sábado, 17 de septiembre de 2022

Tarde poética

Tenía cierto resquemor por cómo iban a salir las cosas la tarde de autos. Presentar un libro de poemas en mi pueblo, a las siete y media de la tarde... En fin, que me temía muy poca afluencia. Hombre, y me daba fatiga por el autor, un palencianero de pro con quien me une un gran afecto. Durante la mañana, en mi paseo por los mandados, me había ocupado de hacerme el encontradizo con personas de la edad de Pepe para recordarles el evento de la tarde. Bueno, aunque fuesen sólo por hacer bulto.

El espacio habilitado por el Ayuntamiento para la ocasión no pudo ser más acertado: la biblioteca municipal. Ni muy grande ni demasiado pequeño. Lo justo para que se viese lleno de gente. Sirvió, además, para dejar constancia de la valía de la misma: una gran biblioteca para el pueblo. Y resultó que mis miedos eran infundados. Una treintena de criaturas para un pueblo tan pequeño no está nada mal. Aparte de la asistencia, más numerosa de lo que yo esperaba, lo sustancioso vino después. 

Tras las presentaciones de rigor, discretamente disertadas por el alcalde y por un servidor, Pepe "El de la Chatilla", contraviniendo mi alocución previa, se dejó caer con que todos nacemos poetas. Porque -añadió- todos somos capaces de sentir la belleza. Yo acababa de proclamar el privilegio exclusivo del don de la poesía sólo para unas pocas personas con sensibilidad y talento muy especiales. Pues nada, todos poetas. ¡¡Hombre, por Dios!! Continuó diciendo que cualquier persona siente felicidad cuando en una tarde de bochorno un soplo de brisa repentina le refresca la espalda. Y pensé para mí -pero no abrí el pico- que un poeta como él escribiría esa escena más o menos así: "Y de repente, se deslizan por mi ventana/ ósculos de frescor/ que acarician mi espalda". Y yo, que no soy poeta, a lo más que llegaría sería a esto: "Y de pronto, un aire del norte/ entra por mi ventana/ para aliviar mi espalda y mi cogote". Concedo, no obstante, que todos podemos ser poetas, pero unos más y otros menos. Aludió después con cierta vehemencia al poder de la palabra como herramienta potente para hacer el mal o el bien. Y exhortó a los presentes a usar siempre la palabra como vehículo de bondad. Porque Pepe, aparte de poeta, es un hombre esencialmente bueno. Seminarista de joven, emigró por necesidad con su familia a Córdoba, convirtiéndose así en un nostálgico de su pueblo. Se prodiga poco en visitas, es verdad. Antes, por su dedicación tan absorbente a su oficio de profesor de filosofía y de ética, y a los muchos males que él mismo y su familia han padecido. Y ahora, porque desea llevar la vida tranquila de un jubilado sin otras aspiraciones que escribir, disfrutar de la familia y pasear junto al mar con su amada. 

Luego, leyó con contenida emoción unos cuantos poemas seleccionados entre las distintas páginas. Salieron a relucir sus adentros, claro está: el mar, el ocaso de la vida, el silencio, la infancia, los sueños, su padre, sus hijos... Pidió silencio. En balde, porque después de cada lectura la sala aplaudía entre emocionada y sorprendida por algo tan bello y bien dictado. Algo que nunca antes se había visto en el pueblo: recitar poesía para el público. En el turno de preguntas, Pepe explicó su posición con respecto a sus creencias y a su evolución en el terreno de la filosofía, partiendo de la Grecia clásica hacia Spinoza para acabar en el budismo como la filosofía que mejor se ha adaptado a su forma de ser y pensar. Hubo lugar para el esparcimiento contando anécdotas de su infancia y otras relacionadas con sus padres, con su abuela Frasquita y con otras personas ya fallecidas que tuvieron alguna influencia en su vida de niño.

Y acabó su alegato ofreciéndose gustoso a impartir de forma gratuita un taller de poesía para la gente del pueblo que pudiera estar interesada. Lanzó un pañuelo que el ayuntamiento o la asociación Elislón deben de recoger. En ello estamos. 

Mil gracias, Pepe. Por tu vida tan comprometida con la enseñanza como vehículo de transformación; por tu lucha infatigable contra el mal físico y anímico que nos ataca a las personas; por tu templanza; por tus años de seminario, modelo espiritual para quienes veníamos por detrás. Gracias, Pepe. Por tu bondad.

Te esperamos.

  

5 comentarios:

  1. A pesar de tu escepticismo poético, hay mucha poesía en este escrito. Ambos tenéis razón. Todos tenemos algo de poetas, pero tú más que yo. Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Gracias, José María, por tu más que afectuosa crónica.
    Un abrazo
    Pepe el de la Chatilla

    ResponderEliminar
  3. Si escarbas en las manos de cualquier campesino encontrarás un poeta, creo que también se da lo recíproco, los poetas cultivan las palabras.

    ResponderEliminar
  4. Decir que todos somos poetas porque podemos sentir y podemos expresarnos me parece exagerado. De la misma manera todos somos pintores o músicos por la capacidad de pintar un adefesio o aporrear un piano.
    Para mí la poesía con nivel, (la de adolescentes que escriben que la rosa de su amor nace de su corazón creo que aún no alcanza ni siquiera el primer peldaño poético), es la mayor realización literaria posible.
    Cuando leo una novela me recreo y emociono con su contenido, habitualmente redactado a la perfección, durante días.
    Una buena poesía me deja turulato instantáneamente; con un mínimo de palabras ensambladas con armonía y sentimiento, el poema incendia mi mente y despierta mi agradecimiento hacia el lenguaje sublimado.
    Como en todo, la dedicación (lectura y escritura) van forjando al poeta y depurando su estilo y expresión, (y el gusto poético también).
    Tu amigo Pepe pretendía generosamente animar a sus convecinos a probar la expresión poética, pero ha elegido un camino espinoso y desolado. (Lo digo por experiencia, aunque me encantaría equivocarme).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, yo soy de esa opinión. Me desenvuelvo bien en la narrativa, pero me atasco enseguida en la poesía. En fin, cada cual con sus talentos.

      Eliminar