Podéis corregirme si queréis, pero yo entiendo que el agrado es algo con lo que uno nace, lo mismo, o casi igual, que el color de los ojos o la posibilidad de ahuecar la lengua -cosa que hace tan graciosamente mi Lucas, y que yo soy incapaz del todo-. No creo que se aprenda en la casa, en la escuela ni en la universidad. La persona de trato áspero lo será siempre, cada uno es cada uno. Tengo un compañero en el hospital al que le cuesta un güevo sonreírle a sus pacientes. Y mira que es buena gente, con un corazón ajustado al tamaño de su testa, que no es cualquier cosa; es estudioso y muy competente en su campo, pero qué dureza de gesto y de jeta. ¡Y encima, es del Barsa! Bien sabe Dios que durante los muchos años que he sido su jefe le he exhortado de miles maneras a que haga por cambiar un pelín su carácter. Modestamente, algo hemos conseguido entre todos, lo vemos más solícito y, alguna vez, lo hemos sorprendido pellizcándole la cara a alguien de una manera extrañamente cariñosa. Pero le debe de costar lo indecible. Todo lo contrario de nuestro Benítez, el más sobón de todos los médicos mundiales.
Agrado, ¡qué palabra más bonita! Es frecuente que los médicos escuchemos cuchichear a los familiares de los pacientes por los pasillos de las consultas o en la planta acerca de cómo les va a sus respectivos deudos con los distintos facultativos que les hayan sido asignados. Y me congratulo mucho cuando les oigo decir por lo bajo: “Pues el médico de mi marido, aparte de bueno, ¡tiene tanto agrado!” Por desgracia también tiene uno que escuchar en ocasiones lo contrario: “Será todo lo buen médico que quiera, pero, hija, ¡qué poco agrado tiene!” En cualquier actividad que tenga que ver con interrelaciones personales el agrado -o su carencia- no es lo principal, pero casi, lo primero que salta a la vista, la primera impresión. Allí donde dos personas tengan que mirarse a los ojos debería de brotar de manera espontánea bondad, comprensión, feeling, empatía... Agrado. Y donde más, en la asistencia clínica. Con todo lo goloso que soy me resulta más atractivo una pastelera agradable detrás del mostrador que todas las bandejas de dulces expuestas, que ya es decir. Ser agradable no cuesta trabajo, ninguno, para quien trae esa cualidad de serie, de natura. Pero debe ser la mar de difícil para quien ha nacido sin esa estrella. El agrado, repito, no se aprende en la facultad de medicina, ni luego tampoco. Debería de haber un test del agrado que se aplicase a los MIR aspirantes a una especialidad clínica, esto es, con mucho roce epidérmico. No sería necesario para otras especialidades más técnicas con escaso contacto con los pacientes. Pero un internista, un digestólogo, un cirujano, un médico de familia… no pueden tener mala uva, es -o debería serlo- incompatible con el oficio. Importante, sin embargo, no confundir agrado con gracejo. Hay médicos muy chistosos, pero bastante inútiles. Eso tampoco. Pero dar con médicos preparados, implicados, agradables y encima graciosos, eso es una bicoca. Y en Valme los hay. Yo los conozco bien.
Estoy hablando de médicos, me puede la querencia, pero lo mismo he de decir de otros profesionales sanitarios -enfermeros, auxiliares y celadores-, o más incluso de éstos, porque son ellos los que más tiempo conviven con los pacientes. El médico es el dios particular de cada enfermo, pero ese dios pasa con él diez minutos escasos. Sin embargo, enfermeros y auxiliares se tiran ocho horas haciendo "el trabajo sucio", ahí el dios médico poco se mancha las manos. Todos lo sabemos, hay cosas que no tienen precio, y personas que, por mor de la rutina, no valoran lo que hacen cada día. Cuando veo a una enfermera y su auxiliar lavar a un anciano impedido en su cama o darle el desayuno como se lo darían a un niño chico me emociono, es algo que, para mí, dignifica más que ninguna otra cosa el oficio de sanitario, más que ver una operación complicada, más, incluso, que la asistencia al parto, traer una criatura nueva al mundo, lo más de lo más... Y la costumbre, el hacer lo mismo cada día, nos hace perder la perspectiva. La auxiliar de enfermería es uno de los escalafones con sueldos más bajos dentro de los hospitales, y esto puede explicar también el escaso valor que estas personas otorgan, en general, a su trabajo, el más digno y sacrificado. Yo las arengaba durante los desayunos en la planta: "Si de todas formas tenéis que limpiarle el culo al viejo, hacedlo con alegría, coño, os sentiréis mucho mejor". Podéis imaginar la diferencia en el ánimo de un anciano hospitalizado cuando una auxiliar lo despelota al grito de "Abuelo, te voy a dejar el culo como una patena", a ésta otra que le diga "Abuelo, vaya porquería de mierda que has dejado en la sábana, ¿cómo se puede ser tan guarro?...
