lunes, 27 de febrero de 2017

Solo en casa

Juan Romualdo Sarabia, "El Enclenque", fue, sin  duda, un personaje muy peculiar en mi pueblo. Por sus bastas  trazas y otras sonadas desaplicaciones domésticas, iba para legendario. Pero, sobre todo, por sus "hazañas" carnales. Los de mi edad lo conocimos. Un maldito cáncer de pulmón segó su vida pero no pudo con su leyenda. Presumía sin recato alguno de vigor pudendo, bravuconeaba de levantar una bota de las de la mili o, peor aún, sostener un cubo de cal con su "arma" presentada, y se jactaba públicamente de que en estado de flacidez sus genitales colgones parecían una liebre muerta, de esas que los cazadores se amarran a la cintura a modo de trofeo. Todavía soltero, su hermana mayor era muy severa con él. De estas mujeres obsesionadas con el orden y la limpieza en la casa, lo mantenía a raya. Y había dos cosas que, por escrupulosamente vigiladas y prohibidas bajo amenaza de fuego eterno en las calderas de Pedro Botero, le eran especialmente apetecibles, sensuales deseos inalcanzables: entrar en la casa con las botas embarradas y beber a barba regada de la jarra que adornaba la mesa del cuerpo de casa, con su pañito de crochet por encima y todo. Aquello era el árbol del bien y del mal. Es ya de público dominio la primera carta que JuanRo escribió a su hermana cuando ésta se fue a trabajar a los hoteles en Cataluña: "Mira Encarna, has de saber que momá y yo nos encontramos mu bien, a Dios gracias"... Y luego, poco más adelante, el párrafo para la eternidad: "Encarni, lo primero que hago cuando llego del campo es restregarme las botas contra el suelo de la casa, pa limpiármelas; y aluego me avanzo sobre la jarra, le quito el pañito, me la trinco casi enterita, le casco un regordío gordo, y después le hago: aaaahhhhh, le echo el vahío encima, ea". Seguramente, nada de eso sería capaz de hacer, pero se lo escribía así para fastidiarla. Cosas de hermanos. Más tarde, ya casado con Rosarito, su buena mujer, aquel ímpetu de juventud y de libertad se iría domesticando, ¡qué remedio!

"El Enclenque" representa para muchos hombres de mi pueblo un icono, un símbolo de la libertad que uno quisiera tener en su propia casa, hostigada siempre por el fastidio de la otra parte contratante, llámese esposa, hermana o madre. ¡Mujeres! Yo mismo he padecido en propia carne los rigores escamondados de mi hermana Josefa, otra Encarna de cuidado, capaz de tenerme en la calle un cuarto de hora sin poder entrar en casa hasta que el suelo se secase. "Pero, niña, que me estoy meando"... Ni caso.

La Peque no es la Encarna ni yo soy JuanRo (por más que en ocasiones haya intentado inútilmente emular sus logros armamentísticos), pero es verdad que existe un punto de fricción, algo que chirría con cierta frecuencia en las relaciones del trinomio constituido por casa, Peque, yo mismo. Y supongo que, en mayor o menor grado, esto que cuento ocurre en cada casa de vecino, no sé.

A mi manera de entender, hay cosas domésticas para las que los hombres -hablamos en general- somos unos adanes y que serían objeto de nuestra atención y mejora. Se trataría solamente de centrarse uno un poco más en lo que está haciendo, de considerar seriamente que si estamos dos en casa aquello que uno no haga se lo cargará irremediablemente el otro, de conceder la importancia debida a los deberes compartidos, de priorizar las cosas de la casa en su justa ponderación. "Peque, por favor, no te cabrees por eso; eso no es importante"... Y se cabrea aún más: "Importante no es nada; para ti, nada es importante"... Y lleva razón. Por ejemplo, "Sema, cuando recojas el hule procura no ir desparramando migajas por el pasillo... cuando metas los platos en el fregadero échales un poco de agua, si no, se quedan el tomate y el huevo pegados al culo... la servilleta es para la boca, no para los mocos... no le eches comida en el suelo a la perrita... no levantes las persianas tan temprano... sigo viendo ramalazos marrones en la toalla de baño"... Sin embargo, existen otras cuestiones, otras categorías de orden y limpieza, a las que no podemos aspirar los hombres de una manera primaria o intuitiva. Solamente están preservadas al cerebro femenino. Si ella no te lo advierte es del todo imposible que tú mismo, por ti mismo, caigas en la cuenta de la bondad o maldad de determinados actos inocentes o, al menos, neutros. Por ejemplo: " Sema, cuando saques los vasos limpios del lavavajillas me los colocas boca arriba". "¿Y eso?" -pregunta uno, curioso. "Eso es pa que los bordes de beber no cojan suciedad". "Aaahhh, mira tú, no había caído yo"... "Sema, esto no es regañar, es pa que lo sepas, los cuchillos y tenedores los metes en el lavavajillas con los pinchos parriba, no pabajo como tú haces". Ante mi cara de estupefacción, me lo aclara: "Si los pones pabajo entonces la última gotita de agua se queda pendiente de los pinchos, y así, una vez y otra, llegan a oxidarse". "Vaya, mujer, si sabes cosas"... Estoy tan tranquilo en la cocina y, de pronto, suena mi móvil. Cojo una silla y me siento para atender la llamada. Al cabo me levanto y me dispongo a hacer cualquier otra cosa. "¿Ya está?" -me pregunta en tono recriminatorio. "¿El qué?" -me giro sin entender su queja. "¿Qué va a ser? La silla... ¡que la dejes puesta como estaba"!

