Juan Francisco Ojeda nos lleva a Doñana en gitanada. Casi siempre. Nada de dos parejas de amigos a pasar el finde en su casa del Rocío.Veinte criaturas. Del tirón. Para nosotros esa casa es como nuestra segunda vivienda, pero sin hipoteca. Tanto es así que cuando a sus dueños, Juan Francisco y Mariqui, se les plantea la posibilidad de alquilarla para el verano o para la semana del Rocío nos convocan en sesión extraordinaria para someter el caso a nuestra consideración. Como si fuésemos una multipropiedad. Poca gente ganará a estos dos en generosidad y desprendimiento.
En mi caso particular, ya lo sabéis, desdeño la parafernalia de la fiesta rociera en igual medida que anhelo las visitas al entorno de Doñana. Jamás mis ojos se acostumbrarán a tal belleza natural. Dice Juan natural, que no vírgen. Dejando aparte el espectáculo tan relajante de la horizontal infinita de aguas someras con sus patos y sus flamencos, para mi gusto los elementos paisajísticos más notables son el fenómeno increíble de las dunas móviles, el mar de pinos desde la playa rompeculos y el ocaso del sol de poniente desde lo alto de la playa de Maneli. Cosas dignas de verse.
Hemos aprendido todos de Juan Francisco que éstos y otros paisajes del coto, más propios de cuadros impresionistas o de fotografías de cine que de una realidad visual cuasi onírica, son el producto de unos cambios geomorfológicos inducidos por el mar y los vientos marinos. La erosión eólica, dice él. Nos sabemos ya de memoria hasta dónde cubría el mar de Tetis (Mediterráneo) y cuál era la ubicación del lago Ligur (marisma del Guadalquivir). Catedrático de Geografía Humana, es un guía ambiental y cultural de primer nivel y a nuestra medida. Y gratuito. Y heterodoxo. Muy heterodoxo. No se casa con nadie. Critica duramente el discurso oficial. No lo quieren en ninguno de los foros de trabajo o de debate sobre el Coto porque acostumbra a sacar los pies del plato. No se calla una. Que lo sepáis todos: aunque no salga en la tele hablando de Doñana es el mejor doñanista.
Veintidós criaturas estábamos convocados este finde pasado en la casa de Juan y de Mariqui. Al final fallaron cuatro. Dieciocho es un número más redondo, vale. Nada extraño para nosotros, como digo. Esta vez nos han acompañado como invitados mi Meli y su Pepe y unos amigos de Jaimillo y de Tere. De Málaga. Maestros también. Y homeopáticos, para colmo. La Peque y yo, sanitarios, siempre nos encontramos en desventaja en nuestro grupo. Todos maestro escuela. Y todos homeopáticos. Mercedes estaba en su salsa; ha intercambiado recetas y mejunjes con los nuevos fieles. Por enésima vez he tenido que soportar lecciones sobre las propiedades curalotodo del ajo crudo, del zumo de limón con una pizca de bicarbonato, de un brebaje de aloe vera o de una infusión con hojarascas de acebuche. Lo llevo bien. Cuando me jarto de tanto caldibache les cuento chistes verdes y anécdotas picantes del seminario para cambiar de tercio. Pero ha salido todo a pedir de boca. Hemos congeniado. En el campo y en la casa, tan acogedora con la mesa siempre puesta y el chubesqui humoso. Todos revueltos. Agitanados. Ya se sabe, si las mujeres se entienden entre ellas los hombres entramos por todas. De mención, la valentía de José Antonio, el maestro malagueño. Ha venido él solito al cargo de cuatro mujeres. Con dos cojones.
-Pero José Antonio, entre nosotros, -le azuza Juan- con cuatro siempre en la reata algo caerá, ¿no?
-Mí éste, ni un refregón siquiera. Éstas son unas mojigatas. Cinco años viajando juntos por tos laos y boquerón boquerón.
-¡Vaya hombre, igual que todos!
El Rocío encierra muchas cosas de muy distinto pelaje: para unos será la religiosidad, el recogimiento y la devoción mariana; para otros, la diversión y el turismo; para otros, en fin, una oportunidad de lucimiento y de negocio. Para nosotros, Rocío es igual a reencuentro. De amigos y de emociones.
Ahora pegaría aquello de ¡Viva la Blanca Paloma! Pero no me sale. Prefiero aquella estrofa primera de una sevillana rociera: qué bonito el Rocío al amanecer el día.
Hemos aprendido todos de Juan Francisco que éstos y otros paisajes del coto, más propios de cuadros impresionistas o de fotografías de cine que de una realidad visual cuasi onírica, son el producto de unos cambios geomorfológicos inducidos por el mar y los vientos marinos. La erosión eólica, dice él. Nos sabemos ya de memoria hasta dónde cubría el mar de Tetis (Mediterráneo) y cuál era la ubicación del lago Ligur (marisma del Guadalquivir). Catedrático de Geografía Humana, es un guía ambiental y cultural de primer nivel y a nuestra medida. Y gratuito. Y heterodoxo. Muy heterodoxo. No se casa con nadie. Critica duramente el discurso oficial. No lo quieren en ninguno de los foros de trabajo o de debate sobre el Coto porque acostumbra a sacar los pies del plato. No se calla una. Que lo sepáis todos: aunque no salga en la tele hablando de Doñana es el mejor doñanista.
Veintidós criaturas estábamos convocados este finde pasado en la casa de Juan y de Mariqui. Al final fallaron cuatro. Dieciocho es un número más redondo, vale. Nada extraño para nosotros, como digo. Esta vez nos han acompañado como invitados mi Meli y su Pepe y unos amigos de Jaimillo y de Tere. De Málaga. Maestros también. Y homeopáticos, para colmo. La Peque y yo, sanitarios, siempre nos encontramos en desventaja en nuestro grupo. Todos maestro escuela. Y todos homeopáticos. Mercedes estaba en su salsa; ha intercambiado recetas y mejunjes con los nuevos fieles. Por enésima vez he tenido que soportar lecciones sobre las propiedades curalotodo del ajo crudo, del zumo de limón con una pizca de bicarbonato, de un brebaje de aloe vera o de una infusión con hojarascas de acebuche. Lo llevo bien. Cuando me jarto de tanto caldibache les cuento chistes verdes y anécdotas picantes del seminario para cambiar de tercio. Pero ha salido todo a pedir de boca. Hemos congeniado. En el campo y en la casa, tan acogedora con la mesa siempre puesta y el chubesqui humoso. Todos revueltos. Agitanados. Ya se sabe, si las mujeres se entienden entre ellas los hombres entramos por todas. De mención, la valentía de José Antonio, el maestro malagueño. Ha venido él solito al cargo de cuatro mujeres. Con dos cojones.
-Pero José Antonio, entre nosotros, -le azuza Juan- con cuatro siempre en la reata algo caerá, ¿no?
-Mí éste, ni un refregón siquiera. Éstas son unas mojigatas. Cinco años viajando juntos por tos laos y boquerón boquerón.
-¡Vaya hombre, igual que todos!
El Rocío encierra muchas cosas de muy distinto pelaje: para unos será la religiosidad, el recogimiento y la devoción mariana; para otros, la diversión y el turismo; para otros, en fin, una oportunidad de lucimiento y de negocio. Para nosotros, Rocío es igual a reencuentro. De amigos y de emociones.
Ahora pegaría aquello de ¡Viva la Blanca Paloma! Pero no me sale. Prefiero aquella estrofa primera de una sevillana rociera: qué bonito el Rocío al amanecer el día.
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