jueves, 23 de mayo de 2013

Un miércoles al sol.

Un miércoles cualquiera por la mañana, y me extraño en mi propia casa. Raro, me siento raro. Mis mañanas son todas hospitalarias, no recuerdo nada parecido a lo de hoy. Me pasa como a Jaime, que se pone malo sólo los fines de semana o en vacaciones. Por no faltar al trabajo.
He pasado una mala noche. Si uno nota un vértigo durante el día, es un mareo y ya está. La noche acobarda. Y más aún si eres médico, eres hipertenso y estás anticoagulado. Te cagas. Transfiguras un simple vértigo en un hematoma cerebeloso, por lo menos. No he pegado ojo. Ni la Peque tampoco. Las tres de la madrugada: "Peque, no me duermo, Peque me duele el coco, Peque, tómame la tensión". Esta mujer mía tiene el cielo ganado desde hace ya tiempo. Pero también es de armas tomar, no se amilana: "en el pinganillo te la voy a tomar, so cagao". "Ahí no, Peque, ni se te ocurra esta noche, ahí no se coge ni tensión ni ná". 170/85. Alta. Otra pastilla a la buchaca. Noto pronto la mejoría, ya no zumban mis oídos ni martillean mis sienes, acomodo mis piernas al trasero de mi compañera y, por fin, sobre las cuatro de la mañana, el sopor reparador nos acoge a ambos bajo las sábanas.
No necesito despertador, algo heredado o aprendido de mi padre que se despierta a la hora que quiera sólo con rezarle por la noche a las ánimas benditas. Yo, ni eso. A las seis y cuarto salta mi alarma prostática. A mear. Me levanto del tirón para el baño. Pero...quieto criatura que te la vas a dar. La habitación entera gira veloz sobre mi cabeza, tanto que me caigo en la cama, menos mal, una caída sobre el suelo estando uno anticoagulado puede traer peores consecuencias. Ha vuelto el dichoso vértigo. "Tómame otra vez la tensión, Peque". 120/65. Estupendo, un problema menos. "Estás loco si crees que te voy a dejar ir a trabajar así. Ahora mismo llamas a Rafa".
Y así ha sido como, enterado mi jefe, he tenido la ocasión de disfrutar de una mañana laboral en mi propia casa. Y la cosa no ha ido  mal. No tengo por qué afeitarme a la carrera, ya lo haré luego, o mañana; el desayuno a las nueve, sin prisas ni atragantamientos, en pijama; las pastillas, una a una, pausadas, nada de al mogollón; se va la Peque a la pintura, ¿estás mejor?, creo que sí, digo fulleramente compungido.
Había planeado ponerme a hacer la declaración de la renta pero, nada más que de pensarlo, me zambombea la cabeza. Déjalo quieto, no provoques, otro día. He llamado a Rosa, nuestra administrativa, y a Julia, enfermera de la consulta, para que me dejen el teléfono de algunos de mis pacientes de hoy y poder avisarles de mi ausencia. Se cabrean mucho cuando falto. "No sé qué haréis cuando me muera", bromeo con ellos. "Ande, ande, no diga usted eso ni en broma". He pensado luego en llamar a mi Meli, a mi hermano Frasco, al Jaime..., para darles envidia, pero hasta para eso estoy perezoso y singracia. Me pondré a escribir, me digo, es la mejor fórmula para salir de esta tontuna mía. Y aquí me tenéis. Me distraigo con vosotros, sí, pero hoy estoy desacostumbradamente espeso y embotado. Os dejo.

Sobre las doce del mediodía me he recostado en un sofá al solecito de mi porche y me he quedado fritito. ¡Qué lástima de hombre!

Lo malo de esto es que acabe gustándome.

2 comentarios:

  1. Amigo José Mª por lo que veo no te libras del "paciente coñazo" que llevas dentro.
    Erich Fromm nos habló del "Miedo a la libertad" y a mi se me ocurre que tienes un problema del "Miedo por conocimiento" y no puedes disfrutar de la "felicidad del ignorante". De todas maneras tienes que buscar un equilibrio o la "peque" te va a mandar a paseo además de volver loco a tu médico, so plasta.

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    1. Querido Antonio: es verdad lo que dices. Yo creo que me ha sentado muy mal pasar de los 59 a los 60 años. Es un guarismo muy impactante, tú, 60 años...

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