Reíros si queréis, pero a vosotros os pasa igual. Por eso, cuando ayer recibí su primera llamada al móvil desde Nueva York respiré aliviado. ¡Ahora sí que estás lejos de verdad, puñetera! Mi hija y ella han aprovechado la semana blanca de los profesores y se han ido a NY. "Sema -la escucho mu malamente por el móvil-, si supieras lo que me acuerdo de ti, lo bonito que es esto, lo que te hubiera gustado"... Y yo le contesto que no sufra por mí, que yo me encuentro en la gloria, solito en casa, a mi libre albedrío, con mi perrita que ni ladra ni ná, comiendo de sobras congeladas, sin afeitarme, duchándome cada tres días... si es que encarta, jugando con la pelota en el patio y entablillando luego las plantas doblegadas, viendo el canal Real Madrid cada vez que se me antoja, yendo al cine a ver esa de las sombras oscuras, que con ella no hay manera... En fin, a mi bola primitiva, realizándome como hombre libre de nuevo, entrando en casa, como hiciera "El Enclenque", con las botas sucias y bebiendo y echando el vahído para empañar la jarra refulgente...

La soledad impuesta debe de ser algo terrible. Pero la soledad consentida es una bendición, tiene su punto, no creáis. Al menos eso, una semanita.


Es broma. Sed buenos.


martes, 14 de febrero de 2017

Judiones con todos sus avíos

Hoy, queridos amigos, toca nostalgia. 

Resulta que teníamos ya ganas de visitar a Bego y a Jesús, amigos nuestros y residentes en Écija. Y nosotros mismos nos auto invitamos. Yo mismo cogí el teléfono el pasado viernes por la noche y le avisé a Jesús que el lunes nos preparase algo de comer, que nos íbamos a encalomar en su casa. Y que se estudiara una visita guiada, que queríamos conocer palacios y conventos que en esa ciudad decadente se cuentan por cientos. "Pero chiquillo -protesta tímidamente Jesús-, si faltan dos días"... "Pues tú verás cómo te las arreglas" -le dije riéndome. "Bueno, dime, ¿y qué os hago, arroz, garbanzos con langostinos, judiones?..." "Judiones -me lanzo yo, valiente-, de esos de a dos por cuchara". "Ele ahí los tíos - se guasea el otro-, judiones...¡con dos cojones!" "Y con tos sus avíos" -remacho yo. 

Así que dicho y hecho. Naturalmente, siendo lunes, solamente fuimos los jubiletas, la Peque, Paqui, Jaime, Palanco y servidor. Y echamos una jornada muy agradable, la verdad. 

Lo de menos fueron los conventos y palacios, muchos de ellos vacíos y abandonados, testigos agotados de pretéritos esplendores; otros, rehechos y transformados en casas de vecinos al estilo andaluz, con sus espaciosos patios centrales, donde echamos en falta la típica fuente cantarina y juguetona. Mención aparte merecen por su buen estado de conservación el palacio de los marqueses de Benamejí y la iglesia de Santiago, al César lo del César. Y pudimos observar con detalle -fieles a la norma del buen jubilado- las obras de restauración que se están llevando a cabo en el palacio de los marqueses de Peñaflor. Como era de esperar, pronto nos cansamos del trajín y buscamos reposo en uno de los abrevaderos de la plaza del ayuntamiento. Un par de cervecitas. "No pedimos tapas, que nos esperan los judiones" -me adelanto yo haciendo gala de mi consabida racanería. "Bien dicho -corrobora Jesús-, que al buen cocinero le fastidia mucho que no se le haga mérito a su obra". Y lo aclaró muy bien argumentando que si uno va a la mesa con hambre engulle cualquier cosa, pero si ya va completito desdeña hasta el manjar más exquisito.

