, de éstos que se abrochan en cinto en el primer agujero. Pero lo que más destaca en él es su cabellera cana y espesa -envidia de quien escribe- recogida toda en una graciosa cola de caballo a lo Steven Segal. O mejor y de más actualidad, a lo Pablo Iglesias. Un hombre añoso pero moderno. El otro, el que viene de acompañante, es bastante más joven, pongamos que treinta como mucho. Y ya va uno pensando "Qué viciosillo, a éste le gustan jovencitos..." No me juzguéis mal todavía. Si, invisibles por magia, pudierais entrar en mi consulta -una cosa parecida a cuando de chaveas deseábamos la invisibilidad para colarnos de balde en el cine- comprobaríais lo que digo.
Todo el rato riñendo, media hora provocando, recomendando y reprochando. Ése era el jovencito. El paciente -fidelísimo al nombre-, paciente. Circunspecto, como si no fuera con él. A lo más, una sonrisa de disculpa.
"Doctor, dígale usted que tiene que andar más, que no puede picotear tanto, que la sal es mala y la cerveza también, que tiene que ponerse la mascarilla del oxígeno para dormir, que no sabe usted la manera de roncar que tiene... un animal, doctor, dígaselo, por favor, que no puede estar toda la tarde sobando en el sofá, que se tome la tensión de vez en cuando, que ya le ha dao un aviso, un amago de trombosis el año pasado, pero, mire usted, ni caso, hace lo que le sale de sus... pelotas, en fin, doctor, que luego soy yo quien carga con las consecuencias, quien tiene que aguantarlo si se queda pa echarle azúcar a los dulces... Dígaselo, por favor."
Anda, valientes, ya no está tan clara la cosa, eh. ¿Quién coño es éste tío coñazo? Con mi guasa habitual me dejo caer:
-Amigo -me dirijo al paciente, al hombre mayor-, ¿éste quién es?
-Mi hijo -responde con toda naturalidad-. Mi hijo mayor.
-Ah, na, que yo pensaba que sería su mujer.
El hijo se quedó sorprendido, normal, pero al paciente le pude ver hasta la muela del juicio. De la carcajada que pegó.
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