martes, 26 de marzo de 2019

Los mocos

A pesar de lo bien que me encuentro, de lo joven que me conservo y de los piropos de que soy objeto -mi suegra se me quedaba mirando muy atenta y protestaba al mundo como contrariada: "Muchachos, ¡es que no tiene ni una sola arruga!..."-, he descubierto estos días en mi persona un signo más de envejecimiento. Contábamos ya con algunos otros: el parecerme a mi padre en las imprudencias, en los apetitos y en las cojetás; el emitir ruidos raros y silbantes en el sueño; bueno... y eso tan penoso de haber cambiado hueso por ternilla en el colgajo. Pues ahora, otro: los mocos. Tengo mocos perennes, como cuando era un chavea.

Será acaso eso que dicen que los viejos nos vamos pareciendo cada vez más a los niños, no lo sé. El caso es que tengo mocos. Todos los días. Siempre. Y no son mocos de resfriado ni de alergia, como no lo eran entonces. Simplemente mocos. Como el que tiene una verruga en la frente. Pues yo, mocos. Cierto que hay alguna diferencia con los mocos infantiles. No son los de ahora aquellos mocos húmedos y verdes, inagotables, saladitos y apetitosos, fuente gratuita de mucopolisacáridos y de proteínas -a falta de carne, mocos-; mocos aquéllos gloriosos en forma de velas que yo sorbía en lo alto del púlpito, dirigiendo el rosario, en los siete segundos del "Dios te salve María"... del turno de las beatas, y si me sobraban me los refregaba en las mangas del roquete. No. Mis mocos de viejo son mermelada de pera por las mañanas, y cortezas secas y duras por las tardes, ya sabéis, de esas que se apergaminan en las paredes de las narices; de esas que nos gusta a todos sacarnos a escondidas, examinarlas y hacer pelotillas con ellas, y tirarlas luego por la ventanilla del coche, o pegarlas debajo de la silla. ¿O soy yo el único guarro irredento que hace esas cosas? 

Al final, mi ardua investigación médica concluye que no; que mis mocos no son signo de vejez, o no solo eso. Es que tengo dos nietos chicos, y entre los tres, ellos dos y yo, nos los vamos intercambiando como antes cambiábamos tebeos o cromos entre los chaveas. Sí, eso debe ser.

Benditos mocos míos.

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