Lo más gratificante fueron las reconfortantes horas de almuerzo y sobremesa en la hermosa y acogedora casa de indiano que se ha hecho esta gente en un céntrico rincón de la villa. Y con una marca muy personal que nuestras mujeres ya han bautizado como estilo "Bego". Aparte de buenos amigos, son, Begoña y Jesús, unos anfitriones fuera de lo común. Tienen la virtud de cuidarlo todo al detalle para nuestro mejor acomodo sin que notemos para nada la rigidez molesta del protocolo. Naturalidad. Lo que no fue nada natural fueron los dos platos de judiones que me zampé sin considerar -inmisericorde de mí- los posteriores daños colaterales que iban a padecer los sufridos ocupantes del coche de regreso a casa. No fueron solo los judiones, también aportaron lo suyo a los venideros efluvios la nata de la tarta y las sultanas, tan vaporosas ellas. Charlamos, ¡cómo no? de los tiempos del seminario, aún recuerda Jesús los partidos de ping pong con mi paisano Manuel Gámez, su adversario más enconado; de la Comandancia de la Guardia Civil de Córdoba, donde vivía y donde coincidí con él los domingos que yo iba a comer a casa de mis tíos, civileros también; del año de Preu en el Séneca; de su carrera de veterinario; de sus años de zozobra en San Sebastián, aquellos años terribles en los que ETA golpeó con más fiereza..., de cómo conoció allí a Begoña y de cómo cambió su vida desde entonces... Y hablamos y discutimos del futuro de las pensiones, de los políticos, de Podemos; y de médicos y de hospitales; de arritmias y de la puta madre que las parió... Una tarde completa y a gusto.

Lo de la nostalgia viene un poco porque a la salida para Sevilla pasamos por delante de san Fulgencio, el instituto de enseñanza media donde nos examinamos por libre en los cursos tercero a sexto de bachillerato; y por delante del bar Pirula, al lado mismo del instituto, donde esta gente mía se tomaba algún vinito al medio día, antes de los exámenes de la tarde. Yo, no; yo solo tomaba un vaso de casera de limón con una tapa de calamares fritos. Hasta que la Peque me despabiló he sido siempre así de tontorrón. El Tifus, decía mi madre. Para nosotros, san Fulgencio es una referencia inolvidable. Supuso nuestra primera salida al mundo exterior, nuestro primer contacto con muchachos como nosotros, de nuestra edad y de nuestro curso; nuestra primera relación con profesores seglares; nuestra primera ocasión de independencia y libertad, podías perderte en solitario por aquellas calles desconocidas como cualquier joven de trece o catorce años, meterte en un bar y pedirte un bocata de tortilla con mayonesa, o fumarte un cigarrillo, a lo primero a escondidas, y luego, más mayorcitos, abiertamente.

En quinto de bachiller fui cojo a los exámenes de junio (bueno, os aclararé que yo jamás me he examinado en septiembre. Jamás de los jamases). Jugando al fútbol en el patio de cemento de san Pelagio me había roto la rótula de mi rodilla derecha unos quince días antes. Iba con toda la pierna escayolada y con el pantalón rajado para que cupiera la escayola. Me sentaron en un pupitre para mí solo, con un silla enfrente para que apoyara en ella la pierna tiesa. En los descansos, mis amigos me transportaban de un lado a otro por turnos, que yo ya había dejado de ser aquel chavea enclenque y huesudo. Un curso, un año, unos exámenes... Inolvidables. Obtuve, cojo y todo, cinco matrículas de honor. "Joer con el cojo!" -decían los profesores a nuestros curas. "Claro, esta gente no hace otra cosa que estudiar y jugar al fútbol, no tiene otro desgaste". ¡Qué tontos! Se creerían ellos que nosotros, por muy seminaristas que fuéramos no nos la cascábamos como cualquier otro muchacho de nuestra edad.

En fin, una jornada muy bien aprovechada. ¡Hay que ver!... ¡Cómo vivimos los pensionistas!...

viernes, 10 de febrero de 2017

Vuelva usted mañana... O pasado

Parece mentira que en nuestros tiempos no haya perdido vigencia aquella imperecedera queja de Mariano José de Larra, la del vuelva usted mañana. Como veréis a continuación, aún hoy tenemos instituciones que siguen viviendo en el siglo XIX.

Visto lo visto, me pensaré muy mucho si volver a solicitar un permiso de obras con ocasión de alguna reparación doméstica. Por lo menos en Sevilla la cosa es lo más parecido a una gincana. Y conste que es para recaudar. 

Un ejemplo en positivo: te llega una multa de tráfico por correo certificado. Vale. En cinco minutos recorres todas las fases del duelo: primero, la negación; no te lo crees, esto ha sido mi mujer, seguro, "Peque, te acuerdas que te lo advertí, no corras tanto que por aquí multan". Luego, la aceptación; compruebas que no, que no ha sido la Peque, que lo pone clarito, que fuiste tú en el kilómetro 105 sentido Priego con limitación a 60 y tú ibas a 68. "Ya está, cuando fuimos a ver a tu madre ingresada en el hospital". Y por fin, la resignación; "Bueno Peque, no pasa nada, si pagamos pronto nos reducen la multa a la mitad". Coges el teléfono, marcas un número que te indican en el documento, te atiende una voz femenina muy delicada -mira tú, en tráfico-, pagas tu multa... Y a otra cosa. Es un trago amargo, de acuerdo, pero lo pasas en un momento.

