He cogido con ganas esta rutinilla de la piscina, es verdad. Cuando me da por algo me pongo hasta maniático. Bueno, no importa; ya llegará el día en que me canse. Mientras dure...
Ya tengo comprobado que la mejor hora es entre las doce y la una del mediodía; es cuando menos gente hay. Además, termino sobre las dos, y llego a casa que lo devoro tó.
Hoy he ido a la una y cinco. El panorama no puede ser mejor: cuatro personas para siete calles. Una chica y tres hombres mayores. Naturalmente, escojo una de las calles vacías con el rótulo informativo de "Calle Lenta". Estupendo.
El caso es que empiezo a nadar y noto cierta incomodidad. Es como si me costara avanzar. Ya se sabe que voy por la calle lenta, y que uno no es Mark Spit (joer, qué antiguo), pero es que braceo como cuando sueñas que no sales del mismo sitio por mucho esfuerzo que hagas. Me pongo de pie, y me doy cuenta de que es porque me he puesto el bañador al revés: lo de atrás, delante; y lo de delante, atrás. Y así, los bolsillos laterales se abren para adelante, se me llenan de agua y me frenan como alerones.
Así no puedo seguir, a paso de tortuga. Pero me da mucha pereza tener que salir del agua, volver a los vestuarios y ponerme bien el bañador. Y entonces es cuando se me ocurre una de esas ideas mías geniales: como somos tan pocos, nadie se va a dar cuenta si me cambio el bañador dentro del agua. Dicho y hecho.
De todas formas, en consideración al decoro aguardo a que los tres vecinos y la chica del fondo empiecen a nadar hacia el otro extremo de sus calles respectivas. Y así, mientras van y vuelven, me sobra tiempo para mi maniobra impúdica. Para darme ánimo, se me viene a la memoria cuando la Peque en sus mejores días era capaz de cambiarse el tampax mientras conducía por Sevilla en los veinte segundos del semáforo en rojo.
Vamos allá: con toda decisión me desembarazo del bañador y me quedo en pelota picada, protegido, eso sí, por la masa del agua. Agarro el bañador y le doy la vuelta. Los otros nadadores aún no han llegado a la punta de sus calles. Vamos bien. Colocada la prenda en mis manos en posición correcta, bajo el bañador para meter la primera pierna. Imposible. Contra pronóstico, al puñetero calzón la da por flotar y se me viene arriba, ¡coño, que no puedo bajarlo! Y cuando consigo bajarlo algo resulta que la rigidez de mi cadera no me permite doblarla lo suficiente para ensartar el pie por el pernil... Aparecen los primeros nervios. Miro para atrás, y los vecinos ya vienen de vuelta. "¡A que me pillan en pelotas!"... Se me ocurre ponerme a bucear para arrastrar el bañador hasta el fondo, pero entonces se me sale el culo flotando libre. "¿Será posible?"... A pesar del agobio, me da por reírme y me imagino que soy mister Bean en alguna de sus disparatadas anécdotas. Uno de los vecinos ya ha llegado, y se me queda mirando raro, como diciendo qué le pasará a este. Los demás van llegando también. Yo me quedo quieto, sin movimiento alguno, como silbando y mirando al techo. Y ellos vuelven a lo suyo; ¡menos mal! La chica está más alejada y no se ha dado cuenta. Lo intento de nuevo, ahora con la otra cadera, la protésica. Doy un pequeño saltito con la otra para apoyarme mejor... ¡Y lo consigo!!! ¡Ha entrado, ha entrado!! ¡Por fin! Con la pierna libre puedo arrastrar el dichoso bañador hacia abajo y calzar ya ambas piernas. ¡Joder, vaya ratito de susto! Hubo un momento en que llegué a pensar que tendría que salir desnudo de la piscina. Hasta imaginé el mejor escenario: me quedo remoloneando cerca del borde, haciendo como que buceo, o simplemente caminando y haciendo ejercicios de pie, hasta que todos se vayan, porque a estas horas no es previsible que ya entre nadie nuevo hasta por la tarde. Así, solo se reiría de mí el vigilante desde su cuartito.
Y luego, ya sereno de camino a mi casa me pregunto: ¿Solamente a mí y a cuatro como yo nos pasan estas cosas? En fin...
De todas formas, en consideración al decoro aguardo a que los tres vecinos y la chica del fondo empiecen a nadar hacia el otro extremo de sus calles respectivas. Y así, mientras van y vuelven, me sobra tiempo para mi maniobra impúdica. Para darme ánimo, se me viene a la memoria cuando la Peque en sus mejores días era capaz de cambiarse el tampax mientras conducía por Sevilla en los veinte segundos del semáforo en rojo.
