La gente suele contar historias y anécdotas hospitalarias que nos parecen inverosímiles, pero resulta que son verdad, que la realidad vuelve a superar la ficción. Doy fe de ello. Porque esto que os cuento realmente parece increíble viniendo de mí. O a lo mejor es al revés, es creíble viniendo de mí.
Y es que uno, por muy curtido que esté en estas lides, va nervioso y pelín asustado. ¡Mira que habré visto yo a cientos de personas haciéndose una colonoscopia!... Pues, así y todo, ahora me toca a mí y voy cagándome vivo (literalmente).
-Señorita, necesito ir al servicio -imploro a la enfermera, una chavalita estirada y tiposa a quien no le pega su trato algo distante.
-Sí, sí, es lo habitual; ahora le indico -y me devuelve un esbozo de sonrisa. Mientras camino por detrás suya mi ojo perito no pierde detalle de la latitud y el penduleo de su bonito trasero. Hay cosas que ni el miedo puede aplacar.
Me introduce en un pequeño habitáculo donde hay un wáter, un lavabo, un banco de madera y un perchero. Apenas cabemos los dos juntos. Me entrega una bolsa grande y me da las instrucciones precisas: que dentro de la bolsa va una bata, que me desnude por completo, excepto los calcetines -menos mal, mis uñas no son presentables en sociedad, me temo-, que me ponga la bata, y que meta toda mi ropa y mis zapatos dentro de la bolsa. Y que le avise cuando esté preparado.
Me tomo mi tiempo. Mientras expulso las postreras mucosidades anales, más que nada fatuas ventosidades -mi colon debe de estar escamondado de tanto purgante-, voy pensando en la relativa "comodidad" de hacerse uno cualquier exploración médica en los sitios que uno conoce y donde es conocido y tratado con otro talante. Me hallo en el hospital de Marbella, donde soy uno más, un perfecto desconocido. Lo que van a hacerme es la extirpación de un pólipo plano, una mucosectomía se llama en términos médicos. En Valme no se hace esta técnica. Mi digestóloga de Antequera me ha recomendado Marbella. Y aquí estamos. La Peque y yo.
La Peque se ha quedado fuera, en una salita de estar. En Valme, seguro que me hubiera podido acompañar en todo momento. Ahora, en este instante, la echo de menos. Saco el contenido de la bolsa grande: una bata color verde quirófano, de ésas que te cubren por delante y te dejan el culo al aire; y dos gorritos, ¿para qué dos -me pregunto. Me desnudo, menos los calcetines, y meto todo dentro de la bolsa. Me coloco la bata procurando que me tape por detrás lo más posible, y me toqueteo la pichurra para que no se me arrugue más de la cuenta. Y ahora me cubro la cabeza con uno de los gorritos. No hay espejo, me gustaría ver mi propio esperpento. Entonces llaman a la puerta y es la enfermera. "Ea, ya estoy" -le digo envalentonado. Y ella, ante mi asombro, se echa la mano a la boca para apagar un poco el gritito de risa que se le escapa sin remedio. "¿Qué pasa?" -pregunto avergonzado pensando que ya he metido la pata. "Hombre de Dios, lo que se ha puesto de gorrito es un patuco para los pies, ¿no ha visto que vienen dos?" Nos reímos juntos, me metí para dentro y volví ya a salir hecho un pincel.
Os ruego discreción porque esto que os cuento no lo sabe ni siquiera la Peque. Porque parece mentira que le pasen estas cosas a un médico tan experimentado.
En cuanto nos salimos de nuestra rutina no damos ni una.
ResponderEliminarJajaja. Vaya.
ResponderEliminarNo hay dignidad que aguante la preparación de una colonoscopia, es un proceso denigrante y las organizaciones que salvaguardan los derechos humanos deberían ya tomar cartas en este asunto, digo. Un abrazo solidario Fili.
ResponderEliminar¡Qué ocurrencia más graciosa, Paco! Con todo, ahora es mucho más llevadero. Se trata de tomarte dos sobres diluidos en agua, a pequeños sorbos durante la tarde anterior, junto con 4 litros de agua repartidos hasta las doce de la noche. Se te escuece el ojete de tanto jiñamiento, es verdad, pero factible.
ResponderEliminarHace unos años eran 15 sobres con un sabor realmente insoportable. Nunca pude aguantar aquella preparación.
José María que suerte tenemos en estos tiempos, ahora nos pueden hacer colonoscopias incluso dormidos. Una cada dos años para seguir de cerca los dichosos pólipos, que no sabía la causa del cansancio al subir escaleras, hasta que el doctor Santos me mandó hacer la primera.
ResponderEliminarY luego vino el dentista, y el oculista y el otorrino.
Lo de las pantuflas verdes encasquetadas en la cabeza es lo de menos, lo más importante es que lo podemos contar y echar unas risas.
Un abrazo.
Juan Martín
Totalmente de acuerdo, amigo Juan Martín. A mí me queda por delante el urólogo, el trauma y el oculista. Así es la cosa. Pero seguimos palante con optimismo, claro que sí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Simpática esta anécdota Jose Maria. La verdad es que cuando nos ponemos en manos de los sanitarios, nos quedamos totalmente desarmados y somos capaces de hacer cualquier cosa con la mas asombrosa naturalidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Así es Manolo. Se vuelve uno más inútil de lo que ya es de por sí.
ResponderEliminarSimpática anécdota contada como siempre con una prosa amena. La verdad es que,en ocasiones,se producen situaciones no muy agradables en las pruebas médicas.Me gustaria tener tu facilidad para describirlas.Cuando el verano pasado me hicieron un lavado articular,hubo algunas complicaciones y lo que en principio debia durar una hora duró cuatro.Me dejaron solo y nadie acudió a mis gritos y acabé empapado como un bebé que lo dejan sinpañales sobre la camilla. Qué vergüenza pasé. Un abrazo
ResponderEliminarFernando, lo que no pase a ti... Jajaja
ResponderEliminarJa jaja leo y río y río. La verdad que vaya situación pero tu eres único. Espero y deseo que todo haya ido bien. Un abrazo y a seguir con ese buen humor y nos lo contagies a todos
ResponderEliminarGracias Francisco. No sé si nos conocemos, pero da igual. Un saludo.
ResponderEliminarGracioso anécdota sin duda alguna.
ResponderEliminarA la peque no hace falta contárselo. ¡Si ya te conoce mejor que a la palma de su mano y tu carita de inocente se la sabe de memoria!
Tomando en cuenta tus relatos y comentarios, estoy pensando si nuestra condición real no será la de pensionistas en revisón y reparación permanente.
Los problemas de salud nos acechan a la vuelta de los análisis y nos tienen en un sin vivir. Por lo demás estamos en una edad amable y llevadera, me parece a mí.
Un abrazo, artista.
Pedro