El ejemplo en negativo os lo cuento ahora. Como soy presidente de mi comunidad de vecinos, he recibido el encargo de hacer reparar unos desperfectos en los balcones del edificio y, de paso, pintar la fachada que ya ofrece a la vista algunos signos de edad en forma de desconchones y abofados. Ya tengo apalabrado al albañil que me aconseja sacar un permiso de obra puesto que la ejecución de la misma va a ser en plena calle y a la luz del día, todavía si fuera por endentro... Empiezo a dar los pasos pertinentes. Desde el Distrito de Triana me informan que eso allí no es, que debo ir a la oficina de Urbanismo. "¿Y por dónde cae eso?" "En la Cartuja" -me dicen. Llego a mi casa y abro el ordenador. Quizás podría haberlo visto desde el móvil pero me pasa, quizás por la edad, que me gusta ver las cosas en pantalla grande. Según el Google Maps, desde mi ubicación a esa dichosa oficina hay tres kilómetros. Bueno, no pasa ná, tres pallá y otros tres pacá son los seis que debo caminar a diario. Me echo los pies al hombro y vámonos que nos vamos. En Urbanismo -esto sí que es moderno y de mi agrado- saco mi número y me siento frente a la pantalla que regula el tráfico de personas para los distintos puestos. Suena mi número y me atiende una señorita muy amable. Yo hago como que me entero aunque en realidad estoy más pendiente de sus gestos y posturas que de sus palabras. ¡Madre mía, la de papeleo para una simple pintura de fachada! Fotocopias del carnet, del acta de la comunidad, del plano de la calle, de la anchura del acerado, un impreso con tropecientos items, el presupuesto del albañil... Qué sé yo... "¿Se ha enterado usted bien?" "Perfectamente" -miento con total impunidad. "Pues cuando lo tenga usted todo vuelve a venir para pagar las tasas correspondientes".

Una semana y catorce documentos después me vuelvo a presentar. Entrego los papeles y pago la tasa. Ea, a tomar por culo -pienso, inocente de mí. "Ahora -me dice la señorita- tiene usted que ir a la oficina de recaudación del ayuntamiento para pagar el permiso. Tiene un mes de plazo". "¿Pero no acabo de pagar aquí?" "Esto son las tasas, lo otro es el permiso de obras". "Ya" -dice uno por decir algo.

A los pocos días me llego a dicha oficina -anteayer mismo-. Otro par de kilómetros. El mismo procedimiento de número y pantalla. Otra señorita lo mismo de amable. Le entrego el papel de las tasas pagadas, teclea algo en su ordenador y sale lo que debo: 132 euros. Ea, muy bien, hago el ademán de sacar los billetes que llevo preparados pero ella se me adelanta: "No, aquí no, hombre. Con este documento que le entrego va usted a cualquier banco y lo paga allí. Tiene un mes de plazo".

Y aquí me tenéis con la obra y la pintura terminadas y el permiso de obras aún por pagar.

¿Tiene güevos la cosa o no los tiene?

Vamos a ver: yo no llamo a la desobediencia civil, claro que no. Soy un convencido de la necesidad de que todos seamos buenos ciudadanos y contribuyamos con la Hacienda Pública, y huyamos de la economía sumergida. Pero hombre... Que nos lo pongan facilito, por Dios bendito. Cinco visitas a cuatro sitios distintos separados por kilómetros ¿Cómo una persona que no sea un jubilado hubiera podido realizar tales empresas y travesías? ¿Por qué no acercan las oficinas unas a otras? O mejor ¿Por qué no se centraliza todo en una? Sinceramente, es algo difícil de comprender y de asumir en nuestro siglo.

Pero bueno, dice Susana que Andalucía es imparable. Se conoce que ella no paga permisos de obras.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Por la calle