Vamos allá: con toda decisión me desembarazo del bañador y me quedo en pelota picada, protegido, eso sí, por la masa del agua. Agarro el bañador y le doy la vuelta. Los otros nadadores aún no han llegado a la punta de sus calles. Vamos bien. Colocada la prenda en mis manos en posición correcta, bajo el bañador para meter la primera pierna. Imposible. Contra pronóstico, al puñetero calzón la da por flotar y se me viene arriba, ¡coño, que no puedo bajarlo! Y cuando consigo bajarlo algo resulta que la rigidez de mi cadera no me permite doblarla lo suficiente para ensartar el pie por el pernil... Aparecen los primeros nervios. Miro para atrás, y los vecinos ya vienen de vuelta. "¡A que me pillan en pelotas!"... Se me ocurre ponerme a bucear para arrastrar el bañador hasta el fondo, pero entonces se me sale el culo flotando libre. "¿Será posible?"... A pesar del agobio, me da por reírme y me imagino que soy mister Bean en alguna de sus disparatadas anécdotas. Uno de los vecinos ya ha llegado, y se me queda mirando raro, como diciendo qué le pasará a este. Los demás van llegando también. Yo me quedo quieto, sin movimiento alguno, como silbando y mirando al techo. Y ellos vuelven a lo suyo; ¡menos mal! La chica está más alejada y no se ha dado cuenta. Lo intento de nuevo, ahora con la otra cadera, la protésica. Doy un pequeño saltito con la otra para apoyarme mejor... ¡Y lo consigo!!! ¡Ha entrado, ha entrado!! ¡Por fin! Con la pierna libre puedo arrastrar el dichoso bañador hacia abajo y calzar ya ambas piernas. ¡Joder, vaya ratito de susto! Hubo un momento en que llegué a pensar que tendría que salir desnudo de la piscina. Hasta imaginé el mejor escenario: me quedo remoloneando cerca del borde, haciendo como que buceo, o simplemente caminando y haciendo ejercicios de pie, hasta que todos se vayan, porque a estas horas no es previsible que ya entre nadie nuevo hasta por la tarde. Así, solo se reiría de mí el vigilante desde su cuartito.
Y luego, ya sereno de camino a mi casa me pregunto: ¿Solamente a mí y a cuatro como yo nos pasan estas cosas? En fin...
Eres un caso perdido. Que ocurrencias. Lo bueno es que nos reimos con tus cosas.
ResponderEliminarJosé María, eres un cachondo impenitente...Te lo pasas de maravilla, te ríes de ti mismo y nos haces disfrutar leyendo tus ocurrencias.
ResponderEliminarDeberías llevar a algún acompañante para que te grabara... Recibe un fuerte abrazo.
La verdad es que cuesta creer las cosas que me pasan
ResponderEliminarUn abrazo
Un poco tarde para enseñarte a no sentir pudor siendo nudista.
ResponderEliminarEn cualquier caso envidio tus paseos a braza por la piscina olímpica.
Lo tuyo es puro arte teatral andaluz. Una manera de vivir.
Un abrazo.
Hay que joderse, José maría. Me pregunto cómo es posible que hayas hecho medicina y además con brillantez sin confundir los días del examen y el culo con las témporas. A veces me pregunto también si no te pasa lo que dices que te pasa y lo inventas imitando a algunos famosos cuentistas de Palenciana que propalaban relatos fantásticos como aquel que inventó que había caído un avión en el monte del Realengo y cuando medio pueblo fue a verlo fue él también vaya a ser que fuera verdad y él que lo había inventado se quedara sin verlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Jajaja, Pepe. Me alegro de reencontrarte por aquí. Mira, no. Todo lo que cuento me ha pasado de verdad. Los que viven a mi lado lo saben. Mi Peque es una crítica de mucho cuidado. Lo que pasa es que el autor siempre tiene algún que otro as en la manga, lo que se llama licencia de autor. En parte, en eso consiste el arte de escribir. Tú lo sabes. Pero es verdad lo de la capacidad inventiva e imaginativa de la gente de nuestro pueblo. Uno de mis mejores amigos de allí, cuyo nombre obviaré por prudencia, era -y es- un mentiroso compulsivo e inocente, siempre inventando fantasías que él mismo llega a creerse. A lo mejor fue el mismo del avión del Realengo. Jajaja.
ResponderEliminar