Muchachos: a petición de algunos de mis lectores interesados en el tema, voy a exponeros mi punto de vista sobre el asunto este tan delicado de la eutanasia. Desde luego que se trata de un debate serio, de gran calado e importancia. No vale aquí intentar convencer a nadie ni que nadie se moleste por mi posicionamiento. Yo respeto el criterio razonado de todo el mundo, y espero lo mismo de los demás. Veamos.
Casi todo lo que he leído y escuchado en estos últimos días acerca de la eutanasia me ha parecido razonable, alegatos favorables y otros contrarios. Casi todo. Sin embargo, ha habido algunos sapos incomestibles, algunas manifestaciones en los medios que a mi parecer quedan fuera de lugar, se autoexcluyen por impresentables: la primera, la del portavoz del PP en el Parlamento afirmando que la propuesta de eutanasia del Gobierno es una artimaña de recortes en pensiones y en gasto farmacéutico. ¡Hay que ser malaje! ¡Parece mentira lo zafio y ruin, tan alejado de lo que debería ser un prohombre! La segunda, las manifestaciones de algún obispo trasnochado, tan desfasadas e impías: "Los enfermos tienen que sufrir en la agonía, como lo hizo Cristo". No creo que se precisen más comentarios. Otra por el estilo es de un periodista de Libertad Digital, cuyo nombre omitiré, y que no tiene vergüenza ninguna en escribir: "Cabe sospechar que con la nueva ley el fisco se va ahorrar mucho dinero... Y que los nietos traten de acelerar todo lo posible el fallecimiento de los abuelos y así repartirse bonitamente la herencia... Cunde la terrible sospecha de que con los vejestorios la sanidad pública no debe derrochar más dinero" (LD 18-2-2020). Y se queda tan pancho, oye.
En la actualidad, existen cinco escenarios que afectan a la ética médica y que se plantean al final de la vida: la eutanasia y el suicidio asistido, la sedación paliativa, la limitación del esfuerzo terapéutico, el rechazo del tratamiento y el abandono de acción médica por fallecimiento. Los cuatro últimos, con consenso legal y ético, y aplicados en mayor o menor medida en nuestros hospitales. La eutanasia y el suicidio asistido siguen siendo el centro de la discordia.
Y eso es así, creo, por el poso en la conciencia y las entrañas de nuestra sociedad de la cultura judeocristiana, del "No matarás", de nuestro antiguo catecismo católico, apostólico y romano. Y por el peso aun tan mediático de la Iglesia en nuestro país. Y, sin embargo, oh sorpresa, según las recientes encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el 73,6% de los encuestados son favorables a la regulación de la eutanasia; y de aquellos que se consideran católicos practicantes, el 60% también la aprueban.
Como ya es sabido, el parlamento español ha dado luz verde a un proyecto de ley propuesto por el gobierno de la nación para despenalizar la eutanasia y el suicidio asistido. Se trata de un proyecto bastante parecido al que ya funciona desde hace años en otros países como Holanda, Bélgica, Luxemburgo o Suiza. Los términos en que se explica dicha propuesta son bastante esclarecedores: acto médico que induce la muerte o ayuda al suicidio de aquellas personas que, sin encontrarse en una situación de muerte inminente, desean morir por padecer de alguna enfermedad letal, en estado de irreversibilidad y que denigra la integridad física o espiritual a juicio de la persona que la padece. Debe ser un deseo expresado de manera explícita y largamente requerido; debe haber capacidad mental contrastada para decidir; y hay lugar para la objeción de conciencia del profesional encargado.