Aunque haya cerrado mi consulta por jubilación sigo igual de imprudente.
Aprovechando la mañana soleada me he alargado hasta unas oficinas municipales para arreglar los papeles de un permiso de obras de mi comunidad de vecinos. Soy el presidente. Y voy de buen humor. No; no es eso; ni anoche ni esta mañana ha habido movida caliente bajo las sábanas, que sois unos mal pensados. Simplemente, me siento bien. Voy pensando en cómo ha cambiado mi vida desde que estoy jubilado. Los madrugones, los atascos en el puente del centenario, los amaneceres frustrados, los desayunos atragantados... son recuerdos lejanos que me producen repelús. Todavía me asaltan sueños en los que llego tarde a la sesión de la mañana o me atranco con un familiar pesado y exigente o -peor aún- me reengancho al trabajo y me veo a mí mismo descolocado pasando planta como alma en pena. Y entonces, un despertar taquicárdico me devuelve a la paz y al regodeo. Mañanas de gimnasio -gym, se llama ahora- y mandados, y tardes de siesta y escribanía ocupan la jornada de este jubilado feliz. Solo inquieta mi espíritu si no debiera estar más pendiente de los cuidados que mi padre precisa allá en el pueblo. Y esta mañana me da por pensar que si la salud acompaña, un jubilado con una pensión más que decente -como es mi caso- tiene por delante un verdadero otoño dorado, otra magnífica etapa de su vida.

En esos y otros lúcidos pensamientos me hallaba cuando me percato que llevo un ratito caminando paralelo a un chica que, móvil en su oreja derecha, se ve que va contándole sus cuitas a alguna amiga. Casi sin querer me acoplo a su cadencia de paso por ver de qué cotillean. Yo no soy mucho de vigilar obras, me gusta más observar a las personas. Y dice la chica al móvil: "No, no es que sea mi novio, llevamos mu poquito saliendo; novio es cuando ya tienes una relación más estrecha"... Y entonces me sobrevino uno de esos instantes tan míos de imprudente inspiración. Y la abordo en plena calle y le digo: "Perdone usted señorita, quisiera hacerle una apreciación". La chica se me para atenta, me mira raro, baja el móvil de su oreja y me dice que qué quiero. "Verá, voy aquí al lado suya y no he podido evitar escuchar su conversación. Yo creo que está usted equivocada. Su amigo y usted son novios, por eso, porque están empezando. Cuando una relación ya es más estrecha, como usted dice, ya son pareja, ¿no?" La chica se queda con la cara a cuadros y, mientras, escucho lejana la voz de su amiga al otro lado del móvil que pregunta que qué es lo que pasa. Y se pone ésta, ya repuesta: "Ná, un señor mayor que me ha preguntado por una calle". Ea, bien empleado, pa que no te metas donde no te llaman.

La teoría del goteo

En mis años tiernos de los Ángeles era el amo de La Capilla don José Carreira Ramírez, ignota generación de una saga, los Carreiras, que procedente de Galicia aterrizó en mi pueblo como por casualidad a mediados del siglo XVIII. Como buenos gallegos, los Carreiras prosperaron. Mucho. Una leyenda urbana de Palenciana cuenta que un antecesor de Ramírez, un tal Carreira Gallardo, había comprado una casa antigua en Antequera con la intención de derruirla y hacerla nueva, y que en las obras de ampliación de la cimentación los albañiles se toparon con un baúl metálico del tamaño de un ropero, al parecer a rebosar de monedas de oro, el tesoro de los Carreiras. Nunca he sabido cuánto de verdad o cuánto de leyenda haya en esa historia. Ni los tatatataranietos lo saben. De lo que no cabe ninguna duda es de que goza de una aceptación aplastante en el imaginario popular. Nos contaba mi madre que su abuelo Higinio -Inio el viejo- había sido el carrero que transportó el tesoro hasta Palenciana. Y que el peso del convoy hizo reventar a los bueyes. Poseían extensísimas tierras de labranza y de olivar dispersas por los términos desde Lucena a Antequera. Innumerables, sus cortijos. Grandes terratenientes de la época. Hasta tenían su propia moneda de curso legal. Y repartieron mucho trabajo. No solo en Palenciana. Durante gran parte del siglo pasado la familia Carreira ha sido el principal motor económico de nuestra comarca. 

Al primer Carreira que conocí, como digo, fue a Ramírez, el señorito Viejo, le decían. De monaguillo, yo acompañaba a don Juan González todos los domingos a decir misa en La Capilla, el Sancta Sanctorum de todos los cortijos y posesiones de la familia. Era obligatorio asistir a esa misa para todos los trabajadores que vivían en el cortijo y para toda la familia Carreira que debía de congregarse allí, oír misa, comer y pasar juntos el resto de la tarde. Un verdadero ritual. Al término de la liturgia don José solía sacar unas perrasgordas de su bolsillo y dárnoslas, así como quien no quiere la cosa, a Manuel "el del municipal", a Manolo "el de Mari Gracia" y a mí, los monaguillos habituales. Era ya un hombre muy mayor. Murió cuando yo cursaba tercer año en los Ángeles. Este singular señorito fue el único varón de entre la prole de sus padres, de manera que, siguiendo la costumbre de la época, sus dos hermanas solteras le cedieron bajo arrendamiento sus herencias respectivas. Y llegó, cual Felipe II, a dominar un vasto imperio, en este caso agrícola. Fue el Amo. Del cortijo, de Palenciana y de la Vega de Antequera. El medio Siglo de Oro de la familia. Católico, conservador y cacique -como no podía ser de otra manera-, un yerno suyo, el bueno de don Bernardo, fue diputado a Cortes por la CEDA durante la República, y un hijo, asesinado por los "rojos" en los primeros días de revuelta de julio del 36. El resto de la familia se salvó refugiándose en Lucena, zona nacional.

