Todos hemos apreciado lo bonito que está el campo esta primavera. Pero pocos, muy pocos, habéis tenido el privilegio de contemplar su hermosura en mi pueblo.
Este sábado pasado, día de san Marcos, hemos intentado emular alguna de nuestras gestas de cuando éramos nuevos y nos hemos ido de excursión campestre a "la Seña" (la aceña). La Peque, mis hermanos Frasco y Samuel, la Sami, la tita Ani, la Conchi, Juanma y la Mari de "Hiesca" y un servidor. La Seña es un antiguo y derruido molino sobre el Genil que funcionó como central eléctrica para toda la comarca entre los años treinta y sesenta. Abastecía de corriente, incluso, a una población tan importante como Antequera. Las crecientes necesidades energéticas de la modernidad y el pantano de Iznájar jubilaron a la Seña para siempre. Sobreviven un muro travesero casi enteramente cubierto por el agua, los escombros de lo que fuera una casa de máquinas y el río imponente.
Para los no iniciados explicaré brevemente que hay que tomar el camino del Toril, llegar a la huerta, atravesar por allí el arroyo Gaén y caer ya en la orilla zurda del Genil. Y ahora unos cinco kilómetros, mitad camino rústico, mitad senda de cabras, fieles, siempre que se pueda, al curso del agua. Llegaremos al Cortijo del Río y poco más abajo, los vestigios de la vieja central.
Siendo el tránsito de una belleza paisajística sin parangón, caminando entre el bosque de ribera por un lado, los olivos por el otro y acompañados siempre por el rumor tímido del río agazapado, y siendo tan grata la compañía, con todo y con eso lo que más me ha emocionado de la excursión ha sido recuperar al fin un trozo de la memoria visual de mi pueblo que tenía enteramente perdido: el camino desde el Toril al Cortijo del Río.
De chavea, habré ido de san Marcos a la Seña no más de dos veces, que yo recuerde. Mis sitios habituales eran la Capilla, el Cordobés, el arroyo de las cañas, el monte del realengo, el "Lislón"... La magia en ese camino apareció en mi vida mucho más tarde, ya de mocito. Y hasta el pasado sábado no lo he descubierto. Sabía, claro está, que en algún paraje cercano al río había tenido lugar un hecho trascendente, uno de los más importantes de mi vida, pero no atinaba dónde exactamente. Me conozco el río y su entorno de cabo a rabo y, sin embargo, ningún sitio de los que frecuento me evocaba aquel día. Hasta el sábado éste pasado. Aquí fue. Ninguna duda. El mismo camino, los mismos tarajes, las finas arenas ribereñas, el "cerro blanco" arropándonos por encima, aquí, Peque, el borriquillo de "Pulichana" se sentó de culo y os revolcó a Frasqui y a ti, ¿te acuerdas?, por este claro de la maleza me tiré de cabeza al agua apreciando más tu admiración que mis sesos. Aquí fue. Y qué tonto no haber caído antes.
En un lugar de mi pueblo de cuyo nombre no he conseguido acordarme hasta ahora, ha cuarenta años que una muchacha algo corta de talla pero muy bonita y más viva que el hambre, dio su sí a un chaval simpático y desgarbado que acababa de dejar el seminario para meterse a médico. Y hasta hoy, tú.
Para los no iniciados explicaré brevemente que hay que tomar el camino del Toril, llegar a la huerta, atravesar por allí el arroyo Gaén y caer ya en la orilla zurda del Genil. Y ahora unos cinco kilómetros, mitad camino rústico, mitad senda de cabras, fieles, siempre que se pueda, al curso del agua. Llegaremos al Cortijo del Río y poco más abajo, los vestigios de la vieja central.
Siendo el tránsito de una belleza paisajística sin parangón, caminando entre el bosque de ribera por un lado, los olivos por el otro y acompañados siempre por el rumor tímido del río agazapado, y siendo tan grata la compañía, con todo y con eso lo que más me ha emocionado de la excursión ha sido recuperar al fin un trozo de la memoria visual de mi pueblo que tenía enteramente perdido: el camino desde el Toril al Cortijo del Río.
De chavea, habré ido de san Marcos a la Seña no más de dos veces, que yo recuerde. Mis sitios habituales eran la Capilla, el Cordobés, el arroyo de las cañas, el monte del realengo, el "Lislón"... La magia en ese camino apareció en mi vida mucho más tarde, ya de mocito. Y hasta el pasado sábado no lo he descubierto. Sabía, claro está, que en algún paraje cercano al río había tenido lugar un hecho trascendente, uno de los más importantes de mi vida, pero no atinaba dónde exactamente. Me conozco el río y su entorno de cabo a rabo y, sin embargo, ningún sitio de los que frecuento me evocaba aquel día. Hasta el sábado éste pasado. Aquí fue. Ninguna duda. El mismo camino, los mismos tarajes, las finas arenas ribereñas, el "cerro blanco" arropándonos por encima, aquí, Peque, el borriquillo de "Pulichana" se sentó de culo y os revolcó a Frasqui y a ti, ¿te acuerdas?, por este claro de la maleza me tiré de cabeza al agua apreciando más tu admiración que mis sesos. Aquí fue. Y qué tonto no haber caído antes.
En un lugar de mi pueblo de cuyo nombre no he conseguido acordarme hasta ahora, ha cuarenta años que una muchacha algo corta de talla pero muy bonita y más viva que el hambre, dio su sí a un chaval simpático y desgarbado que acababa de dejar el seminario para meterse a médico. Y hasta hoy, tú.
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