Ciudad costera andaluza. 10 de septiembre de 2022. Un hospital de compañía privada.
Una pareja de amigos míos, ambos médicos, llevan al hospital a la madre de ella, una joven anciana de 94 años, porque no puede tragar. Ni palante ni patrás. Engollipada. Le ha ocurrido en otras ocasiones y lo soluciona ella sola con pequeños buchitos de agua. Seguramente, se trate de un trastorno de la normal peristalsis esofágica asociado a la mucha edad y conocido con el nombre de presbiesófago. En esta ocasión no ha habido manera de solucionarlo con medidas caseras. Al hospital. Es sábado. Doce del mediodía. Están de suerte, apenas cuatro pacientes por delante en las Urgencias. Historia sucinta, análisis, EKG y Rx de tórax de rigor, y padentro. El tratamiento en la planta consistirá en dieta absoluta, sueros, omeprazol y cama. Hasta el lunes.
Habitación individual muy confortable, con baño privado, dos sofás y una cama para un acompañante. Comparado con cualquier hospital público, un lujo. Sin incidencias durante la tarde y la noche del sábado. Pero sin un alma en los pasillos. Como en un hotel. Enfermeras y auxiliares, a cubierto en su centro de operaciones por si hay que acudir. Silencio. Te asomas y esperas cruzarte con alguien. Nada. Silencio. Quizás hasta angustioso, tanto silencio. Al silencio le ocurre un poco como a la soledad, que cuando es buscado es un alivio, pero cuando es obligado deriva en incertidumbre, en aislamiento, en tristeza.
Nunca he trabajado en hospitales privados. Lo poco que conozco de ellos es por las visitas a algún amigo operado. Aunque mi experiencia como "acompañante" no ha sido precisamente muy favorable, no debería yo emitir ningún juicio de valor acerca del funcionamiento interno de estos hospitales, más que nada por no seguir el habitual comportamiento de la gente sabelotodo que todo lo critica. Y, sin embargo, lo voy a hacer. Porque yo no soy uno de ésos, yo conozco bastante bien el paño del hospital público. Y puedo comparar.
Y creo que en situaciones de ansiedad y hasta de miedo como las que se viven en los hospitales, el solo hecho de ver los pasillos animados de gente de bata blanca que va y viene, te proporciona una sensación de seguridad, de protección, de saber que hay personas cualificadas muy cerca de ti, que te pueden atender en un momento determinado de urgencia en vivo y en directo, sin tener que esperar media hora, llegado el caso, a que se persone un médico de urgencia localizado en su casa. Un hospital no puede ser un hotel fantasma.
En la mañana de hoy, domingo, nuestra anciana se ha despertado animada y con ganas de comer. Su hija le da un traguito de leche. Deglute sin problemas. Estupendo. Contenta, va a comunicárselo a la enfermera, "que mi mamá ya traga, a ver si puede usted avisar al médico de guardia para que la vea y decida si nos vamos". ¡Menudo papelón para la enfermera!!! En cualquier hospital público se haría sin problema alguno. No sólo eso, sino que se celebraría con cierto gozo: una cama que se nos queda libre. Porque en los hospitales públicos las guardias de la mayoría de los especialistas son presenciales, los médicos están allí. La enfermera responde a mi amiga que es domingo y que en el hospital no hay más médicos que los de la UCI y los de las Urgencias, y que no puede llamar al internista de guardia a su casa para algo que no es urgente. "¿Y entonces? -pregunta la hija. "Pues que hasta mañana, lunes". Mi amiga -como la Peque- no sabe discutir sin enfadarse, de manera que hubo de mediar su marido, hombre prudente y conciliador donde los haya, que convenció a la enfermera con su plática templada y empática. Con todo, no acudió el internista desde su casa, ¡por Dios, do not disturb!, sino que se presentó uno de los intensivistas de guardia, que accedió a darles el informe de alta.
Y ya está la abuela feliz en su casa. Que es donde tiene que estar.
Hospital privado? No, gracias.
Querido amigo José Maria, como siempre has sabido recoger la esencia de lo ocurrido sin agobiarnos con detalles, pues para eso ya estoy yo. Un hecho que quiero poner en conocimiento de tus lectores es el grado de estupidez que somos capaces de desarrollar las personas. Como bien dices, el motivo de llevarla era su incapacidad para tragar ni siquiera la saliva. Obviamente se imponía prescribir dieta absoluta. Lo que ya no era tan obvio es que tuviese que permanecer con esa dieta hasta el lunes, porque no había médico para cambiar la orden, cuando ya podía tragar y solo necesitábamos que se comprobarse dándole a beber un vaso de leche para el desayuno. Esto tan de sentido común se hizo tras discusión y, por supuesto, bajo la responsabilidad de su hija, médico geriatría para más inri. En fin, una anécdota de la "maravillosa" medicina privada hacia la que caminamos. Un abrazo
ResponderEliminarYa nos habían advertido que no era buena idea ponerse mala en fin de semana.
ResponderEliminarHe estado en hospitales privados. Además de la soledad, se prioriza la velocidad. Te llevan de la camilla, después del quirófano, a tu habitación.
ResponderEliminarA la media hora te preguntan si has orinado.
Si la respuesta es afirmativa te mandan a tu casa.
También los hospitales públicos tienen sus muchas debilidades. No caigamos en la autocomplacencia. Desde mi punto de vista, las más sangrantes son la inasumible demora en las listas de espera, la atención en las Urgencias hospitalarias, la gestión de las camas, la intimidad y la confortabilidad.
ResponderEliminarEn una ocasión, (operación de hernia inguinal), estuve en un hospital privado. Nada más solitario y aburrido: horas y horas de espera sin ver a nadie. ¡Menos mal que me acompañaba mi mujer!
ResponderEliminarA pesar de las comodidades y excelente cirugía, estaba tan loco por volver a nuestra casa que hice los mayores esfuerzos por orinar (me operaron con la epidural como anestersia) en cuanto amaneció, ya que el cirujano me puso esa única condición para darme el alta.
En la pública el ambiente era más humano hasta que impusieron los protocolos Covid. Aún así, podías ver a las enfermeras de vez en cuando.
Fili lo ha resumido muy bien. En la Seguridad Social se me había de estrangular la hernia para ser atendido por Urgencias. Así se lo dijeron a mi hermano Eduardo que murió con la hernia sin operar después de dos años de solicitar la operación.
¡Ave, Cesar, morituri te salutant!