Palenciana se benefició de su magnanimidad, naturalmente. En aquellos años sombríos de la posguerra todo el mundo trabajaba para él. Aún con jornales de  20 pesetas, pero no había paro. Para un lugar tan pequeño y aislado de la civilización -apenas unas dos mil almas- podía presumir de una iglesia más bonita y grande que la de Benamejí, pueblo con el que desde siempre nos hemos estado midiendo, de un cuartel de la Guardia Civil muy decente, de un convento de monjas que hacía las veces de lo que hoy es guardería y primaria, y como taller de costura para las mocitas, de una escuela para niñas, de un lavadero público, de una piscina municipal y hasta de un hospital-albergue, dotaciones impropias de la época y del entorno y en cuyos logros este señorito ayudó de manera decisiva al ayuntamiento. Para mi padre -y también para nosotros, sus hijos- los Carreiras son su segunda familia, y La Capilla, su segunda casa. O la primera, no estoy seguro.

De boca de mi padre y de otros jornaleros de la época he escuchado historias muy curiosas acerca de este prohombre. De entre ellas, la que más incidirá luego en mi misma vida, la costumbre de apadrinar a algún muchacho del pueblo para su ingreso en el seminario. De hecho, su hijo mayor, José Carreira Jiménez -jefe de mi padre-, fue quien me becó en mi primer año en los Ángeles. Luego, en los años sucesivos ya se encargaron mis notas por sí solas. Pero la historia que hoy quiero relataros tiene algo que ver con una teoría económico-social, hoy obsoleta: la teoría del goteo. Dicha teoría sostiene que cuanto más favorezca el gobierno a los ricos y empresarios, más beneficios obtendrán los ciudadanos de a pie. Porque el "sobrante", las migajas en abundancia, rebosará la copa y chorreará hacia abajo. Pero sabemos que hoy la cosa no funciona así. Hoy no chorrea nada. Todo para la Banca.

Don José "El Viejo" se dejaba robar, en esto coinciden todos los testimonios. Pagaba poco, pero pagaba. Y se dejaba robar. Cuando algún arribista -pelotillero, dicen en mi pueblo- le iba con un chivatazo bienqueda, "Mire usted don José que fulanito se está llevando los garbanzos a sacos", solía responderle con un "Métete tú en tus asuntos y deja que fulanito se administre". Era esa, administrarse, una palabra muy en su boca. "Ya sé que os pago poco para el trabajo que realizáis, pero debéis saber administraros".
Y es que hay que saber saberse administrar, copiaría cincuenta años más tarde Joaquín Sabina.

Un carrero de entonces me ha contado que en cada carro de aceitunas que transportaba desde el tajo al molino del cortijo vendía, por el camino, media fanega a un propietario de una finca vecina; y que al final de temporada había sacado no sé cuántos billetes extra. En boca de todo el mundo, que por las madrugadas del verano las eras de sus cortijos tenían más visitas que El Caminito del Rey en temporada alta, que los propios guardas, naturalmente, participaban en el saqueo, que los garbanzos y el trigo no faltaban en ninguna casa, que la gente acumulaba papas casi para todo el año... En uno de sus cortijos, El Cordobés, donde existía una bodega de vino, los trabajadores tenían el vino gratis; en Eslava, la leche; en La Capilla, el aceite, el pan, los áridos y todo lo que pudieran mangonear de la huerta. Hasta mi padre, a quien siempre he tenido por un santo, fue tentado por aquella moda del trapicheo. Hace poco me he enterado de dónde pudo salir el dinero con el que se compró una bicicleta, su flamante BH: no fue del sobrante de alguna de mis becas, como yo creía. Salió de la venta de garbanzos birlados en la era. Y todo eso y más, a sabiendas de los números del cuartel de la Guardia Civil que había en La Capilla, que hacían la vista gorda.

Eran aquellos tiempos... No era justo, de acuerdo; nadie tendría que robar aquello que le pertenece, fruto de su trabajo. Pero al menos te dejaban un margen de supervivencia, el goteo. Ahora, ni eso. Ahora no funciona la teoría del goteo. La avaricia y la ruindad lo quieren todo para sí. Resulta paradójico y frustrante escuchar el debate parlamentario para conseguir 12.000 millones de euros para el salario básico de familias empobrecidas y sin recursos, y al mismo tiempo, que la banca ha ganado este año no sé cuanto millones, una burrada, vaya, un porcentaje vergonzosamente mayor que el año pasado... Está bien que el negocio gane, para eso está, es su razón de ser; pero no es la única. La empresa ha de ganar, de acuerdo, pero también tiene un deber con la sociedad: generar riqueza, servicios y empleo. Como hizo don José.

