jueves, 8 de abril de 2021

"Por favor, no llevarse las llaves de las taquillas"

Me provocó un pequeño ataque de risa leer ese cartelito de "no llevarse las llaves de la taquilla", escrito, además con muy mala letra de rotulador en una octavilla descolorida que pendía casi desclavada de la pared. Me vino bien. Y pensé en esa gente que compra en Mercadona y que se lleva las llaves del cierre de los carritos. ¿Para qué querrá la gente esas llaves? -se pregunta uno. En fin, digo que me hizo sonreír y aliviar un poco mi ánimo.

Sí, porque estaban dando las diez de la mañana, y yo, citado para mi epidural a las ocho y media, llevaba más de una hora sentado en el pasillo esperando que me llamaran. En el pasillo, sí, porque como soy tan aprehensivo no quería entremezclarme con otra gente que aguardaba, como yo, su turno de quirófano ambulatorio en la sala de espera. No. Yo, en el pasillo. Y sin la Peque, que no podía entrar por aquello de la seguridad Covid "Pero si yo ya estoy vacunada". Pues tampoco.

Y sin haber desayunado. "Veremos a ver si me va a dar un jamacuco de los míos..." "Ni se te vaya a ocurrir dar ahí dentro un espectáculo" -me había anticipado mi señora. Mi hermano Juan y yo somos mucho de esto, de los síncopes espectaculares en los hospitales. E intentaba distraerme pensando en las gansadas de mis nietos. "Abuelo -me decía días atrás el chico, el Daniel, un demonio- ¿pa qué te van a pinchar en el culo, pa no pegarte peos?" Me nombra como su abuelo el pedorro. Uno es como es. En mi años más tiernos, en el Convento, mis coleguillas de entonces, "El cabo Jiménez", Manolo "Piita", José María "El Cateto", José "El Botón", "Jeromo", Juan "El Pavito", Juan de "Chaparrito", "Churrete"... me pusieron el zafio y meritorio apodo de "José María Peos". La historia se repite.

Una voz por megafonía, nombrándome, me saca de mis ensoñaciones. "Sí, un servidor". Por fin... Un celador menudo y afable me conduce hasta un vestuario. El de las taquillas con sus llaves. La verdad no les aprecio nada que tiente a nadie a llevárselas. No sé... Un vestuario muy cutre, la verdad. "Aquí tiene usted los papis pa los pies, el gorrito pa la cabeza, la bata, se la pone usted abierta para atrás; se puede dejar los pantalones y los zapatos (vaya, pensé riéndome por dentro, un rato rebuscando en mi armario calcetines sin tomates, pa na); el resto de la ropa, el cinturón, las monedas... todo lo metálico lo deja usted dentro de la taquilla".

Mientras procedo calmoso para no equivocarme y ponerme los papis en la cabeza y los gorritos en los zapatos (no sería la primera vez), se me viene al pensamiento una de las varias pizcas de calidad que nos falta en lo público para rozar la excelencia, acabar con el cutrerío hotelero, por ejemplo: salas de espera mejor habilitadas y adornadas; vestuarios modernos, sin taquillas mohosas y desvencijadas y sin cartelitos tan catetos. Y mayor puntualidad en las citas. Y me da por pensar si no hubiese sido más acertado haberme hecho la epidural por lo privado, en Córdoba, donde un anestesista muy afamado me tenía pre concertada la intervención en el hospital de la Cruz Roja. "¿Cuánto me va costar?" -le había espetado unas semanas antes en su consulta. "Lo que es yo -me dijo- no te voy a cobrar nada, pero el hospital te cobrará unos cuatrocientos euros por ocupar un quirófano". La Peque, con ese lenguaje no verbal que tan requetebién dominan las féminas, me dejaba claro que sí, que sí, que sí. Pero ya sabéis todos de mi racanería. No es nada nuevo ni sorprendente. "No. Entonces, no -le respondí con franqueza. Puedo esperar diez días y hacérmelo en Málaga, en lo público". Y tan amigos.

Entrar en el quirófano y despejárseme del todo cualquier duda fue todo uno. Ya no me importa la larga espera, el ayuno prolongado, la zozobra en el pasillo, la incomodidad del vestuario, el haberme perdido un par de veces en busca del pabellón 5, planta segunda. Estoy en mi mundo. Como si estuviese en Valme: dos celadores, dos mediquitas, seguramente residentes de anestesia, lindísimas, me reciben como si me conocieran de toda la vida. Y don Mariano, mi anestesista, el que me va a colocar el rejón de diez centímetros en toda la raspa: "Buenos días, doctor -me sonríe-. ¿Are you ready?" "Preparadísimo y ansiosísimo por acabar ya con todo esto" -le contesto ya totalmente liberado de tensión. "Pues, vamos allá. Esto son diez minutos, no más".

Y así fue. "Ea, a juir por ahí" -me dice el tío. "¿Ya está?" -me levanto de la camilla. "Hemos acabado. Haz tu vida normal, sin miramientos. Puedes conducir ahora mismo, no te he puesto anestésico, solo la Betametasona, ya sabes. Y dentro de un par de días o tres notarás la mejoría. Esperemos que así sea". Y me despedí de todos a codazos, dándoles efusivas gracias.

Amigos, no hace falta que os lo diga. Así es el seguro: mucho cutrerío en lo accesorio; la pesada losa de la listas de espera, verdadero talón de Aquiles del sistema; mucho que avanzar en intimidad y seguridad, cierto, no todo son bondades. Pero, amigo, en lo que toca a calidad en lo sustantivo, en el personal, su disposición y su capacitación... Ahí no hay quien nos unte salivita en la oreja.

Ya os contaré cómo voy.


11 comentarios:

  1. Felicidades. Ahora buena recuperación y a la talega del anecdotario. Un abrazo.

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  2. A mejorarse amigo. Sigue sacando inspiración de las cosas cotidianas para nuestro deleite de leerte

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  3. Comentaro anterior

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  4. Si señor el arte de la cotidianidad . Hombre donde esté lo público pese a los palos que le dan....... , Una cosa, entre tú y yo: !que invite de vez en cuando tu yerno! Coño 😂😂😂

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  5. Pues a mejorarte amigo Fili,que vivimos dos días.
    Un abraxo

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  6. Si señor, toda la razón amigo José María. El personal sanitario de nuestra sanidad pública se merece un diez, o un quince.
    Un abrazo

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  7. A mi no me duele gastar en salud, bueno, ya en casi nada. Pero la racanería fue mi fuerte en épocas pasadas.
    Mejórate y sigue con las crónicas.
    Un abrazo

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  8. Gracias, muchachos. Hombre, Pedro, de no haber tenido otra alternativa me hubiese rascado el bolsillo, claro. Al final, me he alegrado, no sólo por el ahorro, sino por ese regustillo ,quizás tonto y romántico, de haber seguido fiel a lo mío, a lo público.

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  9. Nada, lo que te has ahorrado, lo empleas en invitar a los amigos a un buen perol cuando acabemos con el bicho.🤪😜

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    1. Puede ser. Pero me temo que dicho ahorro ya s elo habrán digerido mi santa o mi hija. jajaja.

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