La jerarquía eclesiástica no ha tardado en reaccionar: "Los obispos anuncian sus líneas rojas contra la legalización de la eutanasia" (El País, 29-01-2020). la Conferencia Episcopal, en boca de su portavoz, ha proclamado que causar la muerte de quien sufre es un atajo que deshumaniza. La realidad del sufrimiento requiere cuidados paliativos, amor y una genuina compasión. "Se procura presentar a los defensores de la vida como retrógrados, intransigentes y contrarios a la libertad individual y al progreso". Eso dice el portavoz, y yo me quedo anonadado porque tal como lo veo resulta que es así, que los obispos, en su mayoría son retrógrados, intransigentes y coartadores de la libertad individual. Con todos mis respetos para sus posturas que para nada comparto. Y me alegro de que la Conferencia Episcopal no hay proferido ninguna barbaridad de las que antes he comentado.
La oficialidad médica, representada por la Organización Médica Colegial (OMC) también se muestra contraria a la despenalización de la eutanasia. Se basa para ello en el Código Deontológico: La profesión médica está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de la persona y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes profesionales del médico (Art 5, apartado 1). Sostiene la OMC que la eutanasia va en contra del ser médico; que la sedación paliativa es lo último que podemos hacer por el bienestar del enfermo; que regular la eutanasia es hacer un chantaje moral a los más débiles, a las personas que se sienten un peso para la familia y la sociedad; que la medicina puede y debe ofrecer algo más que anticipar la muerte; y que la alternativa es la puesta en marcha de unos cuidados paliativos de calidad y universales que garanticen la bondad en el proceso del morir.
Como vemos, no son razones espurias. Uno puede asumirlas como decentes y bien intencionadas, creíbles. Algunos miembros de la OMC escriben cosas tan sensatas como éstas: "Para eliminar el sufrimiento de la persona no es necesario eliminar a la persona que sufre...El verdadero fracaso del médico es tener que admitir la eutanasia como única solución al alivio del sufrimiento del enfermo"... O esto otro: "La eutanasia representa una práctica contraria a la ética médica. Los cuidados paliativos son la estrategia adecuada para aquellos pacientes aquejados por una enfermedad en fase terminal y tienen como objetivo fundamental conseguir el mayor bienestar posible para paciente y familia atendiendo a las necesidades físicas, espirituales y sociales".
Algunos compañeros de mi hospital con quienes he contactado se posicionan en este sentido. Médicos buenos, humanitarios, empáticos y comprometidos que merecen todo mi reconocimiento y respeto. No dicen barbaridades pepoides ni episcopales. Simplemente no admiten la bondad supuesta de la eutanasia, y son unos convencidos de que la mejora y expansión de los Cuidados Paliativos, Unidades del Dolor y Dependencia harían poco menos que invisible la cuestión de la eutanasia. Si evitamos el sufrimiento nadie va a querer morir, dicen.
Mi postura es favorable a la eutanasia y al suicidio asistido. Creo firmemente en la bondad de los cuidados paliativos. He trabajado en ello en el hospital El Tomillar, y he tenido ocasión de ejercer la sedación paliativa en muchos pacientes terminales, incluidos mi padre y mi suegra, ambos en sus domicilios respectivos. Pero una cosa no quita la otra. Los cuidados paliativos no son la panacea. Nada lo es. Salvo con la sedación terminal, ninguna otra medida nos garantiza acabar con el sufrimiento físico o espiritual del enfermo. Y la sedación terminal es mantener al paciente en coma hasta que muera. No lo matamos, pero ponemos los medios para anticipar su muerte, para acortar la agonía. Nuestra intención no es matar, sino evitar el sufrimiento. El fenómeno del "doble efecto" nos pone a salvo jurídico. Con sedación terminal sé que mi paciente se va a morir en 48-72 horas de promedio. Y eso es ético y legal. Y sin embargo, si acorto la agonía para que el paciente muera en dos minutos ya no lo es, ni legal ni ético. No lo veo. Pero no solo es eso. Los cuidados paliativos y la sedación terminal se aplican a pacientes en fase muy terminal o directamente moribundos; se trata