Que así sea.

viernes, 3 de febrero de 2017

Lobos

Es de esa clase de personas que sin saber uno muy bien por qué, te cae mal, te resulta repelente, siendo, a lo mejor, hasta buena gente. Cosas de la química cerebral. Me refiero a Cristine Lagarde, la presidente del banco central europeo. No sé, le encuentro cara de cínica, con su nariz afilada a la francesa, su falsa sonrisa venenosa, su pose de moderna siendo ya un carcamal... Que el Señor me perdone, pero no la trago. 

No solo a ella. Cuando veo en la tele a tanto señor mayor en el parlamento europeo o en las direcciones de grandes entidades financieras lo primero que se me viene a la cabeza es pensar lo requetebién que estarían esas personas, ya añosas, en sus casas de campo respectivas escribiendo sus edulcoradas memorias o leyéndoles lo último de Harry Potter a sus nietos. Un poner. Relajados y liberados de una vida a presión. Tengo para mí que ni Emilio Botín ni Rita Barberá (que en paz descansen ambos), por poner ejemplos recientes, se hubiesen infartado fatalmente de haber vivido despreocupados, desocupados, disfrutando de sus nietos o de los viajes del Inserso, como es la "obligación" de cualquier jubilado. Mi punto de vista al respecto es que toda persona en edad de jubilación debería jubilarse, aceptar que su tiempo ya pasó, dejar vía libre a otros que empujan por detrás posiblemente con más energía y con otras ideas, quién sabe si mejores, valorar que la vida tome otro sendero distinto al afán y la ganancia... Pensaréis con la mejor de las intenciones que entonces la sociedad perdería a personas excelsas de talento. Es posible, pero nadie es imprescindible, el talento, al contrario que la riqueza, se encuentra muy repartido; nadie se imaginaba mi consulta sin mi santa presencia -con perdón-, y, sin embargo, ahí tenéis a mi sustituta, una magnífica internista llamada a superar mi listón. Seguro.

Escribe con pluma incisiva y certera mi amigo José Luis Roldán que la política ejerce una gravitación insalvable para los incapaces, gente sin oficio ni beneficio que se sirve de la política, que encuentra en ella su tabla de salvación y la de su familia. Y que por ello va encadenando mandatos, legislaturas, puestos y listas... tragando, si menester fuera, sapos y culebras, todo con tal de no salirse del carrusel. Más o menos. Y yo añado que no solo para los incapaces. La Política y el Poder -¿os habéis fijado? Sin querer me ha salido PP- imantan también a mucha gente con enorme capacidad. Lo bueno sería que tal capacidad corriera paralela a la honestidad, a la voluntad de servicio, pero eso es -me temo- harina de otro costal. No es lo que vemos y conocemos. Estas personas con un extraordinario potencial también suelen ser tentadas por la ambición. Capacidad y ambición deberían constituir un binomio perfecto, la máquina del progreso. La ambición es legítima, sin ella el hombre se estancaría. Pero como el Maligno no descansa ha de malmeter en todos nuestros asuntos con la malsana intención de convertir en negro lo que tendría que ser blanco. Y transforma la sana ambición en avaricia y ruindad. En consecuencia, al menos en política y en finanzas ni los incapaces ni los avariciosos van a dar el paso al frente para quitarse de enmedio, llegados a una edad, de un ecosistema que tanto les está favoreciendo. Deberían de establecerse unas leyes a ese respecto de obligado cumplimiento. Pero entramos de lleno en el círculo vicioso: ¿quiénes tienen que promulgar esas leyes? ¡Oh sorpresa!: ellos mismos, los incapaces y los avariciosos, los diputados y senadores. Acabáramos. No tenemos arreglo. 

Decía Cristine Lagarde el otro día en la tele que España debe seguir en la senda de la reforma laboral mariana, quizás un pelín más apretada, y en la de la subida de impuestos. Y todo ello para cumplir con los objetivos de déficit. En fin... no insistiremos en lo ya manido. De manera que en lugar de preocuparle la tasa de paro o la pobreza real de tantas familias o el número de desahucios o la situación límite de la sanidad pública o... No; le preocupa el déficit. La madre que la parió.

