Este artículo, os lo advierto ya, no es apto para almas melindrosas y sensibles. Quien avisa...
Quiero dedicarlo a nuestro amigo Antonio Estepa Romero como reconocimiento a su condición de experto en escatología y para que sienta cercano el calor de nuestra amistad. Va por tí, Antonio.
Las doce del mediodía. El Ángelus. Hace tiempo que he perdido la costumbre de santiguarme. Mi padre lo sigue haciendo. Como en el cortijo. Producía emoción en un crío ver a los hombres rudos del campo en actitud de recogimiento al son de las campanadas de las doce. Muchos años ya de eso. Me levanto y salgo de la consulta con prisa. Todos los días lo mismo. Las enfermeras ya me tienen cogida la hora: "ea, la próstata". No es que sea la hora de rezar. Es mi hora de mear.
Quince o veinte metros hasta los servicios. Me parece mentira que pueda llegar antes de que se me escape algo. ¡Hay que ver! ¡Con lo que uno ha sido..! Un wáter y un lavabo para los hombres y otro igual, frente por frente, para las mujeres. Pero da igual, me meto en el primero que pillo.
Hoy me dirijo al de los hombres. "No, doctor Rivera, ahí no", me avisa una celadora. Pero ya es tarde, ya estoy dentro. Con la premura urinaria cierro la puerta, saco la churra...y se me corta el chorro en seco. ¡Dios bendito! Vuelve el pájaro a la jaula y con la portañuela medio abierta salgo al medio del pasillo.
-¿Quién ha sido el guarro? -grito alarmado.
-No lo sabemos doctor Rivera. Ya le dije que no entrara -me contesta guasona la misma celadora.
-Bueno, ahora seguimos, que me meo encima. -Y entré en el de enfrente a aliviar mi vejiga. Una vez repuesto del susto, empezamos las averiguaciones.
-Pero ¿quién habrá podido ser? Vosotras que estáis por aquí habréis visto algo -les espeto a las auxiliares.
-Qué va, qué va, nada. Hace un rato vino a orinar el doctor Nieto y descubrió el pastel.
-¿Habéis avisado a la limpiadora?
-Sí, claro, estará al llegar.
-¿Y Eduardo?
-¿El doctor Rejón?
-Sí, ¿no está en su consulta?
-Creo que sí. Llame usted.
-¿No habrá sido él, verdad que no? -por un momento sospecho de mi amigo porque vive en la consulta de al lado, pared con pared, y porque sé bien de sus ocurrencias.
-Eduardo! -llamo y entro en su consulta. Está atareado haciéndole una ecografia del hombro a una mujer. -Perdone usted señora, un minuto nada más. Eduardo ¿tú has visto lo del wáter?
-No, no. ¿qué es lo que pasa?
-Asómate un momento, hal favor. -Y ahora entramos los dos al servicio de hombres.
-¡La Virgen Santa! -se le escapa a este tío más ateo aún que yo.
Muy pronto un cónclave de médicos y enfermeras se arremolinan en el pasillo ante las risas y aspavientos de todo el que ha entrado al wáter y ha visto lo que ha visto. Nuestra suerte es que los servicios están en un pasillo interior al que sólo tenemos acceso los sanitarios y no el público general. La cosa, por tanto, queda en casa. En esto que llega la limpiadora con su cubo y su fregona. Adecentar guarrerías en los wáteres. Algo rutinario para ella. Sin embargo, en doce años que lleva aquí en Valme no recuerda tanta expectación como hoy.
-Eduardo, yo no me pierdo esto. Quédate un momento conmigo.
-Ni yo tampoco.
Alguien ha tenido la delicadeza de cubrir la taza con la tapadera. Cuando la limpiadora la levanta casi le da un pasmo. ¡Ofú qué cachondeo, tío! Un pedazo de "zurullo" de por lo menos dos cuartas se ha quedado atrancado en la primera curva del sifón. Una cuarta, bajo el agua; la otra emerge poderosa taza arriba amenazante, como si te quisiera morder. Se conoce que su desconocido dueño ha hecho intentos de desprenderse de tal prenda ya que el agua de la taza está limpia de tantos tirones de cisterna. Pero nada. Si lo miras con atención, resulta hasta bien parecido. Nunca mis ojos se habían depositado en una cosa tan espectacular, en una verdadera obra de arte espontáneo, l´art trouvé, el arte encontrado. Aparte de largo, es moñigo gordo, pero gordo; y negruzo. Recuerda algo a una berenjena de las de simiente. Pero no es liso; es rugoso. Seguramente se ha formado por la aposición y posterior pegamiento de otros moñiguillos más pequeños porque se le notan las juntas y las soldaduras. Tiene una textura sólida, muy sólida. Sería menester tocarlo para saber si incluso pétrea. Remata su cabeza un gracioso penacho en forma de pico. Alguien entendido podría haberle tomado una foto y luego retocarla con el fotoschop ése hasta darle un aspecto artístico, de más lustre aún.
-¡Qué descanso le habrá entrao al tío merdellón! -protesta la limpiadora. Y entonces entro con mi teoría particular.
-¿Por qué al tío? Yo no creo que un tío sea capaz de echar un mojón como ése. Tengo la intuición de que su dueño es una mujer, fíjate.
-Vamos a coger una muestra y le hacemos el ADN -se pone el Eduardo. Sus cosas de él.
-Es de una tía, seguro -me aferro yo.
-¿Por qué? - pregunta la celadora.
-Porque las mujeres tenéis todos los orificios de ahí abajo más relajados. Lo mismo por delante que por detrás.
-A lo mejor es de un mariquita -guasea el Eduardo- que ésos también tienen los esfínteres relajados.
-Que no, que no. Es más, me voy a atrever a decir que ha sido una mujer..., una tía "visiosa".
-A ver, argumenta eso -dice Eduardo ante las risotadas del personal.
-Tiene que haber sido una mujer de las que se meten bolas chinas por los bajos. Me han dicho algunas de mis amigas que esa práctica ejercita y fortalece los músculos perineales. Y, ya lo véis, hace falta mucho músculo para amasar semejante pieza.
-A ver, argumenta eso -dice Eduardo ante las risotadas del personal.
-Tiene que haber sido una mujer de las que se meten bolas chinas por los bajos. Me han dicho algunas de mis amigas que esa práctica ejercita y fortalece los músculos perineales. Y, ya lo véis, hace falta mucho músculo para amasar semejante pieza.
En fin, que nos reímos un rato; la limpiadora, haciendo de tripas corazón, asestó unos cuantos golpes y refregonazos de escobilla a aquel amasijo fecal, hace nada obra de arte y ahora feo y deforme, hasta hacerlo desaparecer bajo el agua. Y nos fuimos cada uno a nuestro sitio sin saber quién fuese el autor de tal monumento. Y tan contentos, tú.
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