de una estrategia impuesta de urgencia, muchas veces involuntaria, con el consentimiento del familiar o representante legal. Es la muerte que se te viene encima y debemos ayudar a pasar el tránsito. En cambio, la eutanasia nos permite el derecho individual de decidir cuándo morir si nuestra situación vital ya no nos sale a cuenta. No hay por qué esperar al momento de la agonía que se presentará no sabemos cómo ni cuándo. La muerte programada, por decirlo de alguna manera, nos permite ordenar nuestros asuntos, conciliar nuestro miedo, despedirnos de nuestra gente, ejercer la autonomía sobre nuestra propia vida. La vida es un derecho, desde luego, pero no un deber. Nadie que no quiera vivir debería estar condenado a hacerlo por imperativo legal. Cuidados paliativos y eutanasia no son conceptos ni ideas antagónicas, como quieren pensar los contrarios, sino más bien realidades complementarias. La ley de eutanasia no obliga a nadie a morir ni es una amenaza para nadie, solo es un derecho individual que quien quiera lo puede ejercer. Y para los médicos acérrimos defensores de la vida y de nuestro código deontológico han de saber que en ética médica el principio de autonomía está por encima de todos los demás. "En el ámbito médico, el consentimiento informado es la máxima expresión del principio de autonomía, constituyendo un derecho del paciente y un deber para el médico, pues las preferencias y los valores del enfermo son primordiales desde el punto de vista ético, y suponen que el objetivo del médico es respetar esta autonomía".
Bueno, como veis, la cosa es peliaguda.
Como ya es sabido, el parlamento español ha dado luz verde a un proyecto de ley propuesto por el gobierno de la nación para despenalizar la eutanasia y el suicidio asistido. Se trata de un proyecto bastante parecido al que ya funciona desde hace años en otros países como Holanda, Bélgica, Luxemburgo o Suiza. Los términos en que se explica dicha propuesta son bastante esclarecedores: acto médico que induce la muerte o ayuda al suicidio de aquellas personas que, sin encontrarse en una situación de muerte inminente, desean morir por padecer de alguna enfermedad letal, en estado de irreversibilidad y que denigra la integridad física o espiritual a juicio de la persona que la padece. Debe ser un deseo expresado de manera explícita y largamente requerido; debe haber capacidad mental contrastada para decidir; y hay lugar para la objeción de conciencia del profesional encargado.
La jerarquía eclesiástica no ha tardado en reaccionar: "Los obispos anuncian sus líneas rojas contra la legalización de la eutanasia" (El País, 29-01-2020). la Conferencia Episcopal, en boca de su portavoz, ha proclamado que causar la muerte de quien sufre es un atajo que deshumaniza. La realidad del sufrimiento requiere cuidados paliativos, amor y una genuina compasión. "Se procura presentar a los defensores de la vida como retrógrados, intransigentes y contrarios a la libertad individual y al progreso". Eso dice el portavoz, y yo me quedo anonadado porque tal como lo veo resulta que es así, que los obispos, en su mayoría son retrógrados, intransigentes y coartadores de la libertad individual. Con todos mis respetos para sus posturas que para nada comparto. Y me alegro de que la Conferencia Episcopal no hay proferido ninguna barbaridad de las que antes he comentado.
La oficialidad médica, representada por la Organización Médica Colegial (OMC) también se muestra contraria a la despenalización de la eutanasia. Se basa para ello en el Código Deontológico: La profesión médica está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de la persona y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes profesionales del médico (Art 5, apartado 1). Sostiene la OMC que la eutanasia va en contra del ser médico; que la sedación paliativa es lo último que podemos hacer por el bienestar del enfermo; que regular la eutanasia es hacer un chantaje moral a los más débiles, a las personas que se sienten un peso para la familia y la sociedad; que la medicina puede y debe ofrecer algo más que anticipar la muerte; y que la alternativa es la puesta en marcha de unos cuidados paliativos de calidad y universales que garanticen la bondad en el proceso del morir.