Por todo lo que dicen parece diáfano que esta gente -los europeos y los nuestros- no representa los intereses de la población -el interés general, que blasfema Mariano- sino el interés de una clase, de una casta, el interés del mercado. Otra prueba más: se está discutiendo en el parlamento español el tema de la ayuda de 427 euros a familias sin recursos. En mi modesta opinión, algo elemental, de dignidad humana: primum manducare et deinde philosophare, decíamos en el seminario cuando los curas nos mandaban al estudio con el estómago medio vacío. Primero comer y luego filosofar. Bueno, pues va a salir que no. "¿De dónde sacaremos los 12.000 millones de euros necesarios?" -protestan los diputados del PP. Pues anda que no hay de dónde... Yo tengo mi lista: de las ayudas a los sindicatos, de las partidas exorbitantes a los partidos, de las ayudas y exenciones de pago a la Iglesia católica, de los sueldos, gastos oficiales, pensiones vitalicias y dietas de sus señorías, de los amnistiados fiscales... Y también -metámonos todos- de perseguir con eficacia la economía sumergida en la que tantos estamos enfangados. "Es que dar ayudas a cambio de nada no incentiva la búsqueda activa de empleo"... En fin... No me toquéis las pelotas, hombre. ¿En qué consiste la tal búsqueda? La gran mayoría de parados de más de 40 años no tiene curriculum que echar a ninguna parte. Todavía, los jóvenes que sí lo tienen pueden trabajar fuera, por más que no sea lo deseable. Oigo también en la calle y en el gimnasio cosas como que esa paga estimula la vagancia. ¿De verdad? ¿400 euros? Pues aunque así fuera: prefiero ver a un pobre andaluz o extremeño estimulando su vagancia en el bar (como decía un jerarca catalán) que no a ricachones soberbios y endiosados que se han enriquecido con malas artes y posan ufanos en la tele mofándose de jueces y fiscales. Yo me pregunto si no serán más bien los sueldos de sus señorías los que verdaderamente estimulan la vagancia.

En fin, alguien lo ha dicho antes que yo: somos los ciudadanos de a pié un rebaño de corderos custodiado por una manada de lobos.
Así nos va.

jueves, 2 de febrero de 2017

Yes, we can

El slogan de campaña de Obama me ha venido que ni pintiparado para hablaros de lo que hoy es para mí una gran noticia. "Sí, podemos".

Hasta ahora, he de confesaros mi poca fe en las movilizaciones sociales y en las manifestaciones callejeras. Siempre he creído que dichas concentraciones de gentío, muchas de ellas -al menos en Sevilla-, cargadas de color, fiesta y hasta de barroquismo, servían más que nada de ocasión para reunirse los colegas, amigos y correligionarios y dar, de paso, testimonio de apoyo a determinada causa. Ese día los bares del recorrido hacen su agosto, se acaba el evento... Y hasta otra. No estoy muy ducho en estos datos, pero quizás desde las manifestaciones masivas pregonando el sí para el estatuto de Andalucía por la misma vía que los catalinos no había sido testigo de algo parecido a lo de ahora.

En efecto, hace dos días que saltó la noticia de que Susanita de Triana ha reculado en su proyecto de fusiones hospitalarias y anunciado su firme propósito de escuchar a los profesionales. Al socaire de tal decisión, en un gesto de dignidad que los honra, han dimitido de sus cargos el vice consejero de sanidad y el gerente del SAS, verdaderos cerebros de esta frustrada operación.

Sin meterme en harina, sin conocer a fondo la idoneidad de tal iniciativa de fusiones hospitalarias, lo que realmente me ha impactado ha sido la capacidad de un solo hombre, Jesús Candel, el tal Spiriman, para poner patas arriba todo este entramado y provocar desde las redes sociales la mayor de las crisis que yo recuerde en el mundo de la sanidad andaluza. Un hombre, un médico de urgencias con un contrato precario, ha tenido el valor de conseguirlo arriesgando no solo su puesto de trabajo sino, incluso, su carrera profesional futura.

Sinceramente, creo que esto no hubiera sido posible de no haber estado cociéndose durante años el caldo de cultivo de la desmotivación y la desafección al sistema entre los profesionales y del aguante y la insatisfacción entre los usuarios. Spiriman ha abierto la espita y la gente ha inundado las calles.

Y Susana no ha tenido más remedio que dar marcha atrás. Y lo ha hecho, creo, porque las mareas no han sido blancas -el voto sanitario se le fue como el barco del arroz- sino que han sido multicolor. Y, visto cómo anda de tieso el PSOE actual, no le interesa para nada perder más de lo perdido ya. Con todo, al César lo del César: ha sido capaz de rectificar. Aplaudo su gallardía por más que pueda ser impostada. No le tengo ninguna simpatía, pero aceptaremos todos que Mariano y Wert se enrocaron y no dieron su brazo a torcer aún cuando medio parlamento y la gran mayoría de la comunidad estudiantil invadió también las calles en protesta contra la ley de enseñanza. Claro, aquellos eran votos ya amortizados de antemano.

En fin, hoy toca disfrutar de algo de esperanza: juntos podemos.

Sed buenos.