Jueves Santo. Segundo día más grande en mi pueblo después del día de la Virgen. Comienza la Semana Santa de verdad.
Chicos y grandes toman las calles esta mañana afortunada en que parece que la lluvia nos dará un respiro. Acompañan, acompañamos, a la centuria romana que, con estruendo de tambores y trompetas, va sacando de sus casas a los distintos mandos, tenientes y capitanes. En cada parada, el anfitrión ofrece su casa al pueblo con unos aperitivos típicos de borrachuelos (de miel y de azúcar) y de aguardiente dulce de Rute. Los más fervientes acólitos (y el que más mi Manolo) llegan a las doce del día contentos, contentos. Sobre el medio día, el pueblo entero se congrega a lo largo y ancho de la antigua calle Sol (hoy calle de Carmencita de Santiago), para el acto culmen de "sacar la Bandera". Es una liturgia laica, pero con idénticas solemnidad y devoción de cualquiera otra de las funciones religiosas del día. Sólo que más emotivo aún. Dispuesta y alineada la compañía de cara a la casa de las "Pirilillas", el teniente abandaredo, con paso y gesto marciales y flanqueado por el comandante en jefe, asoma lentamente el gran estandarte al ritmo cadencioso del himno nacional. Silencio y recogimiento por un minuto. Igual que cuando esta tarde salga de la iglesia el Nazareno preso. Enseguida, las marchas militares y los aplausos encendidos del público. La calle es una fiesta de música y de colorido. Nadie puede perderse tal ceremonía. Me acuerdo de Frasqui, de visita a su hijo en Escocia. Y de mi hija, de turismo en Barcelona. Los hijos y nietos de nuestros emigrantes a Cataluña acuden al pueblo para comprobar en directo las nostalgias contadas mil veces por padres y abuelos.
Siendo éste el acto nuclear de la mañana, quiero, no obstante, destacar hoy la figura del más viejo de los soldados. Por veteranía ya debería ser capitán por lo menos. No lo sé. Creo que es soldado raso. Su nombre es Juan Nepomuceno Hurtado Antequera, "Pauseno" para el vulgo, que somos todos. Tiene 83 años y es corneta. Su casa ha sido la primera en ser asaltada, a las 8,30 de la mañana. No por ser él ningún mando, sino por veterano. Todo han sido agasajos por parte de los paisanos, "éste es el día más grande del año", se pone emocionado. Está flamante el tío. Su traje reluciente y planchadito. Calzones rojos y casaca azul turquesa rematados por un gorro de ferroviario con su rojo penacho. Nuestros "soldados romanos" no gastan uniforme al uso, sino una vestimenta calcada de la antigua guardia real del siglo dieciocho. "Niño, tómate algo", me dice alargándome una botella de anís. Y allí, en medio de la calle Arrecife, y delante de Lorencito el cura y de mi amigo Rafalín, tuve que darle un trago a la botella y limpiarme en la manga, como en las películas del oeste. Y disimular la carraspera.
Pauseno lleva toda su vida con la corneta. En la mili fue corneta y ya se enganchó en el pueblo con los soldados romanos. "Nadie ha aguantado tanto como yo con la trompeta. El Chicuelín y Navarro eran más viejos incluso, pero ellos llevaban el sable, no es lo mismo". Desde luego que no. Es admirable ver a este hombre desfilando con la gallardía de un nuevo, enjuto, sin la más mínima joroba. Todavía se atreve a hacer "solos" con su trompeta, sin perder el paso y con unas venas del cuello como morcillas. "Niño", dice a la concurrencia, "estoy que no quepo en mi pellejo, pero no quiero ni pensar cómo aguantaré hasta la noche". Pero no sólo hasta la noche. Aguantará todo lo que resta de semana. Afición.
Esta tarde-noche procesionarán el Nazareno y la Virgen de los Dolores; de madrugada tendremos "Los Pregones"; mañana, viernes, más procesiones, cantaré en el coro "Las Siete Palabras"...Todo muy bonito y emotivo. Pero hoy mi admiración y mi cariño van para Pauseno, el corneta más viejo y más flamenco del pueblo.
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