Como vemos, no son razones espurias. Uno puede asumirlas como decentes y bien intencionadas, creíbles. Algunos miembros de la OMC escriben cosas tan sensatas como éstas: "Para eliminar el sufrimiento de la persona no es necesario eliminar a la persona que sufre...El verdadero fracaso del médico es tener que admitir la eutanasia como única solución al alivio del sufrimiento del enfermo"... O esto otro: "La eutanasia representa una práctica contraria a la ética médica. Los cuidados paliativos son la estrategia adecuada para aquellos pacientes aquejados por una enfermedad en fase terminal y tienen como objetivo fundamental conseguir el mayor bienestar posible para paciente y familia atendiendo a las necesidades físicas, espirituales y sociales".
Algunos compañeros de mi hospital con quienes he contactado se posicionan en este sentido. Médicos buenos, humanitarios, empáticos y comprometidos que merecen todo mi reconocimiento y respeto. No dicen barbaridades pepoides ni episcopales. Simplemente no admiten la bondad supuesta de la eutanasia, y son unos convencidos de que la mejora y expansión de los Cuidados Paliativos, Unidades del Dolor y Dependencia harían poco menos que invisible la cuestión de la eutanasia. Si evitamos el sufrimiento nadie va a querer morir, dicen.
Mi postura es favorable a la eutanasia y al suicidio asistido. Creo firmemente en la bondad de los cuidados paliativos. He trabajado en ello en el hospital El Tomillar, y he tenido ocasión de ejercer la sedación paliativa en muchos pacientes terminales, incluidos mi padre y mi suegra, ambos en sus domicilios respectivos. Pero una cosa no quita la otra. Los cuidados paliativos no son la panacea. Nada lo es. Salvo con la sedación terminal, ninguna otra medida nos garantiza acabar con el sufrimiento físico o espiritual del enfermo. Y la sedación terminal es mantener al paciente en coma hasta que muera. No lo matamos, pero ponemos los medios para anticipar su muerte, para acortar la agonía. Nuestra intención no es matar, sino evitar el sufrimiento. El fenómeno del "doble efecto" nos pone a salvo jurídico. Con sedación terminal sé que mi paciente se va a morir en 48-72 horas de promedio. Y eso es ético y legal. Y sin embargo, si acorto la agonía para que el paciente muera en dos minutos ya no lo es, ni legal ni ético. No lo veo. Pero no solo es eso. Los cuidados paliativos y la sedación terminal se aplican a pacientes en fase muy terminal o directamente moribundos; se trata de una estrategia impuesta de urgencia, muchas veces involuntaria, con el consentimiento del familiar o representante legal. Es la muerte que se te viene encima y debemos ayudar a pasar el tránsito. En cambio, la eutanasia nos permite el derecho individual de decidir cuándo morir si nuestra situación vital ya no nos sale a cuenta. No hay por qué esperar al momento de la agonía que se presentará no sabemos cómo ni cuándo. La muerte programada, por decirlo de alguna manera, nos permite ordenar nuestros asuntos, conciliar nuestro miedo, despedirnos de nuestra gente, ejercer la autonomía sobre nuestra propia vida. La vida es un derecho, desde luego, pero no un deber. Nadie que no quiera vivir debería estar condenado a hacerlo por imperativo legal. Cuidados paliativos y eutanasia no son conceptos ni ideas antagónicas, como quieren pensar los contrarios, sino más bien realidades complementarias. La ley de eutanasia no obliga a nadie a morir ni es una amenaza para nadie, solo es un derecho individual que quien quiera lo puede ejercer. Y para los médicos acérrimos defensores de la vida y de nuestro código deontológico han de saber que en ética médica el principio de autonomía está por encima de todos los demás. "En el ámbito médico, el consentimiento informado es la máxima expresión del principio de autonomía, constituyendo un derecho del paciente y un deber para el médico, pues las preferencias y los valores del enfermo son primordiales desde el punto de vista ético, y suponen que el objetivo del médico es respetar esta autonomía".
Bueno, como veis, la cosa es peliaguda.