De todo hay en la viña.
Efecto placebo si señor.
ResponderEliminarJosé María compañero, respetable doctor, me gustaría comentarte mi opinión sobre el agrado del personal sanitario, desde el lado del paciente que he sido.
ResponderEliminarEstirado sobre la camilla esperando turno, notaba que perdía el conocimiento y pedí a mi mujer que llamara a la enfermera. Después solo recuerdo ver a mi alrededor a varias personas de bata blanca que me sujetaban cada una por un lado pinchándome de todo.
Mi mujer me comentó luego, que la voz cantante la llevaba una doctora jovencita que se hizo cargo nada más verme, volteándome con una fuerza hercúlea como si fuera un niño, hasta dejarme con el motor al ralentí.
Minutos antes, un celador me llevó para hacer unas placas y por el pasillo iba dando trompazos a las esquinas, que me sentaban como una verdadera patada en el estómago.
Úlcera sangrante me dijeron luego, y cuatro días ingresado en una habitación supervisada 24 h.
Querido y admirado amigo: El mayor respeto a todos los representantes de la Sanidad.
Pero yo solo espero de ellos profesionalidad y eficacia.
Al salir por la puerta andando, es cuando se les regala una caja de bombones, una pluma estilográfica o un ramo de rosas.
Yo no tuve tiempo de averiguar si eran amables o no, pero mi agradecimiento es eterno.
Como siempre amigo José María, agradecerte tus escritos que siempre hablan de realidades cercanas y vitales.
Un abrazo.
Juan Martín
Es muy agradable, leerte y tratarte; efectivamente eres persona de trato agradable. Una gran ventaja si además a ello añades tu capacidad científica para resolver el problema de salud del paciente que angustiado se pone en tus manos.
ResponderEliminarComo alguna vez he oído a mi amigo Pedro, también médico, "La medicina , es el arte de curar" y a ese "arte" nos entregamos los pacientes de forma confiada con la esperanza de ser curados. No conozco otro ser humano, si exceptuamos a nuestra madre, al que le confiemos nuestra propia vida o la de nuestros seres más queridos, como lo hacemos con el médico. La dedicación a nuestra salud es lo más agradable que puede ofrecernos; luego, curados... ya echaremos unos chistes si a el le apetece.
Recibe tu, como buen representante de los que, en todas sus facetas, practican el noble arte de curar, mi agradecimiento. A todos los que habéis dedicado y dedicáis vuestra vida a hacernos agradable la nuestra.
Un abrazo
Rafa Vilas
Chicos, muchas gracias. He estado en Mallorca estos cinco últimos días, disfrutando con buen tiempo y con nuestros amigos Jaime, Luna, Pilar, María Jesús, Paqui y mi santa Peque. Y, claro, no he tenido lugar para contestaros. Pues eso, que muchas gracias.
ResponderEliminarNaturalmente, Juan Martín, en los casos de emergencia médica lo prioritario es la eficacia, no cabe duda. En las Urgencias, más vale un médico sieso que sea resolutivo, que uno amabilísimo e inútil.
Rafa, no te puedes imaginar el nivel de confianza y de complicidad que se crea entre médico y paciente si aquél es una persona competente: más que antiguamente con los curas. En ocasiones, mi consulta parecía un confesionario, en serio.
Bueno, que nos vemos en Priego.
Un abrazo.